› Por Mabel Thwaites Rey *
Hay un problema muy profundo que tiene que ver con cómo se conciben, identifican y banalizan, en algún punto, los delitos de índole sexual contra las mujeres y los niños. Por eso, es bueno distinguir entre un escándalo moral (si a un político le gusta que le peguen, si es homosexual, si tiene un amante) y un delito (si es un pedófilo o un violador). En el relato de los medios de comunicación tiene que ser muy tajante la diferencia entre un escándalo y una violación porque una cosa es la moral o la moralina y otra, muy distinta, un delito. No es lo mismo un abusador que un hombre que tiene una amante. El problema es que si se confunden se tiende a diluir la responsabilidad de un delito tan grave como la violación. Y no se puede banalizar la ausencia de consentimiento de una mujer a la hora de tener relaciones sexuales. Una cosa es la moral privada. Por ejemplo, en el caso de Bill Clinton, existió una seducción, a partir del poder, con una mujer mucho más joven en una situación de subordinación. Y eso puede disparar cuestionamiento sobre si un hombre casado debe ser infiel o si puede seducir jóvenes. Pero, en ese affaire, había un absoluto consentimiento. La becaria nunca fue abusada ni violada. No es lo mismo tener un romance fuera del matrimonio que forzar a tener relaciones no consentidas, que está tipificado como una de las conductas más graves que puede tener una persona.
Sin embargo, la violación no termina de ser entendida con la gravedad que tiene. Siempre está la sospecha sobre la víctima. La violación es un mecanismo muy primitivo de dominación, incluso como mecanismo de guerra –un método que todavía no termina de ser desterrado– como forma de inflingirle un daño a un enemigo porque la mujer es considerada propiedad del varón. Ahora, si la violación es cometida por alguien que está en el ejercicio del poder es todavía más repudiable porque no tiene que ir a un callejón a cazar una víctima sino que puede violar a su secretaria creyendo que va a ser impune. Es más mounstruoso porque el abusador siente que lo puede hacer y se maneja con un grado de impunidad y perversión aún mayor amparado por la superioridad del ejercicio del poder.
* Politologa, investigadora de la UBA y autora del libro La autonomia como busqueda, el Estado como contradiccion, de editorial Prometeo.
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