CINE
La comedia española A mi madre le gustan las mujeres fue acusada por la crítica argentina por “atrasar” varias décadas –aunque en la escena local las lesbianas son poco menos que fantasías eróticas masculinas–, pero el film, en realidad, hace foco en la reacción de tres hijas ya adultas y criadas en una ambiente liberal cuando su madre les cuenta que está enamorada de una joven inmigrante checa.
› Por Soledad Vallejos
Nunca dudamos de que el tono de la historia tenía que ser el de una comedia, aunque una comedia con sentimientos.” Eso contesta Daniela Fejerman desde España, a poco de que A mi madre le gustan las mujeres, la película que ella e Inés París escribieron y dirigieron tres años atrás, se estrenara en la Argentina. Y es que, partiendo de una premisa muy siglo XXI (una madre divorciada que, en sus cincuenta, hace un coming out ante sus hijas treintañeras y les presenta a su nuevo amor: una joven de la que está rotundamente enamorada), en un momento en que el matrimonio legal entre gays todavía estaba lejos de la agenda pública española, Fejerman y París demostraron una destreza nada común para llevar una historia comúnmente abordada desde buenas intenciones hueras y pedagógicas (o bien su contrapartida conservadora y moralizante), hacia terrenos amables, en apariencia livianos y que –tomando prestados gestos del enredo– termina por llevar a la pantalla un cuento sobre vínculos, ideas y experiencias de familia(s), y tropiezos de la libérrima educación progre.
Nada fácil, a decir verdad, en tiempos en que la corrección política opera a tal grado de manual de estilo que, ante este film sobre los pruritos (privados y no tanto) frente a un lesbianismo alejado de las fantasías de canal erótico, protagonizado, escrito, y dirigido por mujeres de humor gentil y oficio, un amodorrado crítico local llegó a reprocharle “atrasar 40 años” y desconocer que “en el apogeo de una liberalización de costumbres que derriba tabúes sistemáticamente (N. de R.: si alguien puede decirnos dónde sucede tamaño huracán, por favor, tenga a bien darnos su paradero), esa preferencia sexual ya no asuste a nadie”.
Susto o no susto, en A mi madre... una deliciosa (en su felicidad de enamorada en pleno idilio) Rosa María Sardá es la madre que sale del closet el mismo día de su cumpleaños, frente a sus tres hijas: la liberada post-adolescente Sol (Silvia Abascal) que para demostrar su aceptación inicial compone un tema sobre el asunto y lo estrena en un show de su banda, la apocada y casada disconforme Gimena (María Pujalte), y la neurótica Elvira (Leonor Watling, la chica en coma de Hable con ella y además cantante del recomendable grupo Marango), que –enfrascada en su crisis de los 30– siente el mundo derrumbarse sobre ella por motivos absolutamente egoístas. Con ese punto de partida, claramente alejado del tono trágico, es que Fejerman y París –probada dupla autoral con larga experiencia televisiva que debutó en cine con este largo– decidieron abordar la historia: “Porque pensamos que el humor y la ironía son siempre una buena manera de acercarse a temas que nos parecen importantes. Billy Wilder decía algo así como que si quieres que el público se trague una píldora, la envuelves primero en un atractivo papel de chocolate”.
–Por otra parte, siempre tuvimos claro que la historia de amor de la madre y su novia no era la trama central de la película, sino el detonante para hablar de las contradicciones de las hijas. En este sentido, nuestro objetivo fue presentar la nueva relación homosexual de la madre de una forma totalmente natural: el problema no lo tienen la madre y su novia, sino las hijas. Ellas son las “trastornadas”. La madre es más libre que sus propias hijas: no se resigna a que la madurez la condene en exclusiva al rol de madre y abuela, tiene una vida propia y quiere vivirla. En esa vida ahora ha entrado el amor, y lo ha hecho de la mano de otra mujer. ¡Pues bienvenido sea! –dice Fejerman.
–¿Cómo terminaron de darle forma a la historia, de encontrar el tema?
–Como guionistas que deciden pasarse a la dirección (un fenómeno bastante habitual, se ve que en algún momento nos da la pulsión de querer llevar hasta el final nuestras historias), queríamos contar una historia de personajes, que nos permitiese construir un guión sólido y volcarnos en la dirección de actores, territorio en el que, al habernos formado en el teatro, nos sentíamos a gusto y en el que creíamos tener algo que aportar. Llevábamos tiempo dándole vueltas a la idea de encontrar una historia que nos permitiese hablar de la forma especial de vivir y ver el mundo de los hijos de la “burguesía ilustrada”. Queríamos hablar sobre unos niños educados en la libertad, el sentido crítico y la falta de esquemas preconcebidos sobre las relaciones humanas, que hoy son adultos desconcertados, que no saben exactamente qué quieren ni qué les hace felices.
–¿Se inspiraron en algún caso que conozcan?
–Claro que conocimos ejemplos reales... Pero cuando encontramos finalmente la “anécdota” de la película, la idea de una madre que se enamora de otra mujer y descoloca a sus hijas, supuestamente modernas y progresistas, pensamos que teníamos el argumento ideal para hablar de este desconcierto generacional del que hablaba. Ese descoloque y ese desconcierto se personalizan, sobre todo, en el personaje de Elvira: a la compleja relación de amor-odio que mantiene con su madre, se une su neurótica personalidad que tiende siempre a amargarse la vida y a interpretarlo todo desde su “autocentración”: por eso, la elección de su madre la sume a ella en una profunda crisis de identidad sexual.
–Al momento del estreno, ¿tenían expectativas o temores por la historia?
–Claro que los teníamos... ambos. Ahora que en España se acaba de aprobar la ley de matrimonio homosexual y que la población mayoritariamente la apoya, podría pensarse que no había motivos para el temor. Pero la película se estrenó en el 2002, y aunque pensábamos que la sociedad estaba “preparada” para recibir nuestro mensaje, no estábamos seguras. El hecho fue que las reacciones superaron nuestras mejores expectativas: no sólo tuvo muy buena acogida de crítica y funcionó muy bien en la taquilla, sino que gustaba a todo tipo de públicos. Un día asistí a una función en un cine mayoritariamente lleno de “señoras bien”, bastante mayores, que salían tan contentas, tomadas del brazo, comentando la película. Otra vez, en un coloquio, la presidenta de una asociación de madres lesbianas me contó que llevaban a sus hijos a ver la película porque ofrecía un modelo positivo y desdramatizado de una madre homosexual... Supongo que, si hay alguna clave, es que la historia está contada desde la verdad y el respeto, y en un tono amable, que hace que nadie se sienta ofendido.
–Además de estar Inés y vos, en algunas críticas españolas se rescató que el de A mi madre... es el primer equipo de cine en España formado mayoritariamente por mujeres.
–Bueno, trabajar a cuatro manos en el guión ya es una tradición. Los guionistas casi siempre escribimos en parejas: el otro es tu primer espectador, tu primer interlocutor y tú lo eres para él. La presencia del otro multiplica las posibilidades creativas. Es más raro que se dé la dirección en equipo, pero sí, parece ser que somos la primera pareja de mujeres directoras. Esto, en nuestro caso, se explica por nuestra historia: no nos pusimos a dirigir juntas de casualidad, llevábamos más de siete años escribiendo, creando un universo común, y el paso a la dirección se dio de manera natural. Nuestro entendimiento y capacidad de dialogar venía ya bien aceitado, tanto que no nos dividíamos las funciones. Por otra parte, teníamos la convicción de que la idea de “Autoría”, con mayúsculas y referida a un creador único y como señaladopor el dedo divino, puede ser cuestionada en el cine, que es, básicamente, un trabajo de equipo. Que el resto del equipo hubiera sido mayoritariamente mujeres (la productora ejecutiva, la directora de producción, la ayudante de dirección y la directora artística son mujeres) no fue una decisión deliberada, se fue dando así. Y funcionó muy bien. ¡Claro que también había chicos! El equipo de cámara, por ejemplo, y el de sonido. O sea: no nos propusimos imponer ninguna cuota ni nada por el estilo.
–¿Hubo alguna escena o punto de la historia en especial que haya resultado especialmente difícil de abordar en la preparación o en el rodaje?
–El rodaje fue fluido y los actores colaboraron mucho. A Leonor Watling, como el personaje de Elvira era su primera incursión en la comedia le daban especial miedo las escenas más “cómicas”, donde ella se suponía que debía resultar graciosa. Por suerte, rodando se olvidó de esta obsesión y simplemente se dedicó a crear el personaje de Elvira y a dotarlo de una especial y, para mí, desarmante verdad. Además, arriesgando, no teniendo miedo a pasarse, y dando siempre algo nuevo en cada toma. Eliska, la checa (novia del personaje de la madre), al principio tenía algunas reservas con el tono de la peli, que le parecía un tanto ligero, hasta que le explicamos de qué trataba la historia y cuál era nuestra intención. Entonces, se entregó. Y cuando terminamos de rodar la secuencia en la que deja una carta a la madre, despidiéndose de ella, y se marcha, después de un montón de tomas en las que no paraba de llorar a moco tendido, lanzó un hondo suspiro y dijo, con su peculiar acento checo: “¡Ah, qué comedia!”.
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