Vie 02.09.2005
las12

POLITICA

MUJERES EN CAMPAÑA

Dicen que éste es el año de las candidatas. Elisa Carrió, Sonia Cavallo, Chiche Duhalde, Moria Casán Cristina Kirchner, y la lista sigue tanto por derecha como por izquierda. Más mujeres impresionan por el número antes que por traer junto a su figura una batería distinta de temáticas. Las que llegaron no reniegan de su condición: se distinguen como femeninas y la mayoría sigue creyendo que el feminismo es una mala palabra. ¿Son la excepción a la regla o el principio de un cambio?

› Por Soledad Vallejos

Andan diciendo por ahí que éste, indudablemente, es el año de las mujeres: ellas toman la iniciativa, ellas ocupan las primeras planas de cuanta cobertura de campaña electoral se publique, se convierten en espaderas de una pelea de damas que se cuidan bien de demostrar que tendrán mucho marido (a qué ocultarlo) pero el lugar se lo supieron ganar ellas solitas a fuerza de... ser la excepción. En su abrumadora mayoría, son femeninas y feministas. Trabajan codo a codo con los hombres y es raro verlas en compañía de mujeres. O bien: trabajan codo a codo con mujeres y se precian de exhibir modales que jamás harían sospechar de ellas a los hombres. Digámosle apego a la tradición: convierten el ámbito de la política en una réplica de los territorios domésticos.

Suelen afirmar que alguna vez habrá que debatir sobre aborto, pero que bueno, en fin, aún no es el momento: la sociedad no está preparada. Algo parecido pueden decir si se trata de educación sexual o cualquier otro rubro de la salud reproductiva (a mayor complejidad, mayor cintura). En ocasiones, recuerdan “la problemática de las mujeres”, esas pobres víctimas que son maltratadas, golpeadas, violadas: las ayudarán desde su lugar (que queda claramente fuera de los límites en que se mueven, habitan, respiran sus posibles votantes: son la excepción de la excepción), porque auxiliar magnánimamente (no involucrarse con lo propio) es su misión. Si siguen la moda, serán las fashion victims más consumadas de la comarca. Si no la siguen, el desaliño se convertirá en bandera acérrima de rebeldía... hasta constituirse en una suerte de moda alternativa.

Pueden decir una cosa, y la otra, pero también todo lo contrario: de acuerdo con lo que sea preciso esquivar, o bien excusar, o bien poner en juego para provocar sutilmente como en un juego de seducción à la Doris Day y Rock Hudson. Juegan (con y en) el cuerpo, los modos, las palabras. En el fondo, son sólo chicas, aunque políticas y, por tanto, dueñas de una visibilidad que no hace más que llevar de las narices a una pregunta: ¿qué pasa en el cruce entre política y mujeres en la Argentina?

(no) romper el molde

En el principio, fue Evita. “El problema de la mujer es siempre en todas partes el hondo y fundamental problema del hogar. Es su gran destino. Su irremediable destino (...) no quise sacar a la mujer de lo que es tan suyo (...) un hombre de acción es el que triunfa sobre los demás. Una mujer de acción es la que triunfa para los demás (...) Más que una acción política, el movimiento femenino tiene que desenvolver una acción social. ¡Precisamente porque la acción social es algo que las mujeres llevamos en la sangre!” Los fragmentos llegan como ecos desde un libro publicado hace más de 50 años (La razón de mi vida), y que bien (cargadas de optimismo) podría tomarse por una antigualla archivada en el arcón de los recuerdos. Podríamos, por ejemplo, leer con deleite arqueológico lo que la historiadora Carolina Patricia Barry escribió en la investigación “Las Unidades Básicas del Partido Peronista Femenino (1949-1955)”, recopilada en el interesantísimo Generando el peronismo (Proyecto Editorial) por Karina Inés Ramacciotti y Adriana María Valobra, que la integración masiva de mujeres a la política supo darse a partir de dos niveles separados y complementarios: por un lado, el que supo asociar capacidad de movilización “a partir de las múltiples funciones consideradas femeninas, como la educación, la organización del consumo doméstico, la asistencia social”; por otro, “las mujeres ayudaron a contrapesar las fuerzas políticas y sociales existentes tanto dentro como fuera del peronismo”. Decíamos, podríamos leer todo eso y suspirar con alivio: ahora, afortunadamente, ya no es así... ¿pero eso es cierto?

Cecilia Merchán, una de las cabezas visibles de la Red de Mujeres Solidarias e integrante de Barrios de Pie (y, a la sazón, candidata diputada nacional por Córdoba que ocupa el quinto lugar en la lista del Frente Nuevo), recuerda las palabras que escuchó hace no muchas semanas. “Eran todos profesionales. Un muchacho, de repente, dice: ‘Ahora las mujeres entran en todos lados’. Entonces, una mujer que estaba ahí dice, toda orgullosa: ‘Las mujeres empezamos a avanzar un montón, cuidensé, avanzamos en los ministerios, en todos los campos de la vida académica...’. Y ahí empezó el debate, porque, a ver, ¿qué ministerios tienen tantas mujeres? El de Desarrollo Social, sí, está lleno, pero yo quisiera ver cuántas mujeres hay en el Ministerio de Economía, por ejemplo. Ese es parte del debate que deberíamos darnos.” Y es que, al tirar del hilo, se descubre que se trata del mismo ovillo que enredó, por ejemplo, la reunión en un comedor comunitario de la provincia de Buenos Aires, mientras se discutían estrategias para mantener en funcionamiento el lugar sin descuidar la campaña electoral. Era preciso, se planteó en ese encuentro de unas treinta personas, repartir roles. “Dijeron: ‘vamos a dividir grupos, uno que haga pegatinas de afiches, hable con la gente, se encargue de cosas relacionadas con las elecciones, y otro que se encargue exclusivamente del comedor. A ver, ¿qué grupo va a la pegatina y la campaña?’ Y eran Juan, Pedro, Manuel, Roberto... ¿Cuál fue la parte buena de eso? Que todas las mujeres saltaron, porque además había más mujeres que hombres, y se dio un debate en el que las cosas, por lo menos en este caso, terminaron organizándose de otra manera. Por lo menos, ya se armaron grupos mixtos.”

La necesidad de legitimar –excusar, diríamos– el deseo de caminar por fuera de los límites de la casa propia (no confundir con el cuarto de Virginia W.) demostrando a cada paso que no por ello se descuida el lugar, la manera, los modos de ser mujer puede ser tortuoso. El derecho de piso, dice la líder piquetera Nina Peloso (asombrosamente en las sombras cuando su marido, Raúl Castells, se encuentra en libertad; visiblemente osada cuando es ella quien se hace cargo de ocupar el lugar vacante) es algo que nunca se termina de pagar. Y es que, a veces, no se puede querer tenerlo todo en esta vida: incompatibilidades, dicen. Se recurre, entonces, a una negociación que tiene mucho de pudor pero más de puesta en acto de tácticas del débil. “Es muy difícil, realmente, porque es una sociedad muy machista, y cuando una llega tarde a la casa es como que andás atorranteando. Llegás de reuniones tarde, ponele, llegué a las 12 de la noche porque se complicó una reunión... si fuera un hombre, estaría todo bien, pero como sos mujer... No es que una pretenda estar adelante del hombre, mucho menos atrás, pero sí al lado. Que las cosas sean de la misma manera para los dos. La responsabilidad de los trabajos en la casa nosotras la llevamos el triple, sobre todo en mi caso. Yo, cuando termino una reunión o movilización, vengo a casa y lo único que quiero es dormir, pero tengo que estar lavando la ropa, haciendo las compras, mirando si los chicos tienen la tarea de la escuela hecha, si tengo que acompañarlos a algún lugar... es interminable. Todo eso las mujeres mismas sí lo valoran, es como que aprendieron a hacer tarea sacrificada.” El sacrificio, ese lugar de abnegación tan íntimamente relacionado con el eterno femenino, se enlaza en las palabras de Peloso con las formas mismas de la política tal como las concibe y ejecuta. Dice: el lugar desde el que las mujeres se dan organización y entidad política es el de esos roles, “hacemos las cosas de manera diferente, porque somos más sensibles, buscamos la vuelta para que no haya enfrentamiento, que no haya conflicto, tenemos eso de hacer girar la política alrededor de la sensibilidad”. Traza un mapa, Nina, de esos puntos de partida que van tendiendo puentes para cruzar de lo estrictamente social (asistencialista) a lo político (público y de disputa de poder): “Yo soy mujer, tengo hijos, quiero igualdad para ellos. Creo que la mayoría de las mujeres lo plantea por ese lado: como ama de casa, como madre. Muchas veces no acuerdo con los discursos de los dirigentes masculinos, porque es como que no tienen tanta sensibilidad. Si bien hablan de gente humilde, es como que no tienen sensibilidad porque ser padres para los hombres no es suficiente. Para nosotras, ser madres sí es suficiente, porque tenés esa criatura nueve meses en tu vientre, y una vez que vino esa criatura, una está al servicio de esa criatura hasta que crezca, y tenés que tener con ella la atención que se merece, como madre, como familia, como mujer, como persona”.

Hay dos tipos de liderazgo femenino recurrentes en Argentina (y un tercero, el igualitario, por construirse), dice la filósofa y directora académica del Instituto Hannah Arendt, Diana Maffia, y todos ellos fueron cortados por la tijera de Eva Perón que, “independientemente de las orientaciones políticas singulares, siempre estuvo y está presente en el imaginario de lo que es la mujer en la política”. Y hay, claro, una candidata para cada modelo. El de Hilda “Chiche” (de) Duhalde, por ejemplo, viene casi al dedillo. “Ella tiene un tipo de liderazgo tal que distribuye socialmente poder entre las mujeres, ella empodera, pero siempre y cuando esas mujeres acepten lo doméstico. El suyo es un poder domesticador, se distribuye como control social: te fortalezco en tu papel de ama de casa, de madre, de esposa... Si se piensa en la relación entre género y poder, en Chiche es poder que se distribuye para control social”.

genio y figura (no habrá ninguna igual)

Cortarse sola. Ser una y única en mil mundos a la redonda. No tener parangón ni medida posible, mucho menos alguna émula mínimamente reconocible. El sueño de la chica misógina por excelencia, sí, ¿tal vez?, pero también el lugar que está en disputa en todas y cada una de las elecciones argentinas cuando en las candidaturas con más repercusión hay mujeres. La excepción es esa cumbre a la que se arriba en virtud de atributos que han sabido recolectarse a lo largo de un arduo camino (no tan afortunado como astutamente transitado), decía Beatriz Sarlo en La pasión y la excepción (nuevamente a cuento de Eva y su figura modelizante). Dijo Moria Casán a la revista Gente luego de repetir por enésima vez que ella aceptó ser candidata a diputada por el Movimiento Federal de Centro a condición de encabezar la lista porque “cuando me proponen algo voy primera o nada”: “Yo me guío por mi instinto. No me siento político (sic) ni quiero que se me ponga ese cliché (sic). No tengo la retórica de los políticos ni la quiero tener. Me parece de una previsibilidad, de una obviedad y de una falta de credibilidad impresionantes”. Y ahí están las palabras mágicas: se es porque nadie más lo es.

El encantador estatuto de la excepción recorre el mapa de las candidaturas más mentadas. Cristina Fernández de Kirchner eclipsa a quien sea que esté por debajo de ella en la lista. No se le conoce una sola aliada mujer. Hace sólo unas semanas, declaró a la revista norteamericana Newsweek que ella, aquí, era diferente a todas. Redoblando la apuesta, Maffia acota: “Ella es la excepción pero porque no quiere ser Eva Perón, quiere ser Perón. Ella expresa un poder típicamente masculino, pero además lo expresa utilizando incluso su aspecto físico de una manera fálica: ella quiere ocultar sus condiciones de mujer, quiere ser vista como alguien que tiene autoridad y poder independientemente de su sexo, y para lograrlo participa del consenso misógino de despreciar los temas urgentes para las mujeres, como la violencia de género, los derechos reproductivos. Parte de lo que hace para ser reconocida es formar parte de ese pacto misógino de desprecio hacia las demandas tradicionales de las mujeres”. Por cierto, en la entrevista con Newsweek, Fernández también dejó en claro que no apoya la despenalización del aborto.

Sin embargo, hay otro terreno que juega en el mundo de la excepción y no de manera menor: el cuerpo. ¿Cuál es el cuerpo que sostiene una candidatura? Por un lado, Chiche Duhalde hace gala de un cuerpo que no es sino la negación de sí mismo: asexuado, coartado, construido como espejo de un mundo cotidiano sin exaltaciones perceptivas ni mayores ambiciones estéticas que lograr el aspecto decente de quien va de compras al almacén de la esquina. No es malo en sí mismo, sino deliberado. Chiche Duhalde es la señora de su casa que un buen día cruzó la puerta tal como estaba y se arrojó a tender la mano para construir redes de identificación. La excepción, en el caso de ese cuerpo, de esos modos, es el de lo tranquilizador que llegó: lejos de lo inquietante, de lo no habitual, alguien en quien reconocerse. Una de nosotras allí. Mirándose en otro espejo, Cristina Fernández (que a fuerza de sostener el estatuto de la excepción ha conseguido, quién lo hubiera dicho, casi una conquista de género: que el declarado misógino Felipe Solá comprendiera que ella prefiere su apellido de soltera porque el “de Kirchner” le suena a título de propiedad y no le gusta) ha hecho del cuerpo insinuante, sinuoso y altamente sexuado su marca en el orillo. Es ese cuerpo que cifra parte de los atributos de lo femenino con precisión casi científica el que le sirve para afianzar su lugar en un mundo de hombres. Y eso por no hablar de los chistes que se permite y permite sobre sus curvas con los noteros de los programas de la tele. Porque fuera de actos estratégicamente dispuestos, habla poco, pero uno de sus temas favoritos es su belleza.

consortes

“Me llaman ‘la mujer de Zamora’”, declara la diputada Noemí Oliveto con hastío y dando lugar a una frase digna de tango. Cansada, dice, está a esta altura de la campaña de escuchar hablar de “cómo se usa este tema de ‘la esposa de...’, no importa si tenés o no identidad propia, si militaste durante años o no”, y desde ya que habla en nombre propio: hace unos días, un diario recorría listas de parejas políticas y enumeraba tranquilamente “Domingo Cavallo y Sonia, Luis y yo...”. El lugar propio, sin necesidad de legitimarse a la sombra (o a la par) de un maridaje es algo que cuesta cuando los dos miembros de la pareja se dedican a la política, y especialmente dentro del mismo terreno. Diana Maffia es ácidamente crítica e incrédula al respecto: “Actualmente hay cinco candidatos que llevan a sus esposas en las listas. O bien tienen camas muy políticas, o bien tienen incidencia social escasa. Las feministas decimos que lo personal es político, pero aquí lo dieron vuelta: lo político es personal”.

“Tampoco es fácil trabajar con los maridos, no vendamos historias que no existen. Esto de mostrar parejas maravillosas como se muestran en el poder, como si Duhalde y Chiche no tuvieran diferencias... Yo no creo en nada de eso, es muy hipócrita. No es que no hay diferencias. Es al revés: te cuesta muchísimo trabajar en política con un marido. Los maridos políticos no están exentos de ser machistas, dejar eso de lado les cuesta mucho. Es la realidad.” Lo dice Oliveto, que –a diferencia de candidatas femeninas y no feministas– ha hecho de los temas de género su caballito de batalla, y con más hechos consumados que declamaciones (fue quien invitó el año pasado a la médica holandesa pro-choice Rebecca Gomperts, fundadora de Women on Waves; quien dio a conocer el caso de Erna Ibáñez, que parió sola en su casa y fue denunciada por una médica que no atendió ni el parto ni la infección que sobrevino; quien organizó charlas sobre derechos reproductivos en la Legislatura el año pasado). “Pero la sociedad entera te llama ‘la señora de...’. Yo creo que hay que batallar, son peleas que una da, no creo que a ninguna de las ‘esposas de’ les hayan regalado el lugar, porque no es que por tener un marido político vos tenés medio espacio ganado: al contrario, tenés medio espacio perdido. Lo que pasa es que el poder, como dice Deleuze, reproduce lógicas masculinas, y las mujeres suelen tener más compromiso con su partido que con lo que realmente piensan. Entonces, ahí hay que hacerse una pregunta: ¿cuál es la obediencia más importante: al propio pensamiento crítico o a una estructura partidaria?

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