Viernes, 28 de julio de 2006 | Hoy
ROCKERS
Creó la primera banda de rock de mujeres de Argentina (Rouge) y también participó de la mítica Viuda e Hijas de Roque Enrol. Grabó tres discos con Soda Stereo, tocó con Charly García, Divididos, Tito Puente... Baterista, percusionista, compositora, cantante, Andrea Álvarez ahora, quiere la música para ella, y acaba de sacar Dormís?, su segundo disco: “El instrumento soy yo”.
Por María Mansilla
Andrea Alvarez tiene una fijación con el poder de los mensajes, como los que se pegan al pecho. El suyo, estampado en fondo negro, dice: “Bad reputation”. Las remeras que están en su casa, dobladas en un cajón, rezan “Canten putos”, “Maldito fotoshop”, “No tengo miedo”. De su proveedor, las que más la divierten son: “Eramos tan cool”, “No te drogues tanto”. La que le regaló Leo de Cecco, baterista de Attaque 77 que además de su ex es el papá de su hijo Pablo, de 10 años, asegura: “Estoy harta de ser buena”. Ella sabe, incluso, cuáles le gustaría fabricar: “Lo dejo a tu criterio”, “Fue hermoso mientras duró”, “Es laburo”.
“Tendrías que ponerte abajo la remera que dice ‘Es laburo’”, le propone Andrea Alvarez al hombre disfrazado de prócer de la independencia nacional que irrumpe por el mismo pasillo de Canal 7 por el que ella transita y la abraza mientras comparten el paso. Ella no tiene idea de cómo se llama este músico de cumbia escoltado por Daniel ‘la Tota’ Santillán. “¡La chaqueta que te pusieron se parece al traje del Sargent Pepper, aaah, jaja!”, lo redime. Quizá porque se identifica con él, aguarda sus diez minutos de fama lanzados en vivo y en directo a todo el país. Ella, por su parte, espera tocar una canción de su nuevo (y segundo) disco Dormis? en el programa de Juan Alberto Badía.
Es laburo, por eso una chica como ella espera en un lugar como este pequeño camarín de paredes celestes y piso de azulejos blancos tipo pileta de natación. Apenas hay un perchero donde colgar su sobretodo rojo. El resto lo tiene encima: babucha verde militar, chaqueta negra con prendedores de Beatles y Penélope Glamour, zapatillas All Stars con plataforma hechas a pedido en la Galería Bond Street. ¿Hundirse en los pedales de la batería con esas plataformas será como manejar con tacos altos? Ella no sabe la respuesta: no usa tacos. Es bajita, extra small.
Faltan más de tres horas para salir a tocar, pero la producción dice que tienen que esperar ahí. Para beber, les dieron Cola Tafi, y otro trago igual de intenso: la invitación de ser parte de un segmento del programa que se llama Concierto Debut. Debut: a pesar de que uno de los anfitriones es Lito Vitale, que fue maestro de batería de Alvarez hace más o menos 20 años; de que el sonidista fue su compañero de ruta en las giras de Soda Stereo, la banda con la que la percusionista grabó tres discos. Ella creó la primera banda de rock femenina, Rouge, y luego Viudas e Hijas de Roque Enrol. Tocó con Charly García, fue baterista suplente de Divididos, acompañó a Tito Puente, estudió en Nueva York, incursionó en la música electrónica... Pero es cierto, éste es su debut como solista.
Andrea Alvarez no nació ayer, sino el mismísimo día en el que Marilyn Monroe le cantó el happy birthday a J. F. Kennedy en el Madison Square Garden.
¿A qué político no le cantarías el feliz cumpleaños por nada del mundo?
–A ninguno. Lo menos sexy que hay es un político. No me gusta la gente a la que le interesa el poder como la política está planteada. Para mí es intencional todo lo que hago, incluso sin hacerlo con mucha intención, porque me parece que nada es inocente. Hacerse el boludo también es una postura, como ser la mujer de un corrupto y decir: “No me di cuenta”. Todo es un manifiesto.
La tapa del nuevo disco de Andrea Alvarez no pasa inadvertida. La ilustra una foto suya, vestida sólo con una bombacha camuflada con los colores del combate. Por dentro, está inundado de canciones fieles al espíritu de sus fibras más íntimas (ver recuadro).
–Siento un compromiso con lo femenino porque siento que tengo la posibilidad de abrir camino. La desgracia es que, cuando se abre una maleza y no siguen cortando el pasto, todo vuelve a crecer. También siento que otras no lo hacen y alguien lo tiene que hacer porque yo necesito escucharlo. En realidad, empecé a hacer música porque tenía ganas de escuchar esta música. Esto también te exige enfrentar situaciones que tienen que ver con el negocio de la música. Peleé bastante conmigo misma para que este disco sea como es. Cuando una es mamá, ni se pregunta qué quiere. Una dice qué hay que hacer, y se acostumbra a eso. Viste que hay gente que dice: “No voy a los velorios porque no me gustan”. Qué sé yo. ¡A mí tampoco me gustan! Voy porque tengo que acompañar a alguien. Hay cosas que, cuando una hace un disco, tiene que separar entre lo que se supone que hay que hacer y lo que una quiere hacer. Toda mi vida intuía lo que había que hacer pero me dejaba llevar por lo que me decían.
¿Qué te hizo cambiar?
–Las muertes. Muertes cercanas a mí como la de María Epumer y, al año, la de una mujer del mundo de la música, Lucía Gómez. Lucía tenía mi edad, era una mina revital, estaba por adoptar a dos chicos, estaba sola, y se cayó así, “tuc”. La encontraron al otro día, pero porque era Navidad y la pasaban a buscar. Justo después pasó lo de Cromañón, esas catástrofes que tienen que pasar y, en realidad, que no pasen es pura suerte. Era muerte, muerte, eso me produjo concretar el disco. Yo estaba mal, era fin de año, no estaba tocando, tenía que tomar decisiones de mi vida, de la música, y me di cuenta de que no podía seguir esperando. Tenía los bocetos de las canciones, las terminé y en poco tiempo sacamos el disco.
Ir contra la corriente también implica un riesgo económico, más para una jefa de familia...
–Sí, eso me pesa económica y corporalmente. En mi laburo tengo que poner el cuerpo todo el tiempo. Llevo adelante la estructura de un montón de gastos: empleada, sala de ensayo, las comunicaciones, que son carísimas. A mi hijo lo comparto con el padre, en eso no tengo ningún problema. Una está todo el tiempo trabajando y ganás plata, pero no la ves. Si querés tomar vos unas clases, no podés. De todas maneras, cuando me agarran los bajones pienso que soy una privilegiada porque las cosas que quise hacer las pude hacer, a pesar de que el medio es totalmente adverso. Pero se paga caro: parirás con dolor. Ya no me puedo delirar y quedar a dormir en cualquier lado. Cuando hay un hijo, lo que hay que hacer es lo que hay que hacer, el chico necesita una estructura. Pero yo también, para delirar necesito estructuras, por eso hago estructuras, hago ritmos. Necesito que esté todo organizado. No salgo de mi casa con la cama sin hacer, no puedo.
En una película, Doris Day hacía de vaquera, usaba un traje de gamuza con flecos, iba a caballo. Después, estaba la morocha que andaba con vestidos. Cuando era más chica, yo quería ser la machona, la que estaba en el bar con los hombres, ésa quería ser yo. Pero yo ya no quiero ser otra.
Tuvo una infancia común: casa en Burzaco, mamá y papá juntos, veranos en Mar del Plata, anclando en plena Punta Mogotes. Una estructura, como ella necesita, con su propio ritmo: sus padres llevan 50 años juntos, su mamá trabajó como maestra y es una mujer fuerte –según la lupa con la que la analiza su hija–. Su papá trabajó toda la vida en Editorial Larousse y los ponía al día con las novedades. Su hermano, un año menor que Andrea, está en pareja con una mujer –según la lupa con la que la analiza su cuñada– independiente. Las viejas que la malcriaron también tuvieron lo suyo.
–Tengo dos tipos de abuelas. Una más tradicional, de parte de mi papá, católica y qué sé yo, pero que vino de España muy chiquitita y pasó desgracias, aprendió a leer y escribir de grande. Después, la mamá de mi mamá tenía otra cultura, era atea, otro tipo de mujer. Ah: mi papá es más joven que mi mamá, ¡aaah, jaja!
¿Alguno de ellos hacía música?
–No, pero como escuchaban mucha música nos mandaron a estudiar desde chiquitos. Lo primero que aprendí fue flauta dulce. Tocaba rebien, era medio prodigio, tocaba en orquestas. A los 12 años tocaba el clarinete. Ahora soy pésima, se nota que hubo un bloqueo ahí, incluso me cuesta leer música con armonía. Lo vivía como un plomo, no me gustaba la presión y todo el tiempo deseaba no tocar tan bien... (se ríe). Incluso me rateaba. Ya me gustaba el rock, adoraba a los Beatles. Me enamoraba de todos, quería ser Melody, la heroína, y tener a todos los hombres alrededor. De hecho, lo hice. No deseaba tener plata ni nada de eso.
Educás a un hijo varón. Toda una oportunidad.
–Al final, fue mi condena. Si tuviera más hijos serían todos varones. Me gustan. Mi hijo tiene mucha conciencia, se da cuenta de las cosas. Cuando era muy chiquito le llamaba la atención Silvia Süller. “Mamá por qué no sos así de coqueta”, me decía.
Ahora, hasta Silvia Süller querría ser tan coqueta como vos, con este pelo...
–Yo lo tengo lacio, siempre lo usé así. Después me cansé y me empecé a dar cuenta de que toda la movilidad que tenía como artista no se veía en mi cuerpo chiquito, a la distancia. Dije: ropa no me voy a comprar porque no va por ahí. No me voy a hacer las tetas... Yo me agrando la cabeza. Me agrando el pelo. Y fui a un lugar en la zona sur donde me hicieron este corte y un peinado. Ahora el pelo se transformó como en una cosa más del show. Siento que por el pelo continúa el movimiento, y eso me gusta.
Ponés mucho el cuerpo en tu trabajo.
–Sí. Soy la típica de cuerpo de anoréxico, tengo la típica figura. Me veía fea en una época donde, en realidad, estaba linda pero no lo disfruté. Obviamente que me jode la metralleta del comercio con el cuerpo femenino, me jode ver minas de mi edad todas recauchutadas, y sentir que estoy vieja. Tengo varias visiones: la sana, que dice que no es así, y la otra visión, a la cual le tengo que hablar permanentemente explicándole que me parece injusta e imbécil. Los títulos de la revistas me tienen recontrapodrida, me dan ganas de agarrar una metralleta y romperles los kioscos.
En el ambiente del rock, ¿qué valor se le da al paso del tiempo?
–Mi ambiente no tiene mujeres, para empezar. Las que están ahora soy muy chicas. Las que se añejan, como yo, son Hilda Lizarazu, Fabi Cantilo, Juana Molina, Las Blacanblus. ¡Y muy bien! Son lindas minas, y tengo entendido que no tienen nada. Ahora va a venir Patti Smith, que es lo más. Aunque tampoco tenés que ser Patti Smith, que es la más descuidada...
¿La música de qué mujeres te gusta?
–Estoy escuchando mucho a Fiona Apple, las letras me conmueven, las historias de amor así, desgarrado, donde ella no tiene ningún problema en exponerse con tanto dolor a algo que yo no sé si lo haría. A PJ Harvey también la escucho. Me gustan porque, por más que canten en otro idioma, a nivel canción siento esa vibra femenina que habla de lo que a mí me interesa. A mí no me interesan nada más las historias de amor pero sí esa postura de vivir con intensidad. El otro día me consiguieron el disco de unas japonesas que se llaman Afri Rampo, la que toca la batería se llama Pikachu, el dato me lo mandó Erica García vía mail. Están locas, no es una música linda. Me dio como envidia en el sentido de ese compañerismo que juntaron entre las dos para delirarse. Y se van al recarajo. Está bueno eso. Yo soy intensa, me gusta lo orgánico, y a veces estoy un poco sola en el momento de actuar.
Te rotulan como percusionista. ¿No llamarte baterista es una forma de negarlo?
–En realidad, no me define ninguna de esas cosas. Que me digan lo que quieran. Lito Vitale el otro día me presentó como baterista, percusionista, compositora y cantante. Yo soy todo eso. Pero soy una artista, el instrumento soy yo. Lo que me define es la forma en la que atravieso eso, la música.
Tu manager es una chica. ¿Es casual?
–No. Para mí es necesario. Necesito estar con una mujer en algún momento. En algún momento de la parte técnica. Confío más en las mujeres, se dan cuenta de más cosas. Me gusta la mujer manager porque tiene más capacidad para organizar, es más exigente. Para negociar, incluso, aunque es difícil porque las cabezas de los negocios son varones. Mi manager me gusta porque es rutera, tiene calle, es festivalera, está acostumbrada a estar con varones, es de micro.
¿Qué sabés de las mujeres a las que les gusta tu música?
–A los varones también les gusta, sobre todo a los más chicos, que son los más fáciles porque tienen menos mambo. Las más chiquititas y las del secundario se fascinan, llego a ellas por sus madres. Les gustan las letras, el peinado, el personaje. Pero a las que más les gustan es a las de 30 y pico. Esas son las que medio lo agradecen, se emocionan. Lo sé porque me lo dicen, me mandan mails, me paran por la calle...
“Ahí vienen las mujeres golpeadoras”, comenta un hombre de Sadaic que revolotea alrededor de los músicos que, como Andrea Alvarez, aguardan ahora en el estudio de Badía. El planillero se refiere de semejante modo al grupo folklórico que también actuará esta noche y ahora ensaya: integrado por chicas santiagueñas que mientras tocan el bombo responden a una coreografía de movimientos osados, como tribales. Alvarez las quiere para ella. “¡Son re Kill Bill!”, interpreta, y le pide a su manager que consiga su teléfono para proponerles alguna vez compartir escenario.
¿Tuviste algún novio que no haya sido rockero?
–Sí, un boxeador. Yo hacía boxeo. Empecé a ir a boxeo nada más que para ir a un gimnasio donde no hubiera gays. Lo conocí haciendo un video, y me hice amiga.
¿Te robaste algún código de ese deporte?
–El código de boxeo tiene que ver con la batería: lo de reaccionar y pegar, defenderse, me sirvió para tocar. No me gusta la pelea en sí, ni que me peguen, porque tengo mucha conciencia de mi cuerpo, que es mi trabajo y mi instrumento. La gente que se dedica a eso ha sufrido mucho, entonces ese tipo de violencia es un detalle. El boxeo es bien de varones, la música también. Me encanta ver a chicas boxeando, hay una película que se llama Golpe de mujer que fue la que me dio ganas de boxear. Me gustan las mujeres fuertes como las de El Descueve, fuertes físicamente. Me gusta la que hace de presidente en Commander in Chief, Gena Davis. Me gusta la Condoleeza esa, me encanta aunque es un asco, me gusta verla tan fuerte.
Viviste en Estados Unidos
–En Nueva York. Nueva York no es Estados Unidos. Fui de vacaciones y me quedé un par de años, trabajando de niñera. Cuando empecé a definir que quería tocar, decidí volver. Es una ciudad que quiero mucho; me gusta el arte, lo que pasa, me gusta ver gente negra, me gusta en general. Por eso miro “Sex and the city”, las películas de Woody Allen...
¿Y las de Tim Burton? Te parecés, un poco, a sus criaturas.
–Me gusta la oscuridad, las mujeres, me gusta el negro, y me gusta la música de sus películas. Danny Elfman se llama el que le hace la música. Me gustan sus detalles. Me gusta Jack, lo adoro. Y a Johnny Depp, también. De El cadáver de la novia quiero tener todos los muñecos, pero no tengo guita.
¿Vos cuál sos?
–No sé. No soy ninguna. Yo ya no quiero ser otra. Cuando era más chica había una película en la que estaba Doris Day, hacía de vaquera, usaba un traje de gamuza con flecos, iba a caballo. Después, estaba la morocha que andaba con vestidos. Y yo quería ser la machona, la que estaba en el bar con los hombres, ésa quería ser yo.
¿Cuándo empezaste a ser “la chica de la batería”?
–En el ‘78, yo tenía 15. Era el Mundial y fuimos a Europa con mis viejos. Ya en esa época quería la batería, y no dejé lugar a dudas. Lo único que hice fue terminar el secundario por obligación, hoy lo agradezco. Uno, en ese momento, no puede tomar ese tipo de decisiones. Y me compraron la batería. Porque todos los días estaba: “La batería, la batería, quiero la batería...”.
¿Te la pasabas encerrada en tu pieza, tocando?
–¡No! En el living de mi casa la metí. Tocaba todo el día. Mi viejo no estaba pero mi vieja era la que laburaba en mi casa... ¡Aaah, jaja!
¿Qué es lo más lindo que te han dicho de tu carcajada?
–No me dicen muchas cosas lindas, ni feas. No me dicen muchas cosas. Celeste (Carballo) tiene una carcajada parecida. De la boca me dicen, les gusta a los varones. A veces se me acercan los pelados, también, a decirme que me envidian.
Dormís “Trata de un sueño que tenía siempre: que me quedaba dormida y me pasaban cosas. Cuando me despertaba, las mismas personas que me habían hecho mal, me decían: ‘Y, te dormiste’.”
Esa belleza “La hice pensando en las intervenciones de Mujeres Públicas.”
Melody “Dedicada a la mujer que quiere ser otra, como casi todas, como si ésa fuera la solución.”
Por qué no hay agua para mí “Se la hice a la que era mujer de Cipolatti, que se mató, y eso me angustió mucho. No la conocía pero conozco el rock. Fue una época en la que todos se caían del balcón. Algunos rebotaban y otros no. Hice un paralelo entre la caída de ella y la de Charly García. Hay personas que quieren pertenecer al cholulaje y las dejan ponerse en las fotos, las dejan, pero no son paladar negro. Esos no viven. Hacen lo mismo, pero no hay agua.”
Tierra colorada “Habla sobre una nena prostituida, en Misiones.”
Bolero “Lo hice después de ver Kill Bill, tiene una situación de venganza, de cuando dan ganas de tomar acción porque no ves la justicia.”
Olas “Dedicado a Rebecca Gomperts y a su proyecto, Mujeres sobre olas.”
“Estas fotos, las veo, y me dan un poco de tristeza. En el momento de hacerlas yo no estaba muy bien, entonces veo lo que había: dolor, algo real, una sobreviviente, eso veía. Mi desnudez. Lo que pasa, también, es que las fotos son estáticas y yo no soy nada estática. El momento estático no es mi mejor momento, prefiero los movimientos. A los músicos les gusta, los pone contentos, los calienta también, ¡aaah, jaja! Pero porque ven la actitud, supongo. Es una foto que tiene drama, y eso es lo que más jode. La actitud, no las tetitas.”
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