Vie 07.04.2006
las12

Cuidar el detalle

Sólo en un libro publicado en la España de los años ’50, con prólogo del Marqués de la Maldavia, es posible encontrar la siguiente definición de distinción: “Es raza, o lo que es lo mismo, casta o calidad de origen o linaje. Y la raza no es privativa de las personas sino también de muchos animales irracionales: un galgo será distinguido siempre, aunque esté desatendido en su cuidado; en cambio, un perro sin raza no lo será nunca, por mucha filigrana que haga el esquilador y por elegantes que sean las mantitas que lo abriguen”. De esta guisa discurre el caballero Antonio de Armenteras en la Enciclopedia de la Educación y la Mundología (Gasso Editores, 1957). Tampoco es cuestión de creer, dado que se citó a los galgos, que la distinción es privativa de las personas altas y delgadas. Nada de eso, “pues con constitución orgánica de esa naturaleza abunda la gente zafia, ordinaria y grosera; y en cambio entre las personas gruesas y de no elevada estatura, se encuentran infinidad que demuestran, sin proponérselo, el hálito inconfundible de su distinción”.

De todos modos, aunque nuestra estirpe sea dudosa y nuestra raza discutible, siempre nos quedará la posibilidad de vestir con esa elegancia que preserva el encanto femenino y que se reconoce sobre todo en las extremidades: ni pensar en zapatos masculinos ni en zapatillas ni en ningún otro calzado que llame a equívocos, nos previene paternalmente don Antonio, quien se alegra de que haya vuelto el uso del guante en la toilette femenina. Por supuesto que no habla de cualquier guante en cualquier ocasión: su largo, clase, color y material, dependerán de la ropa que se lleve, el horario, el evento en cuestión. Naturalmente, el guante tiene una etiqueta propia y la Enciclopedia nos refresca el refrán: “Para el rey, uno; para Dios, ninguno”. Traducido: para saludar a una persona, la dama deberá ofrecer la mano derecha desenguantada. Y al entrar a la iglesia, ambas manos deben ir descubiertas. Otras variaciones en torno de este insoslayable accesorio, sea cual fuere la estación: “Al ingresar a una casa se habrá quitado ya el guante de la diestra, y no se saldrá de ella sin habérselos calzado a los dos antes de trasponer la puerta”. Mucho ojo, pues, porque es una incorrección imperdonable ponerse los guantes en la escalera.

También las joyas son accesorios que definen la elegancia del atuendo de la dama. En principio deben ser finas y discretas, y combinar con la vestimenta y el lugar. Sin embargo, en contadas ocasiones donde se distiende la etiqueta “se puede llevar bisutería de metal o pedrería falsa de buena terminación”. Pero jamás de los jamases se portarán chafalonías en fiestas solemnes, banquetes importantes o espectáculos de calidad como la ópera. Más vale un cuello desnudo, un escote sin el fulgor del oro y las piedras preciosas, que el bochorno de querer engañar a los conocedores con una imitación.

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