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Las dos heroínas de acción más descollantes de los años ‘70 están de nuevo en la televisión, lozanas, corajudas y animosas. La Mujer Maravilla y la Mujer Policía abrieron caminos en la ficción y contribuyeron a quebrar el estereotipo de la pasividad femenina. Linda Carter y Angie Dickinson fueron sus intérpretes ideales durante varias temporadas.
› Por Moira Soto
En la segunda mitad de los años ’70, dos chicas de acción coparon la pantalla televisiva luchando con inteligencia, denuedo y parejo éxito contra villanos de todo tipo y pelaje. Una tenía poderes especiales, la otra no. Una era morocha y veinteañera, la otra cuarentañera y rubia.
La Mujer Maravilla provenía –como en la historieta original– de un sitio mitológico, la isla Paraíso, en donde vivía con una comunidad de gentiles y tranquilas amazonas hasta que un piloto norteamericano, el mayor Steve Trevor, se estrella en esas playas floridas. La princesa Diana, hija de la reina Hipólita, se encarga de devolver al hombre (el primero que ve en su vida) a su país de origen en un avión trasparente. Una vez en los Estados Unidos, considerando que la necesitan para combatir a los nazis y otros males, la amazona con los rasgos de Lynda Carter se queda como asistente (con anteojos y tailleur) de Steve, pero manteniendo una doble vida al cambiar el atuendo mediante una vueltita y así poder actuar con los recursos mágicos que le asignó su madre, en representación de la diosa Afrodita.
La Mujer Policía, es decir, la sargenta Suzanne Anderson, apodada “Pepper”, es una ciudadana normal de Los Angeles que trabaja en el Departamento de Conspiración Criminal, donde realiza investigaciones de alto riesgo. Es divorciada y tiene una hija autista que apenas aparece en la primera temporada de la serie. Pepper, con su pelo ligeramente batido, rara vez exhibe las perfectas piernas de Angie Dickinson que tanto elogiara Howard Hawks (que la dirigió en Río Bravo) porque prefiere los pantalones, oxford o rectos, combinados con remeritas o chaquetas al tono.
Si bien llevan a cabo misiones tan diferentes como los recursos de que disponen, Maravilla –que actuó en los ’40 en la primera temporada, luego en los ’70 en las siguientes– y Pepper mantienen relaciones platónicas, romances latentes con sus respectivos jefes, Steve y Bill (menos casta, la sargenta se permite algún que otro affaire paralelo). Como la Dana Scully de Los expedientes X, ellas siempre parecen estar en vísperas de algo que se insinúa a través de actitudes que exceden el mero compañerismo, pero que nunca termina de concretarse. Quizás por aquello de que los amores en suspenso, idealizados, eluden el desencanto y el deterioro...
En los ’70, pues, las madres y abuelas de las niñas que hoy miran a Las Chicas Superpoderosas encontraron en la Mujer Maravilla y en la Mujer Policía a heroínas activas, audaces y justicieras con las cuales identificarse (también andaban por ahí unos Angeles, pero eran de Charlie y no ponían el género por delante). Aunque sin duda ubicadas en la vanguardia de las precursoras televisivas, vale recordar que ambas fueron precedidas por otras desenvueltas profesionales del ramo, como las que encarnaron Beverly Garland en Decoy (en 1957, primera mujer policía de la tele), Diana Rigg como agente secreta británica en Los vengadores y Barbara Feldon como la 99 de El Superagente 86, en los ‘60. Después llegarían las Cagney & Lacey y tantas otras arriesgadas que pasaron por encima del estereotipo de la pasividad femenina. Y éste es el siglo en que se han multiplicado las Dark Angel, Alias, Lily Rush (de Cold Case), Monica Rawling (The Shield) y demás protagonistas de series, entre las que tienen su lugarcito las policías locales de Poliladron y 099 Central.
Treinta años después de haber irrumpido en la pantalla de TV, la Mujer Maravilla (1976-1979) y la Mujer Policía (1974-1978) están de vuelta en la misma señal de cable, Retro. La amazona pacifista pero no impasible renueva sus aventuras de lunes a viernes a las 12 y a las 18, mientras que la sargenta levantisca pero de corazón tierno va los sábados a las 22.
Barras y estrellas, lazo y pulseras
En la historieta de DC Comics que empezó a publicarse en los ‘40, es la mismísima Afrodita la que decide que Diana debe ir al mundo de los hombres, y la reina Hipólita acepta entre lágrimas. La princesa gana el torneo y su madre le entrega el breve traje (corsage rojo recamado de oro, minishort azul estrellado) y Diana –según la traducción mexicana– se resiste: “Perdón, madre, pero yo no quiero usar eso”. En el primer capítulo de la serie que podrá verse el próximo domingo 4 a las 13 (en una antología de primeros episodios de series), The New Original Wonder Woman, Diana y sus amigas retozan en etéreas y cortonas túnicas por la playa cuando descubren a Steve desmayado, que es atendido en el hospital.
La reina en su palacio rodeado de jardines le recuerda a su hija que después de haber sido esclavas en Roma, “descubrimos esta isla donde hemos vivido en paz, armonía y hermandad, sin hombres, libres de sus guerras, de su codicia, de su bárbaro comportamiento masculino”. “Mamá, han pasado mil años”, le replica esperanzada Diana. “Tal vez ahora sean diferentes.” Obviamente, esta versión de las amazonas se aparta de la leyenda que las describe como una horda de marimachos feroces, con un pecho amputado para mejor manejar el arco, que sólo atrapaban varones para reproducirse. Aparte de que para las habitantes de la isla Paraíso mil años no es nada, hay que acotar –por si alguien no vio nunca ni una historieta ni un capítulo de la serie ni una foto de la protagonista– que Lynda Carter está provista de dos señoras lolas, imposibles de disimular.
Bueno, Diana gana el torneo enmascarada y recibe el traje que evoca la bandera norteamericana (diseño de la reina para demostrar su simpatía por la libertad y la democracia), el cinturón de oro y el lazo que obliga a las personas a decir la verdad, con el consejo de la madre de usar estas armas con sabiduría y compasión.
Diana se va entonces con Steve inconsciente en el avión trasparente (sólo se ve a la pareja en posición de sentada, entre nubes) directo a Washington (mientras que los nazis que quieren atacar a Estados Unidos pasan por la Argentina para abastecerse de combustible). Una vez llegada, la joven vestida de Maravilla corre con Steve en brazos hacia el hospital, donde se presenta tan fresca como la enfermera personal del militar.
A partir de ese momento, se suceden las increíbles aventuras de Diana en suelo norteamericano: primero, como cualquier Hombre Araña o Batman, les para el carro a unos ladrones, después descubre que el tipo que le da trabajo en el teatro es un malvado y que Marcia, la colaboradora de Steve, es una colaboracionista de los nazis. Con su inteligencia, su lazo de la verdad, sus brazaletes antibalas, sus acrobacias prodigiosas, Maravilla hace el bien a los buenos, supera todos los riesgos, sin torturar y sin matar. Incluso puede llegar, varios capítulos más adelante, a convertir a la causa norteamericana a Fraulein Fausta, una linda y atlética nazi, favorita del propio Führer.
No siempre Diana pasa del trajecito y las gafas al escueto atuendo de colores primarios. Cuando la ocasión lo exige –una excursión submarina, por caso–, la vueltita le sirve para enfundarse en un ajustado traje de buceo azul, con pechera estrellada y guantes. En otro episodio, giro mediante, sumará una capa también embanderada, con barras y estrellas. Pero ella siempre atérmica, capaz de andar con sus largas piernas y sus brazos torneados a la intemperie, tanto en verano como en invierno.
Los nazis, con sus conexiones en Buenos Aires, quedan atrás en la segunda y tercera temporadas, cuando Maravilla se instala en los ’70 con la misma naturalidad con que transitó en los ’40. Casi siempre sonriente, relajada, con un destello de humor en sus ojos claros y con esa cinturita exigua. Desde luego, nunca nadie sospecha que la señorita formal de lentes es la misma que aparece inesperadamente ataviada de Maravilla. Ni siquiera el mayor Steve Trevor, que es un héroe americano y la tiene requetevista de las dos maneras. Así son las convenciones en las narraciones de estos/as héroes y heroínas de doble vida, una común y corriente, la otra francamente milagrosa.
Una dama bien condimentada
Si la Mujer Maravilla cambia de ropa y suelta el rodete gracias a un giro, la Mujer Policía, agente encubierta en misiones peligrosas, adopta a menudo diversas personalidades (y pelucas) según los casos en los que debe trabajar. Cuando fue convocada para el papel, Angie Dickinson tenía 43 espléndidos años y su presencia en la serie causó un impacto inmediato. Se decía que las mujeres se identificaban con su autonomía, su coraje y eficacia, mientras que los hombres se enamoraban de su belleza sensual y su estilo canchero pero nunca sobrador. Dickinson, a través de los episodios, lució una amplia y colorida colección de pantalones y t-shirts, a veces con chaqueta haciendo juego, y se ganó el Globo de Oro en 1975 como mejor actriz dramática.
Al igual que Maravilla –aunque sin objetos mágicos ni poderes especiales, sólo con una pistolita en la cartera– la sargenta Pepper (pimienta) siempre dio muestras de sensibilidad frente a la injusticia, el dolor, la muerte. Lleva su sobrenombre con mucho salero, y la verdad es que no tuvo jamás demasiados problemas de misoginia con sus compañeros, quienes a lo sumo hacen algún chiste remanido con referencia al tiempo que ella emplea en empolvarse la nariz. A lo que Pepper responde, según el doblaje: “Cuando es necesario, la polveo”. También se bate un poco el pelo y nunca falta delineador orlando sus vivaces ojos.
En algunos de los roles que cubre, le toca hacerse mimos o besuquearse, con su jefe o con otros hombres, cosa que Pepper realiza de buen grado, y a veces, incluso, pasa a mayores. Pero con su superior, jamás. Aunque sí le acepta invitaciones a comer algo de chatarra en distintas cafeterías que él conoce como la palma de su mano. De narcos a traficantes de niños, Pepper está en todas, siempre animosa, aunque en oportunidades se revele cuando no está de acuerdo con los procedimientos.
Pese a que se ofrecen muy pocos datos sobre la historia personal y los intereses de la sargenta, Angie Dickinson se las compone para darle espesor, calidez, simpatía a su rol. Es verdad que si se la compara con algunas de las mujeres policías de la actualidad en la tele, Pepper puede parecer un pelín simple e ingenua, así como esquemáticos los casos que enfrenta. Pero ése es justamente su encanto como precursora y dignísima representante de una época de transformaciones.
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