TALK SHOW
› Por Moira Soto
Hace 30 años se estrenaba en Italia Yo soy mía, película de Sofía Scandurra basada sobre la novela Donne in guerra, de Dacia Maraini, protagonizada por Stefania Sandrelli, que daba cuenta de las primeras luchas orgánicas feministas en la península y su influencia en la protagonista, una maestra casada que decide dejar a su despótico marido luego de unas reveladoras vacaciones y que, al volver a la escuela, da clases de paridad a sus alumnas y alumnos. Pese a los signos inequívocos que acompañaban a este film, la revista Para Ti (1º de mayo de 1978), quizás reescribiendo la nota de un corresponsal, decía que Yo soy mía “dista mucho del feminismo” y por si no fuera suficiente la tergiversación, en algún párrafo de la nota se le endilgaba a la directora haber declarado que su película (¡con semejante título!) “no es feminista sino femenina”. Sí, esa frase viene de hace tiempo.
Treinta años después, Tatiana Mereñuk –sin conocer la existencia de Yo soy mía– acaba de estrenar su ópera prima Yo soy sola. Un título que en cierto sentido redondea aquel referido al derecho de propiedad sobre el cuerpo y la propia vida. Mereñuk va más allá y remite al valor como individuo, como sujeto, de cada mujer. A la idea de que cada mujer es una persona completa y única. Ni apéndice ni adjunto ni soporte. Tampoco la mujer definida en relación con el varón, según apuntara la feminista italiana Carla Lonzi (no por azar citada por una profesora en la Facultad de Ciencias Sociales, en una escena).
Por recónditos motivos, algunos críticos locales –así lo escribieron– esperaban que Yo soy sola fuese una variante vernácula de Sex and the City: nada más ajeno a las intenciones de la directora que escribió este guión hace cinco años, con la idea de reflejar a mujeres de su generación. Y optó por perfilar a cuatro personajes femeninos bien distintos que mantienen una relación amistosa. Detalle que también incomodó a ciertos cronistas que se inquietaron: ¿por qué no se explica desde cuándo son amigas chicas tan diferentes? Al parecer, ahora hay que llenar una ficha para explicar los arcanos de las amistades femeninas, generalmente más abiertas, con menos preconceptos de lo que algunos parecen creer...
“Cuando escribí el guión, yo misma estaba en una etapa con puntos de contacto respecto de los personajes de Vera, Inés, Mara, Lina”, dice TM. “Y veía situaciones parecidas a la que relato en mi grupo de amigas, en el entorno laboral. Un panorama de mujeres tratando de organizarse a sí mismas, en busca de modelos de referencia, planteándose la famosa pregunta: ¿cumplo el mandato ancestral que todavía pesa sobre nosotras en muchos terrenos o trato de llevar a la práctica ideas liberadoras e igualitarias para las que esta sociedad nuestra no da la impresión de estar todavía dispuesta? Me veía a mí misma tratando de descifrar qué me pasaba con estas marcas atávicas que nos atraviesan a todas: yo, entre mi abuela que el día que se murió mi abuelo no supo más qué hacer de su vida, y mi madre que me tuvo muy joven, militante comunista, una figura de transición que luchó mucho por los derechos de la mujer. Quería desentrañar qué nos tocaba a las mujeres de mi edad con estos dos modelos polarizados, no sin dejar de interrogarme qué habría sido de mi abuela con otra educación, si hubiera tenido la oportunidad de ir tras su deseo, si hubiera desarrollado aptitudes que quizás nunca descubrió?”
Yo soy sola es una película imperfecta pero llena de ideas, sincera, atrevida, cuestionadora. Una película donde se tantean, se esbozan algunos temas conflictivos que no se suelen tratar ni en la ficción cinematográfica ni en la televisiva: el rechazo de una mujer joven a cumplir las tareas del hogar, el derecho a inseminarse si se desea un hijo, el derroche pomposo que rodea a las bodas en los últimos años, una industria increíblemente en alza. En la escena, se ve a la docente (interpretada por la magnética Gipsy Bonafina) de la cátedra Identidades, Discursos Sociales y Tecnologías del Género. Debates Contemporáneos, hablando sobre Carla Lonzi y su ya clásico texto Escupamos sobre Hegel, y en los pasillos hay carteles pidiendo la despenalización del aborto. (El personaje de la profesora fue tildado de “feminista ridícula” por el mismo crítico que encontró “andrógina” a Mara, la ayudante que se insemina, porque usa el pelo tirante, asimismo la acusó de “feminista emocional y sexualmente estéril”).
Mereñuk apela a un humor indirecto para narrar las desventuras de sus personajes, salvo en el caso de Mara donde el tono es más serio: Vera –lograda actuación de Eugenia Tobal– comprándose revistas dignas de la sección Inutilísmo en una librería de usados, cuando intenta hacer buena letra; Lina, una de las muchas clientas de santerías –Olivia Molina, hija de Angela– provocando principios de incendio con sus velas o tratando de seducir a un afectado cantante trucho; Inés –la bella y siempre eficaz Moro Anghileri– como la novia que se desmorona esperando al novio –expresivo Ramiro Agüero–, afectado de un ataque de pánico...
No, nada que ver con Sex and the City, pero sí con realidades más cercanas y palpables, como señala TM: “Yo misma viví un poco lo de Vera con mi pareja anterior, hasta hice un curso de crochet. Estaba refriqueada, es verdad, creía que tenía que probar por ese lado, y también respondía a presiones sociales igual que mi personaje. Pero me salí y ahora que estoy embarazada, con mi marido hemos acordado que tanto tareas domésticas como crianza de hijos, lo justo y democrático es que sea 50 y 50”.
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