SOCIEDAD
Los cambios en la vida de las mujeres en las últimas décadas tienen un eco inmediato en la conformación de las familias. Hoy, la decisión de tener hijos se demora, atada a las expectativas laborales o profesionales. Y aunque todavía subsisten los prejuicios sobre las que directamente deciden no ser madres, también aparecen estudios a tono con las nuevas pautas sociales. ¿Se corrió la alarma del reloj biológico?
› Por Sonia Santoro
Me deprimía cuando amigas mías empezaron a tener hijos, decía ‘pobres, estaría bueno que pierdan la vida en otra cosa’. Me aterra pensar que un hijo te cambia la vida, me da miedo a perder el cuerpo, la independencia, lo que hasta ahora me parecía que era sinónimo de libertad. Pero esta primera idea del temor a que te cambie la vida empieza a modificarse. Ahora empiezo a pensar que tal vez el año que viene me encantaría quedar embarazada, por primera vez.” Ahora, repite Andrea Danoso de tanto en tanto, quien ahora tiene 33 años. El ahora de Gabriela Blanco, profesora de matemáticas de la UBA, ronda los 34. Y este año también empezó a sentir que el próximo podría ser madre. Profesionales, independientes, solteras, hasta el momento habían soñado con una vida sin “encierro” familiar ni noches sin dormir por un llanto. La maternidad, estaban seguras, no era para ellas. Pero algo pasó. ¿Será el reloj biológico? ¿El peso de la cultura? ¿Qué les pasa a los treinta y pico a las mujeres que no tienen hijos? ¿Y por qué justo a esa edad?
“Yo no quería hijos porque también había criado a mis hermanos, soy la mayor de cinco”, cuenta Andrea. Pero ya no piensa eso. ¿Qué influyó en su decisión? Muchas cosas: se compró un departamento, tiene pareja estable, vio que sus amigas podían articular hijos con trabajo. Andrea dice que el antecedente inmediato que le hizo tener confianza en su posibilidad de ser madre fue la enfermedad de su gato. Estuvo tres días internado, hasta catéter le pusieron; y fue ella, solita, quien se ocupó de que estuviera bien. ¿La edad habrá influido? “No siento que me corra el tiempo”, dice.
Hace unos meses, se difundieron los resultados de una investigación, al menos polémica: contra la corriente científica que venía diciendo que entre los 20 y 25 años era la edad preferible para ser madre, el investigador inglés John Mirowski estudió a 3000 mujeres y encontró que desde el punto de vista puramente físico los problemas de salud comienzan a disminuir a los 22 años y alcanzan el nivel más bajo a los 34 años, la nueva frontera ideal para la maternidad. ¿Esto quiere decir que se está corriendo el reloj biológico?
Para la psicoterapeuta familiar Laura Gutman, esa posibilidad es terreno de la fantasía: “Los relojes biológicos son exactos y misteriosos al mismo tiempo. Las mujeres, en la medida en que menstruemos, podemos concebir, parir y criar niños. Y mientras seamos fértiles esto es así, independientemente de los cánones sociales de la época, la cultura o la moda. No hay ningún reloj biológico que se corre, hay modos de interpretación cultural de nuestros relojes internos”.
El obstetra Carlos Burgo avanza un poco más: “Decir que la edad ideal es tal es algo demasiado presuntuoso. Hay muchos factores que intervienen en la evolución del embarazo y la capacidad para parir, no tiene que ver con la edad sino con condicionantes como proyecto de vida, calidad de vida, experiencias. Lo que se puede decir desde el punto de vista biológico es que la naturaleza ha determinado que las mujeres jóvenes estabilizan su ciclo menstrual entre los 20 y 22 años y a los 37 o 38 años empiezan a aparecer nuevamente trastornos del ciclo. Entonces la plenitud biológica podría entenderse entre esas franjas. Pero lo que hace a la diferencia no es la edad, no podría decir que es más óptimo a los 25 que a los 35, ahí entran otras cuestiones vinculadas al deseo de tener un hijo, al significado que le dé la pareja, que es el eje fundamental por donde pasa la vida”.
El aumento en la edad para parir es una tendencia en Europa. “A lo largo del siglo XX fue acentuándose la tendencia de restringir la cantidad de hijos, de postergar la maternidad y hasta de decidir no tenerlos”, recuerda Mónica Soraci en ¿Hijos? No, gracias, de Editorial Longseller. Estadísticas globales sobre lo que sucedió en nuestro país en los últimos 20 años no indican grandes cambios en cuanto a la edad de parir, pero sí cuando se pone en juego el nivel de instrucción de las mujeres (ver recuadro); lo mismo ocurrirá seguramente si se tiene en cuenta la diferencia entre los sectores urbanos y los rurales, entre Capital Federal y el interior del país.
En este sentido, Liliana Hendel, psicóloga y periodista de Canal 13, opina que más que un corrimiento del reloj biológico lo que se produjo es “otra inclusión de las capas medias de las mujeres en el ámbito del trabajo”. “El atraso en la edad se produce en las capas medias –dice–, que le dan más importancia a generar el dinero propio, tienen plena conciencia de lo que implica el crecimiento en una empresa, o hacer un master o una capacitación. También me parece que hay cierta sobrevaloración de la presencia de la madre en la crianza. Pertenezco a esa generación que valoraba tener un título y ejercerlo, la práctica después nos demostró que terminábamos ejerciendo muy pocas porque la mayoría se quedaba en la casa con los hijos. Pero nosotras no suponíamos que si el bebé se enfermaba era porque no estábamos. A lo mejor hace falta una generación más para que trabajar no signifique la renuncia de la maternidad y viceversa.”
Cuando M.G.S. (pide ocultar su nombre por temor a represalias) volvió a trabajar después de haber tenido a su primer hijo, literalmente había desaparecido de la empresa de retiros de seguro donde se desempeña desde hace 11 años. “Me dieron de baja el usuario, no tenía mail, no tenía clave, mi historia desapareció”, cuenta, ya con un segundo hijo de seis meses y los mismos problemas. “Te tratan como si nunca te hubieras ido: te tiran el trabajo como si estuvieras al tanto de todo y, si no lo estás, jodete porque faltaste tres meses. Jamás me imaginé cómo me iban a relegar a nivel laboral por tener hijos. Hubo varios ascensos y nunca me tuvieron en cuenta porque estaba embarazada, y ahora porque tengo hijos chicos. No te ofertan nada ni te tienen en cuenta, deciden por vos”, dice.
Andrea F., secretaria de una empresa desde hace 9 años, está embarazada por segunda vez. El tema la preocupa: “No sabés si vas a seguir teniendo trabajo después de tener un hijo. Si estás en blanco, sabés que no te van a echar hasta el séptimo mes del hijo. Con mi otro hijo ya me había averiguado todo. Da miedo, las oficinas tienen una mentalidad muy machista, las promociones se dan a hombres, si tenés un hijo olvidate de tener un puesto de gerente”.
El trabajo, como se ve, es un factor que puede influir en la elección del momento para ser madres. “Esta es una sociedad que sacraliza la maternidad pero no la alienta en lo cotidiano. No hay guarderías, no hay horarios flexibles para las madres, no hay horarios compartidos, el trabajo en la casa es complicado, a las empresas no les gusta. Y en un país donde la crisis más importante es conseguir el empleo, la calidad del empleo es el paso siguiente. Cada una de esas cosas impacta en el tema de la maternidad que no es simplemente ‘cómo están mis hormonas para tener un hijo’”, opina Hendel.
Gabriela Blanco, la profesora de matemáticas, dice que su carrera influyó mucho sobre el tipo de vida a llevar. “En matemáticas hay muchas parejas que no tienen hijos porque no quieren; laburan mucho y es un trabajo muy solitario.” ¿Será casualidad que ahora que ella está trabajando menos para incursionar en la actuación esté pensando en tener hijos? Como sea, su futuro laboral en caso de tener un bebé todavía no lo tiene planeado: “Esperaría un momento donde tenga ganas de tener un hijo para dedicarle más tiempo y hacer un parate con el trabajo. No me gustaría tener un hijo y estar todo el día fuera de mi casa. Por lo menos por un año o dos”. Aunque obviamente hubo otras cuestiones. Viene de una historia familiar de mujeres que parieron grandes. Ella es la primera de cuatro hermanos y su mamá tenía 30 años cuando la tuvo. Antes, cuenta, “tenía fobia de la familia por la cuestión del encierro de tener hijos, la vida familiar”.
Tampoco tuvo pareja estable. Sin embargo, ahora tampoco la tiene y ve la parte linda de la relación de los padres con los hijos. ¿Por qué ahora? ¿Será la edad? Gabriela dice que no, que la llame en unos años.
“Es cierto que a los 35 años una mujer que no buscó un embarazo empieza a tener temor de que está llegando a un límite para la crianza de un hijo, en su capacidad para parir; hay como una vivencia generalizada de que a partir de esa edad puede haber impedimentos físicos. Lo que aparece primero es el fantasma de la malformación. Epidemiológicamente está avalado el hecho de que a partir de los 35 años la incidencia de presentación de malformaciones vinculadas a las trisomías (grupo de enfermedades entre las que el síndrome de Down es la más conocida) aumenta”, recuerda Burgo.
M.G.S. tuvo su primera hija a los 28 años porque para su familia ya estaba pasada en edad. “Yo a los 20 me sentía vieja, tenía que tener hijos, según mis viejos. Hoy que tengo 31 pienso que a los 35 podría empezar a tener. Cambié porque me sigo sintiendo joven, cuando entrás al mundo de la maternidad y ves a otras mujeres que son madres a los 40 y están bárbaras... De hecho nunca estuve preparada para ser mamá, no es cuestión de edad, es una maduración. Mi primera beba fue un golpe para mí. Es algo que tiene que ver con la mente, no con el cuerpo –dice–. Yo era muy chica y hacía caso a todo lo que me decían mi mamá, los médicos, todos... y me volvía loca. Que había que sacar el chupete a tal edad, que los pañales a tal otra. Ahora con el segundo estoy mucho más relajada.”
Para Gutman eso está claro: “Hoy en día, me preocupo más por jóvenes muy inmaduras que llegan a la maternidad sin saber qué quieren de la vida, que por mujeres conscientes y autónomas que deciden traer un hijo al mundo a los cuarenta y cinco años”.
Ya lo decía Einstein, el tiempo es un concepto muy relativo. Y todavía no apareció una teoría que lo desmienta.
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