TEATRO
Dos actrices talentosas, jóvenes y lindas –Romina Ricci y Azul Lombardía– interpretan a un par de linyeras parlanchines, fabuladores, abismados, improbables en una atípica pieza de Daniel Guebel, Dos cirujas. En medio de la basura, con deseos vitales insatisfechos, Toto y Loro se pasean entre los géneros.
› Por Moira Soto
Aunque sin estrenar, Daniel Guebel –también novelista y periodista– siguió escribiendo piezas teatrales por su cuenta después de La China y El amor, obras que firmó con Sergio Bizzio. En 1999 publicó Adiós, Mein Führer (Norma), pero quiso el destino que ese año se estrenara la pieza de George Tabori titulada precisamente Mein Kampf en el San Martín y a nadie se le ocurrió encarar la obra de Guebel, quien sigue guardando en algún cajón otros textos teatrales como Pobre Cristo y Actos felices, sin dejar de dar a conocer novelas y de ser casi el guionista oficial del cineasta Sergio Bellotti (Tesoro mío, Sudeste, La vida por Perón). “Estaba como descolgado del medio teatral y de golpe aparece la oferta del Rojas y la acepto, presento Dos cirujas y decido que quiero dirigirla yo”, dice Guebel con voz de dandy melanco pero contento: su obra acaba de estrenarse en el C. C. Ricardo Rojas, dentro del ciclo Operas primas, que reúne producciones de directores debutantes con ánimo de brindarles un espacio para la construcción de una mirada propia. “A Romina Ricci la había visto apenas en Resistiré, la telenovela favorita de mi ex mujer, y me había llamado la atención. A Azul Lombardía me la recomendó Matías Umpiérrez, coordinador de teatro del Rojas, la vi en la pieza Mar de Ajó, que todavía está en el Anfitrión. Cuando ella entró en escena, mi primera impresión fue: ¿de qué sexo es esta persona? Tenía algo que se acercaba a lo que yo buscaba, no exactamente androginia: el corrimiento de las posibilidades de identificación.”
¿Desde el vamos tenías pensado que la obra iba a ser actuada por mujeres?
–No, en absoluto. Cuando me senté a escribirla, tuve la impresión de que ni siquiera era una obra para ser representada, en el sentido de que estaba llevando al extremo ciertas cuestiones que había venido desarrollando en piezas anteriores respecto de la eliminación de todo realismo, psicologismo: la evidencia de que la obra es puro acto de lenguaje. A Dos cirujas la pensaba como una obra donde lo que funciona es la permutación: de identidades, de roles, de discursos. Porque no se sabe muy bien quién dice y quién contesta, eso está todavía más presente en el texto. Los personajes se llaman Toto y Loro y mientras iba escribiendo ni siquiera recordaba quién había dicho tal cosa y quién tal otra. Los mismos personajes cada tanto se preguntan eso, casi como una operación binaria confusa...
¿Como un personaje desdoblado?
–También. Mirá, cuando Romina Ricci acepta y me dice “Yo quiero ser Toto”, le pregunto “¿Cuál es Toto? ¿Qué tiene de particular?”. En realidad, si hubiera tenido más tiempo de ensayo, habría querido que las dos intercambiaran roles.
Quizá le dio un pie para la actuación el que Toto anuncie que es mujer...
–En un momento, el Toto hace que es mujer, pero no hay ninguna marca psicológica que permita suponer que la representación paródica y exacerbada de un arquetipo histérico de lo femenino lo marque como personaje, ni antes ni después. De golpe, me di cuenta de que la obra tenía que ser interpretada por mujeres, me pareció que se extremaba esa cuestión de indeterminación social, para alejarme aun más del realismo. Aunque no lo suficiente, porque la ropa de ellas y la escenografía responden al título.
Cirujas es una palabra asexuada, sin género.
–Exactamente, aunque es más fácil pensar en un ciruja. Puse cartones en escena porque no se podía usar basura de otro tipo, por el olor, claro. Pero Toto y Loro no son cartoneros, sujetos que tienen una inscripción social, están organizados, trabajan. El cartonero está el borde del sistema, el ciruja está afuera de todo. Por lo tanto, puede tener todos los discursos posibles. En mi obra no hay ningún verosímil, apenas algún restito: algunos son profesores de filosofía y hablan en francés, dicen oui... Además son antropófagos, o dicen serlo. Todo lo que comentan del pasado puede ser inventado. Es decir, ni psicología, ni pasado, ni progresión dramática. Ellos explotan las posibilidades discursivas y después se matan. Hablan de sexo, de muerte, de revolución sexual, de amor, de filosofía, se cuentan cuentos.
Hay un humor no explícito que recorre la obra.
–Sí, de veta sangrienta, o un humor estúpido, no sé. Pero siempre eliminando todo signo de identificación: dos mujeres que hacen de hombres que hacen de homosexuales que hacen de mujeres que se acusan de putos... ¿Qué hay ahí? Lo inapresable.
¿Cómo fue esta nueva experiencia de hacer una puesta teatral? Aunque quizás habría que decir antipuesta.
–Fue precisamente lo que me propuse. Pedí a la escenógrafa un escenario lleno de cartones, de plásticos. Y cuando se plantaron las luces pasó algo que no había calculado: al volverse más intensa la iluminación, la escenografía brilló como una joya, eso me gustó.
Para debutar en la dirección quebraste varias convenciones, porque lo más común es que sean los varones los que se trasvisten en el espectáculo.
–Creo que en Noche de reyes, de Shakespeare, hay una mujer que se viste de hombre para hacerse amigo del hombre que ama, y en algunas óperas se pueden encontrar personajes masculinos escritos para cantantes mujeres. Pero en este caso se trata de actrices haciendo de hombres desagradables, animalizados, bestiales, obscenos. Esto lo tomó cada una de las chicas como quiso.
“Nos llaman, leemos la obra, nos juntamos por separado con Daniel”, relata Romina Ricci, la brillante protagonista de reciente estreno ¿De quién es el portaligas? “Almorcé con él unos ravioles muy ricos, le comenté que el libro me había gustado mucho. Me divertía la idea de que se tratara de dos cirujas actuados por actrices, empecé a imaginar cosas, me resultó muy estimulante. También me interesó que no fueran los típicos cirujas sino otra cosa: linyeras que podían mantener una conversación de cierto nivel, esa contradicción me encantaba. Además, Dani me cayó muy bien como persona, otro motivo para subirme a este viaje con él, que estaba tanteando un terreno novedoso.”
“A mí me convoca Matías Umpiérrez en una situación especial para mí porque hacía una semana que se había muerto mi papá, me dada como una extrañeza agarrar ese ofrecimiento, me ayudó que hubiese poco tiempo para decidir”, reconoce Azul Lombardía (también notable protagonista junto con el grupo Los Susodichos de la obra Mar de Ajó, los viernes a las 21 en el Anfitrión). “La obra me divirtió, me parece muy inteligente, aunque nunca entendí bien cuál era Toto, cuál era Loro. También almorcé con Dani, pero en una parrilla, me cayó de diez. Me dio cierta ternura, con sus 50 años, papá tenía 55, era escritor y periodista... Me gustó esa conexión y me atrajo el desafío. Aunque le aclaré que no llevaba ningún análisis ni propuesta, quería ser dirigida después de tantos años de creación colectiva. Luego resultó que él quería que hiciera mi propia interpretación del Loro. Me costó un poco al principio, Romi estaba como superlanzada y yo más contenida. Cuando llegamos al cuarto acto y somos mujeres, ya empecé a pasarla bien. Por suerte, Dani tiene esa personalidad abierta, no te presiona, te da confianza. Y yo sabía que iba a llegar bien al estreno. El quería esa cosa de contrapunto en el cuerpo, como opuesta a Romi, más hacia afuera, pero a la vez algo masculino y cortante. Yo entendía pero me resultaba difícil en la actuación, esos cambios bruscos del cuerpo. A Romi se le ocurrió que me pusiera una mano mocha, y mirá que coincidencia, en medio del ensayo Dani me pide lo mismo. Una vez que tuve todo el texto internalizado, bien marcada la puesta, disfruté realmente. Dani supo tener en cuenta las necesidades de casa una, los diferentes ritmos.
Además de un lenguaje a años luz del coloquial, lo que ustedes tenían que actuar tiene pocos referentes en esto de ir más allá de los géneros, con personajes en estado descomposición.
A.L.: –En mi caso fue de la cáscara para adentro, tratando de soltarme. Fui buscando la voz, el muñón, evitando gestos femeninos con las manos, poniendo el peso del cuerpo adelante. Fueron apareciendo ciertas posturas. A Romi le surgió esto de tocarse la entrepierna.
R.R.: –Sí, la verdad es que yo traté de recordar todo lo peor en materia de actitudes, de gestos, de expresiones que había visto en los hombres y ponerlo ahí, todo junto. Es decir, un cierto estilo de ser muchacho, de rascarse los huevos, les pique o no les pique. Una cierta bobera que quizás la tienen un poco las mujeres pero que yo relaciono más con los hombres, a través de los años, en convivencias y no convivencias. También me puse a mirar a cirujas de la calle, incorporé algo que nos dijo Dani: que Toto y Loro pueden ser distintos animales, entonces me dediqué un poco a los monos. Creo que en estos personajes hay cosas de niños y de viejos, de personas muy deterioradas.
A.L.: –Dani plantea que estos personajes están en un lugar no tan ligado con la realidad, como en una especie de eternidad con forma de basural. Quizás ellos vienen repitiendo estos textos desde hace mucho.
¿Cómo les resultó la experiencia de hacer personajes masculinos?
R.R.: –Yo me la paso muy bien. Me da miedo en las horas previas, por ejemplo en este momento. Pienso en calamidades, pero cuando llega el momento de salir entro en un trip increíble y al final la sensación es de un placer muy grande, una cosa hermosa. En cuanto a esto de hacer un personaje masculino, para mí fue todo bastante instintivo.
A.L.: –A mí me dan directamente ganas de no hacerla, me pasan tantas cosas que querría no estar ahí. El día del estreno no oficial, con público amigo, me bajó la presión. Es algo que me sucede siempre, por más que se trate de Mar de Ajó, que la tengo remanyada, una locura. Pero cuando arranca el viaje, como le pasa a Romina, es un gran momento. Yo me siento muy expuesta haciendo de hombre, aunque me gusta, creo que es un juego muy audaz.
¿Aprendieron algo más sobre los hombres?
A.L.: –No, pero aprendí bastante del director, de su manera de pensar, de su sentido del humor, de tener intercambio con nosotras.
R.R.: –Ayer miraba un partido de rugby y pensaba que los hombres son un poco eso: cachorros corriendo detrás de una pelota y tratando de mandarla a la otra punta como sea, pegándose, lastimándose...
A.L.: –También ellos tienen algo muy resolutivo, en la vida digo. Pienso en Poli, mi novio, que ayer hizo 28 agujeros en media hora, colgó cuadros, me arregló el estéreo del auto...
R.R.: –Yo para eso lo tengo a Martín, mi electricista que viene, hace todo de buen modo y no se queda a convivir.
A.L.: –Bueno, yo hablaba de esa energía masculina que puesta en acción con un buen objetivo es interesante.
R.R.: –Mirá, los de Piscis no te agarran un clavo ni por casualidad. En cambio Martín es seguro que se da maña, lo hace todo perfecto, no se hace rogar, le pago y chau. No lo tenés que echar, se va solo. Pero volviendo a tu pregunta, obvio que sentimos en el cuerpo y en la cabeza las diferencias de género, pero hay que tener en cuenta que este texto no da una evolución a los personajes, no hay un relato.
A.L.: –Aunque tengamos una postura masculina, no hay transiciones orgánicas en la pieza, tampoco hay un perfil reconocible de la naturaleza masculina, los personajes aparecen muy fraccionados. En algún momento, el de la discusión filosófica, donde uno prende el pucho y se hace el más macho, puede notarse una imagen más típica de los hombres.
R.R.: –Exhibicionismo de saber, qué aburrido. Creo que ahí hay un poco de autocrítica de Dani, de no tomarse tan en serio.
Dos cirujas va los sábados a las 21 hs en el C. C.
Ricardo Rojas, Corrientes 2038. Entrada: 15$.
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