NOTA DE TAPA
Cuando era bebé, un amigo de su padre vaticinó: “La nena va a ser artista”. Y ella cumplió: puso el oficio y el cuerpo en el teatro pero también en el cine y la televisión; se dio el gusto de compartir escenario con Sandro y también de largarse a cantar por cuenta propia. Eso mismo sigue haciendo ahora, a poco de estrenar show propio, mientras graba una novela con Pablo Echarri. Con ustedes, Rita Cortese.
› Por Moira Soto
Animal sin domesticar del teatro, el cine, la televisión, Rita Cortese sin duda figura entre las mejores actrices argentinas de todos los tiempos. Intérprete poderosa, ecléctica, libre, Rita ha estado, siempre jugándose al ciento por ciento, en puestas de Roberto Villanueva y en shows de Sandro, en montones de novelas, comedias y unitarios de la tele, en películas de Daniel Barone y de Luis Ortega. También se puso a cantar a fines de los ‘90 en el show de tangos y milongas Recuerdos son Recuerdos, con Soledad Villamil, y en 2002 hizo boleros y afines junto a Claribel Medina en el irresistible espectáculo Ojalá te enamores.
En la segunda mitad de 2005, mientras hacía a la impagable tarotista madre de Nancy Dupláa en la tira cómica Sin código, a Cortese le saltó la cantora pidiendo pista: “Lo llamé a Faena y le dije: ‘Mirá, Alan, quiero estar en el Cabaret en febrero’. Y él, de una manera realmente muy generosa me respondió: ‘Ese lugar es tuyo, hacé lo que quieras. Enseguida te llama Ricardo Manetti’. Corté y me permití dudar ‘¿me llamará de verdad?’. Diez minutos y suena el teléfono: era Manetti que quería reunirse. Cuando nos encontramos fui al grano, le comenté que quería hacer un espectáculo de tango y el trato quedó rápidamente sellado, sin vueltas. Llego a mi casa a la noche, llamo a Fabián Leandro, el guitarrista de Ojalá... y le anuncio que vamos a estar en el Cabaret de Faena. ‘Buenísimo, ¿cuándo?’ ‘En febrero.’ Me aclara que se está yendo a Nueva York por un mes y lo tranquilizo: ‘Tenemos tiempo’. Hablo con (el pianista) Facundo Ramírez y le hago la misma propuesta. Me dice que sí en el acto. Bueno, brutal: empecé a trabajar a mediados de octubre con Facundo pero todavía no me lo creía del todo. Volvía por la noche, me tapaba y me repetía: ‘Yo estoy loca, loquísima, esto no lo voy a poder hacer...’”.
“Bueno, volvió Fabián y tal como lo preveía se entendieron muy bien”, cuenta Rita Cortese de un tirón, después de una pasada completa del repertorio de El amor, ese loco berretín, que la muestra en su mejor forma como cantora. Arrebatadora en la profunda emoción de Fruta amarga, Uno; melancólicamente afectuosa con la que Nunca tuvo novio, entre el humor y el patetismo al hacer Gorda, conmovedora en Griseta, a toda marcha junto al burrero de Soy una fiera. Las actrices Graciela Galán y Susana Lanteri hacen su aporte, respectivamente, en vestuario y luces.
¿Al repertorio lo fuiste armando sobre la marcha?
–En realidad, el repertorio se arma escuchando, intercambiando con los músicos, probando. Facundo hizo el aporte de Fruta amarga, un tema maravilloso que yo no conocía y que me costó mucho aprender. No conocía ese tango de Manzi, mirá vos.
Horacio Molina tiene una versión muy buena.
–Justamente, lo estudié por Molina, porque él lo hace tan perfecto que me servía para el oído. Propuse que hubiera temas instrumentales porque me gusta que la gente les preste atención a los músicos. Yo quiero que se luzcan estos dos monstruos que me acompañan.
¿Te interesaba particularmente abarcar distintos registros, ir, por ejemplo, del humor zumbón al drama sin atenuantes?
–Lo que yo quería era cantar los tangos que a mí me gustaban de corazón. Temas en general vinculados con el amor, la pasión, incluso la pasión por el juego, la nostalgia por lo que ya no es y se intenta vanamente atrapar como en Viejo smoking, de Celedonio Flores, de una poesía entrañable. Me manejé por el lado de los tangos que amaba. Soy una fiera lo escuchaba cuando era chica, lo mismo que Che Bartolo. De modo que fui sumando esos temas que tenían gran resonancia en mí. Además del amor y la pasión está la cosa desclasada de esta sociedad. Y la decadencia, la mentira, la soledad, la vejez en Enfundá la mandolina... En fin, la picaresca humana.
¿Podrías definir dónde se juntan, dónde se separan la actriz y la cantante?
–No sé si te lo podría explicar muy bien, pero yo te diría que no se juntan en mi caso. Lo que quiero significar es que yo trato de no pasarme con la actuación en el tango, porque correría el riesgo de interpretar cada palabra, cada coma... Y la verdad es que la letra manda sola, me parece. Vos sabés que yo empecé a cantar bastante grande, tengo 56 y me largué a los 48, 49. Es cierto, a mí siempre me gustó cantar, lo hacía en las reuniones a pedido. Iba a escuchar a mis cantantes favoritos y siempre había alguna cosita que criticaba, hasta que un día me dije: “pero yo me estoy resintiendo, estoy haciendo algo que no está bueno”. Me di cuenta de que no me podía quedar con esas ganas adentro. Decidí que me iba a animar.
Tanto Recuerdos... como Ojalá... y ahora El amor se deben a tu iniciativa.
–Te diría que soy la causa de estos espectáculos, doy el primer paso, sí, pero después se realizan en equipo.
En los tres casos, se trata de actrices que cantan...
–Sí, como antes, que era bastante común que las actrices cantaran, algunas muy bien. Aída Luz, por ejemplo, estrenó Patio de tango, cantaba divinamente. Mirá, de ella aprendí la lógica del escenario: estábamos ensayando con ella, Jorge Luz, María Rosa Gallo, Raúl Rossi... bajo la dirección de Cecilio Madanes una pieza que se llamaba Sabato, domenica e lunedì. Imaginate, yo venía de la escuela de Raimondi, Gandolfo, y en la segunda jornada el personaje de Aída tenía que poner a hervir una pava con agua para hacer el té. Entonces ella atraviesa el escenario, como si estuviese todo el decorado, como si hubiese cocina, y cuando va a tomar la pava –que supuestamente tenía que estar muy caliente– Aída hizo tuc, como que se había quemado. Ahí me di cuenta: claro, no hay que pensar tanto en trabajar el frío, el calor, el viento, la nieve... El escenario tiene una lógica: si vos tenés una pava en el fuego lista para hacer té, si la agarrás te vas a quemar... Me quedé con la boca abierta por ese acto reflejo de esta sabia actriz. Del mismo modo, salís a la lluvia y te mojás, ya, listo: no hay que tardar dos años para sentir el agua en el cuerpo. Hay que actuar un poco, como decía Orson Welles... (grandes risas). Tita Merello, maestra de maestras, otra actriz que cantaba. Y tenemos a Sabina Olmos, a Virginia Luque...
En El amor, ese loco berretín navegás con mucha fluidez dentro de un espectro muy amplio de registros. La verdad es que no parecés privarte de nada.
–No, en general en la vida y en el arte trato de no privarme de nada. Ya la vida misma me va a privar de la mía, así que mientras tanto trato de no perderme nada. De ser feliz, qué sé yo.
En el terreno profesional te movés con un desprejuicio inhabitual. Aquí podemos tener una presunta “mejor actriz” a la que se le rinden todos los honores, que nunca haría algunas de las cosas que vos te atrevés a encarar. Como ir de una telenovela popular a estar en un escenario con Sandro, pasando antes por Thomas Bernhardt, y ahora mandándote estos tangazos...
–Es verdad, probablemente alguna actriz muy prestigiosa no lo haría. Pero a mí me parece que es algo fantástico tener esta disposición, esta apertura, rendir y disfrutar en cosas tan diversas para las cuales el límite en todo caso no pasa por el qué dirán de algunos puristas.
La profecia
¿Siempre fuiste así?
–Creo que sí, quizá en forma más inconsciente antes. Tal vez ahora la tengo más clara, veo mejor los riesgos. Que no me frenan, por supuesto... Siempre fui... en realidad, no sé muy bien cómo soy, te voy a ser sincera. Sé que la necesidad y la vida y las cosas que me interesan me van llevando por situaciones. Siempre estoy en la cornisa, la verdad es ésa.
¿La vida o una vocación definida te llevó al escenario?
–Mirá, cuando yo nací, mi padre tenía un amigo, uno de los Lanusse, bastante borracho el señor. Parece que papá le dijo “vení a ver a la nena”, y este tipo, frente a la cuna, dijo: “Va a ser artista”.
En vez de las hadas de La Bella Durmiente tuviste un hado beodo...
–(Risas.) Sí, que me tocó con la varita mágica. Cuando yo era chica me contaban reiteradamente este cuento, era un mito familiar que yo tenía incorporado... Bueno, ojo, que a mí también me llevaban al teatro de chica, mis viejos eran muy teatreros. En mi casa se escuchaba a Gardel, a De Caro –no todo el tango–, jazz y ópera. De chiquita he visto a Luisa Vehil, a Olinda Bozán... Recuerdo que en una oportunidad estábamos en Mar del Plata, yo de siete años, y mi papá –que murió cuando yo tenía doce– en el Palacio de los Deportes me presentó a Mario Soffici como “un gran director de cine argentino”. Entonces, mirando hacia atrás, advierto esta gran transmisión que recibí desde temprano vinculada con el mundo del arte. Siempre supe, por ejemplo, que Buster Keaton era un genio. Mi papá me llevó a ver Candilejas, de Chaplin, una película en su momento bastante denostada y luego revalorizada. Y yo miraba todo eso: Keaton, Chaplin, De Sica, Hitchcock... Bueno, mi papá también estaba un poco loco porque me llevaba a ver La ventana indiscreta, y es el día de hoy que me encuentro con una ventana iluminada en la noche y algo me provoca...
¿Cuándo empieza a cumplirse la profecía del hado madrino?
–Termino el colegio secundario, donde ya hacía algunas representaciones, y empiezo Filosofía y Letras, año, ‘67, ‘68. Salía del colegio de monjas del cual me habían echado en varias oportunidades. Por nada, por ponerme mocasines marrones en vez de negros, creerme Rosa Luxemburgo. Y las monjas eran tan estrictas que cualquier norma quebrada era un escándalo.
Bueno, en lo de Rosa, algo de razón tenían desde su punto de vista.
–Seguro (Risas.). Como te decía, entré a la facultad y había que estudiar tanto, tanto. A mí me empezó a parecer que me estaba perdiendo la vida ahí sentada estudiando cuando había tantas cosas por hacer afuera. Mi madre me planteó: “O estudiás o trabajás”. Elegí lo segundo y, en un momento dado, en uno de los tantos empleos que probé, empecé a trabajar en la parte administrativa de una fábrica, y de pronto tuve como una proyección de futuro, de lo que sería de mí si seguía en ese camino. Ahí se me hizo la luz: esto no puede seguir así, voy a estudiar teatro. Justo tenía una compañera cuyo primo estudiaba con Néstor Raimondi que recién llegaba de Alemania, de dirigir en el Berliner Ensamble. Y así fue que entré a su escuela. Empecé ahí y ya no me detuve más. Ahí se cumplió la profecía. Yo tendría 25. O sea grande ¿no?
¿En algún momento imaginaste un ideal de carrera?
–No, no hice esa clase de previsiones. Pero sí tuve, por suerte, a personas muy valiosas que marcaron mi estética. Cuando fui a estudiar con Lorenzo Quinteros, él venía de la línea de Roberto Villanueva y ahí descubrí que yo adhería a esa corriente, que me identificaba. Después, la vida me puso frente a grandes directores: Jaime Kogan, Alberto Ure, Villanueva... Este espectáculo, internamente se lo dedico al gran maestro Roberto Villanueva que murió hace poquito rodeado de sus discípulos.
Tablas de salvacion
Cuando te preguntaba sobre si habías pensado la carrera que querías hacer, me refería –aparte de lo estético– a los principios que podrían regirla, a los límites que te marcás.
–Digamos que escucho bastante a mi corazón, que hay ciertas cosas que no las haría jamás, cosas que mi conciencia y mi cuerpo rechazan. Entonces digo que no. De hecho, en un especial de Canal 9, hace bastantes años, dentro de un ciclo prestigioso se hablaba mal de la Revolución Cubana. Yo en ese momento estaba ahí como apareciendo y dije: “esto no lo hago”. Jamás trabajaría en una producción que toque un punto ideológico que me traicione.
Vos has estado simultáneamente en programas de televisión muy populares y en piezas de teatro de alta calidad, quizá para un público más selectivo, ¿esta situación te creó algún conflicto alguna vez o te sentiste demasiado exigida?
–No, al contrario. A mí el teatro me salvó siempre de sentirme confundida. Te aclaro: yo creo que la televisión sola, como único trabajo para un actor o una actriz, es muy peligrosa, por el ritmo material, espiritual que demanda. Los unitarios del nivel de Vulnerables, Locas de amor, Mujeres asesinas, son pocos. Entonces, es muy difícil rendir plenamente en la tele, desde todos los rubros te lo digo. De todos modos, creo que en muchas producciones mediocres los actores, algunos al menos, siempre tratamos de salvar la cosa, de ir un poco más allá. Personalmente, creo que hay una gran crisis de autores, frente a una calidad visual en general buena. Por eso te digo que a mí el teatro me salvó frente a la pobreza de ciertos textos televisivos, siempre me hizo sentir que estaba en mi camino. Por supuesto que la tele me ha permitido vivir y ganar dinero y gastarlo.
Es verdad que hasta en los programas más truchos donde estuviste siempre se notó que lo tuyo no era de taquito.
–No, jamás en la vida. Siempre traté de hacer un aporte, de defender el personaje. Y cuando de verdad sentí que era indefendible, me fui. Dije: hasta acá llegué, si sigo no me lo voy a perdonar.
Como quiera que sea, algunos buenos recuerdos tenés de la televisión.
–Claro que sí. De las tiras, El sodero de mi vida es un grato recuerdo. Y el año pasado me divertí muchísimo con Sin código, sobre todo cuando se puso cada vez más desopilante alcanzó un tono muy absurdo con libertad.
Es cierto, aunque en los últimos tramos no lo pudo sostener. Fue bueno que Adrián Suar se tomara el pelo sin miedo al ridículo, o más bien buscando el ridículo.
–Era tal la libertad del programa que no te lo puedo comparar con ningún otro donde yo haya estado. Una cosa fantástica era que todos nos gustábamos, no había ni la más mínima rivalidad. Muchos de los gags se producían en cámara. Claro que esa libertad tan absoluta te obligaba a estar muy alerta, muy presente. Y Adrián encabezaba con su humor delirante, fue el primero que empezó a reírse de sí mismo, eso no estaba inicialmente en el libreto. Era la primera vez que trabajaba con él, y convengamos que una podía tener un pequeño preconcepto acerca de cómo se trabajaría con el patrón de la vereda. Y realmente te digo que es un tipo de una gran generosidad, escuchando los comentarios, las propuestas... Por otra parte, me parece que Sin código fue un programa muy osado, con una sensualidad a flor de piel.
Después de tantos trabajos en Canal 13 te vas a Telefe a hacer Montecristo, la tira donde sos el ama de leche de Pablo Echarri. ¿Te divorciaste de Pol-ka?
–No, yo nunca me divorcio, vos sabés que no puedo dejar nada. Ahora voy a estar un tiempo en Telefe.
¿Como con un amante?
–Sí, claro, un amante... (risas). Todos somos amantes. Es lindo trabajar en Pol-ka, también he hecho mucho cine con esta productora, nos conocemos bien.
Tu caso es bastante atípico en la tele donde se ha impuesto tu calidad de actriz, tu fuerte presencia, y sos convocada regularmente siendo una mujer madura...
–Mayor, digamos (carcajadas): 5 de agosto de 1949.
Que no está operada ni con sobreboca ni botoxeada, que no responde a la silueta anoréxica establecida...
–En absoluto (más risas).
No te producís, no explotás ninguna forma de glamour al uso, no aparecés en los medios con frecuencia, salvo ahora porque estás estrenando. Sos una excepción pero también una demostración de que se puede estar de otra manera, ser reconocida en ámbitos tan distintos como el San Martín haciendo un Javier Daulte o en el Gran Rex con Sandro.
–Sé perfectamente que soy una privilegiada. No es por hacerme la modesta, pero debo decirte que de verdad yo también creo un poco en la suerte. Porque hay un montón de actrices buenísimas a las que se les hace difícil conseguir trabajo. Yo cada día me sorprendo de la cantidad, en proporción más que la de los actores varones. Cuando hacés un casting, te das cuenta de que es más difícil conseguir hombres.
¿Será, nomás, que la actuación es
femenina?
–Y a lo mejor, sí, quién te dice. Tengo la impresión de que nosotras siempre intentamos un poco más, creo que en general le tenemos menos miedo a la vida que los hombres. Y en el escenario nos importa menos arriesgarnos, creo que nos exponemos más. O por ahí tenemos miedos diferentes. Hay pocos tipos que consiguen borrar la frontera de géneros, Alejandro Urdapilleta es uno de ellos. Yo siempre digo que está Alejandro y después viene la Asociación Argentina de Actores. Es un actor del cual yo he aprendido muchísimo. Cuando fui a ver La moribunda aprendí que la actuación es un acto de fe, nada más. Si uno cree que es el rey y que tiene la espada, sos el rey y tenés la espada. El en sus espectáculos es así. Es que es muy raro este oficio, porque al mismo tiempo tenés que saber que no sos realmente el rey, que lo estás representando. Y cantar estos tangos masculinos que he elegido, más raro todavía. Porque yo hago una vuelta extraña que, sinceramente, no te la puedo explicar, una alquimia rara, por ahora no me interesa averiguar cómo ocurre. Sólo te puedo decir que hay un mecanismo de ida y vuelta. Canto desde un lugar absolutamente femenino, pero lo masculino va y viene.
Justamente, se siente esa extrañeza al escucharte porque transmitís una honda comprensión del alma masculina, un ponerte en el lugar del personaje como mina.
–Hay algo del ser que aparece, esa alquimia que te decía que surgió espontáneamente, no me lo propuse a priori. Sobre la marcha apareció este salir y entrar que creo que sí, tiene que ver con el actuar.
Cuando armabas el repertorio, ¿te tentaste con algún tango abiertamente misógino?
–¿Vos decís, por ejemplo De las mujeres mejor no hay que hablar? No, ésos los evité, no los habría podido hacer. Algunos de los que elegí, como te decía, están puestos en la boca de un hombre, expresan su sentir y yo lo puedo compartir. Si tomamos el caso de Viejo smoking, versa que remite a un objeto, que podría ser cualquier otro, que simboliza una época de esplendor, se trata de un sentimiento universal. Y Soy una fiera, bueno, está bien, es un tipo al que le encantan las carreras. Yo soy jugadora y sé de qué se trata. Ahora ya no, pero jugué mucho en el casino, he perdido muchísima plata, y lo comprendo. No por casualidad, estamos hablando de un tango que han hecho con frecuencia las mujeres.
¿Tenés alguna fuente secreta de energía?
–Ningún secreto, ninguna vitamina. Mirá, estoy tomando un whisky a las 3 de la tarde, fumo mientras canto. No, nada que revelar. Trato de ser feliz, de disfrutar, lo que no quita que tenga un gran sentido de finitud. A lo mejor, ése es el secreto. Me gusta la vida. También creo que la energía se puede aplicar en otras direcciones. Por ejemplo, acabo de cantar y mirá cómo termino: empapada. Si pusiera mi energía en que no se me note, en ver cómo hacer para que no me moje el pelo, estaría haciendo un gesto para mi gusto inconducente. Qué querés, soy un poco obscena.
¿Qué es cantar para vos?
–Tener un caño acá (se señala la garganta) que es absolutamente liberador. Es lo más lindo que te puede pasar. Es lo más, lo más.
¿Más que actuar?
–No lo sé. Porque cuando hacés Wittgenstein y tocás esa zona... Lo que pasa es que me parece que cantando la tocás más seguido. El canto es algo serio, como sanador, muy especial.
Si hay Diosa, Dios, algo por el estilo, ¿es lo que más se le acerca?
–Sí, totalmente, lo más cerca. Cualquier forma de canto. Hay algo con el canto que sale de lo humano.
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