TEATRO
Guardar las apariencias a cualquier precio, elegir padrinos adinerados, negociar buenas bodas y observar rigurosamente las normas del luto son algunas de las propuestas de la dama que interpreta Graciela Araujo en el futuro estreno teatral Las reglas de urbanidad en la sociedad moderna; una mirada ácida sobre costumbres inútiles.
› Por Moira Soto
Muy aseñorada y repeinada, de traje largo, Graciela Araujo se desliza entre sillas de época modelo Opera, dorada la madera, rojo el tapizado, evangelizando al público desde un lugar de suprema sabiduría sobre cómo debe transcurrir la vida de una persona sobre la tierra en relación con las instituciones religiosas y civiles. La gran actriz que hizo decenas de clásicos, se ganó –entre otros premios– el Molière por su reina Gertrudis de Hamlet en 1980 y más recientemente se le animó a un texto durísimo del austríaco Werner Schwab –Las presidentas–, estrena el próximo 10 una pieza de Jean-Luc Lagarce, fecundo dramaturgo francés muerto a los 38 de sida, en 1995. Se trata de Las reglas de urbanidad en la sociedad moderna, obra que fue presentada semimontada en junio, durante la Semana Lagarce, curada por Rubén Szuchmacher, a la vez responsable de esta puesta que en dos funciones mereció muy buena repercusión entre el público y la crítica.
Entre las últimas actividades de Graciela Araujo figuran los radioteatros que hizo en Radio Belgrano, escritos y dirigidos por Alberto Migré, interpretados por actrices y actores de prestigio. Un género en el que la actriz estaba más que canchera por haberlo cultivado largamente en la primera etapa de su carrera. Pero estos trabajos póstumos de Migré, que ciertamente murió en su ley, tuvieron un costado de puro amor al arte radioteatral, tan dejado de lado durante las últimas décadas: “Hice muchas novelas y radioteatros de Migré, pero en esta oportunidad se trató de un emprendimiento totalmente personal de él, creo que hasta puso plata. Se ocupaba de todos los detalles, traía las músicas. Ensayábamos una vez por semana y grabábamos, eran piezas originales, a veces reescrituras y también versiones de obras literarias, como la de La dama de las camelias. Cuando me propuso el protagónico, le dije que me daba un poco de vergüenza hacerlo. Pero él me alentó: ‘No importa, tu voz es joven’, y me dio algunas escenas de amor... Alberto estaba encantado, se apasionaba tanto por el trabajo que cuando le gustaba cómo hacías una escena, venía y te abrazaba. Un tipo talentoso y una gran persona, lo extraño muchísimo. Qué pena que nadie haya tomado esa posta porque la radio es un medio maravilloso, de enorme sugestión bien utilizado”.
Confiesa Araujo –cuya última actuación fue Agua, en 2005, en el San Martín– que ella no es de hacer autogestión, que no tiene ese entrenamiento: “Sucede que a través de mi carrera me acostumbré a ser convocada. Y además tengo muchísima autocrítica”.
Si bien para escribir Las reglas de la urbanidad en la sociedad moderna, Lagarce se basó en un viejo manual de comienzos del siglo XX, esta clase de textos se siguió publicando, con las variantes de cada caso, hasta el presente. En nuestro país fue un suceso en los ’50 el Libro de Etiqueta de Rosalinda, de Jacobita Echaniz, y más cercanamente se editaron Buenas maneras, de Leticia Vigil (Javier Vergara, 1991) y El comportamiento social hoy, de Graciela Marta Rosa (Corregidor, 1997). Graciela Araujo dice que “había visto alguna vez un par de manuales de este tipo, de normas de buena sociedad, y también la sección Inutilísimo de Las12 que me divierte mucho cuando propone irónicamente la vuelta de ciertos protocolos, de cierta organización de la vida que hoy nos pueden parecer ridículos pero que, actualizados, siguen existiendo. Por supuesto, a mi edad también recuerdo cosas de cuando era chica, pautas de conducta social por las que se regían mi mamá, mis tías, mis abuelas... Había reglas escritas y no escritas. Yo tomé la Primera Comunión porque la tomaba todo el mundo, y antes, de chiquita, fui bautizada. Cuando murió mi papá, tenía 15 y no había dinero para vestirnos totalmente de luto, entonces te ponían una franja negra en el guardapolvo. Mi mamá sí se puso de negro, tenía 45 y se convirtió en una viuda para siempre, bajó la persiana. Era así. Aunque parte de esas reglas cambiaron, hay otras que siguen imperando. ¿A cuántos chicos se los bautiza aunque sus padres no sean católicos practicantes? También se ha vuelto a las grandes fiestas de 15 donde mucha gente gasta más de lo que tiene. Es decir, toda esta temática me era conocida y me interesaba, pero cuando leí Las reglas de urbanidad... que me envió Rubén para hacer un semimontado en la Semana Lagarce, mi primera reacción fue ¿cómo se hace esto sobre el escenario? ¿cómo actuarlo para que genere interés en el público, para que tenga alguna forma de narrativa? Sí, la verdad es que lo veía difícil”.
¿Las respuestas las encontraste en los ensayos con Szuchmacher?
–Al empezar a trabajar afloró ese humor ácido, por momentos cínico pero siempre sutil y con fuerte sentido crítico. Por ejemplo, esta dama que interpreto, cuando se refiere a la cuestión de las etiquetas dice que hay que pautarlo todo porque es una idiotez dejarse llevar por los sentimientos: ahí surge la intención de Lagarce de señalar la deshumanización de esta clase social, representada por esta señora presumida de clase alta. La cual, si seguís atentamente el hilo de los procedimientos que marca para diferentes instancias de la vida, verás que está hablando todo el tiempo de dinero: arreglar bodas, padrinazgos. Las personas de posición económica mediocre no deben ofrecerse ni como novios ni como padrinos de bautismo, porque después no van a poder responder a las exigencias de ese rol como proveedores. Desde luego, dentro de una clase social que requiere del dinero para mantener sus cánones de figuración.
En esas conductas ridículas e hipócritas tenidas por finas y señoriales que subraya el humor negro de Lagarce, ¿no encontrás parentescos con la clase alta argentina?
–Claro que sí: ese afán elitista, esos aires de superioridad. En general, todas las clases sociales tienen sus códigos, su subcultura digamos. Fijate que ahora se han puesto otra vez de moda las bodas celebradas con mucho boato y organización, todo muy reglamentado según el tipo de casamiento que elijas. Y estaba leyendo que, últimamente, las alianzas ya no se llevan de oro, deben ser de plata o de platino. Por eso me parece que esta señalización que hace Lagarce, aunque partiendo de un manual del 1900, mantiene su vigencia crítica respecto de una mentalidad normalizadora que persiste.
Es de suponer que luego del éxito que tuvieron las dos funciones en la Semana Lagarce de junio pasado, se te reforzó la confianza, pese a la aparente aridez del texto.
–Esas funciones fueron muy buenas, es verdad. El público, con presencia de mucha gente joven, cosa que me entusiasma, supo interpretar las intenciones del texto, festejó mucho algunos pasajes, pescó ese humor que atraviesa toda la obra. Hubo algunos párrafos particularmente efectivos, como los de la forma en que hay que pasar el duelo, llevar el luto, cómo se debe organizar un buen entierro. Para mí, las risas resultaron muy gratificantes porque yo, salvo ciertos clásicos, he hecho pocas cosas de comedia, y la verdad es que me siento comodísima en este género.
Hay que agradecerle a Szuchmacher el buen tino de haberte llamado para que despliegues esos exquisitos recursos de comediante.
–La agradecida soy yo. Ya el año pasado, Rubén me anunció que iba a organizar la Semana Lagarce y me preguntó si quería participar. A él le pareció que yo era la actriz apropiada para interpretar a esta dama. Llegado el momento, empezamos a trabajar el texto. Como se trataba de un semimontado no me resultó difícil por toda la experiencia de radio que tengo, muchos años de leer interpretando. Sabía que tenía suficiente dominio de esta técnica como para darle intención, levantar la vista, usar la mirada, ciertos gestos. Pero ahora voy a estrenar este unipersonal con el texto aprendido y aunque está el antecedente del semimontado, tengo cierta inquietud, bah, bastante miedo.
Además de su extensión, se trata de una pieza que no cuenta una historia y tu personaje es casi una abstracción.
–Sí, lo mío es la abstracción de la dama que hace docencia sobre urbanidad. De su historia personal no se sabe nada. Ella sólo baja línea, muy convencida, sobre reglas que han encarnado en su persona. Ahora que voy a hacer este monólogo sin leerlo, me doy cuenta de la magnitud del desafío.
Al ver esta puesta se tiene la sensación de que está trabajada como una partitura, Szuchmacher como director de orquesta y vos la única instrumentista y a la vez instrumento interpretando cambiantes tonalidades y ondulaciones.
–Hay como ondulaciones en la manera de formularlo que evitan el riesgo de caer en algo monocorde y dan intecionalidad. En algún momento, la dama recurre a una carpeta, por ejemplo, para decir los numerosos y extraños nombres de los santos que recomiendo para el momento del bautismo. Y aunque no se cuenta una historia, se traza el recorrido –a través de las reglas que hay que respetar– de cómo debe desenvolverse una vida de la alta burguesía, desde el nacimiento hasta la muerte, pasando por acontecimientos que marcan un cambio de estado, una celebración: el compromiso, la boda, las bodas de plata, las de oro, y finalmente el luto y sus normas. Para que luego todo vuelva a empezar, como un sinfín.
Después de largos años de “actriz del San Martín”, te atreviste a una producción en cooperativa de una pieza tan revulsiva como Las presidentas –con Thelma Biral y María Rosa Fugazot– y ahora debutás en el unipersonal con una especie de rara comedia negra contemporánea.
–No sólo es el primer unipersonal sino que nunca había trabajado en Elkafka y tampoco con Rubén, aunque lo conozco desde hace mucho y somos bastante amigos. Me alegró mucho que él me llamara y que confiara en mí para hacer a esta dama con afanes tan didácticos, que se presta a tantas lecturas.
¿Una mirada sociológica, moral, distanciada sobre la pacatería, la codicia, la presunción?
–Todo eso y mucho más todavía. También revela el lado patético de cierta clase social al mostrarla a ella tan convencida de las reglas que dicta como artículo de fe. Algo que no inventó esta dama pero que refrenda y difunde como representante de su clase. Por alguna razón que convenía a quienes regían las instituciones, a fines del XIX y comienzos del XX se publicaron muchos manuales en esa tónica. Y ahora, aunque sean más escasos, siguen rigiendo determinados códigos y se han inventado algunos nuevos. Creo que es una cuestión que tiene que ver con la inseguridad, además del anhelo de pertenecer, cubrir las apariencias. Por otra parte, en esto de la vuelta de las grandes fiestas, hay como un despliegue obsceno de riqueza en una época de tantos excluidos. Mi dama indica cómo ejercer la caridad: si se es rico, no se olvida a los pobres en una día tan feliz, se les envía a los niños huérfanos las sobras de la mesas, es decir, las migajas.
Las reglas de urbanidad en la sociedad moderna, desde el 10 de agosto, en Elkafka, Lambaré 866, los viernes y sábados a las 21, a $ 25 y $ 18, 4862–5439.
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