CINE
Con la última película de Disney, La familia del futuro, parámetros cada vez más habituales en la vida cotidiana encuentran lugar en una ficción para niños y niñas: un juego de espejos que también quiere reflejar familias monoparentales, homosexuales y de las otras.
› Por Luciana Peker
Si vos creés que tu familia es diferente, esperá a ver a los Robinson”, anuncia el eslogan de La familia del futuro, la última película de Disney, que se dirige –clara y específicamente– a chicos y chicas que viven en familias diferentes. ¿Diferentes de qué? Del ya desbarrancado modelo –como imposición de un modelo único– de familia de mamá-papá-nene-nena. El lema ya es un signo de la nueva era de películas infantiles que, en su totalidad, o en destellos, ofrecen un espejo de los nuevos vínculos y –con más o menos logros– borran estereotipos de varones todopoderosos, madres abnegadas, padres fríos y distantes y mujeres nacidas para y por la maternidad.
A pesar de que la cultura audiovisual se muestra –a veces– como un espejo del retroceso de una infancia paralizada frente a la pantalla, en realidad, buena parte de la industria cinematográfica parece dar, al menos en algunos sentidos, más pasos adelante que el Estado o la escuela y, ni hablar, que la televisión abierta (que sigue patinando por un sueño). Tal vez porque, finalmente, son los propios chicos y sus padres los que van a ver las películas que reflejan un mundo que pugna –no sin idas y venidas– por encontrar el lugar de los nuevos padres y madres.
En La familia del futuro, una adaptación del libro de William Joyce A Day with Wilbur Robinson, la trama empieza con un clásico de las películas infantiles. El héroe protagonista, Lewis, es abandonado por su madre biológica. En principio, la idea de quitar a la madre de la historia es uno de los disparadores más usados por el cine para dar dramatismo, tensión y acción a la trama, desde Tarzán hasta Batman. En los últimos tiempos, sin embargo, este recurso se multiplicó –no azarosamente– y con un fin evidente. Los guionistas de films infanto-juveniles no encontraron mejor manera de delinear nuevos hombres-padres sin dejarlos solos frente a sus hijos. Y, para eso, mataron a las madres, como en Nemo (donde el padre se vuelve temeroso y sobreprotector de su hijo hasta que aprende a criarlo en libertad), Rayas (el padre no quiere dejar a su hija adolescente correr montada a una cebra porque su esposa murió en una accidente hípico hasta que termina respaldando la vocación de su hija). Mientras que el mismo esquema se repite en Herbie..., donde una joven conductora (que maneja mucho mejor que su hermano varón, del cual se espera que gane carreras automovilísticas) logra que su padre la apoye en una vocación no tradicional.
La lista sigue -Chicken Little y Espantatiburones, por ejemplo- y, de alguna manera, ejemplifica los huracanes que sufre –y disfruta– la función paterna. Pero con un talón de Aquiles sorprendente –y temerario–: los hombres pueden progresar, cambiar y acercarse a sus hijos, siempre y cuando no tengan a la madre de sus hijos al lado. ¿Cómo se hace, entonces, para que el avance se produzca en familias democráticas en donde las mujeres quieren conjugar la maternidad con una vida fuera del hogar?
En La familia del futuro hay algunos esbozos interesantes –no siempre enteramente correctos–, buenos puntales de un cambio que empieza a ser cada vez más presente. Aunque rebobinando, en realidad, en la primera escena de la película se ve la misma trama de siempre. Una mamá –tapada completamente a modo de mujer descarnada y descarriada– abandona a su pequeño bebé, en una noche de tormenta, en la puerta de un orfanato. Doce años después, Lewis, de 12 años, quiere ser adoptado, pero en todas las entrevistas es rechazado por sus potenciales padres a causa de sus excentricidades. Hasta que el niño triste e inventor decide crear un scanner de la memoria para volver los años atrás y convencer a su mamá de que no lo deje.
El niño, finalmente, puede decidir hablarle a su madre y no lo hace. Y termina, él también, adoptando a su nueva familia adoptiva, con una madre no tradicional (la Dra. Krunklehorn, una excéntrica inventora que se llena los brazos con parches de café para mantener un espíritu bien alto y que lleva varias noches sin dormir. Y que, incluso en la vejez, se convierte en Abue Lucille, una anciana vital y divertida); su padre (Abue Bud) no es tampoco clásico ni conservador (se viste con la ropa al revés, un signo de búsqueda de invertir roles, a través de la imagen) y festeja, literalmente, no tener una esposa que hornee galletas (el prototipo de abnegación de la mujer norteamericana) sino que baile música disco. Como padres, además, los Robinson festejan con aplausos los fracasos, como único camino hacia la realización.
Después, Lewis también innova. El elige como esposa y madre de su hijo a Franny, una mujer que de niña era tildada de “loca” por su pasión extravagante –y no entendida– de querer hacer cantar a las ranas. Marcelo Hernández, médico psiquiatra y psicoterapeuta, resalta: “El cine va expresando paradigmas de la época aggiornados al espectador al que está dirigido. Desde la posmodernidad, el concepto tradicional de familia (donde papá trabajaba y mamá cuidaba a los niños) feneció. Con los avances de las libertades individuales, el sentir de las minorías y el incremento de los divorcios (que en la Argentina ya se da en uno de cada dos matrimonios), los cambios de roles, los matrimonios de gay o de lesbianas, el avance de las jefas de hogar y los hijos de probeta se van construyendo modelos de familia que viven y conviven con los chicos”.
“La familia tradicional es minoría en este momento”, dispara Eva Rotenberg, psicóloga, directora de la escuela para padres y autora del libro Hijos difíciles, padres desorientados. Padres difíciles, hijos desorientados, de Lugar Editorial, y analiza: “El cine está reflejando parejas que mantienen roles compartidos o invertidos y donde los hijos son más independientes y se tienen que arreglar más solos cuando la mamá no está en casa y, por eso, son más adultos que antes. Ahora hay nuevas configuraciones vinculares: familias ensambladas o con padres que forman parejas homosexuales o lesbianas o adopciones monoparentales u homoparentales. El cine es una producción que está inmersa en la cultura que vivimos y es un arte que permite que se vayan poniendo imágenes y palabras a lo que se vive cotidianamente”.
Rotenberg, también autora del libro Adopción, el nido anhelado, subraya que el giro de La familia del futuro en donde el niño puede no redimir a su supuesta madre abandónica sino aceptar su decisión y decidir él adoptar a su nueva familia es un paso adelante en la construcción social de la maternidad como un hecho no meramente biológico. Ella rescata: “Los chicos adoptados tienen que elaborar la adopción y esto de que una mamá biológica los dio en adopción por algún motivo que ella conoce. El momento en el que el protagonista puede volver atrás en la película significa, más allá de la ficción, volver atrás. Es un paso importante porque recién cuando uno puede elaborar lo vivido puede aceptar a sus padres adoptantes y rearmar su vida. Es muy linda esa vuelta, porque si no se elabora ese momento queda como un hecho inexplicable bajo la pregunta ‘¿Por qué no me quisieron?’. En realidad, al chico adoptado sí lo quisieron. Pero, por algún motivo, no lo pudieron criar, que son dos cosas distintas”.
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