SALUD
Esta semana, un centro médico de fertilidad anunció que ofrecerá gratuitamente a niñas pacientes oncológicas del
Hospital Gutiérrez la posibilidad de congelar sus ovarios u
óvulos para que, a futuro, puedan contrarrestar los efectos de la quimioterapia sobre su fertilidad. Esta chance, en etapa de experimentación, ¿podría convertirse en herramienta para detener el reloj biológico de cualquier mujer?
› Por Luciana Peker
Fernanda tiene 34 años. Se acaba de separar después de cinco años de convivencia con Mauro. Ella creyó que él era el hombre de su vida –esas letras grandes para la sensación de acurrucarse en alguien– hasta que él le empezó a poner mala cara cada vez que tenía que quedarse hasta las ocho en el trabajo, iba sola al cumpleaños de una amiga o llegaba con la buena noticia de querer hacer un posgrado. Fernanda decidió separarse. Lo decidió ella. Quiere acurrucarse, pero no enmudecer sus ganas o fichar tarjeta frente a la ensaladera. Sin embargo, entre sus deseos también está ser madre. ¿Separarse de Mauro, a los 34, es separarse de la idea de tener un hijo?
Mara tiene 37 y 37 mil historias. No le llega ni a los tobillos a Sarah Jessica Parker –el problema de mujer soltera de Sex and the city– porque la pasión por los zapatos necesita de tarjeta de crédito y la tarjeta de crédito no es lo suyo. Tampoco siente tormento por dejar grabando uno de los novelones venezolanos de la tarde –en vez de Lost que rinde tanto en conversación–. Ella disfruta de poder hacer francés, danza afro y saber a quién invitar a cenar y a quién invitar a arrollar, sin despedirse ni hacer capullo. Mara se siente más suelta que sola. Pero no quiere que el tiempo la convierta en una cronometradora de su tiempo, ni del tiempo de los otros, no quiere terminar pendiente del teléfono, entregarse de más, ni pedir más de lo que le dan sólo por desear un hijo o, más vale, por desear que la oportunidad no se diluya con los años. ¿Debería hacer un duelo por sus 37 o doblegarse al primero que no huya después de confesar “si tuviera un bebé lo llamaría Catriel”?
Las historias de Fernanda y Mara –entrecruzadas por otras muchas historias– no son descripciones despectivas de mujeres de 30 y pico en un ataque de nervios por la persecución del reloj biológico. Las que atrasan no son las mujeres, sino el reloj biológico. La vida de las mujeres cambió –en calidad y cantidad– pero los tiempos del cuerpo no se adaptaron a esos cambios. En 1909, en la ciudad de Buenos Aires, la expectativa de vida femenina era de 50 años. Hoy, esa edad, es la mitad de la vida y el horizonte llega hasta los 77. A la vez, las mujeres deciden sobre su vida amorosa –nada de casarse porque sí, ni de mantener un desamor para toda la vida– y eligen estudiar, trabajar, progresar. Todo eso hace que la maternidad sea una elección que, muchas veces, es retrasada más allá de los 37 años. Pero el reloj biológico está ahí. Muy tic-tac, tic-tac, como si nada hubiera pasado. La frontera biológica existe. ¿Correrla sería un progreso? Tal vez sí. Una posibilidad concreta podría ser congelar óvulos de joven para usarlos cuando la vida, el deseo y el destino se crucen (por razones laborales, íntimas, de pareja, etc.) para decidir tener un hijo. El punto es que ese procedimiento está en experimentación y que, por ahora, podría generar falsas expectativas y certeros negocios. De todas maneras, la era del hielo (reproductiva) ya llegó.
Esta semana, el Centro Argentino de Fertilidad anunció que ofrecerá (gratuitamente) la posibilidad de congelar ovarios y óvulos de las niñas con cáncer (o tratamientos que requieran de quimioterapia) que se atiendan en el Hospital Ricardo Gutiérrez. “Desde hace varios años existe la posibilidad de criopreservar ovarios para mujeres oncológicas en edad adulta. El avance en los tratamientos hace que la sobrevida en los cánceres infantiles sea muy alta, al punto que en Estados Unidos se calcula que uno de cada 250 adultos, en el 2010, va a ser sobreviviente de un cáncer infantil. Por eso, con médicos del Hospital Gutiérrez vamos a ofrecerles la posibilidad a las chicas y sus padres de sacar –a través de una laparoscopia de dos tajitos de uno o dos centímetros– un ovario o un pedacito del ovario y poder congelarlo para que, cuando sea más grande y si quiere tener un hijo y su otro ovario dejo de funcionar por el efecto de la quimioterapia, nosotros se lo podamos trasplantar y ella contar con una fuente de óvulos”, explica Ramiro Quintana, director del Centro Argentino de Fertilidad.
–¿Qué chances reales van a tener estas nenas de ser madres en el futuro?
–Es imposible saberlo. Recién se dan los primeros embarazos en mujeres adultas. Tenemos muchos años por delante para esperar la maduración de ellas y poder trasplantar los ovarios.
–¿No puede convertirse en un gran negocio con muchas potenciales clientas deseosas de extender su edad fértil, pero que no garantice resultados?
–En principio, en Argentina, por ley ningún médico puede garantizar ningún resultado. Hoy en día las investigaciones de congelamiento de óvulos, a través de la técnica de la vitrificación, llevan a pensar que han mejorado los resultados. Además, las pacientes van adelante que los médicos. Pienso que sí puede llevar a un gran furor de mujeres congelando sus óvulos porque la postergación de la maternidad es un fenómeno social y cultural irrefrenable y que viene desde hace veinte años.
–¿Cuánto puede costar? ¿Se va a producir una división entre mujeres con acceso a poner sus óvulos en plazo fijo y las que no puedan costear esta técnica?
–No tengo ni idea de los costos. Todavía no se está implementando. Pero no debería salir más que una fertilización in vitro que oscila entre los tres mil y seis mil pesos.
–En Argentina no hay ley de fertilidad.
–Que no haya ley de fertilización asistida no implica una situación más desventajosa. Si se hubieran aprobado en Argentina algunos de los proyectos que se presentaron en el Congreso estaríamos en una situación lamentable.
–Si realmente se puede naturalizar el congelamiento de óvulos y lograr embarazos con esos óvulos descongelados, ¿sería un avance para las mujeres?
–Totalmente. Los óvulos se pueden congelar con una captación ecográfica, de manera muy sencilla, sin una cirugía. A partir de los 37 años disminuye la chance de embarazo en forma notable. Si la mujer pudiera guardar sus células y decidir qué va a hacer en el futuro con ellas, implicaría un avance positivo.
¿Qué opinan otros especialistas sobre esta experimentación? Sergio Pasqualini, director de Halitus Instituto Médico, anuncia: “Es la única chance que tiene una niña que debe someterse a un tratamiento de quimioterapia de poder contar con su aparato reproductivo en el futuro. También se está investigando la posibilidad de criopreservar tejido ovárico. Y hoy en día se espera que estas técnicas puedan ser utilizadas”. Pero la esperanza es a futuro. El presente todavía no da certezas. Mientras que Eduardo Lombardi, subdirector del Instituto de Fertilidad (IFER), advierte sobre el exceso de esperanza depositado en la vitrificación de óvulos y ovarios. “Es un método que seguramente va a servir, en pocos años más. Pero el congelamiento actual no es muy seguro ya que en el momento del descongelamiento se recuperan pocos óvulos. Hoy no es una técnica de ‘alta eficacia’. Por eso, no es un método que se pueda ofrecer como alternativa, salvo a nivel de investigación”.
Claudio Chillik, médico del Centro de Estudios en Ginecología y Reproducción (Cegyr) y asesor científico de Mater Cell (donde se congela el cordón umbilical de los bebés), evalúa: “Nosotros congelamos desde hace varios años tanto óvulos como tejido ovárico en mujeres jóvenes que serán sometidas a tratamientos oncológicos que traen como secuela menopausia precoz y, por lo tanto, infertilidad. La diferencia es que en el Hospital Ricardo Gutiérrez el congelamiento se realizará en niñas prepúberes. Esto en teoría es posible, pero debe ser considerado experimental. De todas maneras, estoy de acuerdo en que, en la medida que no implique un riesgo para la paciente y que se aclare la incertidumbre en cuanto al futuro de estas células, es una alternativa adecuada para pacientes oncológicas”.
Pero, claro, la verdadera masividad del congelamiento está pensada para mujeres corridas por el reloj biológico. Muchas de ellas ya llegan a los consultorios a pedir un botón de pausa en su aparato reproductivo. Por eso, Chillik resalta: “El congelamiento de óvulos para preservar la fertilidad por una cuestión etaria es una demanda cada vez más frecuente, el problema es que para que dé resultados debería hacerse antes de los 35 años y la mayoría de las consultas son en mujeres cercanas a los 40 en las que la calidad de los óvulos a congelar ya se encuentra disminuida”.
Mucho más crítico es Carlos Nagle, investigador del Conicet y director del Centro de Investigación en Reproducción Humana y Experimental del Cemic: “La pregunta sobre la legitimidad de promocionar la probabilidad de preservar la fertilidad en niñas afectadas de cáncer admite hoy una sola palabra: No”, contesta tajante. “Existen líneas experimentales en especies animales (monas) en las que se realizan ensayos de probables protectores pero esa experimentación está en sus comienzos. Los proyectos referidos a este tema empezaron en la década del ochenta y todavía no existen resultados que justifiquen el empleo clínico”, descarta Nagle.
Y si lo descarta aun en niñas o jóvenes con problemas de salud, mucho más en el mercado de la fertilidad donde el gran problema –y el gran negocio– no son los trastornos clínicos, sino el deseo de un embarazo en mujeres maduras. La ginecóloga María Cristina Portianko, de Buenos Aires Espacio Médico (BAEM), es más optimista. “No creo que este sea un método para obtener beneficios económicos sino que es importante para el desarrollo de la ciencia. Por ejemplo, en la actualidad ya existe un caso publicado en revistas científicas de un embarazo logrado por una mujer de 28 años que padeció un linfoma y se tuvo que realizar quimioterapia y que previamente había guardado tejido criopreservado. En el futuro se está trabajando con tejido ovárico y autotrasplante. Hay una maternidad a futuro que ni podemos imaginar.”
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