LEYENDAS
Adelaida Mangani dice que los títeres la atropellaron en los años ‘60, cuando tenía pensado dedicarse al teatro y la música poniendo su propio cuerpo. Pero en el camino conoció a Ariel Bufano y, con él, un mundo de muñecos que nunca abandonó y en el que, ahora, ella es toda una institución.
› Por Laura Rosso
Me encuentro muy contenta como abuela”, dice Adelaida Mangani al hablar acerca de su trayectoria en el arte de los títeres. Ella es –junto con Ariel Bufano– un pilar fundamental sobre el que se ha ido construyendo toda una tradición. Y agrega: “Digo abuela en el sentido de tener, debajo, dos generaciones de personas que se han formado conmigo y que son, a su vez, formadores de nuevas generaciones y que van transmitiendo el conocimiento y la cosmovisión del arte y la estética de los títeres. Eso es lo que más satisfacción me da en este momento”. Además de dirigir el Grupo y la Escuela de Titiriteros del Teatro San Martín, Mangani es una gran impulsora de ideas y proyectos: “Me interesa la apertura de espacios institucionales y artísticos. Tengo muchos proyectos en ese sentido, que no se si podré concretar, pero no me importa, porque lo bueno es que los proyectos estén en la cabeza de las personas, después, en algún momento, se concretan. Me importa que se instalen las ideas, porque a la corta o a la larga, van llevándose para donde tienen que ir”.
Los títeres del San Martín forman parte del circuito cultural de la ciudad desde hace muchos años y gozan de una presencia importante entre los vecinos. Espectáculos como Carrusel Titiritero, El amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín, La bella y la bestia, El circo criollo, Romeo y Julieta o Teodoro y la luna han sido disfrutados por grandes y chicos. “El hecho de que hace 28 años se generara la idea de que hubiera un grupo estable de titiriteros en un teatro oficial implicó que se creara un espacio artístico en el nivel de la planificación, que hubiera un presupuesto que se destinara al arte de los títeres dentro del proyecto cultural de la ciudad. Y fue buenísimo porque se comenzó a producir un ida y vuelta con los vecinos de la ciudad. Hoy la gente dice ‘vamos a los títeres del San Martín’, existen como producto artístico instalado.”
¿Por qué empezaste con los títeres?
–Yo empecé con los títeres porque me atropellaron. Los títeres me encontraron a mí, en realidad, porque yo tenía una formación teatral y musical. En el año 1961, entré a trabajar como maestra en el Instituto Vocacional de Arte, ahí lo conocí a Ariel (Bufano) y nos enamoramos. En ese momento, él hacía funciones como solista y necesitaba de alguien que lo acompañara, entonces yo comencé a hacer de guante de él (se dice guante al que ayuda a enguantar los títeres detrás del retablo). A partir de ahí empezaron a surgir ideas para montar espectáculos teatrales. Pusimos una escuela en Flores que funcionó hasta el año ‘76. Después del golpe militar la tuvimos que cerrar, porque muchos de nuestros estudiantes militaban en política, nuestra ideología tenía que ver con todo lo que en ese momento estaba muy perseguido y así fue como la escuela se vació sola.
¿Tenés títeres más queridos?
–Sí, tengo. Algunos los tengo en mi casa guardados y ni siquiera se los muestro a nadie. Son muy hermosos, algunos son realmente como obras de arte en sí mismas, objetos que salieron maravillosos.
¿Qué te produce verlos quietos, guardados?
–Me traen muchos recuerdos. Son como un disparador de cosas que no puedo olvidar. Personas, situaciones, emociones. En cada hecho escénico está el personaje y toda una confluencia de diferentes vías que van a parar al personaje. Mirá, en Carrusel Titiritero había una escena compuesta por un títere, un marote muy grande, que era Carlos Gardel. Una especie de sugerencia de Gardel, ni siquiera toda la cara, era una gran sonrisa y el pelo. El tango de la escena era Mi Buenos Aires Querido, entonces primero se iluminaba el Gardel y después subía despacito, detrás del retablo, un obelisco. A mí me tocaba subir el obelisco junto con otra persona que estaba del otro lado. Es el día de hoy que yo escucho ese tango y digo,”está torcido”. Porque era subir el obelisco y decir “está torcido, corregí que está torcido”, ya no me lo puedo sacar del oído.
Interpretar un personaje con los títeres, ¿implica un pasaje de vida?
–Exactamente, porque si no es inanimado. El alma del títere somos nosotros, los titiriteros, los intérpretes. Uno apunta a componer el personaje y tiene que aprender la técnica de transferir al objeto toda la carga emocional y dinámica. No comparto el término manipulador de títere, yo digo intérprete porque manipulador sería alguien que solamente mueve un mecanismo. El secreto del arte de los títeres es que se produzca esa transmisión. Disfrutaba absolutamente de la interpretación, lo maravilloso cuando alguien te dirige es que no tenés que pensar más que en tu personaje; eso tan genial, es todo placer.
¿Qué te dejaron los títeres?
–Cada una de las experiencias artísticas le dejan a uno muchas enseñanzas, sólo hay que saberlas ver. Los títeres me enseñaron el ejercicio de la libertad interpretativa. A través del títere –si uno lo logra– la libertad que se tiene como intérprete es, podríamos decir, ilimitada. En la creación siempre hay un fuerte límite que es el límite de la forma. Las posibilidades que el títere posee –por tratarse de un objeto– son ilimitadas. Con el objeto podés hacer que ese personaje haga cosas que no puede hacer el actor. Como remontar vuelo y salir, al actor lo podés colgar de un arnés, pero no es lo mismo. En cambio, el objeto títere tiene la posibilidad de cumplir la fantasía que uno tenga más allá de cualquier límite. Eso, formalmente. Internamente, como no tenés la limitación de tu propio cuerpo sino que tenés la posibilidad de tu imaginación, el títere te produce un estado de liberación que no te produce la actuación. Una vez que experimentás eso no querés hacer otra cosa.
Los títeres suelen relacionarse con el mundo de los chicos, sin embargo vos has hecho obras para adultos.
–Lo consensuado en la sociedad es que es un género para niños porque el público va masivamente a ver títeres para niños y no para adultos. Ahora, si retrocedemos en la historia del arte de los títeres, cuando se originaron fueron un arte dirigido a los adultos. El títere popular era soez, muy atrevido y muy osado. Los titiriteros ambulantes contaban las historias que tenían que ver con las cosas más ocultas de la sociedad. Con los años, en la Argentina, en Estados Unidos y también en Europa se produce como una especie de silencio en el arte de los títeres. Luego, cuando reaparecen, aparecen dirigidos a los niños y se instalan como recurso pedagógico y se arma toda la tradición de teatro de títeres para niños. A mí, lo que me importa es el goce estético, ahí es desde donde se aprende, si hay una conexión con el objeto estético que es recibida a través de todos los sentidos y entra en el alma. Después, si alguien aprende que dos más dos son cuatro porque un títere lo dijo, yo no tengo nada que ver.
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