Vie 19.08.2005
las12

INTERNACIONALES

La loca de Texas

La geografía de Crawford, Texas, ha cambiado. Ya no más corazones impresos con los rostros de Laura y George W.; en cambio, un grupo de mujeres denuncian, megáfono en mano, la muerte de sus hijos en la guerra de Irak. Cindy Sheenan fue la primera en instalarse a las puertas del rancho presidencial. Ese mismo día su marido le pidió el divorcio. ¿Será que la historia es circular como las vueltas en la Plaza de Mayo?

Cindy Sheenan sostiene en sus manos una bandera azul doblada a la que apenas se le ven siete estrellas mientras habla a un costado del camino que conduce al rancho texano de George Bush, en el que el presidente norteamericano pensaba descansar durante cinco semanas haciendo oídos sordos a las críticas demócratas sobre la extensión de la siesta vacacional. Sin embargo, aunque no conozca la traducción al inglés de la palabra escrache (que en Argentina impusieron los H.I.J.O.S. como el más efectivo costo político a domicilio), George W. acaba de entender lo que es no poder hacer oídos sordos. Cindy Sheenan, madre de Casey Sheenan, de 24 años, muerto en la guerra de Irak el 4 de abril del 2004, se lo hizo saber. Se lo gritó en la cara o, mucho peor, entre los ecos del sueño del vaquero que decidió la invasión a Irak. Y la mantiene.

El sábado 13 de agosto, Cindy habló para sus seguidores, en Crawford, Texas, a sólo 2 kilómetros del rancho presidencial, mientras sostenía el micrófono con una mano y con otra arrullaba –en un gesto circular, más parecido a quien carga a un bebé que a quien lleva carpetas– la bandera en la que habían envuelto el cuerpo de su hijo cuando volvió de Irak. Cuando volvió para no volver, en esa bandera a la que –ese sábado– apenas se le veían siete estrellas.

En Argentina se piensa que, en general, durante la dictadura las mujeres fueron más valientes que los hombres a la hora de reclamar por la muerte de sus hijos. Y que estuvieron (demasiado) solas. Y que, por eso, fue más fácil tildarlas de locas, las locas de Plaza de Mayo. Cindy ya había contado que, a partir de la muerte de su hijo, la relación con su marido –Patrick Sheenan– se había deteriorado y que él no estaba de acuerdo con que convirtiera su dolor personal en activismo. Tal vez por eso no sea raro, pero no deja de ser llamativo, que –justo cuando su reclamo estalló en la prensa mundial– el 15 de agosto, su marido se presentó ante la Justicia para pedir el divorcio.

El dueño del apellido con el que Cindy se identifica desde que se conocieron en una secundaria californiana y fundaron una familia típica de cuatro hijos no quiere que la señora “de” no actúe como él. “Me separé de mi marido por la guerra. Ambos somos demócratas y creemos que las tropas deben regresar a casa. Pero él no estaba de acuerdo con la intensidad de mi actividad. Quería que hiciera menos, pero yo no pude.”

Cindy, aún sólo con su nombre propio como propio, lejos del sueño americano de familia numerosa y una madurez dedicada a repeler arrugas y hornear galletas, sigue apostada frente al rancho de Texas, según dice, hasta que Bush decida recibirla para explicarle la muerte de su hijo y por qué él no mandó a sus dos hijas –Barbara y Jenna– a pelear a Irak. El argumento resulta tajantemente ingenuo, pero Cindy no lo es tanto. A los vecinos de George W. les molesta el piquete antibélico y –para envidia de Radio Diez– el indignado vecino perturbado Larry Mattlage decidió disparar su escopeta frente a una misa evangélica de protesta contra la guerra en Irak. “Sabíamos que éste era uno de los riesgos cuando decidimos instalarnos aquí. No estoy sorprendida en lo más mínimo. Esto es el país de George Bush –recalcó–. Y aunque somos pacifistas esto puede transformarse en algo violento.”

El escrache de Cindy es un golpe político en un momento en el que los norteamericanos están dejando de apoyar la guerra en Irak. Según una encuesta publicada en The Miami Herald en el 2003, el 75 por ciento de la población aprobaba la invasión y ahora el 54 por ciento piensa que es un error seguir manteniendo tropas en Bagdad. Mientras que otro sondeo de Gallup marca que el 57 por ciento de los estadounidenses siente que, a partir de la política de Bush, su país es más inseguro.

“A mi hijo lo mató George Bush. Mi hijo murió por una mentira. Y, si no es así, yo quiero que Bush me explique cuál es la causa tan noble por la que murió mi hijo. ¿Qué amenaza representaba Irak para Estados Unidos? Bush no es el liberador de Irak. Los liberadores se van, sólo los invasores se quedan. Bush dijo que los marines caídos en Irak murieron por una causa noble y que para honrar los sacrificios de los muertos es necesario seguir adelante con la misión en Irak. Eso me enfureció. No quiero que Bush siga utilizando la muerte de mi hijo para justificar la permanencia de las tropas allí”, enfatizó Cindy, ante Clarín, sin dejar de criticar el papel de la prensa norteamericana después del 11 de septiembre. “No me voy a mover de aquí hasta que Bush no me reciba, nos debe a todos una explicación y si la prensa no hizo su trabajo será una madre de California la que deba hacerlo.”

Pero Cindy está un poco menos sola. Ya hay otras 13 madres con ella esperando respuestas en Crawford, donde antes sólo se vendían souvenirs de corazones con Laura y George Bush para recuerdo de los turistas. Ahora, entre el pasto seco de la llanura texana, se escuchan otras voces. “Bush nos mintió para ir a la guerra y Casey y otros más de 1800 estadounidenses y miles y miles de iraquíes están muertos por lo que hizo. Le quiero preguntar a Bush cuál es la causa noble por la que murió mi hijo y si responde ‘libertad y democracia’ le voy a decir que eso es mentira. Dime la verdad, dime que mi hijo murió por petróleo, dime que mi hijo murió para hacer a tus amigos más ricos, para promover el imperialismo en Medio Oriente, dime eso, y no que mi hijo murió por libertad y democracia.”

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