ARTE
Hasta el 18 de noviembre, artistas argentinos recrean la galería Belleza y Felicidad en Brasil, en una muestra representativa de lo que fue la actividad realizada en ese espacio particular y activo del barrio del Abasto. Fernanda Laguna, curadora de la galería y de la muestra, habla de esta experiencia.
El año pasado, lo que era exclusivamente la galería de arte Belleza y Felicidad, el local de Francisco Acuña de Figueroa y Guardia Vieja –polirrubro que sigue funcionando con epicentro en publicaciones literarias independientes–, dejó de existir como tal. Ya no hay un grupo estable de artistas ni muestras que se sucedan en una agenda puntual. Antes de tomar esta decisión, Fernanda Laguna recibió la invitación de una amiga de Cecilia Pavón –poeta y cofundadora– para hacer una muestra que contara un poco la historia de la galería en Brasil. Este año la muestra se hizo y aún está en Río. Habla Fernanda Laguna: “Dios mío, dije. Era en el Museo de Arte Contemporáneo de Niteroi, a media hora de Río de Janeiro, hecho por Niemeyer, el que hizo Brasilia. El museo está en la punta de una roca al borde del mar. Cuando me lo propuso todavía no estaba cerrada la galería. Para recrear el espíritu de la galería se armó una selección de artistas que incluía parte del staff y a algunos que habían pasado por la galería con una muestra alguna vez y que resultaban igual de representativos. Así fue como las obras de Daniel Joglar, Agustín Inchausti, Cecilia Szalkowicz, Gastón Pérsico, Jorge Gumier Maier, Nahuel Vecino, Leo Chiachio, Daniel Giannone, Fernanda Laguna, Roberto Jacoby, Syd Krochmalny, Alfredo Londaibere, Pablo Rosales, Mariela Scafati, Diego Bianchi, Klara Domini, Lola Goldstein, Guillermo Ueno, Sergio De Loof, Dani Umpi, Ruy Krygier, César Aira viajaron hasta Río acompañadas por la mayor parte de los artistas. Llevar una muestra como la que llevamos nosotros de manera ‘legal’, haciendo todo como se debe hacer, es carísimo, no se puede llevar a cabo de ninguna manera. Con diez pasajes y diez estadías, sí era posible” y Camila do Valle, que se encargó de la producción general y la que propuso la muestra al museo, los consiguió. Y si juntábamos un poco más de plata, podíamos viajar todos. Así era posible. Después empezamos a trabajar. El nombre Ouro Sentimental lo puso Camila, por una nota que Daniel Molina escribió sobre mí que decía oro mental. Mi idea era que pudiéramos estar todos ahí y ésa era mi gran motivación para trabajar tanto sin cobrar. Río es como un lugar utópico. Todos queríamos esa utopía de Río de Janeiro: la piel, el cuerpo, el mar...
–Ocuparse de la coordinación, hablar con todos los artistas, que siempre están muy ocupados, conversar con cada uno la posibilidad de llevar determinada obra, si la tiene todavía, las condiciones, la presentación de las carpetas de todos, llenar muchas planillas, especificar cómo va colgada cada obra, la selección y el envío de fotos, los papeles de exportación de obra, pensar todo en base al espacio del museo, ¡y sólo mirando un plano!, es infinito... Además, los artistas dieron talleres en escuelas de barrios de bajos recursos. Un taller de serigrafía con Mariela Scafati, de artes aplicadas con Rosales y Joglar. Diego Bianchi trabajó con basura junto con los chicos de una escuela y luego incorporó los trabajos en la obra que expuso en el museo. También los artistas Goldstein, Ueno, Pérsico y Szalkowicz dieron un taller de ediciones donde en un día los chicos hicieron unas ediciones increíbles, cocidas a mano, con fotos, poemas... Y además se dieron charlas: Scafati sobre el TPS (taller popular de serigrafía) y Leo Chiachio y Daniel Giannone sobre su obra.
–La hice en el momento, es de papel. Dice: “Hola, hola, no me mires”, es un búho con las alas de plumas quemadas. Después hice ventanas a través de las que se pueden ver los cuadros. Son dos hongos. En realidad, había soñado unos troncos pero como no me salían los convertí en hongos. Todo tiene un código interno. Está casi dedicada a una persona que no la vio. Tiene que ver con una experiencia vivida justo antes de viajar relacionada básicamente con la escritura y una posibilidad nueva que descubrí en Internet, a través del chat.
–Lo que me pasa es que a veces todos piensan que estoy motivada por una energía y yo estoy motivada por otra que nada que ver. Hacer una muestra gigante puede ser para gustarle a alguien, por ejemplo. O para pasar un momento con gente que quiero o admiro. El sábado era la inauguración y el viernes a la noche me fui llorando porque estaba totalmente agotada. En el hotel, mi hijo de un año y medio, Ramón, seguía despierto y yo me dormía. Pero al otro día fuimos a la playa y fue el día más hermoso de mi vida. Fuimos en una combi hasta Río y después caminamos bastante. Se supone que cuando tenés un hijo hay muchas cosas que no podés hacer, pero yo quería hacer todo igual. Tomamos cerveza y le comprábamos una sola cosa a cada vendedor que pasaba: unos camarones, un choclo, un helado, algo parecido a una empanada. Sacamos fotos de parejas ficcionales que se armaron para la foto. Yo me saqué con un chico guapísimo, para el fotolog de Buenos Aires, le dije. Pudimos hacer todo lo que yo soñaba del viaje aunque fuera una parte en ficción. Igual yo creo que la ficción también es una forma de vivir real. Por ejemplo, actuar en una película es vivir el personaje y lo que le pasa. De una manera, lo que actuaste lo viviste. Y aparte quedaron las fotos como pruebas. Dicen que para la mente casi no hay diferencia entre lo imaginado y lo real. Aunque sea una actuación, pasó.
–Hicimos un living con lo que había, cosas que agarramos del museo. Todo sin un centavo, con mucha imaginación. O la que nos salía. Así armamos un espacio de editoriales. Casi todas las editoriales de fotocopias de acá y de no fotocopias independientes también se prendieron en participar y donaron ejemplares de su producción al museo, así que la gente cuando recorría la muestra se sentaba a leer. También pusimos unos sobres con hojas y biromes para que la gente escriba. Y la muestra está intercalada con poesías de la editorial Byf escritas en la pared.
Fernanda Laguna nació en 1972 en Hurlingham. Escritora, artista plástica y curadora, fundó el espacio Belleza y Felicidad en 1999 junto a Cecilia Pavón. Dirigió este espacio, que es un verdadero centro cultural, donde hasta hace poco también funcionaba una galería de arte que ocupó un lugar de notable importancia en la escena artística local. Harta de la función de dueña de galería y del singular malabarismo que es la relación arte-dinero-compradores-artistas, le puso fin. Pero ByF fue y es un lugar que además funciona como un punto de encuentro y comunicación entre artistas, el barrio y los amantes del arte que no son artistas. También se hicieron recitales, funcionó una librería artística, se vendieron regalos, ropa y es el sitio indicado para encontrar ediciones independientes de libros y discos. De todo pasó y seguirá pasando en la esquina de Acuña de Figueroa y Guardia Vieja. En 2003 abrió una sucursal en Villa Fiorito, donde se hacen muestras, talleres, lecturas de poemas y recitales. Laguna también impulsa desde 2003 —junto a Washington Cucurto y Javier Barilaro— la editorial Eloísa Cartonera, un proyecto comunitario y social además de literario, que incorpora cartoneros, reciclaje, la idea del ejemplar único y lo artesanal. La sede del proyecto se llama No Hay Cuchillo Sin Rosas, donde los cartoneros trabajan con artistas y escritores. Por otra parte, el Malba le compró dos de sus obras de 1999 y la invitó el año pasado a curar una muestra que se llamó Todo tiene que ver con todo. El año pasado, la editorial Mansalva publicó su novela Me encantaría que gustes de mí firmada bajo el seudónimo Dalia Rosetti (ver imperdible análisis de María Moreno el 16 de julio de 2006 en Radar).
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