DERECHOS
Tras unos años de movida más o menos silenciosa en casas particulares y hospitales dispuestos a probar, de manera no oficial, sus bondades, el parto humanizado empieza a instalarse como una alternativa más accesible. Acaba de abrirse la primera casa de partos del país, atendida por parteras convencidas de que el nacimiento es, ni más ni menos, un acto natural que bien puede prescindir de tecnologías e intervenciones agresivas sobre el cuerpo.
La primera casa de partos de la Argentina abrió sus puertas hace apenas un mes, funciona en la provincia de Buenos Aires y es atendida exclusivamente por parteras. El espacio –cuyo antecedente local más cercano se diluye en las casas de maternidad de la década del sesenta– fue creado por tres obstétricas con experiencias paralelas en hospitales públicos y que cada semana reúnen a una decena de parejas dispuestas a asumir el proceso del nacimiento como parte de la naturaleza, de una espera en calma y con conciencia. Que la antigua casona de fin de siglo XIX se erigiera en la zona norte del territorio bonaerense no fue cuestión caprichosa de Vendela Chignac, Alejandra Mazzeo y Marina Lembo, las parteras creadoras del proyecto, sino condición impuesta en la búsqueda de la letra que le diera un marco legal a la iniciativa. “En la provincia de Buenos Aires continúan vigentes normas que datan de 1936 y que permiten el ejercicio de la actividad profesional de las obstétricas en forma individual o privada, en casas de maternidad habilitadas”, explica Lembo, que se topó con la existencia de estas leyes en Canadá, el lugar menos probable para empaparse de la legislación argentina. “Hace unos años viajé a ese país becada por mi especialidad. Un día, una partera canadiense se acercó a conversar encantada con lo avanzado de las leyes argentinas en lo que hace al desempeño de la actividad; me comentó que en algunos ámbitos académicos se mencionaban nuestras reglamentaciones como un ejemplo de legislación local. Todavía hoy no puedo creer que a miles de kilómetros de distancia encontraría la respuesta a una pregunta que nos venía rompiendo las cabezas y que hasta ese momento nadie supo o quiso decirnos: cómo crear nuestra propia casa de maternidad.”
De regreso, Lembo descubrió que la ley provincial 11.745/95 y modificatoria 12.194/98 establece que “la obstétrica podrá ejercer su actividad asistencial, docente y/o de investigación en forma individual y/o integrando equipos interdisciplinarios, en forma privada y/o en instituciones oficiales, públicas y/o privadas, previa inscripción en la matrícula”. Por eso es desconcertante que, durante décadas, partera alguna haya siquiera intentado la experiencia de establecer una casa de maternidad, por más que Alejandra Mazzeo le encuentre lógica al asunto cuando lo piensa desde cuestiones culturales y políticas insertas en un sistema de salud que fagocita cualquier evidencia de seguridad no hospitalaria. “Ganó el modelo médico proclamante de que la alta tecnología constituye el verdadero progreso y creó la fantasía de que se pueden salvar a todos los bebés y las madres del mundo si se atienden todos los partos en los hospitales, a pesar de no existir evidencias de que resulten más seguros para las mujeres sin complicaciones durante el embarazo.”
Mazzeo integra el equipo de obstétricas del Hospital Escobar, donde con no poco esfuerzo logró que sus intervenciones durante los partos fueran observadas como una alternativa posible al sistema “tradicional”, e infinitamente menos traumáticas. “El punto de partida fue el parto domiciliario de una pareja que vivía en el sur y se mudó a Buenos Aires, donde construyeron una casa en el terreno de la abuela de uno de ellos, ingresaron a páginas de Internet sobre parto humanizado, dieron con nosotras y tuvieron a su bebé como lo habían imaginado. El muchacho, que era carpintero, observó las posiciones que adoptaba su mujer al parir, y nos dijo: “‘Ustedes necesitan un banquito especial; se los voy a fabricar’. Así nació este banquito en forma de herradura con patas”, que hoy se ubica en la habitación principal de la casa de partos y que al principio acompañaba en secreto las guardias de fin de semana de Mazzeo. “¿Cuánto tiempo iba a durar ese secreto en un hospital donde atendíamos unos quince partos por guardia? Era muy jugado de mi parte llevar el banquito, pero ya se me había planteado la disyuntiva y estaba muy movilizada con el tema, porque en cada parto domiciliario iba replanteando mi imagen y mi rol de partera”.
Se ríe cada vez que recuerda a algunos médicos que le permitían asistir partos “a su manera”, pero que no cabían en sí por la angustia que les causaba “no hacer nada”. “Entraban y salían de la sala mientras la mujer estaba realizando el trabajo de parto y me decían: ‘Ale, está tardando mucho, hay que aplicarle oxitocina’; ‘Ale, ¿no le vas a hacer episiotomía?, se va a desgarrar’; ‘Ale, no te arriesgués, hay que hacer cesárea’. Yo intentaba tranquilizarlos y a cada ‘esperá, que está todo bien’, se iban diciendo ‘no quiero ver, no quiero ver’. Al principio todo fue medio bizarro, pero el tiempo dio sus resultados: los médicos equilibraron la intervención y los neonatólogos vieron que los chicos nacían sanos y vigorosos”. Hace un año y medio, “los delirios de la Mazzeo”, como se definían sus prácticas en los pasillos de la guardia, se cristalizaron en “Iniciativa Mejores Nacimientos”, del Hospital Escobar, un programa que se desarrolla en ese servicio y asiste a un promedio de 500 parturientas por mes sin intervenciones de rutina. “La mujer por parir no es una enferma ni una criatura a la que hay que darle órdenes; los bebés nacen igual, nacen más rápido y todos la pasamos mejor.”
Durante el último Congreso de Ginecología y Obstetricia realizado en Tucumán, en septiembre último, surgieron los porcentajes estimativos de lo que en términos perinatales se entiende por “pasarla mejor”. Las estimaciones arrojaron que, en los hospitales públicos de todo el país, las parteras asisten más del 85 por ciento de todos los partos. Casi el 100 por ciento de las inducciones –trabajo de parto con goteo– son hechas por parteras. Sólo entre un 4 y 8 por ciento de las mujeres que atienden terminan en cesárea, mientras que los médicos realizan hasta un 90 por ciento de cesáreas. En los hospitales donde el sometimiento bajo el modelo médico hegemónico no es tan fuerte, la partera puede decidir partos con menos episiotomías: del 8 al 10 por ciento. Los médicos las practican sobre un 85 por ciento de la población femenina. “Somos expertas en lactancia, cuando los obstetras y pediatras muchas veces carecen de actualización sobre el tema. Somos un gran pilar en el que se apoya laatención de embarazadas adolescentes, estamos capacitadas para resolver problemas de ginecología, como pérdidas de embarazos, y hasta operamos en cesáreas junto con los médicos cuando falta un cirujano”, advierte Lembo, que se desempeñó en el servicio de Maternidad del Hospital Santojanni.
En uno de sus viajes al sur del sur, la francesa Vendela Chignac quedó tentada por Buenos Aires y porque “quería ver” cómo era su profesión en Sudamérica. “Me habían adelantado que en esta parte del planeta el lugar de la partera era diferente; yo me había formado en Alemania, donde existen casas de partos independientes atendidas por obstétricas equiparadas con los médicos en responsabilidades y salarios. Aquí todavía no hay modelos fuertes de partera, supongo que por un mito oscurantista que debemos ir borrando”, dice y agrega el episodio con personal de la inmobiliaria cuando decidieron alquilar la casa. “En medio de la explicación sobre el uso que se le iba a dar a la propiedad, tuvimos que tranquilizar al rematador y a la dueña de que no era para realizar abortos clandestinos. Les costó entender que el ejercicio de nuestra profesión podía ser legal, incluso si iba por afuera de un hospital o una clínica.”
La flamante casa de maternidad cuenta con el apoyo de la fundación holandesa Mama Cash (la misma que por estos días auspicia la campaña por un parto humanizado que protagonizan famosas de la televisión vernácula), la habilitación de la Asociación de Obstétricas de la provincia de Buenos Aires y reproduce el modelo de las casas que hace veinte años funcionan en México, Guatemala, Trinidad y Tobago, Japón, Francia, Australia y Nueva Zelanda.
“Está dirigida a mujeres que buscan una alternativa a las unidades obstétricas y para quienes el parto domiciliario, por diferentes razones, no es opción –detalla Mazzeo–. Los centros de nacimiento no fueron diseñados para reemplazar el parto domiciliario sino más bien para proveer de una alternativa a los partos medicalizados en una unidad obstétrica convencional. Y a la vez disminuye las desigualdades porque ofrece un servicio para mujeres que no tienen otra elección de acceder a servicios fuera del hospital. Por eso creo que estos espacios contienen la exclusión social creando un abordaje a la asistencia accesible, flexible, sin juzgar y de puertas abiertas. Una casa de maternidad está libre de todo control por parte de un hospital; es la parturienta quien tiene el control de todo lo que les sucede a ella y a su bebé. Mientras que en los hospitales el dolor se define como un mal que hay que fulminar con drogas, en las casas de partos se comprende que el dolor tiene una función fisiológica y puede ser aliviado con métodos probados científicamente como la inmersión en el agua, el cambio de postura, la deambulación, el masaje y la presencia de la familia. En el hospital la inducción es frecuente y emplea drogas muy poderosas que aumentan el dolor y que suponen riesgos, mientras que en las casas de partos se estimula con métodos no farmacológicos como la medicación homeopática, los paseos o la estimulación sexual. En el hospital el equipo cambia cada ocho horas, mientras que en las casas se cuenta con la presencia de la partera durante todo el proceso. En el hospital se separa al recién nacido de la madre por diversos motivos; en la casa siempre se los mantiene juntos.” A propósito de esto, no fue un desliz, acaso, que en una de sus conferencias más recientes Marsden Wagner, ex director del Departamento de Maternidad de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y referente ineludible en el tema, considerara que “puesto que los países en el nuevo milenio se están alejando poco a poco de los restos del feudalismo médico en su sociedad y caminan hacia unos servicios sanitarios democráticos, el sistema autoritario de atenciónal parto que encontramos hoy se convertirá en una situación cada vez más difícil de sostener. No se puede engañar por siempre a la gente. El público demanda, cada vez más, unos servicios de maternidad más transparentes y los médicos y los hospitales deben rendir cuentas.”
Parir siempre constituyó parte del mundo de las mujeres y siempre existieron “comadronas” para asistirlas, “sin embargo los hombres necesitan estar en el centro y controlar y manejar todo lo que ocurre a su alrededor”, acierta Wagner en tanto el manejo de la situación queda en manos de un médico que desarrolla el papel activo sobre una parturienta despojada del control de su propio parto. “No queríamos eso para Valentina”, se espantan Laura y Martín, de sólo pensar que esa beba de mes y medio que comparten entre brazos estuvo a poco de ser alumbrada sobre una camilla metálica, entre las piernas de su madre heladas de frío, los cuerpos sometidos por impaciencia de neonatólogos al roce carnal de lo que apenas dura un suspiro. “Era la llegada de nuestra primera hija y como no sabíamos mucho, pensamos tenerlo de la manera tradicional –dice Martín–, pero en la clínica privada donde nos atendíamos nos daban cinco minutos para preguntar, el obstetra ni me miraba, tenía un discurso provocativo, del tipo ‘ya van a ver’. Todo era muy atemorizante y llegamos a los seis meses de embarazo sintiéndonos muy desamparados.” Una conocida los contactó con Vendela, Marina y Alejandra, “y empezamos a asistir a las reuniones de padres que se realizan en la casa de maternidad los lunes y viernes de cada mes. Desde el primer día nos impactó el conocimiento, la calidez y la humildad de las chicas, y esa mirada femenina no interventiva, respetuosa de la pareja, sin paternalismos ni bajada de línea, sin suficiencia”, sonríe Laura, todavía sorprendida por “ese tiempo que dejó de ser cronológico para convertirse en vivencial”, desde el minuto de la primera contracción, a las tres de la mañana, hasta la llegada de Valentina a este mundo, cerca del mediodía.
“Nuestros cuerpos se mantuvieron juntos durante casi todo el trabajo de parto: éramos uno solo sintiendo activarse una parte animal, casi sexual, totalmente desconocida hasta ese momento”, se emociona Laura. “Te sentís poderosa y a la vez contenida por esas parteras que saben cómo decodificar lo que te va sucediendo” en esta forma de nacer, que sugiere continuidad antes que ruptura, postración y ese silencio de seudorrecogimiento que trasuntan los pasillos hospitalarios. “Veinte minutos después del parto estábamos tomando mate en la cama y una hora más tarde me levanté para meter en el lavarropas las toallas que habíamos utilizado. Me siento orgullosa de haber podido contra tantos miedos y agradecida por haber vivido esa instancia única de sentir que no somos enfermas, sino mujeres dueñas de nuestros partos.”
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