EDUCACION
Luego de que los informes sobre el rendimiento escolar del último año fueran más bien pesimistas, en Europa volvió un debate que suena a viejo pero sostiene argumentos nuevos. El regreso de escuelas exclusivas para niñas y otras para niños es presentado como “opción para la diversidad”, algo que cumpliría con más eficiencia que la enseñanza mixta. En Argentina, ¿un debate similar sería posible?
› Por Soledad Vallejos
En Europa está (re)comenzando un debate que puede resultar extraño. En países donde las leyes de igualdad son una realidad cotidiana que se traducen en ejercicios de derechos, participación y oportunidades, donde se aplican políticas de Estado unificadas en materia de violencia, y donde las cuestiones de género son bastante más materia de charla para minorías ilustradas, vuelve una pregunta que, por vieja que parezca, trae a colación un planteo nuevo: en las escuelas, ¿es conveniente reconsiderar la eficacia de la educación mixta?
Por estos días, en España, la discusión viene a cuento de los preocupantes resultados de las evaluaciones anuales que se realizan entre estudiantes de niveles medios. El fantasma del fracaso escolar, con sus alarmas del presente, pero ante todo sus sombras densas a futuro, alienta un debate que, por ejemplo, días pasados se contó en el diario El País. Allí, hasta los años ’60 y de la mano del franquismo, la educación, pública o privada, era estrictamente separada: niñas por un lado, niños por el otro. Con la instauración de la Ley Orgánica de Educación se inició la coeducación (la escuela mixta) como principio básico de las instituciones públicas. Han pasado más de 40 años, y el último Informe PISA, que mide el rendimiento escolar en escuelas medias, arrojó que en razonamiento lógico-matemático los varones aventajan a las chicas (sólo 24% de ellas accede a ingenierías técnicas), mientras que la destreza y las habilidades lingüísticas, así como una mayor fluidez verbal, suelen ser predominio de las chicas. Con estos datos, se instaló con más fuerza la polémica: ¿seguir adelante con la coeducación?
Aunque pueda recordar el enclaustramiento oscurantista de las escuelas religiosas más conservadoras, en realidad las propuestas nuevas tienen poco y nada que ver con la formación religiosa. Para demostrarlo, sus defensores exhiben datos más bien mundanales. Por ejemplo, el hecho de que a fines de 2006 una investigación del Instituto de Educación de la Universidad de Londres afirmara que las mujeres que se habían educado en escuelas exclusivas para mujeres ganaban sumas de dinero considerablemente mayores que las chicas (en realidad, ya adultas para el momento del estudio) que habían cursado en colegios mixtos. En el mismo sentido triunfal, acotan que en los últimos años al menos el 24% de las mujeres congresistas de Estados Unidos y un tercio de las que forman parte del top 100 de ricachonas de la lista de Fortune fueron alumnas de escuelas no mixtas (En Estados Unidos, dicho sea de paso, desde 1991 aumentan los pedidos para sumar instituciones a la National Coalition of Girl’s Schools). En Francia, donde la ley que instaura la enseñanza primaria, laica, gratuita y obligatoria para chicas y chicos data de 1881, 1957 fue el año del replanteo sobre las dificultades evidentes para que eso asegurara la igualdad: desde entonces se estableció la obligatoriedad de la escuela mixta. Y sin embargo en los últimos años empieza a agitarse el fantasma del posible error. ¿El argumento? Algunos estudios oficiales aseguran que los docentes califican de manera diferente a chicas y chicos: las notas de ellas suelen ser sensiblemente menos estimulantes en las materias de ciencias más bien duras, y, llegando al ciclo superior, las mujeres son menos alentadas a seguir estudios científicos. Aún más: el año pasado se realizó el Primer Congreso Internacional de Educación Diferenciada.
En el sitio web del Foro de Educación Diferenciada (www.diferenciada.org), una ONG internacional que aboga por volver a la separación de niñas y niños como único camino posible para una igualdad real entre las futuras adultas y los futuros adultos, llevan una cuenta extensa de las single-sex schools de varios países (mayormente del Primer Mundo), con sus respectivos argumentos a favor y números –dicen– exitosos, entre los cuales los de Berlín y Renania del Norte-Westfalia, “donde desde 1998, por iniciativa de socialistas y ‘verdes’ y con el apoyo del feminismo (...) se autoriza que se tengan clases diferenciadas por sexo de algunas asignaturas, al constatar que la separación refuerza la autoestima de los alumnos y les permite desarrollar mejor sus capacidades.” El lema de esta ONG, al menos desde Argentina, resulta curioso: “las escuelas single-sex: una opción actual para la diversidad”.
“La niña alfa” es la nueva categoría, por estos días, de moda en Estados Unidos. Fue convenientemente acuñada por Dan Kindlon, un psicólogo y conferencista adjunto de la Escuela de Salud Pública de Harvard que pegó el batacazo con su libro Niñas alfa: comprendiendo a la nueva niña norteamericana y cómo está cambiando el mundo. Alguna vez dijo que la revelación le llegó mientras veía un partido de fútbol en el que jugaba su hija (“la gente que dice que las chicas no son competitivas y no disfrutan ganar nunca fue a ver un partido”, explicó). En el libro, afirma que la niña alfa, actualmente, se encuentra en cualquier espacio (norteamericano): es un legado de la “confianza emancipada” debido al feminismo de las últimas cuatro décadas, que ha educado en esa seguridad a al menos dos generaciones. Ahora, de hecho, también en Estados Unidos la matrícula en las universidades de leyes y medicina es mayoritariamente femenina (aquí, las mujeres son mayoría en Medicina desde hace ya unos cuantos años, aunque solamente como estudiantes: el predominio no alcanza a los cargos jerárquicos, ni qué decir de las jerarquías relacionadas con la investigación). Escribía hace unas semanas Evan Thomas en la edición norteamericana de Newsweek: “Las niñas pueden estar volviéndose ‘alfa’, pero creo que Kindlon se está perdiendo algo. Por volverse más agresivamente confiadas, las chicas han sacrificado cualidades a las que más chicos deberían aspirar o intentar emular. En el camino, una premisa temprana del feminismo ha sido distorsionada, si no dada vuelta por completo. En los inicios de los ’80, Carol Gilligan, que detentó la primera cátedra en estudios de género en la Escuela de Educación de Harvard , ‘lamentó que las adolescentes comprometieran su autenticidad para encajar en roles de género, lo que las llevaba a ‘perder su voz’. Las chicas se involucraban más naturalmente en relaciones y gestaban consensos, mientras que los chicos valoraban la individualidad y se preocupaban por la justicia, escribió Gilligan. Aparentemente, en estos días las chicas se parecen más a los chicos... más duras, más agresivas en cuento a afirmar su individualidad. Pero eso no es lo que Gilligan y una generación de las primeras feministas (...) ansiaban: ellas querían que los chicos se parecieran más a las chicas, fueran más amables y suaves (...) también más maduros emocionalmente en lo que a relaciones humanas respecta.”
“Hay que ver por qué hoy en España es un debate, y a la vez si ese mismo sería un debate a pensar en América latina”, propone la psicoanalista y educadora Perla Zelmanovich, investigadora principal del Area de Educación de Flacso (donde también reviste como directora académica del posgrado en Psicoanálisis y Prácticas Socio-Educativas, además de como coordinadora del Diploma Superior en Currículum y Prácticas Escolares en Contexto). “Tal vez no en lo inmediato, pero el riesgo es que, en un futuro, el furor evaluativo nos lleve a buscar soluciones, una de las cuales podría venir por este lado. (Claro que hay un riesgo previo, y es que las evaluaciones no son transparentes, ocultan los mecanismos de producción de las herramientas de evaluación, y todas las particularidades que quedan opacadas.) Pero sin embargo creo que hay que tener cuidado con el planteo de la educación diferenciada: recurrir a eso como solución, con los argumentos que por ahora se sostienen, es construir nuevos mitos clasificatorios.” Lo de un nuevo afán categorizador viene, en realidad, a cuento de una manera de invisibilizar operaciones culturales que terminan presentadas como –¡otra vez!– diferencias biológicas. Sería algo así como el regreso del archiconocido argumento fisiológico puesto a favor, esta vez, de una tesis pretendidamente progresista: que niñas y niños juntos en la situación educativa se cohíben, por lo que resultaría más favorecedor para ellas y ellos encontrarse exclusivamente entre pares a la hora de aprender; ya tendrán tiempo de socializar como en el mundo real a la hora del recreo, o en asignaturas pretendidamente no favorecidas por unas u otros (siempre hablando con las estadísticas en la mano).
–Pero en realidad se trata de un problema muy complejo, que excede totalmente las supuestas inclinaciones naturales, porque además se trata de orientaciones culturalmente orientadas. Este planteo de una educación diferenciada supone que, por ejemplo, en una clase son todas niñas, y no tienen necesidad de compartir con varones, y tienen un nivel homogéneo, ¿van a poder desarrollarse más? Yo creo que no, que en realidad es empobrecerlas. Separar a chicas y chicos es darle respuesta con herramientas viejas a un problema que, en realidad, es diferente. No hay pruebas empíricas que aseguren que los chicos rinden más porque estén ubicados en entornos homogéneos. En cambio, yo he escuchado a colegas que vienen trabajando en la enseñanza de matemática que abogan por el trabajo con grupos heterogéneos, que prefieren la diversidad, porque eso ayuda a que surja de las propias chicas y los propios chicos una diversidad de estrategias para encarar el problema. Además, todavía quedan muchas experiencias de la heterogeneidad por investigar. Quiero decir: si el argumento es el de seguir las inclinaciones, bueno, la escuela debería habilitar una diversidad de ofertas para que cada uno pueda orientarse en aquello por lo que se siente más atraído, que le gusta más, para lo que se siente más hábil... pero hay una diferencia entre ese planteo y el esquematizar la solución a los problemas de rendimiento en separar a varones y niñas.
¿Dónde estaría, entonces, el problema de base?
–Es que los problemas por los cuales hoy tenemos dificultades en los sistemas educativos, y esto en diferentes culturas, no se deben a que estén mezclados chicas y chicos. Los estudios que sostienen esa solución apelando a características genéticas o biológicas lo que hacen es naturalizar un problema que es cultural. A eso me refiero con inventar nuevas categorías clasificatorias. La experiencia, y en esto hay muchos estudios que pueden avalarlo, demuestra que cuando la educación es mixta hay más riqueza. La cuestión del fracaso escolar tiene más que ver con si hay o no autoridad pedagógica que con si la enseñanza es mixta o no.
¿El de la educación diferenciada o mixta es un debate posible en América latina?
–No lo creo, porque hay otro recorrido, otra tradición. Me parece que los problemas que tenemos en los países de América latina, y puntualmente en Argentina, están atravesados por las problemáticas de la pobreza y las desigualdades que están en otros términos colocadas. Aquí el de la igualdad de sexos no es un problema cultural que está difundido; tal vez sí se plantee en algunos nichos religiosos, seguramente hay trasnochados que lo piensan, que dicen algo del estilo “las nenas sin los nenes se van a excitar menos”. Pero fuera de eso no lo veo como un posible debate local a corto plazo. Al menos, mientras la problemática de la desigualdad y la fragmentación esté tan atravesada por problemas vinculados con la pobreza, no lo avizoro.
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