Vie 27.04.2007
las12

SALUD

De la diversidad al lugar común

El IV Foro Regional sobre VIH/sida dio cuenta de cierta diversidad en el modo en que se expande la pandemia y también de una alerta que no es nueva: esa misma diversidad se uniforma conformando un rostro pobre y femenino que encuentra en la violencia un vector fundamental para la transmision del virus.

› Por Roxana Sandá

La brasileña Janaina da Conceiçao sospechaba que podían surgir problemas al momento de tramitar su viaje a Nueva York, hace menos de un mes, para participar en la 51ª Comisión Sobre el Status de la Mujer en Naciones Unidas. Su condición de mujer joven viviendo con VIH era el signo preciso de la exclusión. En la embajada de los Estados Unidos confirmaron el presentimiento cuando su visa fue rechazada bajo el argumento de “evidencias insuficientes” de que retornaría al país al término de la reunión. “Creo que me fue negado por razones discriminatorias”, dijo en una de las mesas de diálogo, al cierre del Foro regional sobre Sida 2007. Janaina enhebró el sinfín de rechazos desde su historia de mujer violentada oculta en una casa refugio con sus hijos, Samara, de 6 años, y Samuel, de 4. Desde la venta que sufrió a los 9 años, entregada a una adulta que se convirtió en su madre adoptiva, le cambió el nombre, la utilizó como empleada doméstica y a los 13 años la obligó a prostituirse hasta que logró fugarse al interior de Pernambuco, donde siguió prostituyéndose. “Me embaracé dos veces y en el segundo embarazo, hace cuatro años, me hicieron el test para el VIH, que dio positivo. Desde 2005 participo en el Grupo de Trabajo en Derechos Humanos y Sida de (la agrupación) Gestos y recibo apoyo psicoterapéutico.”

El relato de esta pernambuquense resume en buena medida los ejes principales que visibilizó el Foro, y que hablan del apretado cruce entre violencia y VIH/sida, cuyas víctimas principales son las mujeres, especialmente las mujeres jóvenes y pobres de la región latinoamericana, según detalló la representante especial para temas de la mujer de la Cancillería argentina, Magdalena Faillace. “Existe una relación directa entre la feminización de la pobreza y la feminización del sida”, advirtió sobre una ecuación que da como resultado 55 mujeres infectadas por el virus en Latinoamérica y el Caribe, por cada minuto que pasa.

“Lo más difícil para las mujeres no es sólo la violencia y el VIH/sida, sino el silencio alrededor de esos temas y la impunidad. Cuando una mujer es violada no hay solución para ella porque la policía no la entiende y el sistema judicial no está preparado para recibirla. Las leyes que necesitamos las mujeres frente a la violencia y al VIH/sida no existen, y eso endurece la lucha.” Desde hace años, Ann-Valérie Timothée Milfort, de Action Aid International, recorre las calles de Puerto Príncipe, la capital de Haití, y las zonas rurales del país, con el objetivo de empoderar mujeres a través de la información que las arranque “de la violencia física y económica, porque la mujer haitiana ni siquiera puede negociar el uso del preservativo. Si ella dice a su esposo ‘quiero que uses el preservativo’, él le contesta ‘no, y si vuelves a pedírmelo, no voy a pagar la escuela de los niños’. Ella no puede hacer nada, y cada vez que una mujer no puede negociar esto, hay violencia”.

El VIH/sida se va licuando a través de estos ciclos de silencio femenino, en los que la impunidad perpetúa la violencia contra la mujer y las jóvenes, que finalmente adquieren la máscara de la estigmatización. “Las jóvenes haitianas no reconocen la violencia en muchos aspectos de su vida cotidiana porque les falta información –precisó Ann-Valérie–. Y sin información, ¿cómo hacer para detener el fenómeno?”

Por cierto que la edición ’07 del Foro abrió caminos para que nuevas organizaciones se sumen a la coalición de la campaña Las mujeres no esperamos, en una lucha urgente contra el VIH/sida y todas las formas de violencia contra las mujeres y niñas, en reclamo de cambios de las políticas y financiamiento de fuentes gubernamentales e internacionales. “En la elaboración de la campaña surgió fuerte la necesidad de darles más voz a las mujeres que participaban del movimiento VIH/sida, pero que sus colegas hombres no les daban espacio”, explicó Alejandra Scampini, de Action Aid America y coordinadora del Programa Derechos de las Mujeres, de Uruguay. “Logramos demostrar que la violencia como causa y consecuencia no es sólo una violencia física, sobre todo en nuestros países, donde hay una violencia de Estado: servicios de salud que sólo son accesibles para la mujer de clase media, urbana y blanca.”

Los pasos previos a la acción se constatan en mujeres de las fronteras latinoamericanas y caribeñas que necesitan demostrar su pobreza para acceder al servicio de salud. “A pesar de ser ciudadanas de sus países, se tocan la piel para explicar por qué no reciben los servicios –dijo Scampini–. Están reconociendo un tema de raza.”

Las preguntas surgen por ahora como un callejón sin salida. ¿Qué hace una mujer violada con un microbicida? ¿Cómo le pide una mujer a su marido que utilice el preservativo, cuando ella teme que le sea infiel? ¿Cómo acelerar, entonces, las respuestas de los gobiernos y de las agencias de cooperación, y demostrar que hoy la abstinencia, la fidelidad y el preservativo no son suficientes para prevenir la violencia y el VIH/sida? “Los sistemas de prevención no están atendiendo esos paradigmas”, lamentó Scampini, “y cuesta demostrar el cruce entre violencia y VIH/sida, porque muchas mujeres no dicen cómo llegaron a infectarse, y si lo hacen sufren mayor estigmatización. No hay registros”.

A la guatemalteca Berta Chete le diagnosticaron sida el 17 de julio de 1998. “Ese estudio llegó porque había decidido ser madre. Todavía antes de hacer la prueba de detección de VIH no consideré haber tenido prácticas sexuales de riesgo. Tras el diagnóstico llegué a estar en un hospital nacional donde sufrí discriminación y maltrato. Fueron once días que marcaron mi vida.” Berta empezó a tomar medicamentos antirretrovirales con el apoyo de un médico infectólogo “que me hizo reflexionar para que yo misma me diera la oportunidad de vivir con el virus y de poder involucrarme en el trabajo de VIH en Guatemala, en la Asociación Gente Positiva, hasta que llegué a ser su directora. El reto fue trabajar con mujeres en un contexto sociocultural y político complejo, y seguir luchando contra el maltrato institucional, para demostrar que somos personas productivas y reproductivas”.

El mapa regional es contundente por una obviedad que arroja chispazos sobre algunas realidades, como la desaparición de las clases medias y el crecimiento de la pobreza en franco desempoderamiento, con subregistros de VIH/sida y la necesidad de mayores recursos contrapuestos a un avance irrefrenable del virus, en un terreno social donde los hombres no asumen el resquebrajamiento de su condición heterosexual y las consecuencias que desencadenan sobre la feminización de la epidemia. Para la asesora en Prevención de VIH/sida del Fondo de Población de Naciones Unidas, Raquel Child, “la epidemia se está feminizando porque hay un grupo de personas que hacen de puente entre la población homosexual y la usuaria de drogas intravenosas y la franja de mujeres que inicialmente no estaban tocadas por la epidemia. Ese grupo es, esencialmente, la población masculina bisexual”. La homofobia y la discriminación serían las causas que enmarcan “todo el patrón cultural de masculinidad y de discriminación que hay en nuestra región y que hacen que la homosexualidad, estigmatizada, se viva a escondidas –advirtió Child–. Por lo tanto, esos hombres tienen comportamientos sociales aceptados, pero en su intimidad viven lo que realmente sienten y quieren”.

Más del 60 % de jóvenes de entre 15 y 24 años afectados por el sida en todo el mundo son mujeres, mientras que en América latina el número de las comprometidas ascendió un 10 % entre 2003 y 2006. Sobre este marco, las mujeres participantes del foro coincidieron en que las políticas y los programas de prevención resultan insuficientes: “Tenemos que ampliar y profundizar la promoción y hacerla acorde a las culturas sexuales de cada grupo”, reclamó la activista Evangelina Polanco, de Colombia, “porque los grandes títulos de prevención no tienen sentido si no son adecuados y no se adaptan a lo que las personas quieren, viven y hacen. Más del 60 % de las mujeres que viven con VIH/sida en nuestra región se han infectado con sus parejas únicas en una relación que ellas suponían monógama”. Mientras estas medidas se demoren, las mujeres sometidas a la violencia basada en género no tendrán posibilidad alguna de “negociar” conductas preventivas que las amparen.

“Que se cumplan las prioridades”

La directora del Fondo de Población de las Naciones Unidas para Latinoamérica y el Caribe, Marcela del Mar Suazo, sabe que la frase pronunciada al inicio del Foro sobre Sida, acerca de que la máscara del VIH/sida se replicaba en un rostro de mujer, provocó un cimbronazo que deberán digerir los gobiernos comprometidos y algunos organismos internacionales. “Hace tiempo que vengo observando la creciente feminización de la epidemia: 25 años atrás, las mujeres que vivían con VIH/sida en el mundo abarcaban el 30 %. Hoy alcanzan el 50 %.”

–¿Los gobiernos de la región entienden que mujeres y jóvenes comprenden hoy las franjas vulnerables?

–Creo que hay avances. Los gobiernos cuentan con políticas públicas para la equidad de género que incluyen a mujeres jóvenes. Sin embargo, esas mujeres enfrentan inequidades que las colocan en una situación de desventaja en cuanto al acceso a la información, a la toma de decisiones y a los recursos necesarios. Por tanto, las políticas públicas tienen que tomar en cuenta esta nueva perspectiva.

–¿Cuáles son las cuentas pendientes de los agentes públicos con la población afectada por el virus?

–Necesitamos entrelazar más las políticas para el VIH con las leyes de equidad de género para brindar una atención integral. El acceso universal al medicamento es importante, pero no debemos limitarnos a eso; hay un conjunto de circunstancias diarias a las que se enfrentan las personas viviendo con VIH, y para las mujeres es todavía más difícil.

–En ese sentido, es llamativo el estudio “¿Dónde está el dinero?”, realizado en el marco de la campaña para analizar las políticas de financiamiento de los principales donantes de VIH/sida.

–Es interesante porque revela lo que en cierta manera se conoce. Dónde se están invirtiendo los recursos y realmente cuánto está llegando adonde debiera estar llegando. Y desde el Fondo de Población de Naciones Unidas quisiéramos que se tome conciencia de que la importancia de generar estos recursos es que lleguen a las personas que tienen que llegar. Eso es lo sustantivo: cómo poner en un mismo espacio lo evidente y recordárselo a los donantes para asegurarnos de que se cumplan las prioridades.

–¿La estrategia sería concientizar a los grandes donantes internacionales de la violencia como un eje central?

–Sí, porque no podemos apartarnos de esa realidad. Tenemos nada más que revisar los testimonios de las mujeres viviendo con VIH: cuánta violencia han enfrentado, en cuántas la infección provino de una situación de violencia en relación a su género, más allá de la violencia doméstica o intrafamiliar, que también arrastran consecuencias graves.

–¿Hasta qué punto los derechos de la mujer latinoamericana están terciados por cuestiones culturales?

–Las mujeres de la región permanecen en condiciones de vulnerabilidad frente al rol de la masculinidad, al que se le asigna patrones ligados a las situaciones de violencia, de ejercicio del poder, y que desembocan en el VIH, formando parte de las condiciones que marcan la feminización de la epidemia. Para que las mujeres puedan ejercer sus derechos tienen que conocerlos y saber que pueden ejercerlos. Por eso debemos replicar la capacidad de empoderamiento y diseñar nuevos espacios en las políticas públicas, que marquen con claridad las diferencias de género.

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