ENTREVISTA
La española Carmen Magallón pasó su infancia escuchando historias de la Guerra Civil, en lugar de cuentos infantiles. En voces de sus abuelas, cada relato terminaba con alguna mujer evitando el enfrentamiento y priorizando el cuidado de la vida. En Mujeres en pie de paz (Siglo XXI), compila un amplio repertorio de organizaciones de todo el mundo que, en contextos políticos diferentes pero afines por la violencia, operan estrategias tan novedosas como efectivas.
› Por Soledad Vallejos
¿Por qué lugares con realidades políticas y sociales tan distantes como El Salvador, Afganistán, Israel, Rusia o Argentina encuentran un denominador común en grupos de mujeres aliadas a partir de las disidencias? ¿Cuál es la pulsión –cultural, social, política– que termina por desembocar, en cualquiera de esos lugares –tanto como en otros–, en el surgimiento de grupos de mujeres dispuestas a señalar tanto como a intervenir, aun a costa de sus propias vidas, de sus propios cuerpos? La española Carmen Magallón, directora de la Fundación Seminario Investigación para la Paz, cree que la clave está en el vínculo íntimo que las mujeres de cualquier lugar del mundo mantienen con la paz (como concepto, como realidad) y el sostenimiento de la vida. Lejos de tratarse de un argumento peligrosamente esencialista, la tesis de Magallón se sustenta, en realidad, en una recopilación rigurosa de casos puntuales de distintos países, en estadísticas, en revisión de teorías feministas y sociales. Mujeres en pie de paz (ed. Siglo XXI) se convierte, entonces, en la posibilidad de asomarse a un panorama donde las similitudes nacen a partir de las diferencias y el interés por la diversidad prevalece por sobre coyunturas que parecieran obturar cualquier salida posible.
Magallón plantea en la base una afirmación fundamental: “La experiencia de muchas mujeres está vinculada a la vulnerabildiad humana”, desde el momento en que las sociedades –occidentales, que son objeto básico de sus estudios, pero también las orientales– suelen delegar en ellas acciones de cuidado, sostenimiento y nutrición; son las mujeres, entonces, quienes, en su contacto habitual “con las personas que como los niños y niñas, los enfermos o las personas mayores dependientes, son el ejemplo vivo de la vulnerabilidad individual”, comprenden limitaciones y necesidades de la vida (humana, cotidiana) desde perspectivas diferentes de las habitualmente valoradas en el ámbito público e institucional. Si pueden hacerlo, por otro lado y no por ello menos determinante, es porque históricamente los ámbitos y las lógicas del poder las excluyen en tanto grupo social: como minoría, su desventaja y su ventaja residen en habitar los márgenes del poder.
Los recuerdos más poderosos que Magallón conserva de su infancia se relacionan con sus abuelas. “Mi familia es de Cataluña, pueblos llenos de gente que fue libertaria, anarquista, participante del bando republicano, es decir, con muchas historias y muchos dramas. Porque en la mayoría de los pueblos hubo muertes de un lado y después, con la Guerra Civil, del otro. En mi caso, la verdad es que siempre se contaban historias de la Guerra Civil: eran épocas en que no había televisión y entonces nos reuníamos delante del fuego y nuestras abuelas nos traumatizaban a los niños, nos contaban todo... ¡y nosotros oíamos! Realmente quedé muy afectada por todo lo que pueden acarrear situaciones de guerra”.
Eran historias que escuchaba en su casa, puertas adentro, pero no en el pueblo: relatos domésticos que no tenían correlatos en la vida pública de la España franquista.
–Ah, no, en el pueblo todo era un silencio total. Mi padre fue combatiente con la República, y también conoce muchas historias. Y claro, para mí es un drama, esto lo digo en el libro, el hecho de tener que tomar las armas a él lo convirtió en una víctima, aunque no muriera en la guerra, porque mi padre de hecho todavía vive. El vive porque fue herido y eso lo apartó del frente. Pero lo veía como una víctima en el sentido de que, a los 17 años, tuvo que tomar las armas por algo que realmente para él no era claro. Y sin embargo, a mis abuelas las veía como unas mujeres fuertísimas, por las historias que contaban. Una de ellas, por ejemplo, vivía en el campo, un poco alejada del pueblo. Y un día le dijeron: si vienen éstos de la Falange usted no les dé de comer. Y entonces mi abuela decía: “En esta casa, todo el que entra comerá”. Y yo me la imaginaba, sabes, pleno Aragón, su casa... a ver quién no le hacía caso. Mi otra abuela un día se enteró de que un conocido suyo estaba detenido: se fue hasta allí, a verlo, a ver y llevar todo lo que le hacía falta, en contra de lo que se hacía entonces. Fue a verlo y apoyarlo. Lo que quiero decir es que eran protagonistas de otro tipo de política, una que partía de poner la vida en el centro de todo. Está considerado natural, pero en realidad se trata de una filosofía, de decisiones. Esa capacidad de ponerse por encima de los dos bandos, de privilegiar otro tipo de cosas, es una fuerza tremenda. Lo mismo puede aplicarse al surgimiento de las Madres de Plaza de Mayo, por ejemplo, ¿por qué pudieron ellas hacer eso? Porque el poder político consideraba que su papel de madres las situaba por fuera de la política. Y entonces la estrategia es decir: esto que está fuera de la política, nosotras lo convertimos en otro tipo de política.
En su argumento, usted liga este tipo de opción a la socialización y sus diferencias de género, no a un determinismo biológico ni un esencialismo.
–Claro, es que el hecho de decir que las mujeres hemos tenido un protagonismo importante en la lucha por la paz no quiere decir que digamos que somos mejores y más pacíficas que los hombres, sino que en la educación y la socialización destinadas a las mujeres las diferencias de género permiten generar otras perspectivas políticas. Las mujeres somos plurales y diversas, y adscribimos a causas políticas y partidos y tenemos ideas. La explicación de que haya una mayoría de nosotras que optemos por la paz para solucionar conflictos pues tiene que ver con esa otra cosa, con la posibilidad de pensar desde otro lado, de priorizar la vida y el cuidado. El determinismo biológico es preciso rechazarlo, sin duda: lo hemos hecho en el campo biológico y en el social, pues en el campo de la guerra y la paz es lo mismo. Lo que sí sé es que las mujeres han optado por trabajar por la paz en primer lugar, por la exclusión política: haber sido excluidas les ha dado una visión alternativa. El caso más claro para mí es el de las feministas durante la Primera Guerra Mundial. Son señoras sufragistas que estaban luchando por el derecho al voto, pero con la guerra se produce una alianza de mujeres de muchos países del mundo: convocan a un congreso en La Haya y deciden mantenerlo y aprovechar para hablar de la guerra... Claro que también algunas sufragistas deciden apoyar el esfuerzo de los países llamando a que los hombres se apunten en el ejército, criminalizando a los que no van a la guerra. Pero la mayoría va a La Haya y se reúne, por encima de los bandos enfrentados. ¿Por qué? Pues ellas no podían votar, no podían estar en los parlamentos, las decisiones de sus gobiernos las consideraban ajenas... Esto lo plantea Virginia Woolf en Tres guineas, a partir de la pregunta ¿qué podemos hacer para evitar la guerra? Ella dice, y la frase a mí me parece reveladora: la mejor forma es no repetir las palabras ni los métodos de los hombres.
La Ruta Pacífica de las Mujeres, la Organización Femenina Popular, las Mujeres Resistiendo por la Vida, de Colombia; la Coordinadora Nacional de Viudas de Guatemala; el Comité de Madres de Desaparecidos (CoMadres), de El Salvador; las Mujeres de Negro italianas; la Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán; la Organización para la Libertad de las Mujeres de Irak; el Movimiento de las Cuatro Madres de Israel; la Unión de Comités de Madres de Soldados Rusos... Esos son sólo algunos de los casos que Mujeres... releva a manera de ejemplo (y, a la vez, convirtiéndose por ello en libro de consulta), en un despliegue que permite ampliar y sistematizar no sólo el concepto de paz, sino también –y especialmente–- el de no-violencia. “La postura no-violenta –dice– se caracteriza por tratar de crear condiciones en las que los conflictos puedan resolverse –cada vez más diríamos gestionarse– sin recurrir a la violencia. Cuatro ideas se perfilan: la renuncia al uso de la violencia, la resistencia y el empoderamiento ante la violencia de los demás, la reconciliación y el matenimiento de la paz. Estos ideales son los que (...) las madres tratan de enseñar a sus hijos. No siempre (...) pero señalar un ideal que gobierna una práctica es identificar una tensión, no un logro. No quiere decir, por tanto, que las madres actúen siempre de forma no-violenta sino que la no-violencia es su modelo, que lo intentan, que los ideales de no-violencia son un horizonte de regulación para su práctica. Desde la perspectiva de la no-violencia, llama la atención el uso que de ella hacen las madres, precisamente en la relación en la que disponen del poder máximo: en la relación y los conflictos con los hijos. En otras situaciones, el poder parece conllevar la legitimidad del uso de la violencia. Una legitimidad que suele ejercerse. En el caso de las madres, aunque algunas castigan y llegan a producir dolor a los hijos (...) la mayoría de las madres utiliza estrategias en las que interviene la persuasión, la conciliación, el sufrimiento, la negociación, la oración, la invocación a la autoridad o el ridículo; pueden llegar a la manipulación (...) pero generalmente no ponen en peligro la vida de los hijos o de la gente a la que se enfrentan.”
Si el cuidado de la vida (que –señala Magallón– encuentra su punto de cristalización en los modos de la maternidad, no en su dimensión biológica sino en sus dispositivos de atención: preservar, nutrir, preparar la vida social) está en la base de un pensamiento político que avanza por los márgenes (tanto como nace de ellos) para desarticular iniciativas propias del centro del poder, es gracias a una exclusión primaria capaz que cimentar otra perspectiva: “Esa otra construcción plantea el poder para, no el poder sobre”.
¿Es optimista?
–Bueno, sostengo el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad. El capitalismo se recicla, y aunque la guerra pueda parecernos parte esencial de su lógica de funcionamiento, creo que va a ir encontrándose una manera que no sea matarse unos a otros. No creo que sea necesario que la guerra se siga manteniendo sólo para mantener ese funcionamiento.
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