Vie 22.02.2008
las12

URBANIDADES

El cuento del hombre golpeado

› Por Marta Dillon

¿Qué fue lo que delató a Manuel Vergara, la solidaridad de una de sus hijas o el exceso con que construyó el personaje del hombre abandonado? De cualquier modo, el hombre no se deshizo de su máscara. “Vos sabés cómo era tu madre”, le dijo a la joven después de pedirle perdón, después de insistir que “era o ella o yo”. Y fue ella. Ella a la que encontraron en el fondo del pozo ciego de la casa que compartía con el hombre, su marido, tapada con escombros y envuelta en sábanas y frazadas. Obviamente muerta. El dice que ella le pegaba, que tenía “problemas de alcoholismo, era muy violenta y golpeaba a su marido”. Lo dijo él o lo investigó la policía, que esto es lo que dice textualmente el diario Clarín, citando lejanamente las fuentes testimoniales de tres de los cuatro hijos de la pareja y, claro, el comienzo de la investigación policial que apenas se había movido del escritorio donde se recibió la denuncia de la desaparición de la víctima, hace casi un mes. Curioso, o no tanto. El victimario se convierte en víctima. La estrategia es conocida y sin embargo nadie dudó de la palabra del hombre que convocó a su progenie para comunicarles que su mujer lo había abandonado. Sobreactuó, parece, porque una de las hijas, la solidaria, insistió para ir a limpiar su casa, 25 días después de la desaparición de la señora, para ayudar al padre, al pobre padre abandonado que no había hecho la denuncia por la desaparición –sí en cambio otra de sus hijas– y que ni siquiera se había molestado en limpiar las manchas de sangre que en la cabecera de la cama quedaron como huella de esa última discusión en la que él, bueno, “amenazó con irse si (ella) seguía atacándolo y pegándole. Pero ella siguió con los insultos y éste reaccionó con un hierro que tenía a mano y la golpeó hasta matarla”. El entrecomillado corresponde al diario que hace la crónica el 19 de febrero, copiando el relato del hombre pero en realidad construyendo el propio relato de la mujer desatada, ¿loca será muy remanido decir?, histérica, por ejemplo; la mujer que no reaccionó cuando él dijo que se iba y que entonces, en fin, recibió su merecido, fue ocultada entre la mierda del pozo ciego porque, ya lo dijo el cronista al principio siguiendo a pie juntillas lo que decía el hombre: “era ella o yo”. Es un detalle menor que mientras la hija solidaria limpiaba la casa del abandonado éste miraba un partido en casa del vecino, tan menor como grande la seguridad de que estaba a salvo, que el carácter de su finada esposa le daba inmunidad, tanta que ni siquiera había notado las manchas que la hija sí notó y la hicieron sospechar y llamar a la policía.

En la misma nota de Clarín se citan tres casos más sucedidos este mismo verano en la provincia de Buenos Aires. Tres casos de mujeres muertas a manos de sus parejas. Hoy mismo en La Plata organizaciones de mujeres marcharán para denunciar el crimen impune de Sandra Gamboa, una mujer estrangulada en un edificio de Rentas de la provincia; en un edificio público. Son datos que aparecen sueltos y resultan incompletos; otros sondeos hablan de una mujer muerta cada día en circunstancias similares. Sondeos informales que no terminan de espantar porque los relatos suelen mezclar la palabra pasión entre las causas de la violencia, como si se tratara de algo privado, un exabrupto, un amor loco que se desboca y le quita a la muerte su metáfora y la convierte en literal. ¿Quién no creyó que podría alguna vez morir de amor, de pasión? Pero estos crímenes no se tratan de pasión ni de amor sino de dominio, de inequidad de género, de patrones culturales a los que ahora apelan muchos varones para sacudirse la culpa. A ellos también les pegan. Las mujeres enloquecen, son violentas, histéricas. Es una estrategia que cuenta con publicaciones, voces seudoautorizadas y, sobre todo, oídos y manos para transcribir sin cuestionarse versiones que más que eso parecen coartadas complacientes para encubrir lo que sólo a veces se nombra con la palabra que corresponde: femicidio.

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