INTERNACIONALES
El presidente de Israel, Moshe Katzav, está acusado de haber violado a una mujer que trabajaba para él y de haber abusado de otras tres. Sin embargo, cuando la prensa –nacional e internacional– se refiere a estos hechos habla de “escándalo” –el diario local La Prensa llegó a nombrar los abusos como “molestias”–, opacando el peso y la gravedad del delito que cometido por un hombre poderoso es todavía más aberrante.
› Por Luciana Peker
La definición de “escándalo sexual” es tan confusa como abarcativa. ¿Es lo mismo que un presidente tenga sexo con una becaria que quiere tener sexo con él a que un presidente fuerce a tener sexo a una secretaria bajo amenaza de despedirla? La diferencia es tan brutal como la brecha que va del placer a la violencia. Sin embargo, muchas veces, los medios confunden o engloban con la definición “escándalo sexual” a relaciones que pueden ser escandalosas (como la de Bill Clinton con Mónica Lewinsky) por ser clandestinas, inmorales (al menos, según el sentido, de la moral tradicional, occidental y cristiana) o llamativas. Pero una relación forzada no es un escándalo, sino, directamente, un delito.
La semana pasada el presidente de Israel, Moshe Katzav, del conservador partido Likud, tuvo que pedir una licencia por tres meses a su cargo, que, en Israel, es ceremonial, simbólico y de título institucional. El ciudadano número uno, seguramente, no volverá después de este trimestre a ser número uno, pero la licencia es un atajo para resistir la renuncia que le pide el gobierno y la oposición de su país. Katzav está acusado de violar a una ex secretaria cuando era ministro de Turismo, entre 1998 y 1999, y de acosar sexualmente a tres empleadas en su gestión presidencial y violar a una de ellas en la residencia oficial bajo la amenaza de despedirla. En realidad, hay más denuncias. Son diez mujeres las que lo acusan de violación o acoso. Pero sólo cuatro casos llegarían a ser formalmente presentados ante la Justicia. Un dato es llamativo. Mientras Katzav está de licencia, temporariamente la presidencia es ocupada por la jefa del Parlamento, Dalia Itzik, la primera mujer en llegar a ese cargo, justamente, porque el hombre que lo ocupaba está acusado de agredir sexualmente a diez mujeres.
¿Cuál es el mejor escudo contra las acusaciones de violación? Una mujer. Katzav (de 61 años) sentó a su esposa, Guila, y madre de sus cinco hijos, en la conferencia de prensa, para que le vean las lágrimas de señora dolida mientras él aseguraba que las denuncias se deben a una conspiración en su contra. Por eso, no quiso renunciar a su cargo, como ya le pidió el primer ministro Ehud Olmert. “La ley no me obliga a dimitir. No cederé al chantaje”, gritó, enfurecido, Katzav, desde su casa en Jerusalén, el 25 de enero, sin poner ningún reparo a la amenaza del terrorismo de la integridad sexual. “Estoy decidido a luchar hasta el último aliento, aun si ello significa una guerra mundial –azuzó– para demostrar mi inocencia y defender mi honor.” Y se amparó: “Las acusaciones son mentiras, venenosas e infundadas. Fui víctima de un vergonzoso complot, de un lavado de cerebro por parte de la prensa”.
No piensa lo mismo el fiscal general israelí, Mehahem Mazuz, quien recomendó, el 23 de enero pasado, que el presidente licenciado sea inculpado por violación (un delito que tiene una pena de tres a dieciséis años de prisión), acoso sexual, relaciones sexuales con abuso de poder, obstrucción a la Justicia y amenazas contra testigos, después de recibir un informe de la policía que aseguraba que existen pruebas suficientes para iniciar el procesamiento.
Antes de eso, Katzav tiene derecho a una audiencia en su defensa y a que su equipo de abogados presente pruebas. ¿Adivinen contra quién? La fatal y nunca tan acortada pollerita de las mujeres que lo acusan. La estrategia del descrédito a las víctimas es tan clara que el periodista Moshe Negbi, de la radio pública “La voz de Israel” increpó: “Lo que importa es lo que hizo o no el acusado y no las costumbres sexuales o el perfil liberal de las mujeres que denunciaron a Katzav”. Pero la resistencia del acusado a dejar su cargo no es inocente. El presidente tiene inmunidad –una palabra que rima demasiado bien con impunidad– y sólo puede ser acusado formalmente si renuncia o si es destituido en un juicio político por el Congreso israelí.
Por eso, son muchas las voces que piden la expulsión del salvavidas de los fueros. Desde la oposición, el líder del partido Meretz –de izquierda–, Yossi Beilin reclamó: “Como sociedad tenemos el deber de decir que ya no es nuestro presidente y que su retrato no puede estar en las escuelas”. El problema es literal. Las fotos del presidente están en las aulas. Por eso, la ministra de Educación, Yuli Tamir, fue explícita: “No hay que sacar la foto, lo que hay que sacar es al presidente”. Yuli conoce el consenso. En el diario israelí Yediot Aharonot el 71 por ciento de la población se mostró a favor de la renuncia del irrenunciable.
Por ahora, el presidente tiene vacaciones y conserva el protector de inmunidad. La diputada Zehava Galon, quien encabeza la campaña para destituir al presidente, se mostró indignada por la falta de respaldo a su gestión para sacar definitivamente a Katzav de su cargo. “La decisión del Parlamento es un premio para un hombre acusado de violación que en vez de estar tras las rejas sigue siendo el presidente de Israel”, evaluó. A pesar de que el proceso parece avanzar, es llamativo cómo una denuncia de violación –un delito a la integridad sexual– es comparado con otros delitos –de corrupción o tráfico de influencias– que no tienen el mismo tenor o titulado meramente de “escándalo sexual”.
“Como hay varios funcionarios envueltos en distintos escándalos la ciudadanía está en una crisis de confianza”, analizan los periódicos. “Los israelíes no se sobreponen de un escándalo cuando ya ha estallado otro”, reza otro párrafo de un diario. “Katzav ha dejado atónitos a los israelíes con el escándalo sexual que afecta a la jefatura de estado”, relata otra noticia. Y otra: “Katzav tenía un futuro prometedor. Ahora su carrera se ve truncada por la sombra de una serie de escándalos sexuales que no dejan de sorprender a la ciudadanía”. El escándalo es la definición más buscada por la prensa: “Ahora la carrera de Katzav se vio totalmente eclipsada por el escándalo sexual”.
Escándalo es la palabra clave. ¿La violación es un escándalo?
Los escándalos pueden tener que ver con la sorpresa, la bronca o la liviandad de una noticia bomba. La palabra escándalo –pero más allá de la palabra la categorización escandalosa– aliviana la acusación. Porque de los escándalos hoy –al menos hoy– se sale (y si no pregúntenle a Hillary a los que muchos creyeron destinada a esconderse de las bromas sobre el vestidito azul de Mónica y ahí está, decidida a enfilar la carrera presidencial para tener el Salón Oval para ella sola). Las violaciones, en cambio, más allá del derecho a los debidos procesos judiciales, no debería banalizarse con el mote de escandalosas.
Pero si lo hace un jefe de Estado... “Trasmítanle mis saludos a su presidente ¡Vaya machote! ¡Violar a una decena de mujeres! No lo esperaba de él. Todos le tenemos envidia” (glup) dijo, sí, dijo –en la ex Unión Soviética se cayó algo más que el comunismo– Vladimir Putin, el presidente de Rusia, durante una visita con el primer ministro de Israel, Ehud Olmert, en octubre del 2006, según el diario Kommersant que escuchó lo que decía el mandatario ruso cuando creía que ya todos los micrófonos estaban apagados. Los grabadores sí, pero los prejuicios no.
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