Vie 09.11.2007
las12

EN PRIMERA PERSONA

¿Y vos sabés quién sos?

› Por Gimena Fuertes

“¿Vos a cuál taller vas a ir?”, me preguntó una en la plaza España o Comechingones después del acto de apertura del XXII Encuentro Nacional de Mujeres que se realizó en Córdoba, a mediados de octubre. “Al de Mujeres e Identidades, creo”, le contesté con un choripán en la mano, recién bajada del micro. “¿Qué, no sabés quién sos?”, me dijo con la intención de hacer una broma amable. Sus palabras me rondaron como una mosca molesta hasta el momento de entrar al aula donde iba a tener lugar el taller.

Eramos alrededor de 40, de todas las edades, y predominaban los sectores medios. La coordinadora pidió que nos presentáramos una por una antes de empezar. Algunas eligieron decir su nombre, edad, lugar de vida, su origen ideológico. Otras prefirieron decir su oficio, su pertenencia partidaria o su carrera universitaria.

Una estudiante de psicología empezó por decir que las identidades se construyen, que hay que deshacer las formas de ser mujer que nos imponen, y que hay que generar espacios donde puedan devenir otras identidades. Otra, que se presentó como anarquista y poeta, declaró en voz potente que “somos mujeres transidas por el género, la clase, el lugar geográfico”. “¿Transidas?”, pensé. Ahí saltó Julia, una tucumana de piel oscura, enojada consigo misma. “Yo lo único que sé es que crié mal a mis hijos. Ellos ya están grandes y nadie hace nada en la casa, y menos mi marido. A mí me gusta estudiar y hacer deporte, y no puedo. Un día, agarro y me voy, dejo todo.” Una señora que milita en el área de género de una municipalidad del conurbano bonaerense levantó la mano para argumentar cómo hay que pelear por la igualdad de derechos desde los espacios institucionales. “¿Qué derechos? ¿Los de los hombres? –le contestó otra–. Siempre nos medimos con la vara masculina para ver en cuánto nos alejamos o nos acercamos a ellos.” Es que esa igualdad en términos legales es la que oculta el trabajo doméstico como un trabajo, la doble jornada y las exigencias de todo tipo que sufrimos las mujeres que trabajan. “Entonces, chicas, ¿cómo es? –preguntó una señora–. Explíquenme porque soy medio ignorante. Si no es igualdad, ¿es liberación?”

Ahí estábamos: las que habíamos cumplido con las imposiciones de esta sociedad, y las que habíamos desobedecido. Pero todas habíamos cumplido y desobedecido alguna vez. El problema era que cuando nos habíamos portado bien y hecho todos los deberes, el deseo había quedado encajonado en el último de los rincones. Y cuando habíamos pegado el volantazo para salirnos de un camino predeterminado y fatal, habíamos pagado caro esas decisiones. Después del remolino de voces del encuentro, queda el remolino de pensamientos. Gracias a las teóricas del feminismo sabemos que las identidades son cambiantes, se construyen y se destruyen, pero esas construcciones están determinadas por condiciones que no elegimos y que, por lo general, nos son adversas. La biología es sólo una excusa en la que se sostiene todo un andamiaje social, político y económico que hace que seamos las otras, las no sujeto. Entonces ¿qué somos? ¿Sujetas? ¿O sujetadas? Estamos atadas a la casa, a la familia, al jefe, al policía. Si eso es ser sujeta, no gracias. ¿Y entonces, qué nos define? ¿El sexo, el género, la sexualidad, la clase, la etnia, la geografía, la edad, la profesión que elegimos, nuestro rol en la estructura familiar? Siempre estamos definidas en relación con otros y otras. El problema empieza cuando esa relación es asimétrica y nos deja en desventaja frente a esos otros, ante los cuales somos diferentes. La diferencia también nos define, por oposición. Y la oposición a este sistema opresor es un lugar de lucha, pero no es una lucha solitaria sino con unos y otras –también diferentes– con los que podamos ir construyendo espacios colectivos para que las ataduras empiecen a aflojarse.

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