MATADORAS
Desde hace tres meses, se puede ver por Canal 13 acaso el mejor programa de ficción en lo que va del año, protagonizado por personajes femeninos de la vida real que mataron por celos, desamor, interés, venganza, puro fastidio. Daniel Barone es el director de varios capítulos de este ciclo que no demoniza a las asesinas, sino que trata de conocer sus razones, y que ha dado lugar a actuaciones memorables, como la de Cristina Banegas en el rol de la cocinera que, literalmente, convirtió en relleno de empanadas a su amante.
Con ese talante afable y sonriente, esa sencillez sin vueltas en el trato, cualquiera podría imaginar que Daniel Barone está mucho más cerca de la comedia optimista (que la ha hecho, ciertamente: Alma mía, El día que me amen) que de historias verdaderas de mujeres asesinas que han llegado a clavar 161 cuchilladas con una tramontina a una amiga íntima; a trocear, picar, cocinar y servir a un amante demasiado pedigüeño; a desfigurar y castrar con ácido a un novio desamorado; a apuñalar en grupo a una pareja de viejos o a asfixiar en plan vengativo a sus propios hijos y luego colgarse (yendo todavía más lejos que la Medea de la tragedia griega, que después de matar a sus críos rehizo su vida).
Sin embargo, el realizador de unitarios tan bien recordados como Verdad Consecuencia, Vulnerables, Culpables, dirigió algunos de los mejores capítulos de Mujeres asesinas, la serie que se puede ver actualmente por Canal 13 los martes a las 23, fielmente basada en el libro del mismo título de Marisa Grinstein que daba cuenta de su investigación de 14 historias de criminales argentinas recientes. Un unitario que está demostrando que calidad artística y rating pueden conjugarse felizmente. Daniel Barone también condujo el año pasado la descollante producción de ficción televisiva, Locas de amor, con Leticia Brédice, Julieta Díaz, Soledad Villamil y Diego Peretti. “El drama con mujeres es mi sino, estoy atado a ellas, no puedo soltarme... afortunadamente”, ríe Barone echando para atrás los lacios mechones que caen sobre sus ojos, en un café de la placita Serrano adonde llegó puntualísimo después de dejar a sus hijas en el colegio.
Casi no hace falta que este ex estudiante de teatro, que muy joven llegó a poner en escena “algunas obras chicas” antes de entrar a Pol-ka como asistente de dirección, aclare que su enfoque sobre los personajes femeninos está desprovisto de cualquier sombra de misoginia: “Me pareció que valían la pena estos proyectos, acercarme a los móviles de ellas, tanto para vivir en Locas..., como para matar en Mujeres... En el caso de esta última serie, que se va a alargar más de lo previsto, a 19 capítulos, si no hubiera existido la posibilidad de entender las razones de estas mujeres, no me habría interesado. Sabía que no era justo tratarlas como villanas totales. Si bien he tocado el género policial, en los últimos diez años me dediqué más a la cosa intimista, un poco psicológica si querés, un terreno donde me siento cómodo. Por eso intenté llevar a las mujeres asesinas a esta zona”.
Justamente, uno de los aspectos llamativos de Mujeres asesinas es que estos personajes tienen matices, hay factores que las condicionan, ninguna representa la concentración del mal como sucedía con algunas chicas fatales del cine negro.
–Quizá mi empatía en general hacia los personajes femeninos, mi intento de tratar de comprenderlos, tenga que ver con que he vivido y vivo rodeado de mujeres: tengo dos hermanas pero ningún hermano, tres hijas... En el contexto de la ficción, como te decía, el ejercicio que hago permanentemente es tratar de descubrir las diversas capas de todos los personajes y sus líneas de unión entre sí, eso me apasiona. He comprobado que si tengo la construcción del personaje puedo transitar cualquier tipo de situaciones dramáticas y enriquecerlas partiendo de esa base. Por ponerte un ejemplo: Jimena Soria, el personaje de Inés Estévez en Vulnerables, una chica que por sus fobias en momento de tensión se hacía pis: una vez armado el personaje, la escena de una compra en un quiosco podía convertirse –sin diálogos siquiera– en un momento de alto dramatismo. A veces es muy bueno abandonar las palabras a favor de la imagen, de un rostro en el que se pueden leer emociones. En Locas..., lo interesante era desarrollar escenas donde el silencio era elocuente, pero no por el simple regodeo en la belleza de la toma, sino porque se estaba revelando la vida interior de los personajes a través de su mirada, sus acciones.
Ya en Verdad Consecuencia se superaban algunos estereotipos femeninos de la tele, aparecían personajes de mujeres más contemporáneas, más complejas.
–Creo que no es más que una cuestión de punto de vista actualizado, desprejuiciado. En un primer momento, con Gustavo Belatti y Mario Segade me sentí identificado generacionalmente, lo mismo con Adrián Suar, por supuesto. Porque detrás de estas producciones hay una intención de no tomar la televisión como simple espectáculo para distraer, vacío de contenidos. A mí me importa mucho esa zona de creatividad que apuesta a la inteligencia del público. Por otra parte, como director, creo firmemente que los encuadres, los movimientos de cámara, la iluminación deben estar a disposición de la narrativa dramática. El virtuosismo para mí pasa a segundo plano frente a las exigencias de tal o cual situación dramática, frente a una actuación valiosa. Pienso que es un error anteponer el propio lucimiento a cualquier precio. Por suerte, tengo un equipo en el que hay mucho acuerdo: Guillermo Zappino, el director de fotografía; Adriana Slemenson, la directora de arte; Luciana Guarrone en el vestuario...
Aparte de que haya que respetar el perfil de los personajes y la cronología de los hechos, ¿marca alguna diferencia que la historia, como en Mujeres..., sea real y cercana?
–En un punto, sí. Yo, personalmente, no solo siento que estas asesinas son personas reales, sino que me da la impresión de que los muertos están todavía calientes. Nunca terminan de enfriarse para los familiares de las víctimas. Desde luego que hay un respeto extra por tratarse de episodios que sucedieron hace poco, lo que también facilita el trabajo de reconstrucción, casi antropológico. Porque es muy fácil decir: mató porque estaba loca o porque era mala.
El haber trabajado sobre el tema de la psicosis en Locas de amor, ¿te dio un piso más firme para arrimarte a estas mujeres y advertir dónde estaban sus fisuras, la frontera a veces imprecisa entre cordura y locura?
–Seguro que me ayudó, me dio elementos. Creo que la expresión de la locura es distinta en las mujeres, por su historia, porque han sido más reprimidas y sometidas a través del tiempo. Lo interesante de Locas... fue la pelea de ellas por salir del laberinto. No queríamos caer en el glamour de estas tres locas, por más lindas que fueran las actrices. Pero tampoco en la oscuridad de cerrar todas las salidas. El objetivo era plantear la resocialización, la posibilidad de poder convivir con la enfermedad, asumirla, reconocerla. Como el epiléptico que sabe cuándo le va a venir el ataque y se cuida, lo previene. Hicimos un gran trabajo de investigación con los autores y un elenco muy generoso para poder incorporar con naturalidad las diversas patologías.
Aparte de esas características, ¿se trabajaron rasgos más específicos de género en los personajes?
–Sí, claro. Para empezar, una de los dos guionistas –Susana Cardoso y Pablo Lagos– era mujer, también la productora –Silvina Fredjkes– y, por supuesto, estaba el aporte de las actrices, aunque los varones también hicieron el suyo. Yo no tengo problemas en reconocer mis componentes femeninos, no podría ser director de ficción si no desarrollara también una mirada femenina que amplía mi comprensión del mundo. Más bien te diría que mi mirada tiene que tender a la androginia de algún modo, porque tengo que conducir a personajes femeninos y masculinos, adultos, jóvenes y niños, mundos diferentes sin duda. Jamás podría dirigir unilateralmente, con un punto de vista masculino absoluto, que por otra parte no sé si existe.
¿Comprendiste algo acerca de la locura al hacer este programa? Porque ése es el verdadero misterio, no la famosa femineidad.
–Es un gran misterio, de verdad. Y es una tragedia para los que están cerca, les cuesta muchísimo reconocer que esa persona que quieren no es la misma que conocieron, con la que se entendieron, jugaron. Si bien siempre hubo locos, me parece que la problemática de las décadas más recientes, el sistema de vida, han acentuado los desequilibrios psíquicos. Son muchos los factores de presión, y algunos recaen específicamente sobre las mujeres: una chica que ya se siente en falta porque no se parece a la modelo de moda, si va a comprar un saco y no encuentra un talle que le vaya, tiene un bajón de autoestima, se le mueve el piso. Parece banal, pero puede ser la causa de un descenso hacia la anorexia con todas sus implicancias. No, yo no te puedo decir que haya develado el misterio, pero sí que a través de todo el proceso de preparación y realización aprendí algo sobre la enfermedad mental, sus posibles causas. Mirá, acá hay mucha cultura sobre psicología, psicoanálisis, incluso psiquiatría, pero la enfermedad se suele negar, no se la ve hasta que aparece el brote.
Volvamos a Mujeres asesinas, una variante del policial pero sin enigma, sin policías, sin investigación, donde el suspenso lo procura el devenir de una conducta que desemboca en el crimen.
–Sí, no me interesaba darle la forma de un policial convencional. Me tranquilicé mucho cuando le encontré esa veta que te comentaba antes: la humanidad de estos personajes femeninos que de todos modos no son, en su mayoría, asesinas vocacionales, en serie o a sueldo. Por eso me atraía el cómo, que debía surgir del guión, de la realización, por cierto del trabajo de las actrices protagonistas, siempre tratando de evitar el estereotipo. No se trata de personas entrenadas para matar. Acá hay casos puntuales, hechos de sangre en muchos casos únicos. Salvo las que premeditaron por interés, son mujeres que no planificaron matar pero a las cuales los celos, la falta de salidas, alguna forma de desesperación o el hartazgo, alguna historia personal muy dura, las arrastra a la situación del crimen. Me parece que es bueno que al cierre el programa informe sobre cómo sigue la vida de estas personas después de haber sido procesadas y sentenciadas, en un país donde puede ser más barato comerte seis años de cárcel que pagar un abogado y divorciarte. Pero ahí también entran múltiples factores de historia personal, formación, recursos... Por eso, no quería caer en el lugar común de la noticia policial, a veces inflada intencionalmente por los medios, que moralizan sin atender los antecedentes.
¿Cómo se logra esa terminación tan cuidada de Mujeres asesinas?
–Cada uno tiene una preproducción prácticamente igual a la de un largometraje, aunque obviamente se acortan los tiempos. Jorge Nisco y yo podemos plantear una fotografía distinta, una cámara diferente según el caso, la temática, los personajes, disociando ese capítulo del anterior y al mismo tiempo manteniendo una idea de crónica de los hechos lo más fiel posible a lo que ocurrió en la realidad. En todos los casos, mi convocatoria es a trabajar en equipo, técnicos y actores, en relación con el guión.
¿Sufriste casos de divismo femenino o masculino, con los que tuviste que lidiar?
–A veces hay que hacer un trabajo de contención, de moderación en nivel personal y de grupo. A menudo hay inseguridad detrás de esa actitud de me llevo todo por delante. De todos modos, te digo que si se trata de una muy buena actriz, de un muy buen actor que imprime bien ante cámara, aunque sea un poco rompepelotas, estoy dispuesto a ponerle el hombro. Porque también convengamos que durante mucho tiempo, muchos directores han descuidado a los actores y a las actrices en la televisión.
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