MUSICA
Una revolución de cuerdas y guitarras, violines subversivos, teclados mitológicos y mucha voz suave crece en Buenos Aires. Con una escena dispar que rechaza tomar una única bandera, la tendencia habla de lo mismo: temas minimalistas, austeros y una sensibilidad particular. Flopa Lestani, Julieta Rimoldi y Florencia Ruiz redoblan la caminata para generar su arte y dejar así su propia huella.
”Si a Manzanero le hubiese pasado todo lo que canta en los boleros... ¡pobre tipo!”, bromea Flopa mientras explica la dosis de ficción de sus canciones. Sus letras/poesías juegan con la carga melancólica, con una tristeza que no se lamenta: “La temática es de relaciones personales, cosas que le pasan a todo el mundo, pero no las canto de forma genérica porque sería como bajar línea y no me interesa”.
La ex integrante del trío punk Mata Violeta, Flopa (léase Florencia Lestani) fue muda y bajista durante mucho tiempo. Después descubrió “que la esencia de la música que más llega son canciones” y salió la voz. Como ex pata del trípode Flopa Manza Minimal (trío que integró junto a Mariano Esaín –de Valle de Muñecas– y Ariel Minimal –de Pez–), colaboró con cuatro temas, entre ellos el precioso Debajo del álbum blanco. “El trío no fue algo planeado, simplemente se dio. Medio hizo ¡pum! y todo el mundo quedó esperando más”, cuenta la artista que no da certezas ni no rotundos. Eso en el 2003. Un año más tarde, el debut solista de la mano de Dulce Fuerte Grave, un megacancionero de 16 tracks sin estribillo, con un despliegue vocal súper natural, grave, profundo, al son del rasgueo de la guitarra.
En su caso, la vuelta al acústico fue –en parte– un tema de recurso: “Fue la manera que encontré de hacer lo que tenía ganas sin complicarme la vida, porque armar una banda genera un esfuerzo muy grande y, la verdad, no tenía ganas.”
Ahora, su nuevo disco –que saldrá antes de que termine el año y que fue producido por Juan Ravioli– tiene nombre asesino pero apunta a la sensibilidad. “Emoción homicida habla de ese sentimiento que te puede liquidar”, explica Flopa y agrega: “Es un disco mucho más ¡up! (animado) en lo musical, con un sonido de banda. Además, es bastante estribillero, tiene una estructura menos caprichosa. Está instrumentado con un formato más pop-rock”. Las temáticas de las canciones refieren, más o menos, a lo mismo, siguen apuntando a los sentimientos: “Una hace un par de canciones en la vida y las demás van a ser ese mismo par de canciones pero vestidas diferente”. Y usando otras palabras, logra hacer poesía. “Laburo los temas desde el formato de la letra. ¡No me da lo mismo cantar el menú del bar!”, explica. Quizás en ello haya influido su gusto por la literatura. Algunos sabores adquiridos: Kafka, Roberto Arlt, Macedonio Fernández, Oscar Wilde, Marcel Proust y Witold Gombrowicz, entre otros.
A Flopa siempre le gustó la música. De chica les pegaba a las cacerolas y, a los 9 años, dejó de jugar al tenis porque usaba la raqueta como guitarra. “Fui aprendiendo de cabezona. En general soy autodidacta, por eso todo me lleva tanto tiempo. Pero está bien, no tengo apuro.” Así nomás, de escuchar rock en inglés, Soda Stereo, Sumo, Don Cornelio y La Zona, descubrió a Caetano Veloso y le rompió la cabeza: “Era un tipo con una guitarrita y una instrumentación súper austera que hacía canciones indestructibles”.
Flopa no toma la canción como un trabajo. “En un laburo una tiene que resignar muchas cosas y hacer dinero. En la música encuentro el espacio de hacer lo que tengo ganas y no quiero resignarlo. Si me va bien y puedo hacer de esto una forma de sustento, fenómeno; si no laburaré de otra cosa”. Y efectivamente es lo que hace, con un trabajo free lance diseñando páginas web. Mientras no sea de oficina, ya cierra bastante.
Sobre el escenario, durante el vivo, Flopa no es una performer. “No soy muy histriónica. No bailo, no me muevo, no tengo un gran manejo escénico, pero tampoco me interesa. No hago contacto visual con la gente porque me desconcentro. Soy una momia, cierro los ojos y pienso en cualquier cosa. Y si a la gente no le gusta, pueden ir a ver a otra persona... Para eso está la variedad.” ¿Qué hace en su tiempo libre? “Toco la guitarra, no hago deporte, pienso, cuando puedo me enamoro. A veces, voy al Tigre.”
¡Hay dos Julieta Rimoldi! Literalmente. Está la escaladora, una chica que quiere dominar la naturaleza y subió varias veces al Aconcagua. Y está la cantante que habla sobre la tierra y le hace una oda con su voz. El contraste es notable. Nacida en
Ushuaia, la Julieta Rimoldi cantante se mudó a Buenos Aires a los 15 años y parte desde el desarraigo para hablar de los elementos y el mundo: “Irme del sur fue un trauma que logré resolver a través de la música. Mis canciones hablan de esa búsqueda por un espacio orgánico, donde pueda detener un poco el tiempo”. Es que la ciudad le cuesta, especialmente los ruidos. De ahí el equipamiento nocturno (protectores de oído) para conciliar el sueño. En su disco debut, Tierra (que ya está terminado pero aún no ha sido editado), Julieta despliega una voz dulce (con algunos agudos que emulan, de a ratos, el estilo de la islandesa Björk) y, acompañada por arreglos de ensoñación, todo encaja perfectamente para generar climas. Con su banda, Las Buenas Semillas, la artista juega con las posibilidades de los instrumentos. Dice sobre su tema Río: “Cada uno hace un pequeño ruidito y así alcanzamos la expresión perfecta de la canción”. Entonces, la búsqueda va por lo lúdico y experimental, revoloteando la música contemporánea. También el folclore, porque hace cuatro años descubrió la baguala y la vidala y eso marcó un antes y un después en su vida: “Me pareció un canto increíble con el cual me sentí súper identificada”.
Sin formación académica formal, Julieta bromea y dice tener “formación de zapada”. Aunque sí estudió en la Escuela de Música Popular de Avellaneda y canto de manera particular, para ella su enseñanza principal fue en el grupo Experimental Noise Operation (E.N.O.) del ‘99 al 2002, banda que integró junto a su hermano Sebastián y otros músicos de Ushuaia. “Improvisábamos todo el día y entrené mucho el oído. Hacíamos música experimental e instrumental que iba más allá de la canción; era muy delirante.” Después de unas breves incursiones por Bellas Artes y teatro, y a partir de E.N.O., Rimoldi se metió de lleno en la música.
Sobre el proceso de composición de sus temas, no siempre tiene registro. “Es como si no hubiera estado ahí. Hay canciones que no recuerdo cómo las hice, simplemente las recibí. Es que los artistas funcionamos como canales. Uno conecta con el cosmos y el cosmos conecta con uno.”
En un comienzo, Julieta no se sentía incluida en un ciento por ciento en la escena Canción. Eso hasta que conoció otro mundo dentro de la escena de cantautores: el de los músicos que se presentan con formato de orquesta acústica como Pablo Grinjot, Tomi Lebrero o Pablo Dacal. Por esa línea va su música y la de Las Buenas Semillas. Y aunque la puesta para el vivo no es sencilla, vale la pena: “Lo que se genera es hermoso porque nunca es igual. Es el momento en el que realmente se está dando el intercambio”.
Mientras evalúa editar independientemente su primer trabajo o vía sello, ya piensa en su próximo disco: “Va a ser la continuación de Tierra y quisiera trabajarlo con Mariano Esaín” (que produjo en un 50 % su álbum debut). En cuanto a los sonidos, cree que va a incluir a un serruchador para seguir probando sonidos nuevos o, por lo menos, atípicos.
“No sé cómo explicarlo”, repite Florencia Ruiz frente a algunas ideas que le revolotean sobre la cabeza, frente a los ojos, detrás de las canciones. Pero la muletilla le sirve de disparador porque lo logra... Cuenta y describe temas, conceptos y palabras, manifestando que sí sabe de argumentaciones y, aún más, de música. En siete años, editó cuatro discos y el quinto –Mayor– está a la vuelta de la esquina. Antes que termine el 2007, hará su presentación en sociedad y –track tras track– mostrará el pasaje de la experimentación total al grito pop/rock. “El concepto del disco es la relación con los padres y cómo es alejarse de esas sensaciones de hijo para acercarse al momento de ser padre”, explica la compositora de obra prolífica y agrega: “Además, como la música es mi tesoro, mi refugio, quería titularlo de una manera estrictamente musical; Mayor es un modo alegre en lo que refiere a acordes y notas”. Antes, sus primeros discos –la trilogía Centro (2000), Cuerpo (2003), Correr (2005)– y un compilado de remixes (Fogón, 2006) desafiaron el concepto Canción e innovaron desde la improvisación, manteniendo un minimalismo de recursos, letras, arreglos de cuerdas, sampleos, guitarras y teclados. ¿Nada más? Ah, está la voz y un súper despliegue del elemento. ¿Pero cómo fue el proceso? A Centro y Cuerpo los grabó en las casas de amigos que trabajaban en fábricas y le prestaban la pc. Vivían lejos, llegaban reagotados y entonces se ponían con la música. “Son discos más improvisados y el ámbito era un poco deprimente”, cuenta Flor. Para Correr, en cambio, ya tenía pc en su casa y la idea era resolver algunas cuestiones técnicas, probar... Ella ve a estos tres primeros trabajos como “pasos anteriores a hacer algo; como ir superando cosas.” Fogón, por su parte, es un manojo de relecturas y reversiones de sus temas en plan electrónico, de las que participaron artistas como el austríaco Cristof Kurzmann y el mexicano Rubén Tamayo. “Hay remixes que me parecen horribles, pero no quise meterme. Y no fue por falta de compromiso sino porque, a veces, tenés que tomar el riesgo, aunque te duela o no te guste como quede”, explica la cantante. Es que el concepto clave para Ruiz es crecer y, para ello, la clave es escuchar a los demás: “Yo me considero muy cerrada pero, a su vez, me arriesgo. Si me quedo con lo mío, siento que no crezco”.
Con varios discos editados en Japón y México, la idea de hacer una gira afuera parece una posibilidad. Tímida en el escenario, se anima a la idea: “Mi música es más internacional: hablo poco, canto poco, es una sensación”.
Profesora de guitarra egresada del Conservatorio de Morón, también se formó en bandoneón y composición. “Hay que estudiar un poco, pensar de qué manera superarse y, así, jugar un poco más fuerte, aportar.” Y, en esa línea, sobre algunos proyectos de la escena Canción, plantea: “Le tengo un poco de miedo a la cosa tipo Jorge Drexler y allegados que van por la electroniquita linda. Son unos Luis Miguel sofisticados... Y prefiero a Luismi toda la vida”. Con la música también enseña, pero en serio. Flor es maestra de jardín de infantes y trabaja con chicos de 3 años para arriba. En el día a día, las canciones que cantan las hace ella o las hacen todos juntos. “Pongo mucho énfasis en que cualquiera puede inventar cualquier cosa”, explica. Y sobre la inventiva, es determinante: “Siempre tuve en claro que lo mío no era tocar bien; lo mío era inventar cosas.”
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