Viernes, 4 de agosto de 2006 | Hoy
SOCIEDAD
Una enfermedad laboral dejó a Estela Macaroff sin su trabajo de operaria en PepsiCo, o al menos eso es lo que argumenta la empresa. Estela, sin embargo, sospecha –con el antecedente del caso de una compañera– que la discriminan por su activismo gremial. Por eso mismo da batalla y espera la resolución de la Corte Suprema.
Por Sandra Chaher
“Creo que la empresa no pensó mucho cuando me despidió. Para mí ellos dijeron: ‘¿Cómo podemos pegarles a los obreros, ya que ellos nos pegaron con lo de Balaguer?’ Fue una actitud vengativa. A mí me despidieron dos días después que la Corte Suprema emitiera el fallo de Caty.” Estela Macaroff tiene 28 años; es madre soltera de una nena de un año y cuatro meses, Iara; hace siete años que es empleada efectiva de la empresa PepsiCo Snacks, y el 20 de abril fue despedida. El telegrama decía que era porque no tenían un puesto de trabajo para reubicarla, ya que ella sufría una tendinitis y no podía volver a su antigua función en el área de producción. Lo cierto es que la empresa reubicó en el pasado a otros empleados y empleadas después de haber sufrido accidentes de trabajo y enfermedades laborales. Por ello la sospecha de Estela y de sus abogados es que la empresa intenta hacerla escarmentar sobre su activismo gremial, el mismo motivo que generó en el 2002 el despido de Catalina Balaguer.
Pero el que no escarmienta es PepsiCo: después de haber perdido la primera y la segunda instancia en el caso Balaguer, y de haber tenido que reincorporar a Catalina en noviembre del 2003, apeló a la Corte Suprema, que acaba de fallar definitivamente cerrando el caso a favor de Balaguer. Esa sentencia salió el 18 de abril. Estela fue despedida el 20. Caty y Estela son parte del mismo grupo de activistas que mueven el avispero dentro de la fábrica, reclamando por los derechos de sus compañeros.
“Yo siempre defendí los derechos de mis compañeros y compañeras, y me preguntaba cómo estaba durando tanto, cómo no me echaban. Igual, mi gesto más visible fue cuando en el 2003 una compañera, Gladys Noriega, se accidentó y perdió el brazo. Con cinco compañeros paramos la planta reclamando que se bajaran los ritmos de trabajo, porque eso había pasado por la presión que ponen para que salgan los productos. Y ahora que a mí me echan entre otras cosas por una enfermedad profesional, tomé el compromiso de transformarme en la vocera de mis compañeros y compañeras en lo relacionado con las condiciones laborales de salud.”
“Fui la primera que hizo una denuncia en la empresa por una enfermedad laboral. Cuando vas al departamento médico de la empresa y te encuentran una enfermedad de este tipo, son ellos quienes deberían hacer la denuncia ante la ART. Pero ellos se niegan y te dicen que sos libre de hacerla vos.” Ocupando el lugar que dejaba vacante la empresa, y a sabiendas del riesgo que corría, en noviembre del 2005, Estela hizo la denuncia ante la ART: “Yo sentía dolor hacía tiempo, y con un movimiento brusco empeoré. Aguanté un tiempo y en noviembre fui a la ART. Tenía tendinitis, una enfermedad habitual en la sección de producción. Desde ese momento no volví a trabajar porque la ART me dio licencia por enfermedad profesional. Me la fueron prorrogando, pero con el tratamiento kinesiológico no mejoré, incluso tuve una férula en la muñeca. Después me infiltraron medicación y eso me empeoró, me dolía más. Esto fue en diciembre. Ahí me quisieron dar el alta y la rechacé porque no estaba mejor”. El 17 de enero de 2006 le dieron el alta provisoria, esto quería decir que la reincorporación estaba supeditada a que la empresa determinara un nuevo puesto de trabajo para ella, acorde con su nuevo estado de salud. Como la empresa no la convocaba, Estela fue a reclamar un puesto de trabajo a la ART y a la fábrica. Le decían que esperara en su casa, que la cubría la Ley de Riesgo de Trabajo, “pero yo quería que me reincorporaran porque veía que la maniobra de la empresa era dilatar lo que finalmente fue el despido”.
El 6 de abril mandó un telegrama pidiendo que le asignaran un puesto acorde con su nuevo estado de salud. La respuesta fue el despido 14 días después con una oferta de indemnización reducida y sin hacerse cargo de la enfermedad, que fue rechazada por Estela. “En esa carta documento argumentaron que era porque no tenían un puesto acorde con mi problema, pero eso no es cierto. Hay muchísimas áreas donde yo podría trabajar: tenemos una compañera que, como producto de una enfermedad profesional, fue reubicada limpiando las figuritas que vienen dentro de las bolsitas de saladitos. Y Gladys, que le falta el brazo, ahora se ocupa de entregar la ropa de trabajo a los empleados. PepsiCo vive creando nuevos puestos para reubicar a todos los que tienen enfermedades laborales.”
Los abogados de Estela son parte del equipo del Centro de Profesionales por los Derechos Humanos (Ceprodh), los mismos que llevaron adelante, y ganaron, el caso de Catalina Balaguer. La argumentación que dieron en la carta documento que enviaron a la empresa después del despido fue la actitud discriminatoria –porque la empresa argumenta en la carta documento que no tiene un puesto para reinsertar a Estela a causa de su enfermedad–; la ilegalidad de haber sido despedida a causa de una enfermedad laboral, y el activismo sindical de hecho. En la carta documento que respondieron a la empresa, los abogados argumentaron que era un agravante de despido que Estela fuera madre soltera con una hija exclusivamente a su cargo. El padre de Iara es un compañero de PepsiCo: un hombre casado y con una posición pro-patronal que nunca modificó: “Desde que me despidieron, ni siquiera me llamó para ver cómo estaba su hija”. El hombre vio a Iara con regularidad hasta noviembre del 2005, aunque la relación con Estela había terminado. En ese momento ella le inició un juicio por alimentos porque él argumentaba que no podía darle más que 200 pesos por mes “cuando su sueldo estaba cerca de los dos mil”. El 25 de abril, Estela presentó un oficio ante la empresa, en el que la Justicia le ordenaba embargar cada mes 400 pesos del sueldo de él para alimentos. “Ya pasaron dos meses y la empresa no me depositó nunca ese dinero. Están pagando una multa diaria por no hacerlo, pero no les importa. Y yo creo que es porque soy yo, si fuera otra empleada habrían cumplido. Creo que estudiaron bien dónde golpear”, concluye. En la cara se le arma una sonrisa irónica. PepsiCo la golpeó y la lastimó pero, por el momento, el efecto del golpe fue su fortalecimiento. No lograron debilitarla.
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