MODA
Como un anticipo de lo que se verá la semana que viene en el ciclo Malba Moda, nuestra cronista habla de su trabajo de rescate de la mítica diseñadora Rosa Bailón –creadora de la marca Mme Frou Frou, corazón de la Galería del Este– y recorre la obra de los otros dos diseñadores que participarán de la muestra, Pablo Ramírez y Gabriel Grippo. Un mix de vanguardia, provocación y belleza que habla en argentino en cualquier lugar del mundo.
› Por Victoria Lescano
Una retrospectiva de Rosa Bailón, la creadora de la tienda Mme Frou Frou y figura clave del swinging Buenos Aires, un laboratorio de moda que intentará reproducir acciones y el espacio actual de trabajo de Gabriel Grippo, el diseñador argentino surgido de la Primera Bienal de Arte Joven y radicado en Brooklyn, y performances sobre el buen vestir argentino bocetados y realizados en negro y blanco por Pablo Ramírez, el representante más chic de la generación de diseñadores de autor de comienzos del 2000.
Esos serán los ejes del ciclo Malba Moda 2005, que curado por Ana Torrejón se realizará entre el 7 y el 20 de diciembre.
“Fue una mezcla de tienda groovy con salón literario desde la cual Rosa nos acercaba a Londres y nos hacía sentir más modernos. Era un mundo donde se mezclaban las plataformas con los ravioles; Rosa fue precursora en incorporar al vintage, en sus colecciones imperaba un retro glam, donde los años treinta se mezclaban con los setenta”, enuncia el artista gráfico Juan Gatti en Vestidos Súper Bizcocho, las historias de Mme Frou Frou, un documental que resume los aportes de Bailón a la moda de los años setenta y hace foco en sus excentricidades. En Malba Moda se exhibirá junto a una selección de vestidos con la etiqueta Mme Frou Frou.
El listado de sus grandes éxitos de moda se inicia con una línea de camisas unisex con prints de estrellas o ceros, que hicieron a la vez de minivestidos. Rosa las llamó Donovan, en homenaje al músico inglés y en Buenos Aires las usaron Pappo y Litto Nebbia –mientras que Liliana Caldini posó con una de ellas para la campaña institucional del programa El Sótano Beat–; continúa con tapados de pelo de cabra en blanco, rojos y azules, y un hot ítem llamado Bolero Bambo.
Contempla también capelinas con prints de lunares y flores y cloches que la diseñadora llevaba con la gracia de Greta Garbo (no en vano solían ser comparadas). Y alcanzó su máxima sofisticación en vestidos con decenas de metros de percales, satén o chiffon, rematados con volados y escotes muy pronunciados, provistos de delantales al tono y que sublimaron el arte del almidonado que respondían a los nombres Súper Bizcocho, Romance Oriental, Susurros, Burbuja acuñados por la creadora.
“La mía era moda de emergencia, porque los diseños dependían de mis necesidades, de las películas que veía, de los discos de los Beatles o Janis Joplin que estaba escuchando. Jamás hice bocetos. Armaba sobre mi cuerpo y más que pensar en colecciones, a diario surgían nuevas prendas”, enunció Rosa sobre su método de diseño hace algunos años mientras bebíamos café negro y ocho gatitos trepaban sobre una serie de baúles verdes que hacían al mobiliario de su casa darkie, además de libros de moda y poesía.
Rosa Bailón, quien nació en Ramos Mejía en septiembre de 1933, trabajó como secretaria, asistió en talleres de costura y no vaciló en gastarse el primer sueldo en la tienda Drecoll en un par de zapatos stiletto, murió en Buenos Aires en octubre de 1999.
Desde Mme Frou Frou no hizo fashion shows ni happenings, como sus vecinos del Di Tella, pero en su tienda recalaron los personajes más avant garde de Buenos Aires de fines de los años sesenta y comienzos de los setenta, antes de exiliarse en Europa y Estados Unidos: el director de arte Juan Gatti, el diseñador de joyas Marcial Berro, la actriz Marilú Marini, la modelo Mercedes Robirosa. Mientras que Felisa Pinto, por entonces una de las dueñas de la boutique Etcétera (vecina a Mme Frou Frou) documentó e inspiró gestos de moda de Rosita desde sus crónicas de La Opinión y Primera Plana, la artista Dalila Puzzovio desarrolló junto a Charlie Squirru una línea de tricots por encargo de Frou Frou. También estableció lazos con la literatura: Manuel Puig solía comprar vestidos para su madre y la diseñadora homenajeó la edición de Boquitas Pintadas con unacolección con plataformas y vestidos en su honor. Consultado por la revista Clarín (4 de noviembre de 1971) sobre sus personajes favoritos para la versión fílmica de su novela, el escritor enunció: “Rosita Bailón, bajo ese maquillaje ultrasofisticado y londinense que usa todo el tiempo es perfecta para encarnar a Mabel”.
En el making off de esta retrospectiva y en el que oficié de investigadora, entre aroma de naftalina y muchos elementos de un thriller, fueron fundamentales los aportes de las colecciones privadas de Felisa y Maru Pinto, Marilú Marini, Dalila Puzzovio, Laura Palacios, Lorena Ventimiglia, el álbum de fotografías familiares del poeta Arturo Carrera y por sobre todas las cosas, los baúles atesorados por el esposo de Rosa, Miguel Haiat. Esos arcones constituyen el museo de la moda privado de Mme Frou Frou, ilustran su arbitrario modo de aproximarse a la vestimenta y sus influencias: hay una vasta colección de kimonos, capas de torero, mantones de Manila, lencería comprada en anticuarios o en viajes. Un vestido con etiqueta de la tienda londinense Biba hace alardes de elegancia, junto a un traje de novia de la casa Madame Carrau. Y junto a ellos, cautiva una remera con slogan Punk, los alfileres y agujeros de rigor y en color rosa intenso.
El reciclaje de texturas y culturas son las señas particulares de los diseños que toman forma en su estudio y laboratorio de Brooklyn, cuyos interiores serán simulados en una puesta con acciones de moda de Gabriel Grippo. En 1993 Gabriel Grippo dejó su casa del downtown porteño –curiosamente vivía en la vereda opuesta a la casa de Rosa Bailón, solían ir juntos a algunos vernissages y él asegura que Rosita fue una de las personas que lo alentó a dejar Buenos Aires– y vestido con un abrigo compuesto de fragmentos de una frazada con mangas de un saco se fue a vivir a Nueva York.
Su labor en moda remitía a insólitos modos de uso del cuero de vaca holando argentino y reciclados en denim y trapos de piso. Con ese discurso se hizo un lugar en el circuito de la moda norteamericana. Desde un estudio de moda y arquitectura llamado nydesignroom, Grippo construyó una marca y un estilo llamados “trash a porter” que se vende en su local y en tiendas departamentales de Japón y Estados Unidos.
También continuó con las experimentaciones en moda con las que cimentó discursos en la Primera Bienal de Arte Joven (1989) y formó Fashion Lab, un laboratorio de moda con la premisa de que los espectadores pueden participar e involucrarse en los procesos de creación. Así en sus presentaciones en galerías desde 1998 hasta ahora convocó a diversos artistas y junto a sus colecciones, aparecen tanto reflexiones políticas como propuestas de cartas de colores de telas y tragos al tono. Dice Grippo a modo de anticipo sobre su participación en Malba Moda: “Me interesa mostrar los distintos pasos de la preparación de un show. Voy a probar, fotografiar y mostrar ropa con un grupo de mujeres icono como si estuviera en mi estudio de Williamsburgh. Planeo hacer una reseña de colecciones desde 2000 hasta ahora porque me interesa que la gente en Buenos Aires vea que lo que hago no adhiere a modas sino a una manera de vestir. Por ejemplo, mi colección más reciente rescata la cultura africana con simplicidad y la elegancia mas allá del lujo promocionado por las revistas de moda y los medios de comunicación”.
A comienzos de 2005, Pablo Ramírez respondió cientos de mensajes de su club de fans gótico preguntándole por su nuevo paradero, poco después él reconstituyó su proyecto de moda haute couture y abrió una tienda en San Telmo, situada en Perú al 500. Desde allí hace ediciones limitadas de los grandes éxitos de sus anteriores colecciones, vestidos de noche y camisetas con slogans “No a la minifalda” o “Al servicio de la moda”.También durante 2005 celebró la aparición de su trabajo en el libro Samples de la editorial Phaidon, junto a los cien diseñadores más influyentes de la escena internacional. La saga del buen vestir de Pablo Ramírez comenzó con figurines que el diseñador empezó a delinear en cuadernos de la infancia y se corporizaron en una línea de jumpers en denim con los que en 1993 ganó un premio Alpargatas y un viaje a París.
En 2000, ya instaurado en la industria –mientras oficiaba de diseñador de producto en varias marcas–, los trazos se afianzaron y dieron clases de chic mediante Casta, una colección que llevó a las pasarelas sus reinterpretaciones de atuendos de monjas. Otros indicadores de ese desvelo por la elegancia son los pantalones chupines, las camisas blancas de plumetí con cuellos maximalistas de Tango, los sombreros canotier y trajes de pantalón corto con saco de Poesía y su licencia para adornar a próceres-dandies de la colección Patria con tocados símil gorros frigios y un modelo de abrigo llamado sanmartiniano.
El clímax fue Snob, un desfile del invierno 2003 del que sólo fueron testigo treinta periodistas citadas en la salita de un hotel cinco estrellas; las faldas rectas en tweed, vestidos de línea sirena con escotes en la espalda y turbantes negros resultantes de ese fashion show fueron atuendos dignos de Marlene Dietrich en algún un film de la MGM o para las reuniones mundanas de Dulce Liberal de Martínez de Hoz en París.
Pero no siempre necesita de los perímetros de una pasarela, los gestos pueden irrumpir en un democrático club de provincia tal como sucedió una noche del último invierno, cuando vistió a las ignotas concursantes del certamen de belleza Miss Navarro.
Dice Pablo Ramírez sobre la performance sobre el buen vestir argentino que el 9 de diciembre presentará en Malba Moda: “Lo concebí en bloques, por un lado habrá una serie con distintas versiones del batón, la prenda que para mí simboliza la versión criolla y pobre chic de la petite robe noire, además de otras pasadas con pantalones de vestir y chaquetas masculinas. También voy a exhibir mis bocetos, porque resumen mi método de diseño y son el paso previo al desarrollo de cada colección”.
Como señala Ana Torrejón –directora de la revista Elle y de la galería Dabbah-Torrejón, y quien oficia de curadora invitada en el ciclo– sobre los disparadores de su selección: “Tienen en común la particularidad de instalarse en las periferias para desde allí ejecutar un discurso, eligen a la moda para portar sus mensajes pero podrían operar en otros territorios: la coreografía en el caso de Ramírez, la pintura y la fotografía en Grippo, y el dibujo también en Ramírez. Mientras que Grippo y Bailón hacen rescates de la arqueología urbana, Ramírez evoca causas y tiempos perdidos e internacionaliza al batón, los tres hablan en argentino”.
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