RESISTENCIAS
Tras enseñar a profesionales de la salud a mejorar su diálogo con las comunidades indígenas mexicanas usando técnicas teatrales, Jesusa Rodríguez y su compañera, Liliana Felipe, recibieron una inesperada propuesta del gobierno: dar talleres de teatro y música para empoderar a mujeres indígenas con pasta de líderes. Sobre esas experiencias de actuación, amistad y reflexión, habla Jesusa en esta nota.
Por Verónica Gago
Desde México DF
En el mítico barrio de Coyoacán, a unas pocas cuadras de la inmensa casa azul de Frida Kahlo y a otras tantas de la esquina en que León Trotsky vivió su exilio, el Bar-Teatro El Hábito deja colar por su patio y sus salas ese aire de bohemia, provocación e impulso insumiso que habita algunas de aquellas calles. Como en una guarida de insurrectos, allí conspiran y nacen –desde hace más de quince años– espectáculos independientes y producciones artísticas alternativas. Evocan tiempos más antiguos: esa casa, como espacio cultural, fue fundada en 1954 por el poeta y periodista Salvador Novo. Desde el 2001, la actriz mexicana Jesusa Rodríguez y su compañera, la cantante argentina Liliana Felipe, protagonistas y animadoras del proyecto de teatro, ópera y cabaret que cobija El Hábito, han encarado el desafío de llevar su propuesta a las comunidades indígenas y campesinas del vasto territorio mexicano para trabajar con las mujeres de esas zonas, muchas veces remotas. El objetivo, aquello incluso que les permite por primera vez aceptar trabajar con financiamiento del gobierno, es lo que tiñe de audacia al proyecto: detectar y reunir mujeres líderes de las comunidades, trabajar con ellas y experimentar juntas el efecto de empoderamiento que generan esos encuentros de reflexión, actuación y amistad. “Revolución silenciosa”, se entusiasma Jesusa a la hora de relatar esas jornadas. Sin dudas, una rebelión que elige otros sonidos para hacerse escuchar.
–¿Por qué y cómo han decidido encarar este trabajo en las comunidades?
–México es en realidad dos México, tal como lo definió un escritor muy importante llamado Guillermo Bonfil: un México profundo, que es el México campesino, indígena, y el México imaginario, ese proyecto de nación occidental que se monta sobre el México existente. Este último intenta borrar el origen cultural de México e imponer un modelo económico, cultural, político, social y hasta ambiental. Entonces el México profundo pugna fuertemente. Argentina tiene etnias muy mermadas, aunque están empujando en la Patagonia y en el Norte, pero aquí hay ocho millones de indígenas vivos, con una cultura muy viva. México es en realidad eso. Lo otro es una imposición que sigue luchando por persistir. Al estar esa pugna constante, nosotros tenemos como país una especie de esquizofrenia. Somos mestizos educados a la europea y norteamericanizados, pero a quienes reconocemos la cultura mexicana como una de las pocas culturas originales que han surgido en la tierra, nos preocupa y nos gusta vivir como vive el México profundo. Hace cuatro años, tuvimos la oportunidad de poder volcar nuestro trabajo teatral a las comunidades indígenas y de llevar lo que nosotras aprendimos en veinticinco años. Y fue posible gracias a un sistema de salud muy especial –que existe hace 25 años en México– porque es el único que llega a los más pobres de los pobres. Es un programa ejemplar, que fue copiado en muchas partes del mundo por eficaz: cuando construyes una red de tantos años en las comunidades más perdidas, es algo invaluable. Porque si no, ¿cómo llegas a las comunidades indígenas de la Selva Lacandona, de la Sierra Tarahumara más profunda o las Barrancas del Cobre? Esto implicó pasar de un público occidentalizado a un trabajo con las comunidades indígenas. Y, definitivamente, dijimos que sí, a pesar de que eso significaba trabajar con presupuesto del gobierno de Vicente Fox.
–¿Y por qué?
–Esta posibilidad implica que, en las comunidades más lejanas, se puedan detectar mujeres líderes. Este trabajo, de no ser por esas condiciones, no lo hubiéramos podido realizar en nuestros 25 años anteriores, yendo solas de comunidad en comunidad. Si no, estaríamos haciendo teatro para una elite urbana muy pequeña, y aunque ese trabajo reverbera y puede crecer, nunca llegaría a los lugares remotos que hemos llegado de este modo.
–¿Siempre estuvo la intención de llegar a las mujeres líderes?
–El proyecto empezó por el interés de hacer que los médicos y las enfermeras de este programa –que abarca unas 25.000 personas trabajando y se extiende a once millones de pobres– encontraran en el teatro una manera de llegar a esas poblaciones y poder hablar, por ejemplo, de sexualidad. ¿Cómo le hablas tú a un indígena que no habla tu lengua, que está sucio, que huele mal y que no te entiende, y le dices “ponte un condón porque te va a dar VIH”? Primero entonces había que capacitar a los médicos, que están muy capacitados en salud, pero no se atreven a llegar creativamente porque antes les da pena; también la idea era trabajar con las enfermeras y los promotores rurales de este programa para que se desinhiban y se atrevan a hacer de otra manera las campañas de salud. El teatro de farsa, que es lo que hacemos en el cabaret, aplicado al desarrollo humano y a las técnicas psicológicas y de salud, resultó una explosión. Entonces nos propusieron hacer talleres de teatro con las mujeres, pues las mujeres en México, especialmente las mujeres indígenas, son las más golpeadas, las más empobrecidas y las que tienen una relación más difícil con todo.
–¿De qué manera concreta lo hicieron?
–Inventamos un taller para mujeres indígenas y campesinas, y nos fuimos recorriendo todo el país. Lo que hacíamos era detectar cien mujeres líderes de toda una comunidad y otra cosa más: ¡las juntábamos! Ese es un acto de rebelión, de revolución silenciosa. No por lo que lleváramos nosotros, sino por el hecho de juntar a cien mujeres que nunca han salido de sus casas. Nosotras les decíamos que hicieran una lista de las cosas que hacían ellas y de las que hacían sus maridos: ¡ellas hacían cincuenta cosas mientras que el marido hacía sólo dos y, a su vez, son golpeadas y violadas! Ese simple hecho ya es algo fortísimo. Pero además hacemos teatro, las subimos a actuar, hacen vestuarios, escenografías e instrumentos musicales. Liliana Felipe, que es mi esposa, les hace hacer música. Entonces, al quinto día ellas ya no se quieren regresar a su comunidad. Se han hecho amigas, y se van a ayudar cuando a una la estén golpeando o abusando. Yo te puedo decir, después de esta experiencia, que si algo va a cambiar este país son las mujeres indígenas. Esa determinación y esa solidaridad yo no la he visto en nadie más. Tal vez porque han sido golpeadas hasta el extremo. Aquí nos contaban que hasta hace unos años en Chiapas las mujeres eran bestias de carga y los señores se subían encima de ellas para que los treparan arriba del cerro, y al bajar del cerro, después de haber sido golpeadas, eran también empleadas sexuales. Yo creo que esas mujeres están en un proceso de absoluta rebelión pero de otro orden, que indudablemente se unirá a la rebelión zapatista y a CNI. Para poner nuestro trabajo al servicio de este movimiento, que no es visible, que no tiene rostro, hacemos algo que no significa ir a enseñar nada, sino que es ponerse como puente para que ellas pasen por encima de nosotras y recuperen su dignidad. Eso volvió a dar sentido al hecho de por qué hacer teatro.
–¿Qué están haciendo ahora? ¿Cómo piensan prolongar ese trabajo?
–En el 2005, después de tres años de actividad incesante, decidimos descansar un poco. Pero ahora nos pidieron que trabajemos unos temas en video para poder llegar a comunidades a las que físicamente no hemos podido llegar nunca. Este trabajo va a tocar específicamente seis temas. El primero es el tema de la pobreza y cómo dignificarse en esa situación buscando tecnologías aplicadas muy sencillas. Por ejemplo: con cambiar las formas de los hornos de leña, la calidad de vida se incrementa muchísimo, pues muy poca leña calienta todo el día evitando a las mujeres tener que cargar tanta cantidad y peso. Estos videos utilizan el humor, para que en las comunidades, después de verlo y matarse de la risa, puedan pensar juntos las alternativas para vivir mejor. Otro tema que vamos a trabajar es el de violencia y alcoholismo, porque es el más grave problema que tenemos las mujeres, porque muchas mujeres están entrando en el alcoholismo. En la medida en que deja de haber trabajo, los hombres se alcoholizan y empiezan a maltratar a las mujeres, que también terminan alcoholizándose. También vamos a trabajar sobre muerte materna, porque aquí en México son muchas las mujeres que mueren por causas relacionadas con el parto. El embarazo temprano es otra cuestión que vamos a abordar, pues las mujeres indígenas se embarazan muy jovencitas y corren riesgos ellas y los niños. La mayoría de los casos se trata de niñas violadas. El otro tema es el de las adicciones: hay muchos casos de niños, cada vez más jóvenes que, con el auge del narcotráfico, entran en estado de adicción, con drogas de todo tipo. Por último, haremos algo sobre homofobia y VIH, en relación uno con el otro, porque todavía en este país matan a muchos homosexuales a puñaladas.
–Hay evidentemente un hilo común en toda esta línea de trabajo, ¿no?
–Claro, todos estos temas están atravesados por el de la sexualidad, porque pensamos que allí está el origen de todos los problemas: la pobreza, la desinformación, el racismo. Por lo tanto, nuestra labor está fuertemente orientada a trabajar en la educación sexual. Todo lo que hacemos es para trabajar en el México profundo. Los temas los elegimos nosotras, según lo que más nos interesaba trabajar. Hay otros grupos que abordan temas como enfermedades, diarreas, dengue. En todo el programa hay diferentes grupos que hacen videos sobre distintas cosas. Han sido muchos los grupos que han trabajado en los videos, muchos allegados con el zapatismo. Porque cuando conoces la situación, te jala, moviéndote a hacer algo. El teatro que nosotras hacemos tiene que buscar un público, sobre todo gente que valga la pena. Hemos hecho 25 talleres en 17 estados de México, prácticamente recorrimos la mitad del país. Tenemos la esperanza de que en el próximo sexenio gane López Obrador (candidato del Partido de la Revolución Democrática y hasta hace unos meses jefe de Gobierno de la Ciudad de México) y haya un gobierno de izquierda que apoye mucho más este programa. Es el programa de salud más importante del país y casi no tiene apoyo. De hecho el Banco Mundial está pidiendo casi a diario que se termine el plan. Y no lo hacen porque abarca a tantos millones de mexicanos que si lo quitan habría una revolución social.
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