Viernes, 18 de mayo de 2007 | Hoy
MODA
Curvas inexistentes, petisa, Kate Moss irrumpió en escena cuando todavía era adolescente y reinaban las supermodelos pulposas. En su largo camino pasó de todo: escándalos con novios a su altura, acusaciones de promover la anorexia, contratos jugosos caídos en desgracia al conocerse su adicción a la cocaína. Redimida por amigos e industria, duplicó su poder: ahora no sólo es un icono fashion, sino que también se convirtió en diseñadora de la mano de una cadena masiva. ¿El resultado? Un éxito abrumador.
Por Victoria Lescano
El 30 de abril a las 8 pm las adolescentes inglesas se agolparon en la calle Oxford de Londres, más precisamente en la vereda de la cadena de ropa Topshop. Ataviada con un vestido naranja de inspiración años treinta que lleva su nombre en la etiqueta, la modelo Kate Moss oficiaba de mannequin viviente desde la vidriera; luego, dio la señal de largada para asaltar los percheros y conocer y comprar alguno de los atuendos de su colección debut a precios masivos (que al día siguiente sería distribuida en toda Inglaterra y otros veinte países), pero obedeciendo las siguientes reglas de juego: las compradoras podían permanecer en el interior veinte minutos, durante los cuales estaban autorizadas a probarse ocho diseños, aunque podían comprar sólo cinco unidades. No todo fue tan riguroso para las seguidoras del estilo Kate: la tienda mandó a hacer 2000 paraguas para protegerlas en caso de que se desataran chubascos en los tiempos de espera, además de ofrecerles refrescos, comida y calzarles una pulsera que indicaba el tiempo máximo de juego permitido.
El guiño recordó otros casos de efervescencia fashionista de la historia de la moda, surgidos tanto en contextos de escasez como de abundancia. El primero, ocurrido en 1945, está vinculado con el consumo de medias de nylon en tiempos de guerra. La historiadora Lola Gavarrón lo describe en el libro Piel de ángel, historias de la ropa interior femenina: “Con menos seriedad que los hermanos Marx, las compradoras se abrían paso con codos, uñas y dientes, cuando la venta se limitó a un par por persona, algunas se disfrazaron con bigote postizo y traje de hombre”. Y también al lanzamiento –circa 1995– de corpiños con aros y metal. Fabricados originalmente en los sixties por Gossard, luego de que un grupo de supermodelos empezaran a llevarlos a los castings y ponerlos de moda, la firma americana Wonderbra los comercializó a nivel masivo, y los presentó en la cadena americana Macy’s con conciertos de trompeta. Acto seguido, los corpiños que prometieron milagros superaron las 3000 unidades diarias vendidas y la firma pidió a sus operarias que trabajaran horas extra para satisfacer demandas del mercado.
El caso de Kate Moss devenida diseñadora representa uno de los triunfos de la moda democrática, tal como lo fue el furor de Mary Quant en las cadenas masivas norteamericanas de los sixties, cuando la célebre diseñadora inglesa salió a recorrer Norteamérica con desfiles de minifaldas y una banda de rock que emulaba a The Beatles. Es, también, una más de las actuales alianzas de celebridades con firmas de moda, algo iniciado por la mamá de Shirley Temple (!), quien en 1935 llevó al circuito de la producción masiva varios de los vestidos con moños que lucía su hija en la pantalla. En los últimos años, fue intentado con pésimos resultados de críticas y de venta por J. Lo a comienzos de 2000, con sus variaciones sobre el sexy latin style de la línea bautizada Sweetface y cuyo socio fue Andy Hilfiger; profesionalizado por la cantante Gwen Stefani en Lamb (al punto que llegó a las pasarelas de la semana de la moda de Nueva York), quien también ironizó al respecto al cambiar una guitarra de strass por una máquina de coser a pedal desde el video Wind it Up.
Más recientemente, las alianzas de moda y celebridades fueron ilustradas por Madonna en la colección desarrollada para la cadena sueca H&M, donde la cantante sacó a relucir reproducciones de piezas de su placard rescatadas de vintage (su modalidad de vestimenta en los días de bailarina povera y que fue citada en el film Buscando a Susan) y ancladas en un depósito de Los Angeles. El nuevo plan maestro de Madonna contiene una segunda parte: la retrospectiva de los diseños de Gaultier, Dolce & Gabbana y otros diseñadores en los que invirtió altísimos presupuestos y que sí atesora en su propio placard. Otra pop singer, la australiana Kylie Minogue, se le adelantó en 07, cuando sacó a relucir su vestuario en el Victoria & Albert Museum de Londres como estrategia previa para ingresar (próximamente) también a la cadena H&M con una colección oda al estilo pop.
Rebelde largo aliento
La colección Kate Moss 07 se compone de cincuenta diseños y admite piezas cotizadas entre 11 y 150 libras. En el ranking de precios, cotizan alto el petit chaleco, las remeras con la K bordada, los jeans chupines (cuyo uso la modelo fue pionera), vestidos mini que dejan un hombro al descubierto, otro de chiffon en tonos limón y chaquetas de cuero dignas de una modelo que supo rockear como cuando cantó a dúo junto a Bobby Gillespie, voz de Primal Scream, el clásico de Nancy Sinatra Some velvet morning, o como cuando participó junto a su novio Pete Doherty del festival Glastonbury, y también como cuando solía romper habitaciones de hotel en peleas junto al ex novio de su juventud el actor Johnny Depp.
Para el desarrollo de su colección debut, que la revista Vogue británica celebró dedicándole la portada de su edición de mayo, la modelo inglesa tuvo como consultora en jefe a Katy England, una estilista con vasta experiencia en moda y ex asistente del enfant terrible Alexander McQueen. Una aproximación certera de la escena fashionista sucedida el 31 de abril se desprende del relato de la crítica inglesa Sarah Mower: “En un espacio decorado con paredes negras, candelabros, pisos de animal print y jaulas para pájaros, subían y bajaban escaleras las compradoras, chicas con sus uniformes de colegio y ponytails y también mujeres de treinta a cincuenta años, que fueron asesoradas y guiadas por los vendedores. El público que se desbandó –y a modo de chusma desafió las reglas– fue, curiosamente, el compuesto por los invitados al vip, el apartado, donde hasta la medianoche se agolparon editoras de moda, invitadas especiales y amigas de la modelo y designer, entre ellas Sadie Frost, Lily Cole, Peaches Geldof y Sarah Doukas. Y la consultora en jefe de diseño de Kate hizo varios esfuerzos por poner orden ante los intentos de las rebeldes que escondían prendas, alteraban los números permitidos para la compra –y varios otros ardides tramposos para desafiar a las rivales en las compras–. Permanecieron hasta pasada la medianoche y todas recibieron de regalo una cartera Kate para Topshop”.
El último gran negocio de Kate, por el cual firmó un contrato de tres millones de libras, se suma a sus actuales y renovados contratos millonarios con las firmas Burberry, las carteras Longchamp, los cosméticos Rimmel y la ropa interior Agent Provocateur –proyecto de moda del hijo de la diseñadora punk Viviente Westwood y su esposa–. Todo esto, por supuesto, tras el escándalo de septiembre 2005, cuando las fotografías que ilustraron su consumo de cocaína fueron portada del periódico Daily Mirror (la crónica se jactaba del tiempo record en que, billete de cinco libras en mano, Kate aspiró cinco rayas).
Pero el mayor gesto de bienvenida tras el escándalo y un tratamiento para sus adicciones se lo dedicó en el invierno 06 europeo el diseñador Alexander McQueen, cuando, al cierre de su presentación de alta costura, la figura de Kate emergió en la pasarela mediante un holograma. Poco después, el Council of Fashion Designers of America, influyente asociación de la moda norteamericana, la galardonó por sus aportes a la estética del siglo XX y también del XXI, y Kate posó junto a Anna Wintour y André Leon Talley, los editores más poderosos de la prensa americana. Porque desde que, en 1988, en el hall del Aeropuerto Kennedy la ex modelo, experta en arte y fundadora de la agencia Storm Sarah Doukas la descubrió cuando la niña Kate tomaba un vuelo junto a su padre para volver a Croydon (un poblado de Inglaterra), la inglesa renovó los cánones estéticos y supo adaptarse y salir airosa de producciones y arbitrariedades de cada temporada.
El fotógrafo Patrick Demarchellier fue el primero en retratarla desde el mainstream, y de ahí Kate pasó a un especial de Harper’s Bazaar (por entonces dirigida por Liz Tiberis), donde protagonizó un editorial de nueve páginas con el título “Moda que rompe las reglas”. Ese concepto fue mantenido a rajatabla por la joven modelo y parece continuar en la Kate adulta (33 años, madre de Lila Grace), que, acto seguido, fue fotografiada por Helmut Newton para una campaña de Yves Saint Laurent.
También abrió uno de los primeros desfiles del estilo grunge y, de la mano de su mentor fotográfico –Demarchellier–, fue la favorita para protagonizar un cambio de rumbo en la estética de Calvin Klein cuando posó con el torso desnudo junto al entonces hip hopero Marky Mark. Kate también fue considerada chica waif (una nueva categoría de estilo similar al de Twiggy) y “cultora de la elegancia raída”. Pero fue sólo luego de que su figura (baja para los estándares de la moda, delgada y sin curvas) ingresó en las pautas publicitarias, hasta entonces atiborradas de supermodelos, que empezó el reinado de modelos más freaks –Kirstin McEnamy, Lucie de la Falaise, Amber Valetta, Shalom Harlow–. Los graffiti que sugerían alimentarla que empezaron a aparecer pintados en campañas protagonizadas por Kate, y las cartas de lectoras furiosas ante ese modelo de delgadez provocaron que por un tiempo volvieran a reinar las altas y con curvas (a lo Nadja Auermann, algo así como una Claudia Schiffer más moderna), aunque las freaks nunca hicieron la retirada, y la celebración de las diferencias se extendió a agencias de modelos de todo el mundo (Civiles, Freak Models y Efectos Personales son algunos casos locales en ascenso desde 2000).
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