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Viernes, 16 de agosto de 2002

MODA

Madame Frou Frou

Rosa Bailón
fue en los 60 un personaje célebre de Buenos Aires, tanto como su boutique,
Madame Frou Frou, que desde la Galería del Este emitía tendencias.
Hoy, un premio destinado a jóvenes diseñadores lleva su nombre en
su honor.

 Por Victoria Lescano

Rosa Bailón, creadora de la tienda Madame Frou Frou, hizo vestidos con decenas de metros de voile o chiffon rematados con volados y escotes ultrapronunciados bautizados Súper Bizcocho, Romance o Bombón Oriental, que lucieron desde Marilú Marini hasta Graciela Borges; camisas para hombres con estampas psicodélicas en copias limitadas –las llevaron desde Litto Nebbia hasta Alejandro Medina, pasando por Pappo–, de cita imprescindible en el listado de autoras sublimes del quién fue quién en la moda argentina.
Su reino fue un local de la Galería del Este, más precisamente el número veintiséis, que adhirió a la modalidad de glamour extremo en tiendas tamaño caja de zapatos que divulgó el Swinging London. La fachada incluyó óvalos, flores, guirnaldas y también ilustraciones del artista Daniel Melgarejo, con la particularidad de que entre esos murales había incisiones que dejaban vislumbrar las prendas.
“Recuerdo que el día de la inauguración Medina cantó canciones de protesta y Tanguito se quedó en la escalera, no quiso sumarse a tocar argumentando que éramos muy caretas”, dijo Rosa a esta cronista a mediados de los noventa en una entrevista que fue publicada en la revista La Maga. En esa ocasión también se refirió al método de diseño propio, al que bautizó “moda de emergencia”: “porque los diseños dependían de mi estado de ánimo y de mis necesidades, de las películas que veía todos los días, o los discos de los Beatles o Janis Joplin que estaba escuchando. Jamás hice bocetos, armaba sobre mi cuerpo y más que pensar en colecciones a diario surgían nuevas prendas”.
Solía contar que había destinado su primer sueldo como aprendiz en la tienda Drecoll a un par de los mejores zapatos aguja que encontró en Buenos Aires, una anécdota digna de alguien que hasta pocos día antes de su muerte –ocurrida en la primavera de 1999– hizo tours en búsqueda de la mejor fórmula de brioche o salía bajo la lluvia con alguna cloche de su vasta colección de sombreros (no en vano se la comparó con Greta Garbo) con misiones tales como comprar polenta en Harry Cipriani o admirar las vidrieras de la Casa de los Moldes.
Rosa pasaba horas –café negro y tabaco mediante– describiendo la caída de un vestido o el perfume de alguna boulangerie de París o siguiendo los últimos grandes aportes de Westwood y Miyake en trasnoches de cable. Aunque su local cerró en los setenta, continuó haciendo ropa a medida y atendía a las clientas ataviada con kimono en un departamento del centro.
En los días en que habitualmente se engalanaba con vestidos de hule cosidos con abrochadora y martillo para asistir a sus happenings en el Di Tella, la artista Dalila Puzzovio ideó una colección de suéteres con ventanitas aptas para colocar tarjetas postales gracias a una generosa cifra de dinero que recibió de la diseñadora.
A fines del 2001, convocada por el Centro Metropolitano de Diseño del Gobierno de la Ciudad para participar de la curaduría de un galardón destinado a celebrar alianzas entre nuevas generaciones de diseñadores e industriales, enfatizando estilos locales, Puzzovio decidió bautizarlo en homenaje a Bailón.
Sobre las premisas de la iniciativa que empezó a tomar forma a fines del 2001, Puzzovio agrega: “Consiste en poner en contacto a diseñadores con industriales con la intención de que se genere un vínculo que resista las arbitrariedades que determinan que una colección sea un éxito o un fracaso tal como sucedió con el fenómeno de diseño llamado made in Italy. Rosa Bailón era extremadamente generosa. Le gustaron los tricots que yo usaba y un día vino a casa con un sobre lleno de dinero, serían 30.000 pesos y me dijo ¡comprate toda la lana que quieras! Junto a mi marido, el artista Charlie Squirru, le hicimos una colección de suéteres con bordados de Betty Boop, platos voladores y estampas art nouveau que ella usó en algunos diseños. Si tuviera que definir sus diseños, se imponía la generosidad de telas, no puedo olvidar una escena en vísperas de la Navidad en la boutique cuando con un gran paquete de vestidos llegó del taller y las mujeres se peleaban por ellos”.
La periodista Felisa Pinto, amiga y musa de la diseñadora, conserva una solera azul con escote en la espalda y moñazo, florcitas blanco y azul y muy almidonado, llamada Melisa en su honor. También participó del jurado del Galardón Mme. Frou Frou y dice sobre Rosa Bailón. “Era un día de 1967 o 1968, yo estaba en Etcétera (tienda especializada en objetos de artistas, desde Juan Gatti hasta Margarita Pagsa, los cinturones de Pablo y Delia, las plataformas de Dalila, que Pinto armó con dos socios) y vi una chica muy flaquita vestida con plataformas y un minivestido azul de terciopelo que empezó a hacer vidrieras extraordinarias. No pertenecía al Di Tella ni a ningún circuito pero inmediatamente los artistas la adoraron. Ella nunca seguía las tendencias, en todo caso se burlaba y las exageraba. En cada uno de sus actos había una búsqueda del goce y la coquetería. Me enteré de que antes de diseñar había pensado en ser modelo y para ello se hizo sacar fotos con Annemarie Heinrich.” Pinto se refiere a las vidrieras y la colección inspiradas en Manuel Puig: “Manuel le compraba ropa a Male, la mamá de Rosita, y cuando se produjo el boom de Boquitas Pintadas ella lanzó su colección ‘Boquitas’, que fue tapa de revistas de moda, copió los jopos de los cuarenta y puso plataformas rescatadas de zapaterías de barrio”.
En un viaje a Nueva York, último tramo de un charter de artistas argentinas que incluyó a su amiga Mercedes Robirosa, Rosa logró entrevistarse con la editora del Vogue Diana Vreeland con la intención de mostrarle sus diseños y sentar base en la Gran Manzana. Imaginen el cruce en ese apartamento de la Quinta Avenida de la dueña de casa con su eterno maquillaje kabuki y la visitante con palidez natural, ambas con atuendos descollantes.
“Me recibió una secretaria de dos metros de altura con aspecto de modelo. La habitación estaba llena de silloncitos de estilos diversos y me sugirió que eligiera de acuerdo a mis preferencias. Era extremadamente coqueta, al punto de no usar anteojos a pesar de su evidente miopía. Cuando supo mi nacionalidad manifestó su deseo de dar con una manta de zorrino y un peinetón de la colección del Museo Fernández Blanco”, contó en conversaciones de trasnoche.
Miguel Haiat, el marido de Rosa, se refiere a la participación en defensa de los derechos humanos como un aspecto desconocido en todos los perfiles de la diseñadora: “Durante el Proceso pasó muchas noches de desvelo ideando tramos de escapatoria vía Foz de Iguazú para ayudar a sus amigos militantes. Como diseñadora sufrió muchísimo porque Cocó Chanel, el personaje al que más admiraba por sus creaciones, había sido colaboracionista de los nazis, nunca pudo con esa dicotomía”. La escenógrafa Graciela Shuster destaca entre los recuerdos de su infancia los dos años que su padre, el decano de Filosofía y Letras Félix Shuster, estuvo en prisión. Las visitas de Rosa a la casa familiar eran constantes. “Venía con frecuencia y siempre vestida de formas increíbles.”
El poeta Arturo Carrera narra un encuentro con la diseñadora –matizado con los célebres diálogos entre la moda y la muerte de Giacomo Leopardi en su ensayo La Ultima Moda: Mallarmé (se leyó en un ciclo del Centro de Experimentación Teatral del Teatro Colón y circula en publicaciones académicas): “Hace unos días, precisamente por este tema de la moda y para charlar un rato y tomar rico café fui a lo de Rosita Bailón. Ella fue modista, trabajó de muy joven para la acompañante de Evita Perón, diseñó ropa, su boutique fue más famosa que la Galería del Este. Su local era el centro de reunión de muchos artistas plásticos, diseñadores, músicos, Roberto Jacoby, los joyeros de Los Picacobres, Julio de la bijouterie X, Edgardo Jiménez, Manuel Puig. Me dice Rosita: ‘¿Viste las cosas de Jean Paul Gaultier? ¿Y las de Issey Miyake?’ Y sigue con muchos nombres. ‘Yo no te puedo mostrar revistas porque las di todas para la bibilioteca de Indumentaria de la UBA. Las saqué de casa porque el veterinario me desaconsejó tanto papel para la alergia de mis gatitos’. Me sugirió que viera unos documentales sobre una mujer que destruye ropas y vuelve a mostrarlas impecables, restauradas para unos pocos curiosos advertidos de esa moda. Y añadió: ‘¿no es amorosa?’”.

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