ARTE
Grabando el Sur
Siete artistas plásticas acaban de inaugurar una muestra colectiva en el Centro Cultural Borges. Unidas a través de un grupo llamado Grabadoras del Sur, marcadas por la impronta que les legó su maestro, Alfredo de Vicenzo, las grabadoras rescatan y ponen a tono de la época esa técnica, cada una a su manera y con un lenguaje propio.
› Por Soledad Vallejos
Juntas, pero no revueltas” podría ser la consigna de las siete mujeres que acaban de inaugurar una de sus muestras colectivas en el Centro Cultural Borges. Porque Grabadoras del Sur se presenta, es, reacciona ante ciertos estímulos, sí, como el grupo que es, pero si algo las caracteriza como un todo, definitivamente son las diferencias y las individualidades bien marcadas. Todo comenzó unos cuantos años atrás, en el taller del mítico grabador Alfredo de Vicenzo, gran maestro de técnica, pero también padre artístico capaz de demostrar que un oficio es bastante más de lo que se piensa. Después de sacudirse la gran carga de testimonio y mero registro que casi desde su nacimiento había arrastrado, la técnica del grabado mantuvo una vida subterránea, casi de bajo perfil, sólo alcanzable para entendidos. Pero de un tiempo a esta parte, una cantidad considerable de muestras, eventos, trabajos, viene rescatándolo con más o menos énfasis, partiendo de su clasicismo y también transformándolo, pero inevitablemente demostrando que siempre fue mucho más que un buril bonito. En eso estaba, decíamos, este arte que requiere como pocos del esfuerzo físico, cuando siete alumnas memorizaban una de las frases de cabecera de su maestro: “La chapa, el grabado, es como la vida. La tenés que doblegar, pero primero tenés que conocerla para poder manejarla. Una vez que aprendés a hacerlo, te puede dar montones de cosas”. Y que esa frase suene en medio de la gran tertulia grupal no es casualidad.
“El compromiso es el trabajo. Pero el oficio en sí, más que un punto de partida, es un sustrato. Cada una de nosotras ha ido elaborando un proyecto de creación, y en las muestras que venimos haciendo desde hace unos años se ve una continuidad”, dice Mara Sánchez. Si de algo no puede acusarse a estas chicas, es de clásicas y conservadoras. Habiendo aprendido a manejar aguafuerte, buril, habiendo encontrado la vuelta a eso de doblegar la chapa, todas y cada una de ellas han optado por la investigación. Se internan, con sigilo, algunas, con el descaro del que se siente seguro otras, en terrenos que jamás podrían ser asociados con la tradición.
NORMA VILLARREAL
Hay colores vivos, hay trazos, hay formas que se ven cálidas. “En experimentación, estuve trabajando con los colores, me basé en las estaciones: verano, otoño, invierno, primavera. Todo eso trabajando con color simultáneo, que permite una diversidad de variantes”, recuerda Norma frente a uno de sus “Paisajes del alma”, una serie de ¿retratos? de ella, de la naturaleza (su gran tema), de la comunión entre ambos, que fue realizando gracias a su relación con cierta localidad de Córdoba. Le importa el pequeño formato, “porque insisto en que se tienen que detener. Te tenés que detener, tenés que observar, más allá de que te guste o no.”
MARA SANCHEZ
Dentro de un marco, un fondo de palabras, una guarda de sapos, algunas moscas. En otro, sapos enmarcados por sapos, sobreimpresos sobre palabras con cita bibliográfica. Dentro de otro, una receta de ranas a la provenzal, unas ranas felices de llegar al centro del cuadro... y fotos de Doña Petrona, con el sellito del Archivo General de la Nación. “Los animales y los insectos no tienen que ver con lo ecológico, son sapos que no hablan de la ‘sapedad’, moscas que no hablan de la ‘mosquedad’. Hablan de lo que estoy buscando, de lo humano, aunque sean animales. Yo venía de elegir al sapo para trabajar el tema de lo amoroso, pero lo elegí como podía haberme quedado con otro animal. Aunque el sapo es un animal del que todo el mundo tiene algo que decir. Y por otro lado yo siempre trabajo con textos: los incluyo, me remito a textos, hay citas. Me interesa trabajar en el conocimiento, en cómo se lo construye, y cuál es la relación entre lo estético y otras cosas que tienen que ver con lo académico, lo científico, el relato mítico. Por eso entra el texto escrito.” Por ese camino se lee la receta de la cocinera de América: lo institucionalizado, la letra de molde, la Argentina que comía recetas con ranas y pagaba millones de ingredientes sin gran esfuerzo. Y todo eso colgado en un centro cultural.
SILVIA ROCCA
Docente en su casa, ayudante del maestro en común del grupo, conocedora de su técnica (el taco perdido, clásica como pocas, que consiste en ir devastando capas de color de una en una) desde hace casi 20 años, Silvia repentinamente encontró la solución a su angustia acromática cuando la combinó con lo digital. Necesita los colores fuertes, y eso de que la técnica de aguafuerte necesariamente atenuara las intensidades no ayudaba. Un buen día se compró una computadora. “Utilizo mi propia imagen, la escaneo, la deformo, la imprimo y empiezo a devastar el taco. Algunas son completamente digitales, pero utilizo la misma técnica.” Todas sus obras en exposición remiten a un tarot entre fascinante y temible. “Utilizo las letras en hebreo porque cada carta de tarot tiene 22 letras, y estoy trabajando con tres temas: el ermitaño, la justicia y el loco. Vas a ver muchos bichos atacando, porque tiene que ver con lo que está pasando en el mundo, y lo que me está pasando individualmente”.
LIA MOGUILEVSKY
Hace más de 30 años, Lía egresó de Bellas Artes y se casó “muy rápido, y mi conexión con el arte quedó siendo la docencia”. Pero en algún momento retornó al hacer propio y personal. De unas cuantas maneras, el arte sigue su vida. “Desde el año pasado estoy cambiando mi imagen, despacito, porque venía de la temática de la mujer, la mía, de cómo me iba independizando internamente, porque para mí es muy importante la vida de familia. Y desde fin de año estoy trabajando con los ‘Anónimos’, porque estoy muy conmocionada por todo lo que nos está pasando. Antes estaba con el movimiento, con la vida. Pero ahora, más que el movimiento externo, lo que me tiene muy conmovida es este anonimato en el cual nos hunden cada vez más las grandes empresas, las grandes corporaciones. Empecé a trabajar con los grupos. Y trabajar sobre estos temas me sirve mucho, me libero, quedo más descargada”.
MARISA GILL
Marisa hacía buril, amaba el aguafuerte con toda su carga de tradición, pero entonces sucedió algo: conoció el trabajo con fotopolímeros. Y una cosa lleva a la otra. “Surgió una cosa totalmente distinta, cada técnica te da una cosa diferente. Y no podés transcribir imágenes de una a otra”. Ese cambio llegó a la temática: de la naturaleza al universo de lo femenino, con una mirada sofisticada. “La serie se llama ‘Cuerpos místicos’. Son cosas que surgen un poco de los orígenes. Hace un tiempo fui a Irlanda, que era mi sueño. Yo vengo de familia irlandesa, y me traje documentos, estampas, cosas. No pude rastrear a mi familia, porque resulta que en la guía hay 400 Gill, cuando acá somos cuatro nada más. Así que todavía no estoy viendo a mis ancestros, pero sí me surgió esta temática de lo místico, de las tierras lejanas, el paisaje, traje eso.”
MARIA VERA
“Esta es una serie de laberintos, la ciudad es un laberinto. Hay muchas cosas para recorrer, como una serie de juegos dentro del mismo laberinto, que es algo muy universal. Y estamos allí cada vez más”, describe en un tono tranquilo que desmiente lo terrible de las palabras. María explica que combinó aguafuerte con fotopolímeros, subraya los contrastes del blanco, el negro, el gris, señala curvas y rectas combinadas con docilidad. “Estamos en el laberinto, jugando un poco con los hilos, con los nudos, con caminos, y los planos son como los distintos planos de la vida, la infancia, la adolescencia. A veces, nos encajonamos en esos laberintos, y los vamos coleccionando, resueltos o sin resolver.”
ROSA SZWARCBERG
Dentro del dibujo, o hasta la pintura, el automatismo, en líneas generales, ha sido aceptado. Pero trabajar con esa técnica del fluir de esa conciencia artística, en algo tan trabajoso y generalmente programado con el grabado, es raro. Rosa escuchó qué habían hablado sus compañeras, miró una de sus obras, dijo: “Yo no te puedo comentar nada de eso”, y no mentía. “¿Sabés por qué? Porque no pongo mi mente en nada especial cuando empiezo. Y lo mismo me pasa con el dibujo, cuando hago un dibujo que después irá al grabado. Hasta te podría decir que para este trabajo yo empecé a tirar líneas, y después a hacer una guarda, y después una luna. Todo va como por un riel, hasta que paro, lo miro y empiezo a redondear.” ¿Cómo saber cuando es hora de detenerse? “Lo siento. Redondear significa empezar a saber qué es lo que quiero que salga. Ahí tomo la decisión”.