RESISTENCIAS
Alejandra Mamani es una dirigente indígena que viajó por primera vez fuera de Bolivia para visitar Buenos Aires y tomar contacto con las comunidades bolivianas en esta ciudad. Su historia se forjó en la resistencia al hambre y a la represión. Defensora del gobierno de Evo Morales, esta mujer de 43 años reclama a las mujeres instaladas en el poder boliviano “que conversen con las hermanas que siempre hemos luchado”.
› Por Veronica Gago
La situación política en Bolivia cada día parece complicarse más entre una Asamblea Constituyente cuasi paralizada y una creciente ofensiva separatista de los departamentos ricos del país. En medio de esa coyuntura, Alejandra Mamani y Valentín Mejillones visitaron Buenos Aires con varios objetivos: invitados por el Inadi dieron una serie de charlas sobre derechos indígenas, realizaron algunas ceremonias urbanas –como celebrar la fiesta de la Pachamama en Plaza Grecia– y trataron de contactar con migrantes bolivianas y bolivianos que viven en algunas villas porteñas. Ambos dirigentes de la combativa ciudad de El Alto –cinturón de casi un millón de personas que bordea, desde las alturas, La Paz– son defensores del gobierno de Evo Morales y confían en su reelección. También en la posibilidad de que sus compatriotas migrantes –exiliada/os económicos y sociales en Argentina– apoyen al gobierno “conseguido por la lucha social”. Mejillones fue quien ofició de amauta (maestro-guía espiritual) en la posesión simbólica de la presidencia de Morales en Tiwanaku a principios de 2006. Mamani –por primera vez en su vida fuera de Bolivia– se encarga de recordar una y otra vez, la resistencia y las muertes que costó desalojar del poder al ex presidente Gonzalo Sánchez de Lozada. Fue una de las mujeres que junto a otras decenas de compañeras trataron de disuadir al ejército de que las reprimiera: dice que los militares y policías encargados de hacerlo eran jóvenes hijos de pobres. Como su propio hijo, en ese mismo año conscripto en un cuartel del sur del país.
Alejandra Mamani –hoy de 43 años– es una migrante interna: se trasladó con su familia de Oruro a La Paz a fines de los ‘80, bajo el proceso de relocalización de varias poblaciones que, tras el cierre de las minas, pasaron a ocupar los barrios que rodean la capital. “Los recuerdos más lindos que tengo son de cuando sembraba y tenía llamitas, era pequeña e iba al campo con mi abuela. Mi madre tejía sus aguayos. Y de eso nomás vivíamos. Mi hermano luego se hizo minero. Yo no estudié ni un año. Pero he aprendido. Una temporada he trabajado en la mina, también he vivido allí. Me he casado de joven, se me murió una hija y he vuelto a casarme después. Tengo tres hijos y ahora una hija pequeña.”
La participación política empezó bastante después. “He comenzado a luchar en el ‘95. El padre de mis hijos es un ex minero jubilado. Y con su renta no alcanzaba para alimentarlos. Había entonces una convocatoria para recorrer en una marcha desde Oruro hasta La Paz. Fui a la asamblea en la que se la iba a organizar. No sabía cómo participar. Las primeras veces, para hablar, temblaba. Tenía miedo a sacar mis palabras y hacerlas conocer. Yo iba y les preguntaba a mis compañeras: ‘¿Estamos listas para luchar?’. ‘No tenemos tiempo, tenemos a nuestros hijos’, me decían al principio. Simplemente yo les comuniqué: ‘O bien vamos o bien nos aguantamos. A mí me gustaría ir y voy a ir porque no me alcanza’. Entonces una me dijo: ‘Yo sí me puedo ir porque mis hijos están grandes’. Entonces ya éramos dos. Así hemos empezado.”
“Al poco tiempo, el gobierno nos quiso consolar con pocos pesitos. Yo les seguí exigiendo a los compañeros que eran del sindicato minero que no nos podíamos conformar con esa miseria. Ellos me dijeron que si me parecía eso que vaya a la prensa, y fui. Dije en muchos lugares que no era justo. Muchas mujeres pensaban lo mismo. Seguimos las movilizaciones. Yo iba con mi mamá y mis hijos se quedaban con mi esposo.”
Al poco tiempo, en el 2000, las movilizaciones volvieron a tomar la calle. “Retomamos las caminatas y por eso logramos unas jubilaciones mejores. Pero recién después vinieron las luchas mayores.” Sin embargo, aún hoy Mamani mantiene sus varios trabajos: es artesana, comerciante (tiene un puesto donde vende pescado frito) y es portera nocturna de la alcaldía de su ciudad.
Visto desde hoy, ¿qué cambió con el gobierno de Evo?
–Es poco a poco. Nada puede ser de golpe, pero se ve que el sacrificio que hemos hecho contra anteriores gobiernos va teniendo sus resultados.
¿Cómo fue su participación en la resistencia de los últimos años?
–Hemos trabajado como mujeres, encabezando varias marchas desde la organización Dignidad Nacional. Nos obligó la miseria y el hambre. El gobierno de Sánchez de Lozada nos estaba saqueando el gas y otros recursos, y teníamos que deshacernos de él. Nuestra desesperación era que los soldados que nos reprimieron en la masacre de octubre (de 2003) eran los hijos de los pobres, hijos de mujeres como nosotras. Por eso, desde diversas federaciones de mujeres resistimos y les decíamos que eran nuestros hijos, que no nos podían reprimir a nosotras, que no ataquen a sus madres. Les gritábamos: “Dénse la vuelta y no disparen”. Algunos se pusieron a llorar pero igual les ordenaron que nos agredieran. Fue terrible: el gobierno nos salía a matar con nuestros propios hijos, ¿cómo puede admitirse eso? Nosotras hemos hecho marchas hasta que nos sangraron los pies para luego encontrarnos con otros hermanos policías que para no perder su trabajo cumplían las órdenes de dispararnos. Los militares lo mismo. Por suerte hubo algunos que devolvieron sus uniformes, pero fueron muy pocos. Ellos seguían la tradición de reprimirnos, de desvalorizarnos por ser indias y campesinas.
Usted se presentó personalmente en algunos cuarteles...
–Sí, fui a hablar a algunos cuarteles y me recibían diciendo: “Chola de mierda, qué sabes lo que pasa en el cuartel”. “Yo sé muchas cosas”, les respondía. Yo tenía un hijo conscripto al que castigaron especialmente por mi actividad política. Le pegaron y le decían “tú eres de La Paz, tu madre es la que está reclamando”. Pero mis hijos me lo ocultaron todo por no hacerme mal. Me enteré mucho después. Si hubiera sabido entonces, no sé si hubiera seguido. Antes ellos siempre se oponían a mi actividad; me decían: “¿Para qué te metes? Así te haces odiar por todos”. Después de toda la resistencia me dijeron que tenía razón, lo entendieron, me acompañaron, me pidieron disculpas. Pero gracias a nuestra madre tierra, hemos logrado un presidente indígena. Ahora estamos trabajando para su reelección.
¿Qué efectos tuvieron los nombramientos de mujeres en diversos ministerios?
–Bueno, aún no bajaron a las bases y eso es lo que estamos esperando. Estamos queriendo que conversen con las hermanas que siempre han luchado. Se lo hemos pedido por los medios de comunicación y por carta. Es necesario que bajen y que nos digan “esto está pasando, esto otro no está pasando”; si seguimos adelante o nos quedamos ahí. Yo como dirigente lo estoy esperando.
Usted reivindica la dualidad hombre-mujer para la acción política. ¿En qué términos?
–Es un camino ancestral, marcado por Tupac Katari y Bartolina Sisa (líderes de la rebelión indígena contra los españoles en el siglo XVIII): lucharon contra los gringos como marido y mujer. Pero nosotras debemos ser valoradas y no discriminadas. Muchos dicen que las mujeres no saben manejar las cosas. Las mujeres podemos aprender más. Pero los hombres no saben: entran a la cocina y no saben arreglarse, no saben qué pueden comer y no hacen nada. Las mujeres inventamos de cualquier cosa: si no tenemos qué comer, por lo menos los huesos hago hervir para darles de comer a mis hijos. Si ellos ven los huesos, de nada les va a servir a los hombres porque no saben qué hacer con ellos.
¿Cómo funcionó durante las movilizaciones?
–Los hombres tenían que atacar directamente y las mujeres, donde había caminos bien pequeños, bloqueábamos. Ha sido bien coordinado con nuestros hermanos. Pero aún nos falta lograr muchas cosas, por ejemplo, una Constitución propia.
¿Tienen contactos estables con las y los migrantes en Argentina?
–No, queremos contactarnos con nuestras hermanas y hermanos que migran para ganar lo que es nuestro.
¿Como militante del MAS?
–Yo no soy del MAS. Me siento parte de la lucha social.
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