CRONICAS
Nelly Veliz es la presidenta del Movimiento de Campesinos de Santiago del Estero, una organización que lleva más de 15 años resistiendo los desalojos de los pobladores autóctonos y el desmonte permanente de una tierra que también ha sido copada por la soja y que cada vez se parece más a un desierto verde. Retrato de una mujer que desafía al sol y también a las topadoras.
Por Silvia Marchant, desde Santiago del Estero
La camioneta salió a las 8 en punto de la capital de Santiago del Estero por la ruta nacional Nº 64, abriendo bosques de quebrachos y algarrobos, rumbo a Guampacha, un pueblo ubicado a 68 kilómetros de la ciudad. Cuando ya el paisaje comenzaba a perderse entre sierras, Nelly Veliz, la presidenta del Movimiento de Campesinos de Santiago del Estero (Mocase), señaló al chofer que debía girar hacia la derecha. El vehículo se sumergió por un camino de tierra ávida de lluvia y su presencia indicó a los campesinos de la zona que era día de reunión.
En Guampacha vive la presidenta del Mocase, una organización que desde 1989 nuclea a campesinos de diversas zonas de Santiago del Estero que se unieron para defender sus tierras y para resistir cuando algún empresario o latifundista los quiere desalojar de sus campos, “ostentando títulos de propiedad que la mayoría de las veces son falsos”, acusa Veliz.
Silvia también vive en Guampacha. “Mi abuelita vivía aquí, murió hace poco, a los 115 años, pobrecita. Mire si alguien va a venir a decirme que estas tierras no son mías”, pregunta la mujer. “Pero no se crean que yo tengo miedo, a mí nadie me va a sacar de acá”, advierte Silvia, que aprieta entre sus manos un trozo de delantal de cocina color blanco.
El año pasado, los habitantes de Guampacha instalaron una carpa para resistir las advertencias de un empresario santafesino que “amenazaba con desalojar a todo el pueblo esgrimiendo que las tierras eran de él”. La resistencia duró meses. En la carpa los campesinos pasaron días y noches en medio de las altas temperaturas santiagueñas. Festejaron Navidad, Año Nuevo, cumpleaños, nada los hizo abandonar el lugar. Un grupo de jóvenes abogadas decidió ayudar al movimiento. Pronto saldría a la luz que un grupo de policías de la zona había actuado en complicidad con el empresario. “Por eso, ninguno de nosotros sabíamos cómo de la noche a la mañana estos policías que viven en el pueblo se habían hecho de autos y casas lujosas”, murmura Veliz.
Los empresarios recurren a muchos artilugios para desalojar a los campesinos de sus tierras: queman viviendas y cosechas, intimidan a las familias, roban animales, destruyen con topadoras lo que encuentran a su paso, entre otros atropellos. “Muchas veces los que dicen ser dueños llegan con personal policial y los campesinos se inhiben, y como ven a la policía piensan que tienen que obedecer. Pero no es así. Por eso, nosotros hablamos con la gente y les explicamos que no deben abandonar sus tierras bajo ningún aspecto. Si hay alguien que dice ser dueño, un empresario o el que fuere, tiene que iniciar un juicio y presentar los papeles. Es la Justicia la que tiene que determinar. Sin embargo, la Justicia en Santiago ya todos sabemos cómo es. Pero no hay que perder las esperanzas”, sostiene una de las abogadas del Mocase, Silvia Corbalán.
Corbalán y otros abogados de Santiago del Estero conformaron hace un mes la asociación Práctica Alternativa del Derecho (Prade) para ayudar a los campesinos y darle un tinte social a la Justicia. Ellos intervinieron en la defensa de los campesinos de los departamentos de Copo y Pellegrini, pueblos cuyo remate se encuentra en suspenso hace más de un mes.
El vehículo que transporta a Veliz deja atrás la figura de Silvia y su familia, que se pierden entre la estela de tierra que produce la camioneta al pasar. En medio de una extensa aridez donde sobreviven quebrachos, algarrobos, tunas, cabras y ganado vacuno, aparece la casa de Rosario, frente al destacamento policial, la escuela y el registro civil. Su hija, María de los Angeles, participa de los cursos de capacitación para campesinos que realiza el Mocase. “La idea es que los jóvenes sepan qué tienen que hacer si alguien llega a sus campos y los amenaza con sacarlos a la fuerza del lugar”, señala Veliz.
Los cursos se efectúan en el obispado de la provincia, en el marco de la Mesa de Tierra de la provincia, una de las iniciativas que llevó adelante el ex obispo Juan Carlos Maccarone a favor de los campesinos. “Maccarone llegó al puesto de obispo apenas falleció en un accidente muy dudoso el ex obispo Gerardo Sueldo –recuerda Veliz–. Maccarone continuó con la misma línea de Sueldo, quien venía trabajando con y para el pueblo, sobre todo del campesinado. Estaba comprometido con la causa social. Nos duele y repudiamos lo que han hecho con Maccarone y también con Sueldo. Hay muchos que no quieren que el pueblo piense y pelee por sus derechos. Se ha ido Juárez, pero quedan los juarecitos.”
Al amplio patio de la casa de Rosario fueron llegando los campesinos. Algunos llegaron caminando, otros en bicicleta. En la reunión hablaron sobre la situación de las tierras de Guampacha. En esta región que se extiende por 11.500 kilómetros, los predios son comunitarios y los animales no encuentran cercos a la hora de pastorear. Los que sí ponen cercos son algunos vecinos que no hace mucho llegaron al lugar, derribaron el monte virgen y se dedican a cultivar soja. Cuando alguna cabra pasa a esos campos, a los campesinos les es difícil recuperarlas. Las cabras pueden morir, ser vendidas o, en el mejor de los casos, si el dueño quiere recuperarlas debe pagar veinte pesos. El monocultivo de soja que creció a pasos acelerados en la Argentina y gran parte de Latinoamérica es una de las razones por las que los campesinos, que en su mayoría no poseen títulos de propiedad, son despojados de sus tierras.
Por ahora, la situación de Guampacha está tranquila. Los campesinos hacen frente a dos juicios, uno penal y otro civil. Pero todavía viven en sus tierras. La reunión del Mocase en Guampacha terminó al mediodía. Pero todavía estaba pendiente el encuentro con la gente de Guasayán, a 20 kilómetros del lugar. Nelly se despidió y se subió a la camioneta de Bienaventurados los Pobres (BePe), una organización que también da capacitación a los campesinos y que ofreció el vehículo para realizar el viaje; el chofer, un ingeniero de BePe oriundo de Catamarca; la otra acompañante, Juana Barrientos, una ingeniera de origen campesino que estuvo a punto de perder sus tierras en El Remanso, al sur de la ciudad de Santiago.
Para llegar a Guasayán hay que subir una sierra. Una vez en lo alto, las sierras se multiplican. Y no muy lejos está el límite con Catamarca. El camino se vuelve sinuoso. La cita es en la casa de Nina de Ledesma. Nina ceba mate, convida leche de cabra con arroz y toma la posta del encuentro. Leyó para los presentes un artículo publicado en la revista conservadora La Columna, de Santiago (que en su tapa defenestra al sacerdote Jorge Lamberti por la labor social a favor de los pobres de esa provincia), donde explicaban que en Guasayán “no hay problema de tierras”.
“La situación de los campesinos en Santiago del Estero no da para más –asegura Veliz–. Tenemos gente detenida. Lo que pensamos es qué les estamos dejando a nuestros hijos. Todos los campesinos plantean la misma situación. Hay muchos proyectos. ¿La gente qué hace sin tierra? Y ¿si no tiene seguridad? Porque en cualquier momento llega una empresa que dice ser dueña y arrasa todo con la topadora. El Gobierno no puede tapar con un gran sombrero esta situación.” Por eso, el Mocase realizará el 9 de septiembre una marcha hacia la Casa de Gobierno provincial.
La jornada de reuniones llegó a su fin, Veliz emprende el regreso junto a los ingenieros de BePe y esta cronista. Todos vieron esa camioneta que entró al lugar. Era de color blanco y se detuvo al costado del camino. Tres hombres con escopetas bajaron de ese vehículo. “Es gente de otros sitios que llega, mata y faena a nuestros animales. Eso era algo que hacía Musita Azar. En Santiago existen muchas carnicerías clandestinas que crecen con la carne de nuestros animalitos.”
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