DERECHOS
Desde mitad de año rige en la provincia de Buenos Aires una resolución ministerial que obliga a atender en los hospitales a las personas travestis o transexuales según el nombre que ellas elijan, más allá de lo que diga el documento. Sin embargo, la difusión es escasa tanto en los centros de salud como entre quienes están contenidas/os en la norma.
› Por Veronica Engler
En una de las ventanillas del Hospital Paroissien (del municipio de La Matanza), Diana Sacayan solicita un turno para que le revisen la mano, lastimada de hachar leña. Cuando la empleada está a punto de nombrarla de acuerdo con los datos que figuran en la historia clínica que aparece en el monitor de la computadora, la paciente le explica: “Hay que cambiar el nombre, yo soy una persona travesti y hay una resolución del Ministerio de Salud (bonaerense) que dice que tiene que estar el nombre que yo elijo y no el del DNI”. Como la mujer parece no estar al tanto de la norma, Diana exhibe a través del vidrio que las separa una fotocopia de la Resolución 2359, vigente desde hace cinco meses en la provincia de Buenos Aires.
La empleada se desentiende y le recomienda que haga el reclamo correspondiente en la dirección del hospital. “Se viene el momento culminante de la nota”, bromea mientras caminamos por un pasillo rumbo a la oficina del director.
Finalmente, el insinuado escándalo digno de una portada amarillista no tuvo lugar. La jefa de Estadística del hospital se disculpó amablemente por la falta de difusión de la norma entre el personal y tomó los datos pertinentes para registrar el cambio.
A esta altura de la tournée, Diana Sacayan –quien desde hace cinco años coordina junto con Noelia Luna el Movimiento Antidiscriminatorio de Liberación (MAL)– se toma en solfa la necesidad de reclamar que se respeten sus derechos, ahora amparados por una regulación específica. Ya tuvo que pelearse a los gritos para que la internaran cuando sufría del hígado y para que los médicos no se burlen de ella cada vez que la atendían. Fuera del ámbito hospitalario también tiene que lidiar con atropellos de todo tipo. El último episodio violento lo sufrió su hermana Yohana, también travesti, el domingo pasado, cuando quiso votar en la mesa 844 de la Escuela Media Nº28 de Laferrère. Primero tuvo que tolerar los insultos de diferentes varones que estaban a cargo de la mesa aledaña, la 845, y luego, cuando entró al cuarto oscuro, uno de esos hombres –aparentemente ebrio– la siguió y la sacó de los pelos. Ante el incidente, acudió la policía y se labró un acta, pero finalmente Yohana no pudo votar. Por ahora sólo hay una denuncia radicada en la comisaría Nº4 de Laferrère, que pronto debería pasar a algún juzgado de La Matanza para que la Justicia se expida sobre el tema.
“Si vos te llamás Verónica y todo el tiempo te dicen Robertito, Robertito, Robertito, va a llegar un momento en el que vas a explotar”, sintetiza sin dejarse ganar por el hartazgo. Su nombre lo tomó de un teleteatro mexicano –El extraño regreso de Diana Salazar– cuando llegaba a la mayoría de edad, hace más o menos una década. Pero ella prefiere no situar esa elección en un instante en particular, porque su identidad no se constituyó el día en que anunció en la mesa familiar cómo quería que la llamaran. De hecho, sus amigas y amigos ya la reconocían con el nombre que ella había elegido. “No hay un momento específico, esta identidad es una construcción. No me levanto una mañana y digo ‘quiero ser travesti’, es algo que viene desde la niñez.”
Antes de organizarse en el MAL, Diana había hecho numerosas denuncias por apremios ilegales, por las irregularidades en el interior de un prostíbulo y por amenazas policiales. Su activismo político no pasó inadvertido en el barrio de Laferrère. En Florencio Varela estuvo presa varios meses.
“Empezamos a trabajar porque muchas compañeras sufrían la persecución y el hostigamiento de la policía. El objetivo era y sigue siendo liberarnos de las cadenas que nos atan jurídicamente, hay que tratar de derogar los códigos contravencionales, porque son netamente represores, condenan a las personas más vulnerables. Se condena la pobreza, la vagancia, la portación de rostro”, apunta Noelia Luna, que se considera parte de una minoría privilegiada porque no se vio forzada a ejercer la prostitución, la única opción que encuentran la mayoría de las personas travestis y transexuales para ganarse el sustento. Ella creció en un hogar en el que le brindaron cariño y contención suficientes como para que su identidad no fuera vivida de manera traumática. Su nombre se lo eligió una amiga del secundario que, valiéndose de una etimología ad hoc para el bautismo pagano en el que incurrirían, supo interpretar “no es ella” a partir de la palabra Noelia. Abandonó el colegio y años después lo retomó. Su ascendencia brasileña la llevó a interesarse tanto por la religión umbanda, que estudió y llegó al grado de sacerdotisa, ocupación que ejerce en la actualidad.
Con cuarenta años cumplidos, en pareja desde hace quince y con tres hijos que criar, Noelia asume que ya está en su etapa de “señora”, pero desecha los estereotipos de género al uso. “Creo que las mujeres y las personas que estamos constituidas dentro de la subjetividad femenina siempre estamos discriminadas. ¿Acaso cuando vas manejando no te mandan a lavar los platos?”
Diana está haciendo el secundario a la noche y también estudia la carrera de Educación Popular en la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo. En ambas instituciones respetan su nombre, pero sabe que no es una situación habitual. Está contenta con la relación que mantiene con sus compañeros y compañeras de aula, “lo vas manejando, tiene que ver con los ámbitos en los que te fuiste moviendo y si fuiste rompiendo con esa cosa interna que sistemáticamente te fueron metiendo al ir corriéndote, al ir excluyéndote de todos los ámbitos”, acepta.
Las dos coordinadoras del MAL son conscientes del paso trascendental que se dio con la elaboración y la puesta en marcha de la resolución para el sistema de salud, pero consideran que todavía hay problemas gravísimos sin atisbo de solución como la falta de trabajo y de vivienda. “La mayoría de las chicas travestis en provincia viven en la calle, muy mal”, cuenta Diana, que junto a su pareja comparte una pieza con su hermana travesti y la pareja de ella, en el fondo de la casa familiar donde todavía residen cuatro de sus quince hermanos.
En este momento están trabajando para darle difusión a la resolución entre sus compañeras, pero no les resulta sencillo. “Nuestra organización no tiene financiación y en el municipio (de La Matanza) hay una actitud bastante travestofóbica de parte del intendente Fernando Espinoza”, señalan.
Por el momento, asumen que lo hecho es tan sólo un granito de arena “para provocar un cambio cultural –augura Diana–. Esto tiene que ir más allá de la persona travesti, pensamos que la cultura y la educación tienen que dejar de responder a un estereotipo blanco, machista, heterosexual y católico”.
En el último año, el trabajo de denuncia que vino realizando el Movimiento Antidiscriminatorio de Liberación en relación con el maltrato que se ejerce contra las personas travestis y transexuales en los hospitales fue ganando avales –de la Defensoría del Pueblo de La Matanza y de la Secretaría de Derechos Humanos del gobierno de la provincia de Buenos Aires– y, finalmente, llegó a buen puerto. El 5 de junio entró en vigencia la Resolución 2359, firmada a mediados de mayo por el ministro de Salud bonaerense –Claudio Mate–, que dispone el respeto por la identidad de las personas travestis y transexuales. En concreto, señala que de acuerdo con la ley 13.175 –de acceso equitativo a los servicios de salud– “la concurrencia a los hospitales públicos por parte de personas travestis y transexuales da cuenta de la necesidad de adoptar medidas tendientes a respetar su identidad femenina y masculina”, y párrafo seguido propone al personal de los nosocomios designar al paciente con el nombre que haya elegido. Además, tendrán la posibilidad de que en la historia clínica y en la documentación hospitalaria se pueda utilizar un sistema que combine las iniciales de su nombre y apellido con la fecha de nacimiento, para evitar que se utilice el nombre que figura en el DNI.
“El sistema de salud que es universal y gratuito, teóricamente está accesible a todos, pero en un estudio que realizamos el año pasado en el ministerio pudimos ver que hay varios grupos excluidos del sistema”, explica Gustavo Marín, director de Atención Primaria de la Salud del Ministerio de Salud bonaerense y uno de los gestores de la resolución. Entre los grupos detectados por el ministerio, además de las mujeres en estado de prostitución y los pueblos originarios, se encuentran las personas travestis y transexuales. “Casi el 90 por ciento no accedió al sistema de salud y las pocas que accedían se les declamaba el nombre del DNI y no se les respetaba el que habían elegido.”
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