Vie 15.07.2005
las12

Simplemente sangre

› Por Marta Dillon

Cuando empecé a hacer periodismo tuve un maestro, Juan Carlos Novoa, que me enseñó a leer en la trama de las noticias policiales la vida de la gente que no suele salir en los diarios más que teñida de rojo. Ahí está todo, me decía Cacho, cuando se acostumbró a que era en vano resistirse a tener una mujer en una sección que además de hacerse en la calle, se escribía en el bar de enfrente del efímero diario Nuevo Sur. Ahí, me decía, en esos cables que otros tiran nosotros encontramos vida, muerte, miseria, amor, dolor, hambre, esos sustantivos que hilvanados son como huellas de los propios pasos, la materia con la que se construyen las historias personales, ahí donde hacen eco otros datos en apariencia más importantes: las contiendas por el poder político, el ir y venir de la economía, las camarillas en el Congreso, los acuerdos de mesas chicas o grandes, el humor de los organismos internacionales, etcétera, etcétera.

En las historias policiales las tensiones diarias se han exagerado hasta estallar. El no decía que todos los pobres salen a robar, pero seguro que detrás de esos robos que llegan por cable hay una historia que es necesario tener en cuenta, y también saber contar.

Mi bautismo de sangre fue en Villa Las Ranas, en General San Martín. Habían matado al “Loco de la ametralladora”, un pibe que no había llegado a los 21 y estaba anotado en las crónicas de la época (¿1989? ¿1990?) con un prontuario que hubiera merecido 20 años de oficio en el hampa. El cable decía que lo habían “ajusticiado” en su barrio, donde todos tenían una cuenta que cobrarle al joven. Cacho Novoa me puso contra la pared, me dijo andá y hablá con la gente que la versión oficial ya la tenemos y en esa misma noche, temblando de adrenalina porque por fin había conseguido que mi machista jefe me diera una nota afuera, aprendí todo lo todo que cuentan las historias policiales. Ni el Loco era tan loco y mucho menos odiado en el barrio. Al contrario, en el velorio villero se pusieron en juego las mejores galas de cada casilla y el anís templó el ánimo suficiente como para echar del lugar a patrulleros y móviles de prensa que buscaban más leña para quemar en la hoguera del delincuente juvenil más buscado.

Entonces no sabía cuántas cosas más aprendería de las historias policiales. No había aprendido a leer entre líneas las razones del espanto frente a las mujeres que matan o que roban porque no sólo quiebran la ley si no también el arquetipo de la madre del tango, la buena, la santa, la que entiende y protege. Que todavía goza de una salud razonablemente buena. Tampoco sabía lo que se cocía detrás de esos “dramas pasionales” que tan bien pintaban al macho herido, a la loca, al ciego de celos. Y tan pocas veces, en crudo, al golpeador. El violador, entonces, era un “sátiro”, una figura casi mítica, despegada del mundo.

Hoy me acordé de esos primeros pasos por una historia que podría ser trivial si no hubiera merecido tanto espacio en los noticieros del mediodía. Se trataba de una mujer “desprejuiciada”, que se aprovechaba de “incautos inocentes” a quienes “convencía” para ir a su “casilla”, donde finalmente la “inescrupulosa” los desvalijaba. Viuda negra, la llamaron mientras la imagen mostraba un cuarto de mala muerte desde donde la habrían arrancado los policías cuando estaba a punto de robar a otro desprevenido que sólo quería un rato de sexo a cambio de unos pesos. A lo mejor ella también, sólo que no se pusieron de acuerdo con el precio. No voy a ponerme aquí a pedir misericordia para la joven ladrona (o sí ¿por qué no?), lo suyo es un delito, no vamos a calificarlo de otra manera (sin ponernos a hablar de la pena, calculo que una probation sería suficiente ¿no?), pero ¿es necesario calificar así a la chica? ¿el incauto, digo, no estaba también cometiendo un delito al usar una persona cual un objeto?¿no hay nada que decir sobre que la chica, menor de edad –frase usada para el espanto por la maldad evidentemente genética de la sujeta– estaba siendo prostituida a diario en una casilla de mala muerte que tan bien salió en cámara?

Recorriendo la semana informativa, como dicen algunos noticieros, los hechos de sangre han teñido las páginas marginales de los diarios. La violación impune de dos niñas a manos de su patrón en una estancia de Neuquén –a pesar de que las pericias forenses, como quedó claro en el juicio, daban cuenta de la agresión–, la muerte de un hombre a manos de su hijo de 14 cansado de los golpes que le daba a su mamá (“parricidio”, se tituló en La Capital de Rosario), dos presas muertas en el penal de Los Hornos (menos de cinco líneas en Clarín) y una mujer estrangulada en Villa Gesell. ¿Cuántas historias no contadas se habrán lavado con sangre? ¿Cuánto de la historia de cada una, de cada uno, se escribe con sangre y se borra con tinta?

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