Viernes, 7 de diciembre de 2007 | Hoy
DANZA
Son los cuerpos; el modo de vivirlos, hacerlos hablar, amar, rebelarse, transformarse los que empujaron el concepto de queer, quitándolo del sentido peyorativo que tuvo alguna vez para señalar las diferencias. Cuerpos sobre los que se escriben teorías y cuerpos que construyen sus propios discursos y performances. En Queerdance, el ciclo que el Centro Cultural Ricardo Rojas presenta desde el mes pasado —mes tradicional aquí para la marcha del orgullo lésbico, gay, travesti, transexual, bisexual e intersex—, cuerpos y reflexiones habitan el escenario en bailes con mucho de extraño.
Por Verónica Engler
La palabra queer (que en inglés significa “raro”, “extraño”) se cargó de nuevos bríos cuando, hace más o menos un par de décadas, en los cenáculos académicos del Norte comenzó a gestarse una teoría sobre el género -la Teoría Queer— que, básicamente, dice que la sexualidad de las personas es el resultado de una construcción social, y que por lo tanto no hay determinación biológica alguna para definir nuestra identidad de género.
Después, claro, el vocablo empezó a salir a la calle para denominar a lesbianas, gays, travestis, transexuales y bisexuales (Lgttb). De ese modo se convirtió en un gran paraguas que cubre a grupos que, de una u otra forma, transgreden la sexualidad dominante por estos días (la heterosexual).
Pero qué es lo queer exactamente, nadie parece saberlo muy bien. En todo caso, para los enterados del tema, lo que suele haber es una intuición incipiente sobre texturas, estéticas, colores o actitudes ante el mundo. Claro que estos elementos aparecen a piacere en cada caso.
¿Qué será, por ejemplo, bailar lo queer? Eso mismo se preguntaron quienes llevan adelante el ciclo Queerdance —coordinado por Alejandro Cervera en el Centro Cultural Ricardo Rojas–, que aborda la temática gay, lesbo y trans en tres propuestas coreográficas a cargo de Mayra Bonard, Carlos Casella (ambos integrantes de El Descueve) y Valeria Pagola.
Los tres convocados se sorprendieron ante la propuesta de Cervera, y lo que en principio parecía un límite temático muy demarcado se transformó en una compuerta que, una vez abierta, dejó fluir un caudal creativo impensado en un primer momento.
“Si bien lo queer es un movimiento más amplio, remite bastante a lo gay, a la transgresión sexual. Y Alejandro desde un principio dijo que no estaba interesado en que específicamente trabajemos ese tema. Eso a mí me dejó tranquilo”, admite Carlos Casella, coreógrafo y director de Montecarlo.
“Lo que me pasó es que la temática propuesta me dio una libertad alucinante”, agrega Mayra Bonard, que hizo lo suyo en Grandes amigos, otra de las obras del ciclo. “Como que la temática estaba en el inconsciente, ni la tenía que pensar en términos racionales.”
“Lo queer es como un detonante”, asume Valeria Pagola, quien aparte de dirigir también baila en su obra Discontinua. “El desafío, me parece, es no caer en lo obvio, en lo que ya está rotulado.”
“Los seres con género discontinuo amenazan la norma que establece una continuidad o coherencia entre sexo, género, práctica sexual y deseo, revelando la ilusión de un género con una identidad estable, interna y preexistente.” Esta es una síntesis que Valeria Pagola extrajo de El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, de la norteamericana Judith Butler, justamente una de las precursoras de la Teoría Queer. En esta lectura encontró el nombre para su obra: Discontinua.
“Yo leí sobre lo queer porque quería saber bien qué significaba, pero después entré en un terreno muy autobiográfico”, dice con voz suave, tratando de no forzar su garganta antes del espectáculo en donde acompaña su danza con un canto extraño, que no llega a ser canción.
“Lo queer no es solamente lo gay, es mucho más amplio, es pensar diferente. Queer significa también raro, extraño, tiene muchas connotaciones, y en una obra de danza puede estar todo ese condimento en muchas variantes. Puede ser una obra súper extraña, enrarecida. Y yo busqué un poco eso, que no fuese continuo, que fuese un personaje extraño.”
“Lo difícil en este caso era no hacer algo obvio. En un primer momento pensé en trabajar cosas de la temática gay que a mí me movilizaran, y después surgió la idea de trabajar con otra persona, con una cámara en vivo que iba a ser como una suerte de testimonio de lo que a mí me sucedía. Y con el correr de los ensayos empezó a surgir algo entre la camarógrafa y mi personaje. En escena era muy fuerte la cámara, lo que le pasaba a este personaje cuando lo seguía la cámara y entonces empezó a surgir la idea de dúo.”
En Discontinua hay un personaje permanentemente acosado por una cámara que hace foco en su cara, en su boca, en sus ojos y en sus zapatillas. Rastrilla cada uno de sus gestos, se detiene en la tensión de cada músculo quieto o en movimiento, mientras ese ser andrógino va y viene, arriba y abajo del escenario, cantando, murmurando una lengua indescifrable. A medida que avanza la escena, ese ser casi periférico que encarna la camarógrafa comienza a acercarse lentamente a su objeto de observación, y poco a poco esta cercanía da curso al inicio de otro tipo de relación entre lo observado y quien observa.
“La idea de la cámara surge de esto de estar estudiando al ser diferente, la obsesión por observar y documentar al ser que es diferente. Pero también está la idea de que la cámara muestra lo que no ve el público.”
Mayra Bonard no disimula lo encantada —en el más amplio sentido de la palabra— que está con el bailarín Diego Rosental y el cantante lírico Maximiliano Michailovsky, los protagonistas de Grandes amigos. “Con algunas imágenes inspiradas en estos dos hermosos varones, la obra fue ofreciéndose casi sola. Así se armó. Así descubrí cuánto me gustaban el pelo prolijo y los cuerpos musculosos”, les dedica en el programa de la obra que se reparte al público.
Bonard prácticamente no conocía a Rosental y a Michailovsky, pero apenas aceptó la propuesta de Cervera se le apareció la imagen de estos dos jóvenes. “Ellos dos me inspiraron mucho, no podría decir exactamente por qué”, reconoce con una sonrisa.
“Los veía y los descubrí preciosos, hermosos, súper entregados, expresivos, todo el tiempo están como exhalando onda; creo que la obra se basa en eso, en la onda que ellos tienen. Lo más interesante del material es que el erotismo está en ellos, son dos personas muy eróticas, cada uno de ellos tiene un sex appeal muy particular. Por otra parte, tal vez el hecho de que manejaran motores distintos de expresión, uno el cuerpo y otro la voz como instrumentos fundamentales, hizo que se sorprendieran entre ellos de las diferencias, y se dejaran atraer por ellas también, creo que eso los unió.”
“No sabía qué iba a contar en la obra, pero empezó a haber onda entre los tres, ellos dos y yo. Y se fue armando un poco así, apareció una imagen y después otra, y se fue haciendo un pequeño relato poético. De repente los vi y me di cuenta de qué escenografía tenía que tener, no era que lo sabía de antes, como que iba cayendo el sentido, de manera muy intuitiva.”
Ese halo de sensualidad evocado por Bonard es el que envuelve a la obra de principio a fin. El viaje en el que están —literalmente— embarcados estos mancebos de ultramar los conducirá a transitar de un modo dispar su atracción por el otro. De una manera muy amorosa y sensual, pero también tierna, la atracción entre ellos dos se ofrece como algo muchísimo más vasto que una pulsión de dirección única.
“Lo queer es que hay mucha onda entre ellos, la obra es sobre amigos que se gustan, que se atraen. Por momentos mantienen una distancia, por momentos se acarician. También uno lo domina un poco al otro, hay uno que se entrega más a lo que siente y otro que es más reticente, porque tiene otra personalidad y es mucho más rebelde a esa situación, y entonces la corta o la pasa para otro lado, que también es súper erótico, como una cosa medio de dominación. No es todo color de rosa, eso es lindo en la obra, hay como muchas aristas en esa cercanía y esa atracción que puede haber entre ellos.”
La obra transcurre entre toques de humor y momentos en los que la vibración trepa alto: como cuando Michailovsky lanza un solo magnífico sobre la proa que termina arrancando aplausos del público, o cuando él mismo le recita en francés a su amigo unas frases amorosas (inspiradas en textos de Clarice Lispector) o también cuando Rosental comienza a bailar casi sin darse cuenta y termina enganchadísimo con su propio swing, entre canchero y desenfadado.
“A mí me gustó esta intensa idea de la amistad, de enamorarse de un amigo. Yo me sentí atraída y conmovida por estos dos varones, me identifiqué bastante con cada uno y con los momentos en los que ellos vibraban. El encuentro entre los tres fue lo más divertido”, asume engolosinada.
Lo primero que se le cruzó por la cabeza a Carlos Casella cuando Alejandro Cervera le propuso integrar el ciclo Queerdance fue un texto de Jean Cocteau. “No me quería instalar en que lo queer era lo gay; como la palabra tiene muchos significados, en mi caso me parecía divertido buscarlo por otro lado, aunque después haya una lectura sobre lo gay. Empecé con literatura que me inspirara. Me metí a trabajar con La dama de Montecarlo, a romperlo y a transformarlo, a buscar colores diferentes. Y también desde un comienzo empecé a ver que la atmósfera tenía que ver con David Lynch, muy enrarecida, como que se muestra una cosa que finalmente termina siendo lo contrario. Me empecé a dejar llevar por eso en un inicio y después fui entrando en otros climas de películas, como si las escenas estuvieran inspiradas cada una en algo cinematográfico.”
Casella, como su colega Mayra Bonard, también se dejó inspirar por los artistas con los que trabajó. “En el trabajo con los intérpretes empiezan a aparecer un montón de accidentes y un montón de material y diálogo que son los que finalmente me llevan a escribir la obra. Por eso también comparto la autoría con los chicos, esta obra no podría haberse hecho sin estos cinco intérpretes; si hubiese elegido otros, la obra hubiera sido otra.”
Con un clima algo kitsch, el espectáculo sucede como un contrapunto entre un personaje aparentemente deserotizado, en una etapa más o menos decadente de su vida, y otros que pululan a su derredor con la libido en alza. Si bien el tono de la obra se torna oscuro por momentos, la dosis de gags que contiene cada secuencia la tiñen de un humorismo bastante particular que la terminan convirtiendo en obra divertida.
El elemento “raro” en Montecarlo está dado por una característica física de un personaje que, habitualmente, pasaría desapercibida. De esta manera se invierte el foco de atención, se genera una especie de extrañamiento sobre aquello que nos parece absolutamente natural. “Es como el elemento extraño con posibilidades de ser discriminado, es uno de los bailarines que tiene esta característica, se habla de qué pasa con eso, de que hay gente que tiene mucha atracción, gente que tiene rechazo, todo ese tema recae en el personaje de Nicolás (Bolívar). Es una idea muy naïf, yo encontré esa idea y me pareció simpática e interesante, porque en realidad no lo asociás con algo queer, pero un gordo, un flaco, una anteojuda también pueden ser queer. De alguna manera, si quería decir algo es que uno en realidad puede ver todo como extraño o queer, todo depende de la mirada que uno tenga.”
Queerdance hoy y el viernes 14 de diciembre en el Centro Cultural Ricardo Rojas,
Corrientes 2038.
A las 21: Discontinua. Coreografía y dirección: Valeria Pagola. Entrada: $ 10.
A las 22: Grandes amigos. Coreografía y dirección: Mayra Bonard. Entrada: $ 10.
A las 23: Montecarlo. Coreografía y dirección: Carlos Casella. Entrada: $ 10.
Abono por las tres funciones: $ 21.
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