ARTE
Como para que las Guerrilla Girls se pongan bien contentas, en la ciudad de Nueva York es posible encontrarse en estos momentos con muestras de grandes artistas mujeres. Pintoras, fotógrafas, decoradoras, escultoras, entre las que se distingue por la calidad y cantidad de su obra Eva Hesse, nacida en la Alemania nazi y refugiada a los 2 años en Estados Unidos, de corta pero fulgurante vida.
Descollante presencia de mujeres artistas en muestras neoyorquinas: además de las que están exponiendo en múltiples galerías, hay que mencionar a las que despliegan su obra en museos de alto prestigio y reconocida exigencia. Entre todas ellas, quizás la exhibition más atractiva tanto por la importancia de sus creaciones como por la cantidad de trabajos ofrecidos –a su vez acompañados de objetos personales, fotos, diarios íntimos y afines–, sea la Eva Hesse Sculpture, en el amplio y elegante Jewish Museum de la Quinta Avenida y 92, exposición que se complementa con los dibujos –en el Drawing Center– de esta artista de origen judío-alemán que murió prematuramente a los 34, después de una intensa década de innovadoras realizaciones que desafiaron el minimalismo imperante.
En el MoMA, entretanto, dentro de la expo Against the Grain: Contemporary Art from the Edward R. Broida Collection, es posible admirar el monumental mural Rhapsody (considerado divisorio de aguas del arte de los ‘70), de Jennifer Bartlett, y también piezas de Susan Rothenberg, Elizabeth Murray (referente de Hesse, por otra parte), y Sue Coe, entre otras. Las magníficas fotos de Diane Arbus que reflejan su curiosa, incisiva mirada sobre mujeres subnormales, su visión personalísima de Nueva York, están colgadas en el Metropolitan.
Without Boundary, Seventeen Ways of Looking, muestra que acaba de cerrar en el MoMA, propuso una serie de artistas del Islam que en su mayoría viven en capitales de Occidente y son mujeres: Shirazeh Houshiary (Irán), Rachid Korarichi (Argelia), Ghada Amer (Egipto), Sacia Sikander (Pakistán), Shirana Shaabazi (Irán), Jananne Al-Ami (Irak), autora de impactantes fotos que se salen de cuadro, de ella misma, sus dos hermanas y su madre irlandesa, Mora Hatoum (Líbano), expuso Keffieh, un clásico pañuelo extendido, con mechones de pelo escapándose de los bordes. Y en el Museum of the City prosigue la espectacular decoradora, con un singular acento teatral en la línea y el color, Dorothy Draper, una autodidacta nacida en 1889 que diseñó mansiones (como la famosa Hampshire House, de NY), restaurantes y hasta interiores de aviones y coches, además de escribir best-sellers sobre lo divertido que es hacer este tipo de escenografías.
Si bien Eva Hesse expuso exitosamente en vida y después de su muerte se realizaron retrospectivas en Nueva York y en ciudades del interior y del exterior de Estados Unidos, la verdad es que el Jewish Museum –con su exhibición permanente de la muestra Cultura y continuidad: El viaje judío, con ochocientas obras de arte y objetos históricos y de ceremonial– parece el sitio propicio para recibir la obra de esta artista judío-alemana que llegó con sus padres y su hermana cuando aún no había cumplido los 3 años a Nueva York, huyendo del nazismo. El resto de la familia Hesse murió en campos de concentración, lo que afectó la salud mental de la madre de Eva. Se produjo el divorcio, el padre volvió a casarse y la madre se suicidó cuando la futura escultora tenía 10 años.
Sin embargo, pese a que algun@s cronistas se cebaron retratando a Eva como una persona frágil marcada por la desdicha, investigaciones más rigurosas, como la llevada a cabo por Anne Middleton Wagner (Three Artists, Three Women, un estudio sobre Georgia O’Keefe, Lee Krasner y la propia Hesse, editado por la Universidad de California) demuestran la vitalidad, la pasión de vivir y crear de EH. A esa aureola de torturada melanco contribuyó por cierto su temprana muerte, que incitó titulares como “La James Dean del arte” o “Una muchacha devenida escultura”, que sin duda la interesada habría repudiado.
El paralelo con Sylvia Plath era demasiado fácil y algun@s comentaristas lo explotaron sensibleramente. Anne Middleton Wagner rebate enérgicamente esa comparación citando a Barbara Rose, quien conoció personalmente a Eva y escribió un artículo sobre ella en Vogue (A Special Woman, Her Surprise Art, marzo de 1973), recordándola como “una hermosa y valiente mujer que produjo en pocos años una de las más imponentemente originales obras del reciente arte norteamericano”. Por su lado, Arthur C. Danto, un entusiasta total de las creaciones de Hesse, también mencionado por Wagner, dice de Eva que supo convertirse en una mujer feliz, que el tumor cerebral que la mató fue algo externo a ella, una insensatez fatal frente a la cual no hubo posibilidad de defenderse. Lucy Lippard, que obtuvo de Helen, la hermana mayor, agendas y cuadernos de notas, anota en su libro Eva Hesse –considerado un texto fundamental sobre la artista– que “desafortunadamente en época de la gran muestra del Guggenheim (A Memorial Exhibition, en 1972, después de su muerte), la escultora fue transformada en un estereotipo, en un mito relacionado con Sylvia Plath y Diane Arbus: ‘Pero Eva no se suicidó, fue muy fuerte y tuvo inmensos deseos de vivir y de producir’. Esa energía excepcional la ayudó a superar el fracaso de su matrimonio con el escultor Tom Doyle, a asumir la muerte de su queridísimo padre, poco antes de caer gravemente enferma”.
“Cubrir. Cerrar. Ocultar. Tapar. Hundir. Esfumar. Oscurecer. Disfrazar. Camuflar. Confinar. Esconder. Circunscribir. Acorazar. Pelar. Anillar. Enfundar. Abrigar. Atar. Vendar. Cercar. Segar. Ceñir. Enlazar. Alambrar. Apuntalar. Liar. Envolver. Dar la cara. Cubrir”: estas palabras escritas en redondo llenando por completo un círculo conforman el Retrato de Eva Hesse a los 30, hecho por el artista Mel Bochner en un intento por definir a la persona y la obra que, según la propia escultora, estaban profundamente ligadas.
La chica que a los veintipocos se quejaba en su diario de que sus emociones eran impredecibles, cambiantes, exageradas, la joven mujer que se identificaba con la Catherine de Jules et Jim, de Truffaut, y que se copió en sus cuadernos pasajes que compartía de El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, se largó prontamente, audazmente a combinar materiales imprevistos, dispares, explorando la tensión entre el caos y el orden, entre la dureza y la flexibilidad, entre las series y la singularidad en sorprendentes instalaciones escultóricas, sin dejar de trabajar el dibujo, la pintura. Aunque asociada a los movimientos minimalistas y conceptuales de los ‘60 y los ‘70, Hesse hizo su propio camino con extraordinarias sensibilidad y libertad, pasando de las formas geométricas a las biomórficas, evocando sutilmente lo irracional y lo orgánico, lo industrial y lo erótico (con esas membranas esponjosas, esos interiores erizados, como apunta Helen Chadwik en Mujer, Arte y Sociedad).
Según la curadora Elizabeth Sussman, lo ideal es mirar muy de cerca sus superficies, luego recalar en los bordes evitando todo preconcepto interpretativo.
En opinión de l@s especialistas, el legado de Hesse representa un desafío único para su conservación por la fragilidad de ciertos materiales con los que experimentó. Algunos de sus trabajos debieron ser recuperadosporque habían perdido su forma original. La goma de látex pierde el color, se debilita y puede llegar a desintegrarse con el paso del tiempo; la fibra de vidrio no mantiene la transparencia ni la flexibilidad del primer momento. Por este motivo, curador@s, amig@s y colegas de Hesse se reunieron en 2002 para pensar e intercambiar ideas sobre la mejor manera de lograr la preservación de sus obras y discutir las consideraciones éticas que afectan la puesta en forma de algunas piezas.
Se diría que la artista, en su afán de investigar y arriesgar conceptos, formas y materiales, de borrar fronteras y categorías, no tuvo demasiado en cuenta la duración temporal de sus creaciones. Esa actitud la llevó a realizar arreglos escultóricos que colgaba del techo, apoyaba en las paredes o desparramaba en el piso, como es el caso de Not Yet (1966), donde utilizó nueve bolsas de redes de pescar que llenó con una masa de arena, papel y poliuretano transparente, que colgó de la pared con hilo de algodón. Se trata de formas inquietantemente humanas, de una sensualidad que resiste los materiales empleados.
En las fotos que están en los carteles callejeros, en los avisos de los diarios, se la ve a Eva Hesse rebosante de vida y alegría, luminosa, lindísima. En todas las imágenes que aparecen en Three Artists, Three Artists está sonriente y muy actual con esa moda de los ‘60. En 1965, cuando su padre todavía vivía y llevaba ese diario con ilustraciones (incluidos los primerísimos dibujos de Eva) que se puede mirar con el corazón apretado en la retrospectiva del Jewish Museum, la artista asiste dichosa a la presentación de su muestra en Ohio: el pelo oscuro batido y recogido, un vestido bolsa con mangas tres cuartos acampanadas, un bolsito de crochet colgando del brazo izquierdo, un ramo de pimpollos en una mano y el pucho en la otra. Todavía le quedaban cinco años de vida y ella iba a saber exprimirlos a fondo.
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