Vie 08.06.2007
las12

ARTE

Lejos del mundanal ruido

Gracias a una suerte de justiciera confabulación entre amigos, familiares y conocedores, la obra casi secreta de la excepcional artista Elena Visnia puede disfrutarse desde el sábado pasado. Una muestra imperdible de pinturas y carbonillas da cuenta de la mirada poética de esta maestra que no expuso en los últimos años, aunque participó como escenógrafa y diseñadora de luces y de vestuario en puestas de Julio Chávez, Lito Cruz, Augusto Fernandes y –más recientemente– Ana D'Anna en óperas que presentó en el Avenida. A continuación, los testimonios de Cristina Banegas, alumna y amiga personal; Raúl Santana, amigo y curador de la muestra, e Irene Iscla, su única hija, bióloga que vive en los Estados Unidos.

› Por Moira Soto

S/T, tinta sobre papel, 1966.

Cristina Banegas

Tenía 20 cuando conocí a Elena, y para mí fue un encuentro fundamental, no sólo como su alumna de pintura, como amiga personal. Su casa era un pequeño y maravilloso centro donde pasaban amigos, artistas, se conversaba, se escuchaba música. Una casa de arte y de amistad, una de esas familias cuyos miembros se eligen entre sí; además, mi hija y la de Elena fueron amigas desde chiquitas.

Elena era una de esas personas impares, únicas, que algunos tenemos la buena fortuna de encontrar en la vida y que te acompañarán siempre. Una persona de un rigor estético, de un rigor ideológico, de un rigor ético muy infrecuente. Una persona dura como un diamante y al mismo tiempo de una fragilidad extrema, de una posición neta y sin retroceso frente a las leyes de mercado, posición que radicalizó en los últimos tiempos, siempre a años luz de vanidades y careteos. Pero tampoco es que nunca haya salido de la cocina, por supuesto: había gente como Santana que la apreciaba y la invitaba a participar en muestras. Es verdad que ella prefería su círculo íntimo, de ahí parte la teoría Emily Dickinson: Elena era alguien que estaba a gusto en su casa, en su taller, que pintaba todos los días. Su relación con el teatro es especial y se da sólo con determinada gente.

Los que la amamos la recordaremos y la honraremos siempre, la homenajearemos cada vez que podamos. Ella ya no está, pero quedó su obra, que es inmensa y bellísima.

El poder realizar una obra de semejante envergadura sobre el fondo de una infancia tan difícil creo que tiene un valor extra. Porque si te hacen estudiar en buenos colegios, te apoyan, tenés viento a favor, parece más fácil hacer rendir tu potencial. Pero salir del infierno y poder construir una vida y una obra es una especie de heroísmo milagroso, todo con una coherencia inflexible consigo misma, porque Elena no hizo nunca la menor concesión...

El sábado vinieron a la muestra muchos artistas, amigos, gente que llegó de afuera y yo quería hacer algo digno de Elena, de sus preferencias. Y decidí llevar flores sencillas, junquillos, montones de junquillos, una volanteada de junquillos para la exposición de mi amiga y maestra que pintó tantas flores en floreritos, también tacitas de café sobre los manteles, paneritas. Ojalá que a partir de esta muestra su obra empiece a ser más reconocida: además de ser un acto de justicia, creo que todos nos vamos a embellecer un poco en contacto con estas pinturas, estas carbonillas que se instalan en el alma. Estoy feliz de que se haya podido llevar a cabo esta conspiración entre amigos y familiares. Ahora hay que ir por el libro, ya están las excelentes fotos que hizo Andrés Barragán. Creo que el valor de esta muestra es que emerja una obra que no estaba, secreta. Una obra enorme de una artista y una persona fuera de serie.

S/T, carbonilla, 1973.

Raul Santana

El arte del siglo XX tiene siempre dos ejes: uno vertical y otro horizontal. Lo que ha predominado el siglo pasado es el eje horizontal, es decir, los desplazamientos. Un artista como Picasso es paradigmático porque es un tipo que permanentemente abre puertas, pero hay otra clase de artistas que desde sus primeras intuiciones siguen ahondando en ellas. Elena es una artista muy vertical que trabajó constantemente en torno a sus intuiciones y fue desplegando este discurso que, como digo en el catálogo, está como alejado del mundo, del ruido de la calle, de las modas, las corrientes. Es un discurso muy sereno, sobre todo muy sensible. Como casi todos los grandes artistas que no son vanguardistas, ella parte de la tradición de la pintura y desde allí construye su obra.

La relación entre su presencia y su pintura es casi indisoluble, no se puede desligar la obra de la figura de Elena. Ella era una persona muy refinada, culta, exquisita, pero lejos de la solemnidad. Era una persona llena de humor, que dejaba caer certeras ironías.

Creo que entre sus amigos y familiares hay una coincidencia en establecer un paralelo entre Elena y Emily Dickinson. Cuando Cristina Banegas me lo dice, yo lo acepto sin dudarlo y al mismo tiempo recuerdo que Elena era una consecuente lectora de esta poeta que vivió un cierto confinamiento, y cuya obra se ocupa de detalles que pueden parecer menores pero que siempre están iluminando algún rincón de la experiencia humana. Me parece que se puede decir que la de Elena es una obra de mujer habitada por presencias de la vida doméstica, que rescata objetos pequeños, modestos. Acá todo está en la apariencia, por eso esas huellas, ese abocetamiento de algunas obras. Una temporalidad muy presente, hay contingencia.

Sus carbonillas son magníficas, el claroscuro es un dibujo de la modulación. Elena inventó como un sistema de signos para ir creando zonas de valor. Distintos valores de grises, distintos valores lumínicos. Para una sensibilidad de hoy, de su obra es lo que salta inmediatamente a la vista. En las carbonillas hay algo que puede llamarse una invención: ese rayado, esos circulitos, esos elementos que tapan o destapan la luz.

Elena es una gran artista, pero fuera de toda competencia en un mundo donde se vive como en una carrera de embolsados, a ver quién llega primero, quién se cotiza más alto, quién es más mediático. Ella estuvo siempre aparte de todo eso porque así se lo dictaba su conciencia, sus convicciones. En esta muestra, está Elena en toda su delicadeza, su poder de observación, su aguda sensibilidad. Rasgos que le sirvieron también para los trabajos de escenografía y de luces en el teatro. Que Elena sea una desconocida para la prensa, para muchos artistas, para el público en general no es de extrañar en un país que no reconoce u olvida a ciertos creadores. Pero también hay que reconocer que ella jamás disputó por tener un lugar, no peleó por estar en el candelero. Vivió y trabajó muy sustraída, fue más evidente su vínculo con el teatro porque, claro, las obras se dan a conocer públicamente.

S/T, carbonilla y pastel, 1977.

Irene Iscla

Una de las cosas más fuertes que recuerdo siempre de mi madre es la profundidad en la que vivía, siempre conectada con la poesía, la filosofía. Se pasaba buena parte del día leyendo, estudiando. Pero a la vez era muy juguetona, le gustaban los animales, las plantas, las cosas de la vida cotidiana, las recetas de cocina, lo más simple y chiquito podía emocionarla. Y también era capaz de no comer por quedarse leyendo en la cama. Ultimamente, le gustaba mucho Cioran, entre los poetas la fascinaba Emily Dickinson, por supuesto leía mucho teatro, preferentemente clásicos, tenía una gran amplitud. Algo que entre tantas cosas me trasmitió fue su amor de toda la vida por Proust, por su mirada, yo creo que se sentía muy identificada, vibraba en un mismo tono, me parece.

Conmigo de chiquita jugaba todo el tiempo, con mucho humor. En la adolescencia tuvimos algún desencuentro, como corresponde, pero después la relación fue hermosa, incluso a la distancia, hablábamos más de una hora por día. Mi mamá fue una apasionada de la pintura, robaba tiempo a lo que fuera. Ya en los últimos años, tuvo un conflicto con su creación, estaba superexigente con su propia obra, aunque para mí fue cuando hizo los cuadros más interesantes. Pero ella, después de mucho trabajar, no los consideraba terminados. Por otra parte, estaba muy abocada a dar clases. Me emociona encontrar sus notas: ella estudiaba, se preparaba todos los días para mejorar la forma de enseñar. Más de 40 años haciéndolo y sin embargo seguía tratando de perfeccionarse. Para ella fue una parte muy importante de su vida, una mezcla de exigencia y pasión. Por teléfono, ella me contaba feliz que un alumno había logrado algo en un cuadro, le importaba de verdad, no lo hacía para mantenerse simplemente...

Creo que el no tomar la iniciativa para mostrar su obra se debía a varios motivos. Ella decía que estaba desilusionada del medio, había pocas cosas que la convencieran. En algún momento, recibió comentarios acerca de que tenía que pintar más moderno. En ese sentido, estaba fuera del mercado, sabía que con lo que pintaba no iba a entrar fácilmente en ninguna galería, no iba a vender. Pero a mi mamá, este tipo de comentarios le parecían un insulto al arte.

Ella respetaba y estudiaba mucho la técnica, pensaba que ningún artista podía ser realmente libre pintando si no dominaba la técnica. Tuvo muchos alumnos en su taller, gente de otras profesiones que terminó pintando como primer oficio. Esta muestra es apenas una parte de su obra donde siempre apareció ese interés por los objetos de la vida cotidiana. Ya en los comienzos, pintó muchos cacharros, elementos de cocina, pilas de libro, cosas que la rodeaban.

Mi mamá era una persona extremadamente sensible que se emocionaba con una florcita que le traías, se quedaba mucho tiempo contemplando las azaleas del balcón. Pegaba gritos de entusiasmo frente al color de la corteza de un árbol. Yo me acostumbré a ese estilo tan intenso y después, de grande, comprendí que no era algo común de encontrar. Ella tenía esas reacciones tan espontáneas y al mismo tiempo era una persona muy intelectual. En los últimos tiempos, más dedicada a la lectura, me mandaba mails con sus comentarios, era maravilloso recibir esa lluvia. Después, cuando dejaron de llegar, sentí enormemente que me faltaran, era de una riqueza increíble. Ella, por ejemplo, se compraba pasas de uva y las ponía sobre la mesita de luz para poder seguir leyendo.

Su infancia fue redura: perdió a su mamá a los dos años, estuvo en un orfanato hasta los 11, de donde la sacó su papá, que no estaba nada bien de la cabeza. Por eso creo que a ella la salvó su alma. Mi mamá me contaba que desde chica, donde la veían la querían adoptar, como que tuvo una cosa muy luminosa siempre, un don especial. A pesar de tener todo en contra, de niña mi mamá logró estudiar violín, pero después, como tenía que ganarse la vida, siguió el comercial, se puso a hacer contabilidad. A través de su primo y su hermanastro, que estaban en el PC, conoció a gente del teatro independiente que fueron sus amigos toda la vida. En casa pusieron una especie de teatro mientras ella seguía con los trabajos contables, así financiaba algunas puestas. Hasta que se pudo dedicar de lleno a la pintura, la escenografía, la iluminación, el vestuario. Y te diría que también participaba en las puestas en escena, leía los textos, opinaba, la invitaban a las pasadas. Ella tenía ese don, un orden para el arte, pero no importaba nada el mundo del éxito, ni siquiera era un tema a tratar.

Autorretrato, carbonilla, S/A.

Elena Visnia, una retrospectiva, en el Museo Sívori, avenida Infanta Isabel 555, frente al Rosedal, martes a viernes de 12 a 18, sábados, domingos y feriados de 10 a 18.

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