SOCIEDAD
Fue bautizado hace un año con el nombre de Azucena Villaflor, Madre de Plaza de Mayo y desaparecida. Es el primer parador nocturno para mujeres que no tienen más lugar que la calle; cama y comida por unas horas para esas que dejaron todo con tal de huir de la violencia, que eligen nada antes que vínculos familiares que desprecian, o que sencillamente quedaron fuera de la chance de abrir y cerrar las propias puertas.
› Por Roxana Sandá
María pliega los sacos de punto indefinido a fuerza de bolitas de lana encima de una cama angosta. Dice que la frazada del parador Azucena Villaflor no alcanza para campear la semana más fría del año en Buenos Aires y vuelve a alisar las prendas como si se tratara de un rompecabezas próximo a diluirse ante cada movimiento de ese cuerpo de 72 años y escasas expectativas. “No sé qué va a pasar conmigo. Tengo a mi esposo en un parador de hombres y es la primera noche que dormimos separados después de más de veinte años de convivencia, pero nos quedamos sin vivienda ni plata para alquilar otra cosa y tuvimos que acudir a estos lugares. Mañana será otro día, aunque no sé qué haremos.” Prolongar el relato y la contención, dicen los especialistas que allí trabajan, “priorizando las vulnerabilidades de estas mujeres”. Una síntesis al vuelo sobre el primer aniversario del único parador nocturno de la ciudad destinado a mujeres solas y con hijos. Desde su inauguración, el 6 de junio del año pasado, hasta la fecha, 3520 personas pasaron por la casona de la calle Piedras 1584, entre 2140 mujeres y 1380 chicos. La mayoría son emigrantes continuas del conurbano bonaerense, excluidas sociales de algunas provincias o viajeras provenientes de países limítrofes. Y, a diferencia de los hombres, pocas componen el perfil nómada de situación de calle entendida como territorio propio. Ni María y su esposo ausente, ni Susana y su pequeña de dos años, ni Beatriz desde su viudez, ni Elsa y sus bronquitis continuas, por nombrar a algunas compañeras circunstanciales, están dispuestas a rearmarse desde el agujero negro del no-vínculo, “porque hay familia, amigos, algún conocido o algún hijo adulto. Siempre existe alguien que nos da una mano”, se esperanzan a coro.
Desde ese mujerío errante se aprendió a trabajar en el parador con nombre de Madre de Plaza de Mayo, de obligada entrada libre en sus inicios y ahora con vigilancia privada por la cantidad de situaciones de violencia que provocaron las parejas de algunas mujeres con hijos, que buscan refugio por la noche.
“En este primer año fuimos descubriendo una experiencia totalmente nueva respecto de los establecimientos de hombres”, refirma la psicóloga Mirta Marcel, coordinadora del parador, “porque la salida no es tan lineal. Con la población de mujeres debe trabajarse en áreas que abarquen tercera edad, situaciones vinculares, escolaridad de los hijos, embarazos y padecimiento de violencia”, una motivación crítica que las vuelca a las calles en puro instinto de preservación de ese hogar compartido junto a parejas golpeadoras o abusadoras. “No es la locura ni mucho menos ese espíritu romántico del que llevaba la casa a cuestas, como se los señalaba a los linyeras, lo que identifica a estas mujeres –reflexiona Marcel–, sino la necesidad desesperada de supervivencia de ellas y en muchos casos de sus hijos, aun a sabiendas de perderlo todo.”
P. (así pidió que se la refiera en esta nota) y sus cuatro niñas “en escalerita”, cuenta, de 3, 5, 6 y 10 años, dejaron todo lo entendido como “seguro” hace unos meses, cuando el padre de las chicas abandonó los puños para pegarles con lo que tuviera a mano. “Ese día decidí rajar con todas y no volver más; no importaba adónde, el tema era no volver. Lo que hice no es para un premio, porque hasta ese momento soporté piñas durante años y no hice nada para evitar golpes contra las nenas, pero qué sé yo, algo adentro me puso los puntos, agarré los trapos y nos fuimos. Por ahora me la banco sola y a los ponchazos, pero esa casa no la piso más.” Constitución, Once, el hogar para mujeres 26 de Julio y “algún techo amigo, que nunca falta”, completan la cornisa por donde caminan P. y sus niñas.
“Con ánimo de sostenerse”, agrega la psicóloga Patricia Malanca, directora del Sistema de Atención Inmediata del Ministerio de Derechos Humanos y Sociales de la ciudad, que tiene bajo su órbita el servicio de hogares, paradores y el único centro de evacuados. Sostiene la teoría de “trabajar las ganas de conectarse nuevamente, de retomar algunas situaciones de larga data que arrastran estas mujeres, algunas con historial de niñas de la calle, y que, a diferencia de los hombres, cuyo discurso es no tengo nada ni a nadie, buscan algo permanente. Por lo general hay varios hijos, varios judicializados, otros enojados con esas madres que reconocen la existencia de sus familias, pero deciden no verlas en este momento particular de sus vidas”.
Bañarse, comer, dormir, el tríptico que augura otras 24 horas de resistencia, aunque el equipo de psicólogas, trabajadoras sociales y enfermeras denuesten los objetivos cortoplacistas, es el grano de sal en la lengua de Beatriz, como ella define “a esa sensación de estar limpia frente a una comida que te caliente el alma”. Cumplió los 67 “un mes de éstos, con tonito de señora de Palermo, porque yo vivía en un departamento de la calle Güemes con mi amor de la vejez, un hombre que conocí en el 2001 y que falleció el año pasado. No tengo hijos, sí un hermano que a veces visito. Fui al Colón, viajé a Europa, me sobraron amigas pero escaseó la plata y acá estoy, juntando galletitas de agua que me regalaron las monjas y cigarrillos que amo fumar. Quisiera irme a un hogar en Mar del Plata, lejos de todo, tranquila, pero Buenos Aires me tira y ahí es donde yo aflojo”.
–¿Qué te tira de Buenos Aires?
–Qué sé yo, las calles, el quilombo y la gente que fui conociendo. Tengo amigos en los barrios y amigas en este parador. Casi que somos como una gran familia.
“Es que ellas mismas trazan los opuestos, si se compara su dinámica con la de los paradores masculinos”, señala Mirta Marcel y refiere, por caso, a la identificación entre hombres según el número de cama que les toque, mientras las mujeres tienden lazos por nombre y apellido, por historias comunes, por hijos e hijas y por amores. “Esa trama fue otra punta del ovillo que obligó a replantearnos la cuestión del ingreso. Mientras que entre los hombres la vacante es por orden de llegada, en el Azucena Villaflor se prioriza a las mujeres con niños, a aquellas que vienen tarde porque consiguieron una changa o están haciendo un taller, a las embarazadas, a las discapacitadas. Se trata de concentrar las mayores vulnerabilidades en 32 plazas.”
Durante los tres días de hielo que pasmaron a esta ciudad, del 28 al 30 de mayo últimos, unas 135 mujeres y 14 familias ingresaron a los diferentes servicios en el marco del Operativo Frío del Programa Buenos Aires Presente (BAP), que también monitorea Malanca. Dice que en estos días se trabaja “con pulsión de muerte”, que el alcohol es el abrigo de muchas y que frazadas y viandas abren puertas a otras necesidades. “Preguntan por el acceso a subsidios habitacionales, gestión de DNI, comedores comunitarios o pasajes de regreso a sus provincias. Son los agujeros de emergencia que intentamos cubrir, como lo vienen haciendo en el Azucena Villaflor.”
–¿Por qué no se creó antes un parador de mujeres, como sí se hizo con los de hombres, en 2003?
–Creo que a las gestiones anteriores no les interesaba implementarlo. Trabajo en el BAP desde su creación, en 1997, y hasta 2006, cuando asumí la dirección general del área, no hubo decisión política para crear un parador nocturno de mujeres.
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