Viernes, 14 de septiembre de 2007 | Hoy
MEMORIA
Es difícil medir qué significan 60 años en términos históricos. Hay quien dirá que sólo un parpadeo. Para las argentinas es el tiempo exacto que pasó desde que se habilitó por ley su derecho a votar –del voto “universal” de la Ley Sáenz Peña habían sido excluidas–. Vale la pena recorrer el camino que llevó a ese logro para advertir cuántos miedos de entonces –¿qué será de ti lejos de casa?– siguen impregnando el imaginario conservador actual.
Por Veronica Engler
El 9 de septiembre de 1947, durante el primer gobierno peronista, se sancionó la ley 13.010, de Derechos Políticos de la Mujer. A partir de su sanción, las mujeres obtuvieron los mismos derechos y deberes cívicos que la reforma electoral de 1912 había garantizado sólo a los varones, es decir, la obligatoriedad de votar en las elecciones a partir de los 18 años y el derecho a ser candidatos a puestos electivos. No era la primera vez que se trataba un proyecto de ley de sufragio femenino en el Parlamento. Entre 1919 y 1942 se presentaron más de una decena de proyectos pero ninguno llegó a buen puerto. El tema comenzó a adquirir nuevos bríos en 1945 y dos años más tarde logró su promulgación.
En el marco de las Jornadas conmemorativas de los 60 años de la sanción de la Ley 13.010 –organizadas por la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTF)–, Las/12 se reunió con la socióloga Dora Barrancos –directora del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA–, la historiadora Silvana Palermo –docente de la Universidad Nacional General Sarmiento– y la politóloga Carolina Barry –coordinadora académica del Programa de Estudios de Historia del Peronismo de la UNTF– para desmenuzar el arduo proceso de lucha para extender el derecho al voto de las mujeres en nuestro país.
¿Cómo es el proceso que va de la Ley Sáenz Peña (1912), que establece la obligatoriedad de votar y la posibilidad de ser elegidos para los hombres, hasta la sanción de la ley 13.010, que extiende estos derechos y deberes a las mujeres?
Silvana Palermo: –Entre 1912 y 1947 tenemos 35 años en los cuales la mujer está discriminada jurídicamente para la participación política. Pero, por supuesto, las mujeres participan en la esfera pública, se organizan, hacen mitines, congresos, demandas, tienen otros modos de participación, pero no ejercen las libertades políticas más tradicionales, la capacidad de elegir y de ser elegidas.
Dora Barrancos: –La primera formación política que en realidad sustenta fuertemente el sufragio femenino es el socialismo. También hay que considerar que si bien este aspecto es común, algunos (socialistas) no están tan de acuerdo en que el sufragio sea sufragio nacional e inmediato, algunos plantean un sufragio por etapas, un voto que primero es de orden municipal. Se pensaba que las mujeres tenían que ir escalando, que debían ir aprendiendo a sufragar desde el orden municipal y que luego, cuando hubiera mucha consolidación de ese aprendizaje, llegarían al voto nacional. Algunas feministas importantes, como Alicia Moreau, inicialmente van a sostener el voto por etapas hasta el fin de la (Primera) Guerra, que marca un antes y un después en todo el mundo, y hasta las más remisas a sostener el voto en el orden nacional se van a encolumnar fuertemente por esta opción. Creo que los años ’20 son de marcada urgencia en relación al voto.
Considerando que había un movimiento feminista ascendente, tanto en el ámbito nacional como internacional, y que varios países anglosajones transformaban la legislación para incluir políticamente a la mujer, ¿por qué durante esta primera experiencia democrática no se aprueba el sufragio femenino?
SP: –Los proyectos presentados en la Argentina en este período nunca se discutieron, no hubo debate hasta 1932 (cuando el voto femenino obligatorio y sin restricciones ganó la mayoría en la Cámara de Diputados, pero no alcanzó a tratarse en el Senado). Una de las razones puede ser que había mucha heterogeneidad de propuestas y que el partido de gobierno, el radical, no tenía una propuesta homogénea, no defiende (el voto femenino) convincentemente, a diferencia del Partido Socialista, que sistemáticamente va a defender en el Congreso el voto de la mujer en igual condición a la del hombre. En los proyectos que presentó el radicalismo encontramos más ambivalencia. Esta es una de las razones por las cuales en la década del ’20, que es muy fecunda en términos de reflexionar sobre la inclusión política y los derechos de la mujer en todo sentido, estas tentativas no avanzan mucho.
¿Cómo se empieza a hacer cargo de esta cuestión el peronismo?
Carolina Barry: –Creo que la ley de voto fue para el peronismo, y para el caso de Eva Perón en particular, un paso de lo que sería la integración de las mujeres en la política. De alguna manera, el voto pasa a tener un sesgo más popular que el que podría haber tenido en décadas anteriores. Sería insuficiente decir que el peronismo amplió las bases de sustentación solamente con el otorgamiento de la ley de voto. Hubo otras formas de integración de las mujeres, y ahí es donde creo que hace un quiebre y un corte con el resto de las fuerzas políticas, en la forma de poder canalizar esta efervescencia política masivamente en un partido. Ya en el año ’44 Perón venía pregonando con la creación de la Dirección de la Mujer por dar la posibilidad del voto, pero las feministas y las sufragistas en general no estuvieron de acuerdo en que el sufragio femenino viniera de mano de un gobierno de facto. Las conformaciones políticas que van a dar origen al partido peronista tenían sus secretarías femeninas organizadas por hombres. La escisión del partido radical que apoya a Perón tenía secretarías femeninas, en proceso de organización, que también bregaron desde fines del ’45 por sacar una ley de voto femenino. Por otra parte, el centro universitario femenino apoyaba a Perón y pedía la urgente sanción de la ley. Y por último, los centros cívicos femeninos (de apoyo al candidato), que fueron una novedad en la época. Estas agrupaciones se mantienen y toman más fuerza y mayor nivel de organización cuando en enero del ’47 Eva Perón se pone al frente de la campaña, capitaliza lo que estaba pasando en torno del tema, borra todas las luchas anteriores y empieza a escribir una historia nueva, típico esquema de “borrón y cuenta nueva” de movimientos revolucionarios como el peronismo.
DB: –Lo de Evita es una situación realmente excepcional. Cuando analizamos las formas del populismo en América latina, el peronismo indexa un sentido mayor justamente por la presencia de esta mujer que en orden a la misma cuestión femenina tiene algunos aspectos paradójicos. Evita está en una especie de predicado clásico sobre el género, pero al mismo tiempo irrumpe llamándolas a disponer todo en relación con el seguimiento del líder. Pero las mujeres siempre estuvieron movilizadas, podía ser invisible, pero la movilización de las mujeres es un hecho. En la Argentina el espacio público es ocupado después de grandes conversaciones de orden doméstico, de esas conversaciones no es posible retirar la voz de las mujeres, aunque luego hay una oclusión para salir afuera.
¿Cómo es este “borrón y cuenta nueva” que hace el peronismo en torno de la cuestión del sufragio femenino?
SP: –Ese “borrón y cuenta nueva” es en término de las identidades políticas anteriores. Pero si el peronismo tuvo tanto éxito en capitalizar esta participación política femenina no es sólo por el mérito de estos líderes carismáticos. En realidad hay una experiencia política previa de las mujeres en los partidos de izquierda, en los sindicatos, por la defensa de sus organizaciones, por mejores condiciones de trabajo. Ese capital existía y se construyó en la Argentina en el mundo del trabajo desde fines del siglo XIX. Las familias obreras estaban fuertemente politizadas. La huelga ferroviaria nacional de 1917, la huelga de la construcción del ’36, son huelgas de familias obreras. En el debate de 1932 son los socialistas los que defendieron fuertemente la idea de que la participación política de la mujer iba a asegurar una sociedad más igualitaria, más sólida, establecida sobre principios más justos.
¿Qué pasa con las mujeres que habían tenido iniciativas previas, como las que fundaron el Partido Feminista Nacional?
DB: –Son opositoras. Pero no es verdad que las opositoras de Evita se plantaran frente al sufragio, hay que matizar eso. No es que renunciaron al voto, lo tomaron con mucha prevención, con mucho miedo. El socialismo, que era una gran cantera de feministas, va a encontrar a esas feministas oponiéndose. El clima era de enorme ofuscamiento por ese borrón que se había hecho de la tradición que habían forjado ellas.
¿Cuál es la propuesta del peronismo en torno de la participación de las mujeres en política?
CB: –Si bien Evita pareciera tener un discurso absolutamente tradicional respecto del rol de las mujeres en la sociedad, basta con leer La razón de mi vida, termina politizando los hogares. La estructura política que ella funda, que eran las Unidades Básicas Femeninas, que llegaron a ser cerca de 4000 en 1951, funcionaban en las casas de las mujeres. Se estaba llevando la política a la casa de diferentes sectores, no exclusivamente de los sectores bajos y subalternos, sino también de los medios y medios altos. Al mismo tiempo se dio como un “discurso artificioso” por el cual se decía que la mujer no hacía política, sino acción social. De alguna manera este discurso busca morigerar el miedo, la ansiedad, que podía generar tanto en los varones como en las mujeres el ingreso masivo de ellas en la política.
SP: –Hay varios discursos de Eva Perón en donde ella reconoce que la mujer es más explotada que el hombre, que le ha costado más resistirse a esa explotación, porque ha sido también como el hombre una trabajadora asalariada sometida al abuso patronal y además porque al llegar a la casa debe encargarse de las tareas domésticas. Por un lado hay un discurso muy tradicional, pero por otro lado el peronismo también tiene la capacidad de traducir al discurso público injusticias, discriminaciones que estaban ocultas en el ámbito doméstico. El peronismo tiene una manera de reconocer ciertas desigualdades sociales y de género, y de cuestionar esas desigualdades, que genera irritación, sobre todo en los conservadores y los católicos.
¿A qué se le tenía miedo? ¿Qué es lo que generaba tanta ansiedad?
CB: –Generaba cierto escozor que la mujer empezara a salir de la casa, que pudiera descuidar sus deberes domésticos en pos de hacer política. Por eso en el partido (peronista) se les enseñaban labores que la potenciaban en el hogar, como coser, cocinar, bordar. De alguna manera también tranquilizaban con ese tipo de actividades, algo así como “no te preocupes, estoy haciendo política, pero estoy aprendiendo a cocinar”.
SP: –Uno de los grandes temores de la inclusión de la mujer en la política es básicamente que las jerarquías en el hogar se van a poner en cuestión. Aunque Eva Perón hace un discurso muy tradicional diciendo que la participación de las mujeres en la política es una extensión de su rol maternal, a la vez el peronismo imagina un hogar un poco más igualitario, por lo menos en donde la mujer tenga voz y voto. Esto molesta un poco, porque muchos conservadores seguían pensando que no iba a seducir al hombre casarse si no controlaba y no tenía poder dentro de su familia. Esta idea de una mujer con voz y voto no solamente en la nación, sino también en el hogar, que es algo que sutilmente manifiesta el peronismo en ocasiones, resultaba irritativo. En el mundo doméstico porque quería igualar en algunos sentidos al hombre y a la mujer, y en el espacio público porque me parece que cuestiona una jerarquía que se había establecido en la comunidad política en torno del valor de los votantes, se suponía que el votante educado, el universitario, la universitaria, eran sujetos políticos que en definitiva estaban más capacitados para el ejercicio de la política que el votante trabajador.
DB: –Los varones no tenían ningún problema en señalar el camino dificultoso y a veces infranqueable para las mujeres que se desarrollaba fuera del hogar. Hay dos deslegitimidades fuertes. Por un lado las mujeres en la arena pública son peligrosísimas, va a haber un derrumbe del hogar, se va a producir una masculinización de las mujeres. Pero además está la deslegitimidad en la Argentina del trabajo extra doméstico. Los mismos sectores obreros, los trabajadores, históricamente siempre estuvieron desapegados de la idea de que las mujeres tuvieran el derecho a trabajar. Incluso, si se les preguntaba a nuestros queridos hombres del progresismo iban a decir que el trabajo femenino era un mal necesario. Recién en las últimas décadas estamos abandonando el tremendo preconcepto acerca del derrumbe del ser femenino y del hogar, producido por el trabajo femenino.
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