SOCIEDAD
Un grupo de estudiantes extranjeras –a las que cada vez se ve y escucha con mayor frecuencia, sobre todo en Buenos Aires– expone las ideas con las que llegaron y las que fueron forjando sobre el modo en que viven las mujeres argentinas. Las conclusiones, demoledoras; y tal vez podrían resumirse en una frase: “¿Por qué esa obsesión por depilarse?”.
› Por Nancy Garin
A pesar de que en espacios formales de representación, como el político o cultural, las mujeres en Argentina han tenido un enorme avance, sin embargo en la cotidianeidad se sigue manteniendo y reproduciendo un sistema simbólico construido desde lo masculino. Esa imagen desde lo cotidiano queda en evidencia a los ojos de las cada vez más numerosas mujeres extranjeras de paso por nuestro país.
Después del 2001, Argentina se convirtió en un lugar atractivo para miles de jóvenes estudiantes. Seguir siendo un país con educación pública, gratuita y de buena calidad, sumado a una economía congelada por más de cuatro años, hizo que muchos y muchas vieran a este país y en especial a Buenos Aires como un destino óptimo para estudiar o simplemente para pasar una larga temporada realizando proyectos de los más diversos estilos. Cada vez llama menos la atención la mezcla de acentos y nacionalidades en una misma aula, y mucho menos que la mayoría de quienes los portan sean mujeres.
Angel, por ejemplo, nació en Santiago de Chile hace 23 años y luego de estudiar teatro en su país se vino a Buenos Aires con la idea de perfeccionarse en su oficio. La imagen que ella tenía de Argentina y en particular de la situación de la mujer era la de una sociedad más avanzada que la que encontró: “Tenía la impresión de que acá no había machismo, o si es que lo había, era bastante menor que el del resto de América latina, inclusive que Chile”.
Para Florencia, colombiana, estudiante de geografía de la UBA, la cosa es distinta, pues tiene la misma percepción sobre Argentina que antes de venir: “Siempre mantuve una imagen de una sociedad donde la mujer era más libre. Desde el espacio público, cotidiano, hasta las esferas íntimas. Lo digo pensando en paralelo a Colombia, donde la mujer aún se encuentra en estado de mucho sometimiento”.
En Loreto, otra chilena que vino para estudiar pero que finalmente se quedó ejerciendo su profesión como artista visual, la idea de Argentina en cuanto a la mujer también era la de un país avanzado en el tema. “Una tenía una imagen de un país más cercano a Europa, más vinculado a lo intelectual. Pero la realidad, la cotidianeidad, te muestra un país muy distinto. Incluso, me impresiona después de 10 años de vivir acá ver tipos que les pegan a chicas incluso en los espacios públicos.”
En cambio para Katjia, egresada de artes de la Universidad Autónoma de Berlín, cuando llegó para su primera incursión a Argentina en el contexto de una muestra internacional de arte un año atrás, no había ideas preconcebidas: “No imaginaba, o más bien no me había preguntado sobre esto antes de venir. Pero descubrí que el machismo era peor de lo que me esperaba y en todos los espacios sociales. Incluso en el medio en el cual me muevo que es un espacio intelectual y del arte no veía este tema incluido en la cotidianeidad del trato. En este segundo viaje mi percepción respecto de esto empeoró”, señala.
En el caso de Elsa, que vino hace año y medio a una maestría en paisajismo en la Universidad de La Plata, ya tenía antecedentes confiados por una amiga. “Mi mejor amiga me contó que acá no podía tener amistad con hombres y pensé primero que venía de ella, pero luego de casi dos años lo he comprobado”, señala esta chica parisina de 25 años. Para Valentina, su compañera italiana en la maestría, la imagen de Argentina era un misterio en este sentido: “En realidad no tenía ninguna imagen. Pero nunca me sentí muy valorada como persona por los hombres en general y no hablo sólo de los mozos que si entrás en pareja ni te miran y sólo escuchan y hablan con el hombre; me refiero también a los profesores que tuve en la maestría. Eso me impactó desde el comienzo”.
Pero más allá de expectativas, ilusiones y desilusiones, para todas las extranjeras consultadas hay algo que se impone como una característica más típica que el tango para describir a la Argentina: la exacerbación de la imagen y el cuerpo en las imágenes publicitarias y en la cotidianidad de la ciudad. Y especialmente la imagen de la mujer como objeto del deseo, como objeto de compra y venta. Una obsesión por el cuerpo que ha llevado a ritos esclavizantes como el de la alimentación, el cuidado extremo de lo estético, la cirugía plástica.
“Hay una excesiva obsesión por lo físico. Incluso en cosas que por ahí no tienen mayor importancia como la depilación”, señala Angel. “En Chile, por supuesto que las mujeres se depilan, pero acá es como una obsesión enfermiza de parte de los hombres particularmente”, agrega.
“En Europa esto es distinto y una acá se empieza a cuestionar esas cosas, a ocupar tiempo mental que una no gastaba habitualmente. La comida, la ropa, incluso de sacarse pelos de algunas partes del cuerpo que jamás se me ocurrió que debía depilar”, dice riendo. “Y te va esclavizando y las mujeres argentinas aceptan esa condición”, afirma Elsa.
“Se impregna una ‘imagen mujer’ en el cuerpo como cuerpo visible –señala Katjia–, algo que en Alemania nunca viví. O sea, si yo estaba hablando con alguien, estábamos en un intercambio como ‘seres’ no se anteponía mi condición de ‘imagen-mujer’ a las ideas. Por primera vez me veo cuestionada respecto a mi ser mujer”, agrega.
“Hay algo en cuanto a lo físico fuerte. Es una agresión directa”, dice Loreto. “Incluso ese machismo se expresa muy directamente. Los tipos en la calle te rozan o en las fiestas son capaces de tocarte sin ningún problema. Acá la cosa pasa de lo verbal a lo físico y eso pone en jaque tanto a las mujeres como a los hombres, pues frente a ello y siguiendo con una lógica del macho, quien te esté acompañando se siente en la obligación de defenderte y responder con esa misma agresión.”
“Hay un asunto con la sexualidad más directa, como si lo único importante es poder llegar al asunto sexual”, agrega Angel.
“Hay un juego de seducción permanente de parte de los hombres como si una fuera solo eso, un cuerpo físico que conquistar, que dominar. En el kiosco, en el micro, cuando hablas con los amigos. Todo el tiempo están tratando de seducirte y eso es agotador sobre todo cuando intentas mantener una relación de otro tipo”, afirma Katjia.
“Acá no puedes tener amigos hombres”, dice Elsa. “Siempre esta condición de ser en un juego de seducción primitiva, primaria. Incluso en los hombres que salen de esta situación finalmente por encajar en los cánones terminan dando la razón al resto de la sociedad. A pesar de que en espacios formales de representación como el espacio político o incluso en medios como el mío, más ligado al arte, donde las mujeres están asumiendo espacios de decisión importantes, ellas siguen reproduciendo los esquemas masculinos, favoreciendo esos esquemas, un sistema simbólico construido desde lo masculino, manteniendo este sistema de representación de poder patriarcal, y eso se reproduce en todas estas formas de la cotidianeidad”, concluye.
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