Viernes, 8 de febrero de 2008 | Hoy
LIBROS
Una negociación constante entre la tradición cultural, la modernidad de un mundo nuevo y los propios deseos: ésa fue la clave para las mujeres de la colectividad judía argentina. Al menos, es lo que sostiene Ricardo Feierstein en Vida cotidiana de los judíos argentinos, una investigación que tanto puede brindar un panorama de lo pasado como un punto de partida para otras miradas.
Por Soledad Vallejos
Tuvieron a su cargo el manejo de la economía del patio: criaban gallinas, pavos, vendían huevos, ordeñaban, vendían la leche y fabricaban manteca, crema y quesillo en las bolsas de lienzo que colgaban en las galerías. Se ocupaban de la huerta, de los pepinos y zapallos para uso particular, para la venta o el canje por otros productos (...) La esquila de ovejas, quitar los abrojos de la lana y lavarla era una labor femenina. La limpieza de la casa, el horneado del pan, la costura de la ropa que usaban y el arreglo de la que iba pasando de hijo en hijo, el bordado de los ajuares y las puntillas de crochet, ocupaban día tras día sus vidas. Los preparativos para Shabat, Pésaj, Rosh Hashaná y Iom Kipur, con lo que tuvieran y pudieran. Pero sin dejar de hacerlo. Viernes tras viernes, año a año (...) Fueron la fuerza que desde ese lugar anónimo, entre los knishes y el guefilte fish, sostuvieron la estructura familiar. Sus nombres no integran las listas de comisiones directivas de ninguna cooperativa, caja mutual, servicio sanitario, biblioteca ni partido político. Pero estuvieron allí, al lado de cada hombre que participó.” Tales eran las minucias que aseguraban la reproducción familiar y comunitaria en una colonia agrícola de Entre Ríos, así se desarrollaban esas tareas diarias, lejanas a toda institucionalidad y etiqueta de sociedad con poder de decisión sobre algún ámbito, de acuerdo con La mujer en Lucienville, una investigación de Mónica Salomón que, ahora, es recogida junto con muchas otras por Ricardo Feierstein en Vida cotidiana de los judíos argentinos. Del gueto al country (ed. Sudamericana), un recorrido entre histórico y cultural de la colectividad en Argentina, que podría abordarse como manual de consulta para hacer las primeras indagaciones en asuntos particulares, pero también como un panorama casi de divulgación. Lugares comunes enfrentados a datos actualizados o más o menos relevados con espíritu de antropología de entrecasa, representaciones cercanas a la realidad y estereotipos llegados a destiempo, versiones del ángel del hogar y organizaciones de mujeres sionistas previas al feminismo goi, el oficio de las casamenteras y las primeras entidades GLTTBI: Vida cotidiana... pasa revista a relaciones y construcciones de género que negocian permanentemente con la tradición (sea o no ortodoxa) y la modernización, en aras de una identidad cultural que –por su definición, por su historia misma– depende tanto de la preservación como de la adaptación para su supervivencia.
Un chiste clásico es: ¿cómo se diferencia una madre italiana de una madre judía? La italiana sirve la comida y le dice: “si no comés, te mato”. La judía, en cambio, susurra: “si no comés, me muero”. Sobreprotectora, defensora y divulgadora pública de las virtudes de sus hijos (inclusive de las inexistentes), nutricia en el sentido más pleno de la palabra, siempre atenta a posibles necesidades de la prole, tenga 5 o 50 años: he ahí el estereotipo de la idishe mame, uno de los más fuertes en términos de construcción de la feminidad. Amén de casos individualizables que se acerquen prolijamente esa idea que de la madre devota y profundamente entregada a su descendencia se ha ido labrando con los años, Feierstein busca las raíces de tal representación, entendida más como tal que como realidad actual. Se trata, sostiene, de un “arquetipo”, de una figura que fue tomando forma a fines del siglo XIX y principios del XX, cuando los procesos migratorios, fundamentalmente europeos, dispersaron comunidades por distintos países de América. La idishe mame, contra lo que se pueda intuir, continúa, no ha existido desde siempre, o por lo menos eso hace sospechar que recién haga su aparición en la literatura, los chistes y el teatro recién entonces. “Pertenece a un arquetipo que ya no existe. O que hoy tendría cien o ciento veinte años.”
Y, sin embargo, especula Feierstein, su hija más moderna, la feminista, le debe parte importante de su ser. La sobreprotección no era más que consecuencia directa de “la emergencia (...) del trabajo femenino, de formas más activas de la mujer para intervenir en la sociedad y, consiguientemente, su paso al frente en cuestiones vinculadas con la organización familiar. Ante la elevada mortandad provocada por enfermedades, epidemias y trabajos insalubres para los niños (...) es la madre quien debe preocuparse por mantener con vida por lo menos a algunos de ellos, mientras sus maridos desfallecen junto a una máquina o son exterminados en las guerras europeas. De aquí al surgimiento del feminismo sólo restan algunos pasos”.
Antes de las cenas y los bailes de solos y solas, antes de las agencias de citas por Internet, antes incluso que los bailes de sociedad, y al tiempo que se extinguía la idishe mame real, apareció ella: la shádjente. Versionada por Niní Marshal en su personaje de Doña Pola, la casamentera fue otra respuesta a los cambios migratorios, más que a las consecuencias de la pobreza, también de la mano de las mujeres y con la continuación de la tradición como meta. El origen del oficio, dice Feierstein, “es fundamentalmente el tabú de la exogamia” y la necesidad “de encontrar candidatos para unir en matrimonio dentro del grupo original”, que no resultaba tan apremiante en los casos de enlaces concertados entre familias, por motivos políticos o económicos.
“Las casamenteras tuvieron su momento de auge cuando recién se estaba constituyendo la comunidad y no era fácil, para los recién llegados y sus hijos conciliar las duras obligaciones cotidianas con la búsqueda de pretendientes, en un medio que desconocían.” Se trata, además, de un oficio en el que todavía hoy existe, al menos, una mujer en actividad: Sarita Kinderman, la shádjente que lleva algo más de 30 años de trabajo en “enlaces hebreos”. Primero se concerta una entrevista con ella, para que haga preguntas, conozca a la interesada o al interesado y pueda confeccionar una ficha con los datos que considere relevantes. Luego, evalúa con quién o quiénes de su banco de datos podría congeniar, y va organizando presentaciones, que supervisa puntillosamente: no habrá citas ni salidas hasta que ella considere que las dos personas ya se conocieron lo necesario como para saber que podrían ser pareja. Recién entonces lo autoriza. Sólo si el asunto marcha (entendiendo por tal no un noviazgo, sino un matrimonio hecho y derecho), ella percibe una retribución.
A la vida rural de las primeras pobladoras llegadas a colonias como las de Entre Ríos, sostiene Feierstein, siguió una segunda etapa eminentemente urbana y que podría rastrearse en los personajes arquetípicos femeninos del teatro idish y “el discurso canónico familiar y comunitario” de principios del siglo XX. Siguiendo Novias, princesas y farsantes, una investigación de Susana Skura y Silvia Hansman, Vida cotidiana... retoma piezas representadas, entre 1913 y 1931, en Buenos Aires. Los textos, “situados en un momento en el cual la disputa ideológica predominante imponía el imperativo de formar una familia siguiendo los mandatos tradicionales, enfrentados con los nuevos modos de encarar la sexualidad, la familia, la maternidad, la participación política y la inserción en el mundo laboral” (pequeña seguidilla de desafíos...), parecen hablar más de una negociación permanente para ganar más libertades que de resignación ante presiones varias. Registran, por ejemplo, tres maneras diferentes de posicionarse ante el matrimonio: el de la obediencia al mandato del casamiento obligatorio (recurriendo, llegado el caso, a la casamentera), el de la decisión personal (elegir con quién, cuándo) pero también el de la oposición al enlace entendido como herramienta de movilidad social. Hay más: el teatro idish cuenta, también, con personajes de mujeres dominantes, “lo que es presentado como un atributo negativo”, aun cuando en otros casos los roles de mujeres urbanas hablen positivamente de la búsqueda de independencia, lugar político propio y hasta el desarrollo de profesiones independientes. Están, además, las sacrificadas (en aras de padres y hermanos), pero no las que están solas y esperan: “no hay un príncipe azul, pero tampoco hay mujeres que esperan su llegada”. La maternidad no es mentada como destino y –curioso– tampoco como deseo, “los embarazos no traen felicidad” y no hay preocupación por la ‘pureza étnica de la prole’”, pero sí por el aislamiento de encontrarse en un lugar extraño y el dolor de “la distribución de tareas domésticas y laborales que inciden en la relación con el mundo no judío”.
Pareciera que, en esa función de autonarrarse y unir que cumplía el teatro idish, el registro de nuevos modelos para las mujeres era más alentador que conservador. “En todos estos textos, las expectativas de las mujeres remiten a la necesidad de realización personal donde lo valorado es el acceso al estudio, el casamiento judío, la vida familiar y, en especial, el bienestar económico”, tan caro a todas las colectividades de inmigrantes que llegaban con más esperanzas que estabilidad a América.
Y sin embargo la capacidad de adaptación, en estas obras, la supervivencia (un vez más), pareciera depender de actuaciones específicas de las mujeres de la colectividad. En una ciudad hostil, los personajes femeninos encuentran no obstáculos sino oportunidades: las jovencitas “se convierten en princesas para resolver un conflicto interétnico y las astutas estafadoras de la burguesía urbana pueden ser engañadas por una simple chica de campo que llega dispuesta a rescatar al hombre que ama”, las novias se casan poco y tampoco desesperan por hacerlo.
1. Imagen de una idishe mame en un libro de lectura en idish para las escuelas primarias. Buenos Aires, circa 1950.
2. Madre con niños marineritos en San Francisco, Córdoba (1920). La niña nacida en la Argentina que envía su imagen a los familiares europeos (circa 1920), y de vacaciones en la Rambla de Mar del Plata (1941).
3. Tres muchachas retratadas a sus 15 años en 1918, 1919 y 1920.
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