Vie 06.04.2007
las12

NOTA DE TAPA

La igualdad: lecciones prácticas

En España, desde el mes pasado la paridad entre mujeres y varones es fomentada y garantizada por una ley nacional que hace de la discriminación positiva herramienta de cambio a gran escala. Precisamente sobre ese largo camino todavía en proceso habla la catalana Rosa Regàs (escritora, editora, traductora, actual directora de la Biblioteca Nacional española y feminista desde siempre).

› Por Soledad Vallejos

La sonrisa apacible que la acompaña en casi todos sus retratos no le hace justicia. La mirada amable tampoco. Y no es que no las tenga, que no sea capaz de una personalísima dulzura contemplativa porque bien lo han demostrado ya sus textos, sean puras ficciones o ensayos vitales disfrazados de diarios de verano escritos por una abuela. Lo que los retratos de la catalana Rosa Regàs no dicen de ella es que es filosa y también una pasionaria, una señora que puede ser definida como de su casa siempre y cuando se tome por casa el mundo, los libros, la literatura, la preocupación por los derechos humanos en todos los sentidos imaginables, la historia, los placeres terrenales pero también los espirituales, las anécdotas pequeñas atesoradas con paciencia, la vida amada minuciosamente. Rosa Regàs es la licenciada en filosofía, editora, traductora, escritora, madre de cinco hijos, abuela de más de diez nietos y actual directora de la Biblioteca Nacional de España que admite haberse topado con obstáculos en el camino pero prefiere compartir cómo ha hecho para sortearlos antes que lamentarse (“he tenido las dificultades que ha tenido toda mujer, no he tenido ni más ni menos... lo único que he tenido de más es energía, pero nada más”). Esta pelirroja de 73 años que llegó a Buenos Aires en medio de una mañana de tormenta dice:

Fotos: Juana Ghersa

–En la editorial Seix Barral, a veces sí tenía verdaderos problemas en los consejos de administración. Me acuerdo que un día teníamos que empezar la reunión y la gente hablaba y hablaba y hablaba, y entonces di un golpe sobre la mesa y dije basta, tenemos que empezar. Un tío se permitió decirme: “A ti lo que te hace falta es un buen polvo”. Las cosas que dicen los hombres. Hay de todo, y éste me lo dijo. Le dije: “Es posible que me haga falta un buen polvo, pero esto no tiene nada que ver con lo que ha pasado. Y lo que es seguro es que al que le hace falta un buen polvo es a ti. Y te recuerdo que si hubieras sido tú el que hubiera dado el golpe, te hubieran dicho que eres un hombre con mucha autoridad. Y me lo has dicho a mí y es una absoluta incorrección decirme delante de todos que me hace falta un buen polvo. A mí, cuando me hace falta un polvo, elijo a alguien. ¡Puedes estar seguro que jamás elegiré a un imbécil como tú!” Así mismo se lo dije.

Quizá precisamente por eso, porque es difícil que algo se le escape o quede en el tintero cuando de defender y ejercer la igualdad se trata, es que Lidia Blanco, directora del Centro Cultural de España en Buenos Aires, la eligió para participar de Un mundo nuevo es posible, el ciclo de encuentros en el que Regàs expuso sobre “El largo camino hacia la igualdad”.

–Es que es un largo camino se lo mire por donde se lo mire y desde que empezó. Ha sido largo y difícil, por ejemplo, el camino de las mujeres sufragistas que a principios del siglo XX comenzaron pidiendo el voto para las mujeres bajo las burlas de todos los hombres, que les parecía una ridiculez extrema. Llegaron incluso estos hombres con tantas pulgas a teñir la palabra feminismo, a teñirla de ridículo. Todavía hoy hay mujeres que les da vergüenza decir que son feministas.

Las que son femeninas, no feministas.

–Exactamente, como si el feminismo fuera algo más que defender los derechos de las mujeres. Va a ser largo el camino que tenemos por delante, porque queda mucho por hacer. Pero frente a esta familia patriarcal que desde los tiempos más antiguos y remotos sostiene que el padre de familia era la voz de la razón y el entendimiento y tomaba la decisión de todo lo que ocurría en el hogar y luego ha traspasado eso a la vida pública, con lo que ocurría en la economía, lo que ocurría en la política... frente a todo eso las mujeres empezamos hace muchos años, unas pocas y ahora cada vez más, algo que yo llamaría una revolución silenciosa. Una revolución silenciosa y que no es violenta: nadie morirá por lo que nosotras estamos haciendo. Por primera vez una revolución no es violenta, y ésta es una mucho más importante que todas las demás, porque va al centro mismo de la sociedad. Esta revolución, la igualdad, es la que de verdad va a cambiar la sociedad.

Y después de eso agrega que, aunque “vamos por la buena dirección”, no es optimista.

En España, entró en vigencia en marzo la “Ley orgánica para la igualdad efectiva de mujeres y hombres” (ver aparte), sancionada por el Congreso a mediados de marzo (con votos favorables de legisladoras y legisladores de ambas cámaras, a excepción de quienes revistan en el conservador Partido Popular, que se abstuvo). Apenas finalizado el debate, José Luis Rodríguez Zapatero, el presidente que se ha definido en más de una ocasión como feminista, afirmó que se trataba de “hacer justicia a las mujeres”, y que este paso legal transformará “para bien, radicalmente y para siempre” a la sociedad española. La norma parte de un planteo por demás interesante: la confrontación entre usos, costumbres y legalidad. “El pleno reconocimiento de la igualdad formal ante la ley –sostiene en la exposición de motivos–, aun habiendo comportado, sin duda, un paso decisivo, ha resultado ser insuficiente. La violencia de género, la discriminación salarial, la discriminación en las pensiones de viudedad, el mayor desempleo femenino, la todavía escasa presencia de las mujeres en puestos de responsabilidad política, social, cultural y económica, o los problemas de conciliación entre la vida personal, laboral y familiar muestran cómo la igualdad plena, efectiva, entre mujeres y hombres (...) es todavía hoy una tarea pendiente que precisa de nuevos instrumentos jurídicos.”

¿Hasta dónde sirven las leyes?

–Las leyes son un apoyo fundamental, pero es la sociedad la que tiene que cambiar. Las leyes ayudan a que cambie la sociedad y a que no se cometan delitos y a forzar esta igualdad. Pero en el corazón de las personas subyace todavía lo que se ha recibido desde hace generaciones, y lo único que puede cambiar a las gentes es la cultura, no entendida como gran espectáculo sino como transmisión: transmisión del conocimiento, transmisión de la realidad, de que los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos.

¿Por dónde pasa la estrategia política para hacer efectiva esa transmisión, ese cambio en la sociedad?

–Lo fundamental es la educación, la cultura. Que un hombre diga “la maté porque era mía” quiere decir que este hombre no está educado, nada más. Entonces hay que cambiar la educación. Por eso soy partidaria de la escuela pública y laica, sólo ella puede transmitir valores democráticos, de igualdad, de justicia y de libertad. En privado, cada cual puede hacer lo quiera, practicar su religión, ir a su iglesia, a su sinagoga y así, pero desde el punto de vista cívico, hay espacios que tienen que ser iguales para todos.

Nacida en Barcelona durante la II República, hija de republicanos, criada desde pequeña, exilio forzado mediante, en una Francia cuya lengua –como contó al recibir la Orden de la Legión de Honor francesa, en 2005– creyó la materna hasta regresar a España a los seis años (“a mí me educó la falange española y me dijo que yo me tenía que doblegar a todo lo que mi marido me pidiera en la cama, porque el cuerpo no era mío, sino que era de la persona que me había elegido. Se ve que me lo enseñaron mal, ¿no?”), Rosa es de las perseverantes. En los ’70 fue despedida de un trabajo por usar pantalones, “según un señor, la mujer decente no llevaba pantalones”. Poco después la labor editorial la llevaba con frecuencia a una imprenta donde no dejaban de silbar sus minifaldas cada vez que aparecía a llevar manuscritos y supervisar la producción. “Todos los tíos silbándome, hasta que un día me cuadré, los llamé a todos, y dije ‘¿qué pasa? ¿Queréis ver la minifalda?’ Me doy vuelta, otra vuelta, ‘queréis silbar, silbad, a ver. Pero acabad ya para siempre, porque yo no me la voy a quitar, y si silbáis así todos los días, pues un día podéis tener cáncer en los labios’.”

El suyo ha sido y es un ejercicio de militancia lateral y constante, de ésas surgidas cuando el feminismo carecía de teoría orgánica y no había mutado en una agenda de cuestiones de género contempladas por organismos internacionales y poblados de profesionales en la materia. Si avanzar por los márgenes es un tópico propio del feminismo, Rosa también lo conoce.

–Bueno, podría decirse que es una militancia lateral en el sentido de que no he establecido ninguna ley, pero tengo que reconocer que toda la vida he luchado por esta igualdad, y en muchos casos me he acercado a ella.

¿En qué casos se acercó?

–Como escritora, por ejemplo, no he tenido ningún problema con las editoriales. En cambio, el reconocimiento que tiene una mujer en España... es mucho mayor el del hombre. En la Real Academia Española hay 40 hombres y tres mujeres, los premios oficiales van a hombres siempre, los de la crítica también. Pero bueno, nos da igual. No todas, pero las que estamos metidas en esta lucha y que sabemos que el conocimiento nos va a llevar un poquito más lejos, en el fondo disfrutamos de nuestra profesión y luchamos por lo que se supone tener que cuidar del marido, de los hijos, de la casa, del trabajo, luchamos por eso. Yo, cuando hablo, hablo de las mujeres en general, no hablo de mí, que he tenido mucha suerte, con 73 años estoy muy bien de salud, hago la misma vida que hacía hace 20, 30, 40 años. Hay personas que no tienen esa suerte. Hay muchas mujeres que han estado sometidas al criterio del marido, de la familia, de la sociedad, para tener una cantidad de hijos que a lo mejor tampoco habrán tenido. Hay mujeres que se dan cuenta ahora que si hubieran trabajado habrían tenido libertad económica, por ejemplo, y sin embargo la libertad ecoómica ayuda a la igualdad, ayuda a colaborar en el hogar, ayuda a que el marido se dé cuenta de que la mujer no tiene que estar al servicio, sino que él tiene que colaborar porque ella también colabora. Son pequeños caminos que van llevando a la igualdad. Claro que hay muchas mujeres que no se dan cuenta de la importancia que tiene la igualdad, la libertad y que siguen defendiendo el derecho a estar sumisas porque les apetece ser una mujer objeto. Se dejan vencer por la televisión que les dice que tienen que parecer jóvenes, que tienen que ser seductoras, que tienen que conquistar a los hombres, y que éste es el fin de su vida como nos han enseñado toda la vida. O eso o que seamos la mujer sumisa y el ángel del hogar. Claro que las hay, y éstas hacen un doble mal: no por ellas, cada cual puede hacer lo que sea, sino porque ellas transmiten valores machistas a sus propias hijas.

La reacción conservadora que tanto puede venir de la mano del regreso de las misas en latín como de los embates furiosos que despiertan iniciativas como la ley española de igualdad, o del intento de retorno al ideal de la mujercita virtuosa es un dato que no se le escapa. Y, sin embargo, en ese reflujo (que remeda a los relevados por Susan Faludi en su clásico Reacción, la guerra no declarada contra la mujer moderna) no lee poder ni posibilidad, ni tampoco desaliento.

–A mí esas chicas jóvenes que venderían el alma por un traje de novia y por una fiesta y por un piso en el que no faltaran ni las pinzas de coger la carne no me preocupan. Al cabo de seis años ya no pueden más y vuelven, porque el camino de la libertad, el camino de la igualdad, el camino de la justicia, son caminos muy largos. Cada cual tiene que encontrar el propio, hay personas que lo encuentran de una manera u personas que lo encuentran de otra. O sea que cuando yo me meto con esas chicas, lo entiendo, ¡porque las han educado para esto, porque sus padres les han regalado la operación de tetas cuando han aprobado un curso! Y les han dicho “tienes que tener las tetas”... ¿para qué? ¡Para gustarle a los tíos! Es la sumisión total, pero ésas vuelven.

El paso del tiempo la preocupa, la absorbe, pero no en el sentido de una angustia que la consuma, sino todo lo contrario: es en apresar, no desperdiciar, atravesar con lucidez y atención la experiencia misma. Cuando dos de sus cinco hijos tenían seis meses, ella terminaba la licenciatura en Filosofía y comenzaba a trabajar en la editorial Seix Barral; con el tiempo fundó su propia editorial y también revistas. A los 50 años, notó que había tenido niños y plantado árboles pero no escrito ningún libro: se empleó como traductora en Naciones Unidas y obtuvo tiempo libre para comenzar a escribir. En 2001, al recibir el Premio Planeta con La canción de Dorotea (su cuarta novela), declaró que estaba feliz porque eso significaba más lectores, pero más todavía porque el dinero significaba desahogo, es decir, tiempo. Diario de una abuela de verano lleva por subtítulo El paso del tiempo, y en sus páginas va tomando nota puntual de un devenir cotidiano que puede contenerlo todo, pasado, presente y futuro. El paso del tiempo también suma y resta cuando de igualdad se trata.

¿Es optimista?

–No, sólo estoy explicando lo que está pasando hoy, que es consecuencia de tantas y tantas mujeres que han trabajado por nosotras. Pero sí creo que vamos por la buena dirección. Todo se andará, estamos mejor que hace unos años, bastante mejor, pero vamos despacio. Y para las personas impacientes como yo, que saben que dentro de 15 años estarán muertas, si me pongo optimista, pues da un poco de rabia, ¿no?. Da un poco de rabia porque me gustaría verlo.

¿Qué quisiera ver, cuál sería el ideal?

–El ideal sería que hombres abrieran la mente y que lo entendieran bien. Y que el comportamiento en las casas fuera un comportamiento compartido: con una responsabilidad compartida habríamos ganado el 80 por ciento. “¡Claro, como tú trabajas los niños están abandonados!” Una respuesta sería: “¿Y tú no los has abandonado o qué?.” Pero siempre es el hombre el que se queja de que la mujer trabaja, ¿no?. Los hombres tampoco son tontos, saben que en una sociedad igualitaria ellos también salen ganando. En una sociedad patriarcal no pueden tener fallos económicos ni profesionales porque es una humillación, ¡ni siquiera pueden tener un fallo en la cama, un gatillazo porque hay que ver!. Pues poder llorar por la persona que amas, es que es un placer... poder pedir consuelo... ellos también lo saben, lo saben perfectamente.

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