SALUD
Mientras las estadísticas de contagio y muerte por vih/sida siguen feminizándose, en el encuentro de Naciones Unidas convocado para evaluar progresos y logros pendientes las y los representantes latinoamericanos se declararon pesimistas por las políticas de prevención y tratamiento de la región. Sobre los desacuerdos y las posibilidades reales de cambio habla aquí la médica Mabel Bianco, que participó de esa postura.
› Por Roxana Sandá
El hecho de que l@s representantes de Latinoamérica se hayan visto en la obligación de plantear su desacuerdo, cuando lo que se esperaba de ell@s eran aprobación y felicitaciones, no pronostica espíritus de articulación hacia futuro. En Nueva York, durante Ungass, la convocatoria de Naciones Unidas pensada para evaluar los progresos y desafíos pendientes en la lucha contra la pandemia del vih/sida, representantes y activistas civiles de América latina y el Caribe manifestaron el “firme desacuerdo respecto del proceso de revisión y evaluación para las metas fijadas en 2001” en la Declaración de Compromiso. Un desacuerdo por la reapertura de discusiones ya superadas, la ausencia de un liderazgo de las organizaciones civiles en el proceso de la Declaración, el desconocimiento de “las raíces estructurales que generan situaciones de vulnerabilidad en amplios sectores de la población”, la invisibilidad de América latina para la cooperación internacional y la falta de un compromiso veraz de la Asamblea “que anteponga la vida, la salud y el libre desarrollo de las personas y su sexualidad a todo tipo de fundamentalismos morales, políticos, religiosos y económicos”.
El reclamo de las organizaciones participantes de México, Brasil, Uruguay, Nicaragua y Venezuela vino a despojar de brillo a una reunión que el director ejecutivo del Programa de las Naciones Unidas contra el Sida, Peter Piot, intentó posicionar como etapa de logros. “Hemos visto importantes progresos en estos cinco años, con un aumento en la ayuda financiera, más tratamientos disponibles y una disminución de nuevas infecciones, particularmente entre los jóvenes.” Dicho esto en medio de un informe devastador distribuido al inicio de la reunión, el 30 de mayo, donde se revela que 2,8 millones de personas murieron a causa del sida en 2005, y 4 millones resultaron infectadas. Casi 39 millones de personas en el mundo padecen el vih/sida, en tanto que unos 65 millones se contagiaron desde que se identificó la enfermedad, 25 años atrás. Según el documento, la epidemia se agrava especialmente entre mujeres y jóvenes: aquellas representan el 50 % de las infecciones. Y los programas de prevención no alcanzan a cubrir a los grupos más vulnerables: sólo el 9 % de los hombres que tienen sexo con hombres recibieron algún tipo de servicio de prevención en 2005, oscilando del 4 % en el Este europeo al 24 % en América latina y el Caribe.
Desde este sur del mundo, la médica Mabel Bianco, presidenta de la Fundación de Estudios e Investigación para la Mujer (Feim), pasó por la Ungass con el compromiso de escuchar y trasladar debates e inquietudes entre regiones, en esta ocasión sostenida por un background de peso, como lo fue el diálogo Estrategias para el sur: construyendo sinergias en salud reproductiva y vih/sida, organizado por Feim y del que participaron redes de Africa, Asia, Europa del Este, América latina y el Caribe. La reunión operó, si se quiere, como una radiografía previa de la sesión especial de Naciones Unidas sobre las metas fijadas para el vih/sida. En el encuentro celebrado en Buenos Aires a mediados de mayo, algunas de las principales organizaciones internacionales de salud sexual y reproductiva, vih/sida, jóvenes y derechos de las mujeres acordaron un segundo encuentro a fin de año, en pos de articular el concepto de sexualidad desde un enfoque basado en el placer, la información, la libre elección y el derecho a la prevención y al tratamiento del vih/sida, “que tantas veces las mismas políticas gubernamentales los hacen aparecer como opuestos”, advirtió Bianco,
“El nudo del encuentro consistió en plantear este concepto de sexualidad basada en el placer y los derechos, y trabajarlo para hacer advocacy (abogar) ante los organismos internacionales, gobiernos y grupos de la sociedad civil.” La propuesta, que puede sonar remanida en términos de organizaciones que se sientan a una misma mesa para diseñar estrategias, adquiere un tono llamativo en que “es la primera vez que este tipo de grupos se enlaza en un diálogo que sirva para trabajar juntos”. Sobre temas controversiales como violencia, prostitución, derechos sexuales y reproductivos, sida y aborto, y la búsqueda de canales en la política internacional coincidieron la mayoría de los participantes, entre quienes se encontraban Jacqueline Pollock, de Coordinación de Acción e Investigación sobre Sida y Movilidad, y Nelia Sancho Liao, del Consejo de Derechos Humanos de las Mujeres, por Asia; Gcebile Ndloyu, de la Comunidad Internacional de Mujeres Viviendo con Vih y Sida del Sur de Africa, Cesnabmihilo Dorothy Akenoya, del Centro Internacional por la Salud y los Derechos Sexuales y Reproductivos de Africa; Wanda Hanna Nowicka, de la Red de Mujeres de Europa Central y del Este por la Salud y los Derechos Sexuales y Reproductivos; Alessandra Nilo, del Consejo Latinoamericano y del Caribe de Organizaciones con Servicio en Vih/Sida, y Josefina Hurtado, por Red de Salud de las Mujeres Latinoamericanas y del Caribe. “Todas manifestaron preocupación por cómo se está dificultando hablar de algunos temas y por el corte de recursos económicos para diferentes programas.”
Son facetas de un mismo cristal: que todavía no se pueda hablar de sexualidad, mucho menos de la sexualidad de las mujeres, salvo si se aborda desde la reproducción; que aún se esté abogando por información vinculada a prevención; que las metas fijadas por Naciones Unidas en junio de 2001 para controlar el crecimiento de la epidemia de vih/sida no se hayan cumplido hacia esta segunda etapa (y existen serias dudas de que se alcancen para la tercera, en 2010), no sólo hablan de estadísticas negativas sino de lo que Bianco define como “oposiciones culturales, religiosas, ideológicas que están impidiendo tratar la sexualidad en esos términos. Es así, por ejemplo, que la mayoría de países donantes para programas de vih/sida condicionan su apoyo a programas de prevención como los de solo abstinencia para jóvenes”.
El Boletín sobre sida en la Argentina revela que unas 127.000 personas (115.000 a 134.000) viven con vih/sida, de las cuales un 60 por ciento desconocería su situación serológica, mientras que la epidemia de sida “ha evolucionado en forma disímil” desde que se registró el primer caso, en 1982, alcanzándose al 31 de diciembre de 2005 un total de 30.496 casos notificados. La evolución de casos por sexo, hasta 1987, fue predominante en hombres. Hoy, según el documento, en el total de casos acumulados de sida las mujeres representan el 24,6 % y los hombres el 74,9 %, mientras que la tendencia en este país –como en el resto del mundo– expresa que la epidemia se feminiza de manera rotunda, y el número de casos de sida en mujeres diagnosticados por año no deja de crecer; todo esto unido a que la mayor concentración de casos se presenta en edades sexualmente activas, entre los 25 y 29 años, aunque el período de mayor frecuencia sea de 25 a 34 años.
“Y todavía se consideran vías de transmisión excluyentes el uso de drogas por vía intravenosa y la transmisión sexual entre heterosexuales y hombres que tienen sexo con hombres –lamenta Bianco–, y no se están considerando otras categorías, como travestis y transexuales, u otras vías de transmisión como el alcohol, por ser una droga socialmente aceptada.”
Detrás de la mala prevención se ocultan pautas culturales oclusivas, que hacen más difícil emprender campañas de divulgación sobre los derechos sexuales que brindarles tratamiento. Plantean modelos heterosexuales cuando la realidad muestra otras elecciones para las cuales no tenemos respuesta. En Africa, por lo menos, hablan del preservativo. Aquí, ni siquiera.
El encuentro de redes concluyó, precisamente, la necesidad de que los gobiernos se planteen que todo esquema de prevención y tratamiento de la enfermedad debe apuntar “al respeto de los derechos sexuales, lo que significa romper con las inequidades de poder que existen entre géneros y/o entre diversas franjas sociales. En nuestros países, detrás de la insuficiencia o mala prevención se ocultan esas pautas culturales oclusivas, lo que hace mucho más difícil emprender campañas de divulgación sobre los derechos sexuales de la gente, que brindarles tratamiento. Plantean modelos heterosexuales cuando la realidad muestra otras elecciones para las cuales no tenemos respuestas. En Africa, por lo menos, hablan del preservativo. Aquí, ni siquiera”.
Desde su creación, el programa de Lucha Contra el Sida y más tarde el de Salud Sexual y Procreación Responsable presentan, a entender de Mabel Bianco, una deuda sanitaria impregnada de políticas verticales que alejan a las mujeres y sus familias de una atención integral. Esos programas y sus insumos no amalgaman estrategias, y los servicios hospitalarios son tajantes en este sentido. “En los servicios de salud se pierden a diario cientos de oportunidades únicas de prevención para las mujeres, sus parejas y sus hijos.”
–Esto tiene que ver con las inequidades de poder que se mencionaron en el encuentro.
–Por supuesto. El tema del sida todavía no está relacionado ni bien imbricado con el Programa de Salud Sexual, y menos con el capítulo que habla del derecho a la información. Si a nuestros chicos no les podemos enseñar el marco de una sexualidad placentera y saludable, estamos en las cavernas, porque les permitimos que estén en riesgo y no puedan saber qué hacer.
–¿Cuánto de esa esquizofrenia repercute especialmente sobre las mujeres?
–Las mujeres que viven con vih tienen acceso al tratamiento y mejor acceso a la prevención de transmisión madre-hijo, pero no lo tienen a servicios de salud sexual y reproductiva que consideren su situación de vih: de hecho, muchas se enteran de su diagnóstico cuando están embarazadas. Por ejemplo, los antirretrovirales que toman les quitan eficacia a las píldoras anticonceptivas que utilizan. No hay concepto de doble protección. Nadie se ocupa del preservativo ni de informar que si hay una pareja en la que los dos son positivos, al tener relaciones sexuales sin protección se reinfectan y eso conlleva un mayor riesgo.
–Una de las discusiones planteadas en la sesión especial de Naciones Unidas es sobre los costos elevados de las medicaciones y la creciente dificultad de acceso.
–Con esta política de patentes que existe desde 1995 y arranca a partir de 2000, a estos precios y a los costos futuros de los nuevos productos que aparezcan para el sida, y con una epidemia que sigue creciendo, no sé si vamos a poder seguir bancando esto. Esa es la preocupación que trajo la gente de Brasil: con el volumen de pacientes que tienen, es una hipoteca de largo plazo. Se hace urgente una complementación de acciones. Por lo pronto, en la Argentina conseguimos empezar con programas de reducción de daños, pero están asociados al uso de drogas inyectables y son pocos. Todavía no estamos garantizando la integración.
–¿Y eso no habla de problemas culturales graves?
–Habla de discriminación y estigma a veinticinco años del inicio de la epidemia. En algunos servicios de salud hay un solo profesional que hace las extracciones de sangre a personas con vih; en las áreas de obstetricia de los hospitales, por lo general sólo un médico o una médica atienden a las embarazadas que viven con el virus. Tenemos que aceptar que el sida está entre nosotros y sin embargo seguimos desconociendo y castigando a transexuales y no hay formas de compensación a los infectados que quedan fuera de determinados circuitos socialmente aceptados.
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