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Viernes, 27 de enero de 2006

SOCIEDAD

Las de arriba y las de abajo

Trabajan en más de una casa y sus días suelen empezar temprano. Las proyecciones estiman que son poco menos de un millón en todo el país. De ellas, sólo 50 mil existen en los registros oficiales, lo cual significa que son las únicas habilitadas para, en el futuro, cobrar una jubilación, aunque la ley que lo prevé existe en los papeles desde 1956. Pero algunas empleadas domésticas temen que la regularización de su situación laboral termine, en realidad, perjudicando la relación con sus “patronas”.

 Por Gimena Fuertes

El día empieza temprano. A la seis ya hay que estar arriba del colectivo. Después un tren, y después otro colectivo. A las nueve en punto ya hay que estar con los guantes puestos. Cocina, baño y dormitorio. El departamento es chico y “se hace rápido”. Son cuatro horas de la mañana “en lo de la abogada” y a la tarde, “a lo de la madre de la abogada”, cuenta Marta de 45 años, trabajadora doméstica desde los 13.

Marta escuchó la propaganda en la radio de que “ahora te pueden descontar para la jubilación”, así que decidió ir “algún día al sindicato que queda por Palermo” a averiguar si le corresponde a ella, que trabaja por hora. La gran mayoría de las 900 mil trabajadoras domésticas (de esa cifra estimada por AFIP, sólo 50 mil están “en blanco” desde antes de la campaña actual) tienen la incertidumbre de no saber si les “corresponde”. A las, así denominadas por la AFIP, “dadoras de trabajo”, las aqueja otra incógnita: la de saber cómo pueden descontar de sus impuestos los aportes jubilatorios de sus empleadas. Son ellas, las “patronas” o “dadoras de trabajo” –depende quien lo diga–, las que llaman al teléfono de información previsional de la AFIP.

Sin embargo, la jubilación para las trabajadoras domésticas existe desde 1956 cuando se dictó el decreto ley que rige la actividad, pero todo variaba según las horas semanales trabajadas. A partir de abril de 2000, los aportes se podían hacer según la remuneración. Ahora –y ésta es la respuesta a la pregunta que se hacen desde ambos lados de esta relación laboral a veces amable, otras no tanto y siempre antagónica– que las trabajadoras domésticas estén “en blanco” sólo significa pagar a la AFIP.

“Me enteré de la jubilación por la radio y comentarios en la calle, en el tren, en colectivos. No puedo viajar callada nunca, siempre hablo con alguien. Dicen que la gente que trabaja en el servicio doméstico tiene derecho a tener la jubilación, el aporte. Pero en el caso mío que trabajo por horas, eso está en la duda, quiero empezar a averiguar. Pero estoy segura de que si me dicen que debo pedirles a mis patrones, voy a quedarme sin trabajo, porque son así. Y como trabajo en una casa y las otras son de familiares, me deja una y me dejan todas”, sintetiza Marta. Las dudas son muchas. Sobre todo cuando se trabaja por hora. Mientras que algunas trabajadoras recurren al Sindicato Unión Personal Auxiliar de Casas Particulares para evacuar sus dudas, las dueñas de casa recurren a la AFIP. La objetividad que impone la ley asegura que debe ser regularizado aquel que trabaja seis horas o más por semana en un mismo hogar. Si trabaja entre 6 y 12 horas se debe aportar 20 pesos, entre 12 y 16, son 36 pesos, y a partir de 15, 55 pesos. Pero, cuando se trabaja por hora y no se llega a las seis horas semanales por casa, cada hogar hace su aporte; la trabajadora debe sumar 55 pesos para acceder a los beneficios e, incluso, puede poner ella el resto si falta.

Nelly y sus amigas del club quieren pagarle la jubilación a Mariela, que va a limpiar sus casas desde hace años. “Somos muchas, a la casa de Ana va hace ocho años y a casa viene desde hace 10. Siempre vino una vez por semana cinco horas al día. En lo de Cristina también, no llega a ser un día de trabajo, a veces va a dos casas en el mismo día. La fuimos recomendando, pero hay un grupo que somos las más antiguas que queremos que tenga una jubilación, y también un ingreso para su hijo al que vimos crecer. Se lo merece”, asegura. Hasta ahora, las “dadoras de trabajo” no sabían que la jubilación era un derecho de la trabajadora doméstica. “Se nos ocurrió por la propaganda. Cuando vengamos de las vacaciones vamos a ir a averiguar. Yo le pago en total 200 pesos al mes, y si dividimos los aportes entre todas, sólo se sumarían 10 pesos más”, sostiene Nelly. La relación con Mariela es estrecha. Mariela es “cumplidora y confiable”, y Nelly siempre le pagó el aguinaldo y los viáticos. “Ella maneja las casas como si fueran de ella, tiene llave de todas. Las casas de nosotras son todas grandes, la mía tiene tres pisos, nunca se termina de limpiar del todo.”

Las empleadoras se pueden poner de acuerdo para pagarle la jubilación a la trabajadora doméstica, pero una sola es la que figurará en el formulario como “dadora de trabajo” para poder descontarlo a fin de año del impuesto a las ganancias. Todos los trámites son gratis. Mientras que la empleadora baja el formulario de la AFIP por Internet, la trabajadora saca su CUIL en la ANSeS. También tiene que averiguar entre cuáles obras sociales puede elegir. “Jubilación para las domésticas hubo siempre, la novedad ahora es que se puede descontar de ganancias”, asegura la empleada de la AFIP que resuelve preguntas telefónicas. “Los que llaman son todas dueñas de casa, y la mayoría quiere saber cómo se descuentan los aportes de sus impuestos. Hasta ahora no recibí llamadas de empleadas domésticas.” La asistente de la AFIP cuenta que a los empleadores los tranquiliza mucho saber que no tienen que declarar a las trabajadoras domésticas como una “alta de empleado” ni es necesario inscribirlas en ningún registro. Sólo tienen que pagar.

Beatriz, o “la Ñata”, como la conocen en Las Malvinas, partido de General Rodríguez, tiene 70 años y no cobra jubilación. “Empecé joven, a los ocho años ya andaba laburando en casa de familia. Soy de Carlos Tejedor, cerca de General Villegas. Ahí me crié y a los 15 me vine para acá y empecé a trabajar con una familia en Flores, en la que estuve cuatro años. Después mi hermano me llevó a una fábrica textil de pulóveres, estuve cinco años hasta que me casé. Cobraba la quincena, creo que me descontaban para la jubilación, tendría que buscar los papeles. Mi marido tampoco hizo nunca nada con la jubilación porque se enfermó muy joven. Entonces volví a trabajar a mis 60 años.”

Marta ya habría cumplido los 30 años de aporte si hubiera estado regularizada su situación laboral. “Hubo un tiempo de mi vida que trabajaba hasta los sábados, ganaba muy bien, 300 pesos por semana. Pagábamos alquiler, que nos consumía mucho, hubo tiempos difíciles en que Carlos –su marido, con el que tiene seis hijos ya adultos– no tenía trabajo, y lo cubría yo. Cuando estuve embarazada de los dos primeros seguí trabajando. Cuando tuve a los dos últimos iba con ellos a trabajar, hasta que empezaron el jardín.” Explica que “trabajé siempre, no porque me hizo faltar Carlos, no es que no me daba, pero yo me acostumbré a tener mi plata. Era mi plata que yo la gané. Nunca me quedé sin trabajo del todo, Carlos sí. He llegado a tener aunque sea algo una vez por semana, algo entraba”.

A Marta sus “patrones” la tratan “muy bien”. “A mí me pagaban el aguinaldo y vacaciones pero nunca tuve un papel que diga que me lo pagaban. No es una changa, es un laburo, porque se trabaja como una burra. Voy todas las semanas estrictamente, cumplo horarios, tareas, tareas más de la cuenta.” La historia de Marta se repite en la de la Ñata. “Nadie hablaba de descontarles a las domésticas en esa época. A mí no me descontaba nadie nada. Siempre trabajé por hora, nunca por mes. Acá me conocen todos, laburé por todos los rincones de Malvinas. En la quinta que estuve 14 años pagaban bien. Pero si hablaba algo de la jubilación, me decían ‘Ñata, te vas’. Entonces me callé, me las comí todas y me quedé con lo que me daban. A ninguna doméstica le daban nada acá.”

Haber trabajado siempre en negro no sólo significa no tener jubilación para cuando llegue la vejez, sino que además implica no contar con una obra social, ni para la trabajadora ni para su familia. Y el trabajo doméstico deja huellas hondas en la salud de las mujeres. “Tuve obra social por medio de Carlos cuando trabajaba en la Ford durante cinco años, después siempre fui al hospital público. Pero pienso seguir trabajando hasta donde me den las fuerzas, si tengo 70 años y tengo fuerza de trabajar, seguiré trabajando –asevera Marta–. El trabajo me trajo várices. Me tendría que haber operado pero no pude porque como trabajo en negro tengo que estar un mes y es un mes que pierdo”, especula. Las consecuencias de los años de trabajo acumulados se sienten cotidianamente en las piernas de Marta. “Cuando llego de trabajar tengo que estar un rato largo con las piernas en alto. Para ir a trabajar me las vendo porque tengo miedo de que me las golpeen.”

Ñata dejó de trabajar hace dos años porque le salió un cáncer de mama. Se operó en un hospital y ahora está bien. “Todos mis patrones me vinieron a ver y me trajeron algo de plata, pero sólo la familia de la quinta me sigue pagando, me tiran 20 o 15 pesos por mes por haber trabajado los 14 años. También me regalaron una heladera. Quiero ir a preguntar a la otra señora donde trabajé a ver si me tira 20 pesos.” Ñata no se quedó quieta. Empezó a tramitar una pensión por invalidez en la ANSeS hace tres años y todavía espera. Además se sumó a un movimiento de desocupados y armó un comedor en su casa para los vecinos del barrio. “Vino la asistente social acá, hice todos los papeles, papel tras papel. Cobro el plan del movimiento y un subsidio municipal”, recuenta pero aclara que “en cuando me salga la pensión le dejo el plan a un compañero”.

Cometió un error. Marta le preguntó a su “patrona” si a ella le correspondía aportar. “Cuando yo les consulté a una de mis patronas que es abogada, me dijo ‘a vos no te corresponde porque trabajás una vez a la semana’, pero no me quiero quedar quieta, quiero ir a averiguar a la obra social, al sindicato.” Sólo en las casas grandes hay varios empleados domésticos. Pero en la mayoría de los hogares las trabajadoras llevan a cabo su labor en soledad. Eso no les permite conversar con compañeras que estén en la misma situación en el lugar de trabajo y la organización se hace más difícil. Hablan en los trenes o en el barrio, con sus familiares o amigas. También pueden recurrir al sindicato. Pero la jubilación y la obra social, conquistas históricas de los trabajadores y trabajadoras, recién ahora, tal vez, comiencen a ser una realidad para las empleadas domésticas.

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Marta
 
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