Vie 04.10.2002
las12

ENTREVISTA

La bien querida

A Cecilia Rossetto le va de maravillas en Barcelona. Se fue como muchos otros, a probar, pero su billete era el ganador. Tras una temporada haciendo “La ópera de dos centavos”, ahora está próxima a debutar con un nuevo espectáculo unipersonal. No obstante, sigue deseando que aquí le aprueben un proyecto para actuar en cárceles y hospitales.

› Por Moira Soto

Ojalá esta nota pudiera venir acompañada del CD con algunos de los cantos de sirena que embelesan desde hace años a los catalanes sin hacerles el menor daño, al revés de aquellos seres mitológicos que atraían con su música a los navegantes con el fin de merendárselos. En el transcurso de la entrevista que sigue, la sirena Cecilia Rossetto, cantante y actriz incautada –es un decir– por los barceloneses, además de responder a todas las preguntas y desplegar sus tesoros más personales, de reírse con ganas y llorar sin disimulo, se largó a entonar fragmentos de canciones de La ópera de dos centavos (en España: de cuatro cuartos), algún tanguito que le regaló Oscar Balducci para su cumple e incluso acompañó una grabación de su padre cantando el “Va pensiero” de Nabucco.
“No es buena la idea de hacer notas sobre la gente que se va”, arranca Rossetto cuando se enciende el grabador. Y aclara ante la alarma de la cronista que cree por un instante que se quedó sin reportaje: “Lo mío es apenas una crónica argentina, otra más: solamente se trata de mi propia manera de resistir, porque las variantes son infinitas...”.
No por azar, pues, el espectáculo que estrenará el 3 de diciembre en el Romea de Barcelona –cuyo afiche les ofrecemos en tapa, en primicia absoluta, recién diseñado en Buenos Aires sobre una idea que Cecilia dibujó en una servilleta de papel, en un bar catalán– se llama Resiste Rossetto. La súper show-woman –según la definió Marcos Ordóñez en el diario El País– acaba de estar unos días en nuestra ciudad, sin mostrarse en público ni buscar promoción periodística. La actriz que supo integrar el elenco del San Martín y colarse en alguna tragedia troyana hace unos cuantos años, que en el ‘74 ingresó al music-hall –y ya no lo dejó– con Polvo de estrellas y que ofreció, entre otros shows, Genoveva y los enanos (1977, primer unipersonal), Buenos Aires me mata (1993), Bola de nieve (1997), está ahora en el living de su departamento.
Cecilia discurre entre máscaras de diversas regiones de Latinoamérica, esculturas de tribus del Chaco y de Misiones, premios otorgados en Buenos Aires y en Barcelona, músicas surtidas (de Daniel Viglietti a Conchita Piquer, de Georges Brassens a Luigi Tenco, de Bola de Nieve a Charlo), santos cubanos y católicos. Por la puerta entreabierta del cuarto-estudio contiguo se puede ver en el suelo un par de zapatos rojos de taco aguja, y más acá, sobre el estante cercano, otros zapatitos –del mismo color– réplica de los de Dorothy, la Niña de El mago de Oz. Y una foto de Cecilia radiante, hace justo 20 años, su alta silueta de junco curvada por el embarazo. Esa imagen la lleva a hablar de su adorada hija Lucía, también instalada actualmente en Barcelona, a la que le regaló cuando cumplió los 15 un CD con la selección de grabaciones hechas a través de los primeros años.
En Barcelona, en cambio, Rossetto no tiene casa propia: vive en el estudio que acondicionó para ella Rosa Gil, una señora a la que vio una vez lavando las tazas en un restorán favorito de intelectuales y artistas. La mujer la reconoció y le comentó que ella no conocía América, pero no por razones económicas sino porque le gustaba ir a sitios donde alguien la esperase. Cecilia le hizo saber que tenía una cama para viajeros en Buenos Aires, agarró un papel y le escribió dirección y teléfono. Resultó que la señora de marras, viuda de un famoso torero, era la mismísima dueña del boliche, y tiempo después llamó a Cecilia Rossetto y se vino a Buenos Aires. “A ella le conmovió que yo creyera que era la señora de la limpieza. Esto fue una buena carta de presentación para una catalana, y llevó a que ella, cuando hace un tiempo tuve que ir a buscarme la vida para sostener a mi familia, me prestara ese estudio en que vivo y al que me llevé algunos objetos queridos de este departamento.”
Cuando se le pregunta por su agenda en España, Francia, quizás Alemania, Rossetto recurre a un gran cuaderno de tapas amarillas (“mi color en la religión cubana”), hecho a medida, artesanalmente, con papel reciclado. Agenda, diario personal, libreta de apuntes de ideas, libro de bitácora donde, por ejemplo, anota: “¿Cómo podrían haber funcionado mis matrimonios si siempre me casé con alguien que era del otro sexo y que no era de mi familia?”. Allí, en el cuaderno, entre papeles y papelitos agregados, aparecen los compromisos artísticos de Cecilia Rossetto que este año inauguró el Festival d’estiu Grec, de Barcelona, con La ópera de cuatro cuartos, de Brecht y Weill, dirigida por Calixto Bieito, espectáculo que retomará a partir del 24 de octubre en el Palacio de la Zarzuela de Madrid. El 3 de diciembre próximo tendrá lugar el estreno de Resiste Rossetto en el teatro Romea, de Barcelona, y para el 17 de marzo de 2003 está prevista la presentación de María de Buenos Aires, de Piazzolla-Ferrer, con puesta de Alfredo Arias (con quien la entrevistada ya hizo una corta temporada de Mortadela, en París), en Francia.
Sin embargo, más allá de lo agradecida que se siente con quienes la convocan, confiando tanto en ella y sin que su exitoso trabajo en el exterior mitigue su deseo de actuar en Buenos Aires, Cecilia parte hacia España con un quehacer pendiente, una ilusión en suspenso: “Hace un par de años, antes de la debacle, presenté un proyecto que incluía a la dramaturga Patricia Zangaro y al pianista Freddy Vaccarezza, a la Secretaría de Cultura de la Ciudad para actuar en cárceles y hospitales. La idea era acercarnos a la gente más marginada por la sociedad, a los que más sufren. Cuando me preguntaron si de verdad quería ir a estos lugares de dolor y soledad, dije que sí, que me aprovecharan. Pedí un pequeño sueldo porque lamentablemente no tenía respaldo que me permitiera hacerlo por mi cuenta. Y me compré unpiano divino, con todos los chiches, el Yamaha que ves ahí. Pero qué pena, al no salir enseguida el proyecto, tuve que ir a buscar el mango afuera. De todos modos, guardo la esperanza de que encuentren esa carpeta y todo se ponga en marcha. Sé que las cosas están muy complicadas, que los funcionarios tienen mil cosas que atender, pero tal vez, ojalá, alguno repare en esta propuesta.”

Ser de acá,
vivir allá
“Yo vivo allá, en Barcelona, en un barrio de inmigrantes, me siento incluida en su problemática. Me ha venido bien estar en ese sitio y también ha sido razón de un gran desconsuelo, porque estoy rodeada de paquistaníes, magrebíes, subsaharianos. Es duro: he vuelto a una especie de comunicación precaria, primaria porque, bueno, quiero tener un diálogo con ellos, son mis vecinos. Estoy en El Raval desde hace varios años. En realidad, cuando fui por primera vez a Barcelona, en 1991, ya me instalé en sus márgenes, es decir en el Paral-lel, una avenida de teatros, como en su momento fue la calle Corrientes, y debuté en El Condal. He estado mucho en esa zona: Bola de nieve lo hice en el Victoria, teatro emblemático de esa calle. Vivía entonces al lado de otro teatro, el Arnau. Desde mi llegada, pronuncié los nombres de las calles en catalán, aprendí la lengua como una forma de integración. No olvidemos que mantener el catalán fue una forma de resistir el franquismo, y como me siento afín con esa actitud, adopté lo que para ellos significaba no dejarse doblegar. Mi relación con los catalanes está clarísima: ellos me sienten catalana, estoy encabezando un elenco catalán y me enorgullece el conocimiento de una patria que me abre los brazos como propia. Un flechazo. Una relación muy intensa que se inicia en el año ‘91, con Cecilia Rossetto en concherto. A raíz de la repercusión que obtuve es que presento una temporada de tres meses en el Condal. Lo que hice entonces fue tomado como una especie de modelo por alguna gente joven: me comentan ahora que nunca habían visto a una mujer que se presentara en solitario en un teatro tan grande.”
–Seguramente, un factor de sorpresa y atracción habrá sido el registro del humor que vos desplegás, bien diferente del local. Es llamativo que hayan sintonizado la ironía porteña, la comicidad siempre un poco pasada por psicoanálisis.
–Sí, fue un poquito revolucionario: yo, imaginate, me empecé a analizar a los 17 años... Creo que me comporté generosamente y ellos son muy sensibles a este rasgo. Son muy duros, pero reconocen la generosidad y la agradecen eternamente. –¿Encontraron en vos algo que les faltaba?
–No sé, puede ser. Algo muy fuerte pasó, sigue pasando con el público y también con la crítica. Mirá este comentario, en el ‘95: “Esto es derroche de amor, de generosidad, de facultades. ¿Es que esta mujer lo puede hacer todo? Cecilia, la única, al alcance de todos los catalanes”. Y el título de Sagarra en El País este año fue: “Te queremos, Cecilia”, grande, a toda página. Otro crítico puso que se podía vivir tres años con mi recuerdo.
–Más allá de las penas del exilio, haber encontrado un lugar donde te quieren de esa manera y donde podés seguir actuando es un privilegio.
–Sí, es más que un privilegio, por eso quiero blanquear las cosas. Creo que aquí he ocultado un poco esta repercusión que tengo allá porque también a mí me da un poco de miedo. Es que me da la sensación de que me pueden agarrar para siempre.
–¿Te quieren toda para ellos?
–Escuchame, mi representante allá me planteaba antes de este viaje ofertas hasta el 2005. Y me da un poco de vértigo, mi pregunta se reitera: ¿cuándo vuelvo a Buenos Aires? Les hago armar las cosas de modo de poder cada dos, tres meses, venir a realimentarme.
–¿Cómo te llevás con Jenny de los piratas, la coprotagonista de La Opera...?
–Superbien. Se trata de un montaje muy moderno, creativo. Cada noche, antes de venir, les decía a mis compañeros cuánto me gustaría traer La ópera de los cuatro cuartos acá. Les aseguraba: moriría la gente en la Argentina por ver este espectáculo. Por ejemplo, cuando el Mackie en el monólogo empieza a explicar qué es un empresario: “Alguien que mata, pero de hambre”; cuando dirige un discurso al público: “¿Qué somos nosotros, pobres trabajadores que manejamos la ganzúa robando algunos ahorros? ¿Qué somos al lado de las acciones en la Bolsa? ¿Qué es el robo a un banco comparado con fundarlo?”. Lo bueno, además, es saber que se dice esto desde un teatro de 2 mil localidades que inauguramos y que estuvo lleno todas las funciones.


Torbellino de pasiones
–¿Por qué acá no podrías haber sido llamada para un proyecto semejante a La Opera...?
–Creo que en ciertos ámbitos culturosos a menudo fui sospechada de bastardía, una mezcla rara de music-hall con comediante, siempre un poco en los márgenes. Y a mí me ha gustado quedarme en ese lugar, me ha dado una gran libertad para meterme en todos los géneros. Me apasiona la diversidad. Y lo cierto es que yo nunca me dejé encasillar.
–La impresión es que nunca intentaste justificar lo que hacías, no buscaste coartadas, avales. Cultivaste el cuentapropismo, la autonomía.
–Sí, tal cual. Una vez, Jorge Luz me dijo que lo que no se me perdonaba era esa autonomía, producto de un profundo y genético espíritu insumiso; toda mi familia fue, es así.
–Digamos que esa independencia viene con un tornado arrollador de energía y pasión, que debe fatigar un poco a cierta gente.
–Es que no quieren ver ese despliegue en una mujer, los asusta bastante. Incluso me ha pasado allá, lo que ocurre es que con Barcelona el humor, la emoción a flor de piel, los sensibilizó. Pero sí, de mí dicen allá que soy como una tormenta.
–Además, vos tenés esa especie de poder que es la comunicación directa con la gente desde el escenario. Poder que quisiera alguna cantante mediocre ultrapromocionada. Esa complicidad que establecés desde el vamos es un valor agregado.
–Seguro, eso me pasa acá y allá. Me enorgullece que éste sea el centro del mundo para mí como artista, como persona, que la inspiración y el motor de todo mi trabajo esté en Buenos Aires, Argentina. Y también me enorgullece que allá ellos me den ese lugar tan destacado. Pero acá se forma mi identidad, están mis raíces. Yo comprendo y hablo el catalán, Calixto dirige en catalán, pero cuando yo me instalo en el escenario, soy una artista argentina. Es un rasgo que no abandono un segundo.

Lágrimas vivas
–¿Resiste Rossetto va a seguir ahondando en este collage, patchwork, rompecabezas autobiográfico cuyas piezas venís juntando desde hace años sobre la escena?
–Ellos no esperan otra cosa de mí, adoran eso. Quieren que les cante, que les hable, que los haga llorar, que los haga reír... Estoy como que no me importa nada, me siento más libre que nunca sobre el escenario, hago lo que se me canta. Entonces, por ejemplo, canto –me pasó en algún concierto– y lloro a lágrima viva, la voz no se me mueve, pero los ojos... como si se les hubiera descompuesto algún control, una llave de paso. Y yo respiro hondo, cierro los ojos, sigo cantando sin que se me quiebre la voz mientras se me mojan las mejillas, la ropa. Antes hacía un esfuerzo brutal para contener el llanto, disimularlo. Y ahora me importa un pito, saco las carilinas, me soplo los mocos, me seco la cara y las tiro entre las cajas. El otro día me decía a un asistente: “Ceci, por lo menos deja los papeles en un rinconcito y trata de sonarte sin ruido”. Claro, frente a esa gente que tiene tanta dificultad para expresar sus emociones, que no está bien visto mostrarlos, imaginate, aparece una loca desatada, que deja aflorar sus sentimientos, que se ríe sin medida... y no lo pueden creer. Ya no procuro como antes guardar un poquito las formas.
–No es que no te importa nada, entonces, sino que lo que te importa ahora es otra cosa.
–Sin duda, es otra cosa, es mostrarles cómo soy realmente, sin hacer esfuerzos por guardarme nada porque siento que queda poco tiempo. ¿Tengo ganas de llorar? Lloro. ¿De morirme de risa? Lo hago. Hablo con la gente por la calle. Me gusta copiarme un poquito de Tita Merello, esa especie de espontaneidad sin cálculo, o como digo yo, de intolerancia compulsiva, de avanzar sin ser silenciada por nadie. Según mi tía, “no se puede salir con vos porque hablás con todo el mundo”. Y si la gente me conversa, yo les contesto, y voy así, encarnada por la vida.
–¿Y por el escenario cómo vas?
–El escenario es el lugar más seguro que encontré en el mundo. Mi papá dice que esta atracción viene de los genes de mi abuelo. Yo lo que sí sé es que iba un día en el colectivo al Normal 8 y vi un afiche que decía Teatro para Adolescentes, pero no alcancé a leer la letra chica y me fijé por cuál calle íbamos. Al día siguiente hice el mismo camino y me bajé cerca del lugar del afiche y lo habían tapado con una publicidad, pero abajo quedaba una dirección en la calle Garay: era el Lavardén. Yo cuando vi ese aviso tenía 13 años, a los 14 entré en esa escuela.
–¿Por qué pensaste que el anuncio del Lavardén te estaba destinado?
–No lo sé. Cuando en la escuela oyeron que no había visto ni cine ni teatro argentino, me preguntaron en qué país pensaba trabajar como actriz. Quisieron saber mi opinión sobre películas extranjeras, y yo me acordé de la que había visto ese fin de semana, Ben-Hur (carcajadas de Rossetto). Se ve que no la consideraban bien, pusieron cara de: ¡ese mamotreto! ¡Con Charlton Heston, ese republicano! Y a mí me había encantado, había ido con los chicos del barrio a verla. Después de esa expresión de asco, al día siguiente pensé seriamente si debía volver, y decidí: voy a probar. Me hicieron sacar el guardapolvo blanco, que los impresionaba un poco, los demás eran más grandes. Esto era a la salida de la escuela, a la noche.
–¿Qué esperabas encontrar en esos cursos?
–Te dije: no sabía bien, me dejé llevar por la intuición, como tantas veces en mi vida. Y no me equivoqué: encontré un mundo que me incitaba y a la vez me contenía, descubrir a Tennessee Williams y su Zoo de cristal fue maravilloso. Mi desborde natural encontró un cauce apropiado. Después llegó el Conservatorio, amistades que aún hoy perduran. Mirá, debo decirte que nunca sentí el escenario como un espacio consagrado: así lo calificaban algunos profesores del Conservatorio, pero yo no acordaba con ellos. “Qué va –les decía–, es para divertirse.” Es el único sitio del mundo donde puedo caminar confiada, a oscuras.
–Pero no caminás sobre el escenario como lo hacés por la vida...
–No, mejor. Porque me siento respaldada por todo un trabajo previo, porque a menudo estoy recreando mi propia vida. Si canto, puede ser un tango que escribió para mí Oscar Balducci, que ha sido el motor de mis unipersonales. Y con mi primer marido, Hugo González, el teatro se alía a la militancia, por eso él renunció a puestos y cátedras, se quedó con el grupo Nuestra Tierra...
–¿Fue a través de Hugo González que te llega la militancia?
–La descubrimos juntos. Cuando nos casamos, no sabíamos ni quién era presidente, vivíamos internados en el Conservatorio; cuando cerraban, nos tenían que echar. Y seguíamos imaginando, tirando ideas, discutiendo en la casa de algún compañero. Qué ingenuos que éramos, qué ricos, qué idealistas, qué fervorosos...
–¿Por qué decís “éramos”? ¿Acaso no mantenés, practicás y alimentás ciertas ideas de justicia, igualdad y solidaridad? Nunca dejaste ser una chica de izquierdas, como dirían allá en España.
–Sí, claro que sí, son ideas que jamás he traicionado. Y allá les gusta: “Ay, que la Ceci es tan roja”. Qué bueno estar en un lugar donde no es mala palabra definirse políticamente de este modo, donde podés proclamar tus convicciones... Acá siempre tenés que estar justificándote, dandoexplicaciones, por lo menos ante cierto periodismo. Pero en el espectáculo nunca he intentado bajar línea, mi posición surge en todo caso de mis elecciones. Por supuesto, si las instancias lo exigen, cumplo con mi responsabilidad moral, por ejemplo, contribuyendo a que no se pierda la memoria. Pero yo, básicamente, soy una chica pueblerina a la que le encantan los sonidos del campo, contemplar los ciclos de la naturaleza, mirar la florcita que se abre. Hoy nomás planté unos ajíes en el balcón, que crecerán en mi ausencia.
–Si tuvieras que escribir el guión de un clip que resumiera tu vida, ¿qué instancias salvarías?
–Aparte de lo que ya te conté, te tendría que decir algunas cosas del espectáculo que estrenaré en Barcelona, que es sobre pérdidas, y el gran desafío es incorporarle humor. ¿Te acordás del Drácula de Coppola? A mí me impresionó mucho cuando enfocaban al conde con el cielo detrás y él decía: “Atravesaré océanos de tiempo para estar contigo”, y las nubes avanzaban, pasaban... Así veo yo mi vida, todo pasa y todo está presente todo el tiempo. Será por eso que siempre tengo este dolor de espalda...
Cecilia Rossetto extiende ahora la “invitación personal” que escribió para el debut de Resiste...: “Quiero asaltar los corazones de los catalanes con lo mejor de mí misma: humor salvaje, boleros calientes, tangos desgarrados (...) Piernas alegres para despistar la mirada triste (...) Quiero presentarme partida, en desorden, atravesada como estoy...”. Luego despliega sus fotos de familia (“mis bisabuelos en Torino... Mi abuelo, amigo de Pirandello, experto en Verdi, en Venecia... Mi papá de chico...”). Todos de la línea paterna, “porque mi mamá era muy pobre, sólo tengo una foto de antes de casarse. Ella es india, mirá qué belleza, qué elegancia natural. Pero en casa de mis abuelos maternos, los Irigoitía tocaban Falú, Yupanqui, Cafrune... Y mi papá, gran ajedrecista como se sabe, en sus viajes para en casa de Joseph von Sternberg, era amigo de Marlene Dietrich, más tarde del Che Guevara, le hacía de correo clandestino trayendo cartas para su familia...”.
Dice Cecilia que la primera escena de Resiste Rossetto se inspira en aquella de Drácula y las nubes, y que luego de proyectarán esas fotos que estamos viendo. “O, mia patria/ si bella é perduta”, canta el padre desde una grabación para el show, y Cecilia le hace coro con voz queda y emocionada. “Va pensiero sull’alli dorati...”, entona ahora desde el parlante Cecilia y en segundo plano se oyen comentarios cariñosos de don Rossetto que le dice piccina (pequeña, chiquita), Cecilia busca otra parte de la banda de sonido de Resiste... y orgullosa proclama: “Ja, ja: en vez de poner a Plácido Domingo, lo pongo a mi viejo”. Y a punto de acabarse la cinta del casete donde se grabó esta entrevista, se oyen algunos versos de María Greveer, entonados con suma ternura por don Rossetto: “Te quiero dijiste/ tomando mis manos/ entre tus manitos/ de blanco marfil.../ Muñequita linda...”.

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