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Viernes, 16 de agosto de 2002

CINE

Lesbian chic

Otra vuelta de tuerca: Besando a Jessica Stein, uno de los estrenos de esta semana, se instala en el universo de las películas que reflejan un lesbianismo glamoroso y algo irónico, completamente desdramatizador.

 Por Moira Soto

La que ríe última ríe mejor? La tentación de decir que sí la provoca la eficaz comedia romántica Besando a Jessica Stein, estreno de esta semana, escrito e interpretado por dos treintañeras inteligentes, desprejuiciadas y con agudo sentido del humor: Jennifer Westfeldt y Heather Juergensen. Otra vuelta de tuerca a los amores y/o amoríos entre mujeres, que corona una década –los '90, dado que Besando... se presentó como pieza teatral en 1996– en que por un lado se consagró el lesbian chic (con modelos glamorosas en el estilo de Rachel Williams proclamando su homosexualidad, o heteros como Cindy Crawford jugando a ser lesbianas junto a la cantante K.D. Lang en Vanity Fair), y por el otro, empezaron a aparecer las comedias (entre otras, Bargirls, 1994; Go Fish, The Incredible True Adventure of Two Girls in Love y la francesa Garçon Maudit, todas de 1995) en donde una refrescante comicidad que no excluía la autoburla dejaba bien atrás las delicadas sugerencias de clásicos como Muchachas de uniforme (1931), de Leontine Sagan, o los avances descarados –pero muy aislados– de la condesa que pretendía a la Lulú (1928) a cargo de Louise Brooks. Sí, es muy cierto que los gays –varones al fin– empezaron antes a reírse de sí mismos en el cine, aunque algunas producciones –la estereotipada Jaula de las locas, francesa, mejorada en la versión norteamericana de Mike Nichols– se basaran sobre tranquilizadores lugares comunes que contribuían a alimentar el prejuicio.
Desde luego, la problemática lesbiana tuvo sus producciones serias, es decir de corte dramático, ya desde los tiempos en que Petra von Kamp vertía lágrimas amargas conducida por Fassbinder, en 1972. Y también hay que decir que mujeres fuertes y aguerridas como la Joan Crawford de Johnny Guitar (1954) –western romántico si los hay– se convirtió en icono lésbico, aunque se derretía por Sterling Hayden, lo cual podría ser tomado como un prejuicio al revés (las chicas duras en el fondo no son heterosexuales). De La mentira infame (1961, con Audrey Hepburn y Shirley McLaine, que ponía en evidencia el amor no correspondido de la segunda por la primera) podemos saltar a Los muchachos no lloran (1999), terrible tragedia sobre una chica que en realidad es transexual, o Female Pervesions (1997) de Susan Streitfeld, con Tilda Swinton, inquietante historia de una abogada que se replantea su carrera y sus tendencias sexuales.
Pero si hablamos de lesbian chic habría que remontarse a los tempranos '80, cuando esta expresión no existía, pero dos vampiras tan seductoras como Susan Sarandon y Catherine Deneuve, en El ansia, realizaban coreográficas efusiones eróticas bajo la mirada estetizante de Tony Scott (heredero hasta un punto de escapadas, en ese momento –los '70– trangresoras, de la Emmanuelle, de Just Jaeckin, o de las adolescentitas de David Hammilton, en Bilitis). Más cerca en el tiempo, el oportunista Paul Verhoeven, apropiadamente secundado por el mórbido guionista Joe Eszterhas, dio su versión tendenciosa de chicas malísimas (por ser lesbianas) en Bajos instintos (1992) y Showgirls (1995), cuyos retozos estaban calculados para satisfacer a cierto voyeurismo masculino.

ARMARIOS ABIERTOS DE PAR EN PAR
La sombría señora Dnaver de Rebecca (1946) permanecía dentro del placard junto con las pieles de su difunta –y adorada– ama, Marlene Dietrich y Greta Garbo insinuaban turbadora ambigüedad –que no osaba decir su nombre– en varias de sus películas, y todavía en 1964, Pussy Galore (Honor Blackman) era "redimida" de su orientación lesbiana por el ultraviril James Bond en Goldfinger. Eran otros tiempos en que los armarios permanecían cerrados para todas las figuras homosexuales del cine y la TV, que en muchos casos debían mantener doble vida oculta, simular casamientos, etcétera. En los últimos años, en cambio, no sólo algunas actrices han asumido públicamente su condición de lesbianas o bisexuales sino que en algunos casos (Anne Heche cuando era novia de Elle DeGeneres) esa proclama se confundió con la ficción (en la serie "Ellen" la pareja de DeGeneres fue Laura Dern) y a la vez sirvió de amplia publicidad para sus protagonistas. En la tele, precisamente, se han ofrecido producciones que expusieron francamente la problemática lesbiana: sucedió en Sirviendo en silencio (1995), la historia de una enfermera –divorciada, cuatro hijos– expulsada del ejército por declarar que era lesbiana, que encabezaron Glenn Close y Judy Davies, con producción de Barbra Streisand; en el episodio 2 de Si estas paredes hablaran (editado localmente en video como Mujeres enamoradas), de HBO, se narran historias de amores entre chicas en tres épocas: los '60, los '70 y la actualidad. En el tercer episodio, dirigido por Anne Heche, con Ellen DeGeneres y Sharon Stone, se narran en clave de disparate humorístico los avatares de una pareja que desea un hijo. Y ya que estamos con la caja no siempre boba, digamos que en series recientes y exitosas (entre otras: "Friends", "Buffy, la cazavampiros", "Dark Angel", "Mad about you", "Once and again", obviamente "Queers") aparecen episódicamente o como personajes estables, lesbianas incorporadas a las diversas historias.
Para muy pronto se anuncia el estreno de Mullholand Drive, la última genialidad de David Lynch con dos chicas monísimas (Naomi Watts y Laura Harring) haciéndose mimitos eróticos, y asimismo de Invierno caliente, comedia negra islandesa en la que la españolísima Victoria Abril oscila amorosamente entre una madre y su hijo treintañero. Entretanto, el argentino Santiago Gracía, crítico de cine feminista entrevistado hace un tiempo por este suple, ha terminado su afectuoso documental Lesbianas de Buenos Aires, film en el cual un grupo de valerosas chicas cuentan su historia personal, sus ilusiones, su lucha contra la discriminación, a través de testimonios conmovedores que no excluyen el humor.

BESANDO A LA JUDIA NEOYORQUINA MAS NEURA
Si bien comedias convertidas en referentes por sus aciertos y su temática naturalmente lesbiana (Bargirls, de Marita Giovanni; Go Fish, de Rose Troche; The Incredible True Adventure, de Maria Maggenti, y otras por el estilo) fueron realizadas por directoras gay, también se conocieron en la década pasada producciones de tono agridulce como Sólo ellas o La otra cara del amor que se aproximaban sin aprensiones a romances entre chicas o a personajes de lesbianas, escritas y dirigidas por varones (Don Ross, Kevin Smith) bienintencionados.
Jennifer Westfeldt y Heather Juergensen, las responsables casi absolutas de Besando a Jessica Stein, son dos mujeres ("todavía", ríen ellas mientras se tocan mutuamente el pelo, los collares que llevan) heterosexuales que se conocieron hace siete años en Catskills, un taller de teatro, y congeniaron enseguida. Jen, educada en Yale, ha hecho bastante teatro off Broadway y sobresalió interpretando series de TV ("Tres para todo", "Snoops", "La juez Amy"). Por su lado, Heather tieneantecedentes como guionista de cine (The After Life of Grandpa) y autora teatral (su primer espectáculo, el aplaudido unipersonal Letters to the Old Man, lo interpretó ella misma) y actualmente escribe para Miramax. Pero en la época en que se hicieron amigas, Westfeldt y Juergensen tenían menos oportunidades, y decidieron aunar esfuerzos para salir adelante haciendo lo que se les cantaba. Entre un café y otro, decidieron que un buen asunto podía ser las peripecias de dos chicas hetero que un día cualquiera deciden explorar el erotismo entre mujeres, es decir, entre ellas. Así fue que Jen y Heather trabajaron en Jessica durante seis semanas, escribiendo, ensayando, reescribiendo antes de estrenar la pieza en una sala del Upper West Side, desde luego también como intérpretes.
Los encuentros, choques, desencuentros y entendimientos entre la chica judía de familia tradicional, con veleidades de artista y problemas insolubles con los hombres, y la sofisticada neoyorquina promiscua, harta de mantener amoríos paralelos con varones diversos pero sin sorpresas, provocaron carcajadas en el público. Y el eco de estas risas llegó a Hollywood: la Interscope le ofreció al dúo llevar la pieza al cine, asegurándoles los roles principales.
Jennifer W. y Heather J. volvieron entonces a la escritura, convencidas de que los personajes protagónicos –Jessica y Helen, que se parecían un poco a ellas mismas y entre sí– debían diferenciarse hasta convertirse casi en opuestos: si una era idealista, la otra debía tirar a pragmática, si Jessica se pasaba de dubitativa y reprimida, Helen tenía ser libre como el viento e "ir directo a los bifes". Todo iba de maravillas, hasta que la empresa productora empezó a meter la cuchara, a pretender que las autoras hicieran cambios presuntamente "comerciales". Jen y Heather se negaron, se desvincularon de Interscope –que bien se habrá arrepentido frente al suceso actual de "Besando a Jessica"– y armaron su propio equipo productor en el que figuró la exitosa Eden Wurmfeld, otro espíritu independiente, y las propias escritoras y actrices, que de este modo siguieron sumando funciones. Besando... se rodó en exactos 22 días, con NY –sin las Torres, ya saben– de imprescindible telón de fondo. En algún momento crítico se quedaron sin un dólar y faltaban 80 mil para terminar, pero mostraron a algunos inversores las mejores secuencias y la guita apareció. Se nota que J.W. y H.J. aprendieron mucho sobre la marcha en materia de producción y que supieron elegir al director, debutante en la ficción pero con experiencia en documentales y videoclips, Charles Herman-Wurmfeld: Besando... fue la película favorita el público en el Festival de Cine de Los Angeles 2001. Ni corta ni perezosa, la Fox consiguió la distribución de esta gratísima comedia romántica hasta ahí, que se ríe de muchos tics de la vida urbana, pero sobre todo de las propias mujeres, de sus melindres, prejuicios, miramientos, sinuosidades... Particularmente a través de la neurótica e intensa princesa judía Jessica Stein, más rompebolas incluso que su tilinga pero comprensiva madre, que su inconformable abuela, capaz de no escandalizarse frente al romance lesbiano de su nieta, pero sin dejar de despotricar porque la novia "tiene poco pecho, ni siquiera es judía, no sé qué le vio Jessica...".

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