ENTREVISTA
Irene Gruss, poeta y dueña de una voz propia a la que siempre está persiguiendo, sabe tensar el lenguaje hasta hacerlo decir lo que ni siquiera sabía que quería decir. Ladrona confesa de alguna que otra palabra, constructora de mundos íntimos, dice que dejaría de escribir, si la abandonara la sorpresa por su propia producción.
› Por Laura Rosso
Entre las poetas argentinas contemporáneas, el nombre de Irene Gruss resuena desde los años ‘70. Irene –a pesar de no reconocerse poeta– escribe poemas desde muy chica.
En la escuela primaria, se dijo que quería “ser escritora, pero no con delirios de grandeza sino agarrar el cuadernito, esconderlo en el placard y pensar: esto es para mí”. Ese gesto secreto le permitió comenzar a dialogar con las cosas, sin que los demás intervinieran en su mundo.
“Empezar a escribir viene porque tenés ganas, porque elegís eso, para expresarte y también para zafar (de la escuela o de la familia), pero no sólo zafar catárticamente. Escribir es una manera de pensar o conversar con vos misma.”
A los 19 años Irene deja la música por la escritura. Hoy considera una maldición haber opuesto una cosa a la otra.
En cuanto a la poesía, le interesa sobremanera reconocer la propia voz, el tono con que la suya se distingue de otra: “Es una búsqueda y un encontrarse y, al mismo tiempo, poder desdecirse, desconfiar de una misma, hacer ese trabajo. Hace mucho tiempo incluí en un poema algo que dijo Miró: le preguntaron por qué cuando era joven detestaba a Cézanne y cómo era que ahora lo admiraba, y él señaló: ‘Está bien que se cambie, tener esa sorpresa en el espíritu’. Eso me fascinó. Esa flexibilidad. No todo es tan rígido. Hay poemas míos que ahora me parecen solemnes, cuadrados. Poemas que hoy no escribiría, ni siquiera estoy de acuerdo con lo que puse.”
En toda su obra ha tratado de que el objeto estético fuera justamente eso, estético: “Esto es tratar de evitar lo explícito, la bajada de línea (nuestra generación tuvo que cortar con esa manera de algunos de los ‘60), eso que se cree que por espontáneo es auténtico”.
En 1982, publicó La luz en la ventana, luego El mundo incompleto (1987), La calma (1991), Sobre el asma (1995), Solo de contralto (1998), En el brillo de uno en el vidrio de uno (2000) y La dicha en 2004.
–¿Cómo devino el escribir en oficio?
–Cuando me di cuenta de que mi diario íntimo o las cartas eran una cosa; y el hecho de crear un objeto estético, otra más que diferente. Gracias a leer a otros; a tratar de encontrar cómo eran la escritura y el estilo de otros; al más o menos, saber despegarme de las influencias o de los mandatos acerca de cómo había que escribir y/o leer. Gracias a los palos que recibí o que daba en los talleres “Aníbal Ponce” y “Mario Jorge De Lellis”, donde me crié. Eran comentarios feroces, pero al mismo tiempo, generosos. Se trataba de buscar la voz personal de cada uno.
En los talleres, Irene compartía el grupo con Jorge Aulicino, Daniel Freidemberg, Lucina Alvarez y su marido Oscar Barros, hasta hoy desaparecidos, Alicia Genovese, Jorge Asís, Mirta Hortas, Rubén Reches,Marcelo Cohen, entre otros. Desde 1986 coordina talleres en su propia casa y desde el año pasado también en la Casa de la Poesía.
–En algunos poemas incluís situaciones domésticas como lavar y colgar la ropa o pelar papas y batatas.
–Eso se dio durante la crianza de mis hijos. Ser “escritora” y además tener hijos, implica esperar a que el chico duerma la siesta para poder escribir. Pero el tema en sí lo uso de pie para decir otras cosas, algo que me conmueve, un conflicto, la historia personal y la del país, la del mundo. El tema no me interesa, lo uso como soporte. El tema es la escritura. Por ejemplo, escribí dos libros: Sobre el asma y otro que aparentemente habla sobre la vista, En el brillo de uno en el vidrio de uno. Por supuesto que debí investigar (no soy asmática), pero hablo de otra cosa, hablo del ahogo afectivo, de la relación madre/hija, de la noción del alma, la respiración. Y lo de la vista vino a cuento porque una compañera de trabajo me estimuló para usar lentes de contacto, que era el sueño de mi vida. Lamentablemente –por el cigarrillo y por una dificultad que tengo, intitulada ‘el ojo seco’–, sólo pude usarlas un tiempo. Entonces ese fracaso, junto con otras decepciones, me hizo escribir esa serie de poemas sobre la vista. La anécdota no hace al poema, es sólo una excusa.
–¿Conocés ya tu voz o seguís sorprendiéndote con las cosas que escribís?
–Es muy extraño. Me sorprendo hasta cuando leo los poemas que ya están publicados, y digo ¿por qué salió así? Si no tuviese ese asombro, moriría; sería como hace Benedetti una sacada de chorizos, con perdón de Benedetti. Trato de estar alerta contra eso, cuando pesco el recurso; por eso corrijo tanto; el no repetirme o el ‘esto que ya me lo sé, ya lo hice’. Yo necesito sorprenderme, pero más que sorprenderme es asombrarme y buscar ahí, en el asombro. Sobre todo cuando una termina un libro y empieza a escribir cosas que todavía no reconocés porque es una forma nueva que todavía no te expresa. Mi estilo no es el mismo en cada libro, cada libro es una cosa diferente.
—En Solo de contralto publicaste el poema “El jardín”, que tiene un ritmo y una cadencia especial dada en esa catarata de preguntas.
–Un día, me llamaron a las seis de la mañana para contarme que la mujer de un amigo mío había tenido un accidente, había muerto.
Había salido en Diario de Poesía una serie de fotos de toda nuestra generación. Yo tenía el Diario... desplegado y justo estaba la foto de Diana Bellessi frente a mí. El poema habla sobre la vida y la muerte, y ese vocativo –el sonido de la palabra Diana y además la expresión que ella tiene en esa foto– me contuvo mucho. Me permitió trabajar esa especie de conversación; ficcioné cosas reales y cosas no reales en ese tire de preguntas que hago en el poema. No es autobiográfico ni biográfico. Ni de Diana ni de mí. Es una figura. Cuando nos encontramos, Diana Bellessi me cuenta que hacía tres años ella estaba escribiendo un libro, maravilloso, que se llama El jardín, y las dos casi nos caemos sentadas. Ese Por qué estás diciéndome que escribir es lo único que tenemos, lo había dicho Diana durante una cena, ni recuerdo a santo de qué, y yo me dije ‘clin caja’, y lo puse. Yo afano.
Es uno de los poemas más verdaderos que he escrito; lo quiero mucho.
–¿Cuál es tu dicha?
–Son más de una y variadas. Algo parecido a la tranquilidad y a la alegría por esa tranquilidad. Tranquilidad, en un ambiente natural, cada día me banco menos Buenos Aires. A mí me gusta, cada tanto escaparme e irme a la costa. La paso muy bien. He llegado a irme por horas. Me ayuda, me carga las pilas. Yo necesito verde, aire, agua, para escribir y para vivir. Porque yo siento que cuando estoy con las cosas no soy, no hay palabra, no hay lenguaje, estoy con las cosas, con el árbol, con una piedrita, y ese silencio es maravilloso, esa conversación en silencio.¿Viste qué lindo cuándo abrís la puerta de tu casa y está calentito? Bueno, ese mismo tipo de placer tengo cuando estoy allá.
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