MONDO FISHION
› Por Victoria Lescano
Premiere local y pochoclera, puesto que el crujido del pop corn en la boca de la audiencia femenina y masculina competía con el sonido de los Manolo’s, zapatos de taco aguja con la etiqueta Manolo Blahnik que difundió la serie Sex and the City y cuya versión cinematográfica fue celebrada el lunes por el centro de compras Alto Palermo. Y en ocasión de la cual seguidores de la moda y de la historia fueron con infaltables modelos en punta, con variaciones de capellada en charol negro, glitter, en cuero rojo o beige. En el hall del Cinemark, pasando una puesta de maniquíes símil miriñaques vestidos con cortes de gasa drapeada y una puesta de botas de taco alto rodeadas de flores y varias barras que servían el trago Cosmopolitan –vodka y arándanos– que cambió usos y costumbres femeninas en las barras desde que los divulgaron las protagonistas de la serie .
Ayudadas por la vestuarista Patricia Field, dueña de una boutique homónima en el Soho de Nueva York, quien más que vestuarista parece haber sido la guionista de la historia.
Bradshaw modeló y acompaño los guiños de la moda de fines de noventa y comienzos de 2000 en los cuales se originó la serie. Entre los gestos crispados del guión y las actrices del film hay grandes momentos de moda; desfilan vestidos –sí, de novia– firmados por Galliano para Christian Dior, de Vera Wang, de Carolina Herrera y un fabuloso vestido de la inglesa Vivienne Westwood, la creadora del punk listo para usar, quien también tiene un local y una línea dedicados exclusivamente a la ropa para novias y que celebra al bustier. Y acertado en su elección para vestir a Carrie Bradshaw –Sarah Jessica Parker en el culebrón que nunca tiene la osadía ni el non sense de una telenovela caribeña o brasilera–. Hay cameos de los expertos en moda del Vogue americano: Andre León Talley y Plum Sykes, además de cronista de moda, autora de la novela Rubias de la Quinta Avenida. Hay también guiños sobre el consumismo –odas a la firma de carteras Louis Vuitton, visitas a la tienda de Diane von Furstenberg, subastas de anillos con diamantes, primeras filas de desfiles, gestos de compradoras compulsivas–, aparece, por ejemplo, la figura de una joven asistente que tiene como recurso indumentario alquilar carteras de lujo por una semana e ironías sobre excesos con hombreras, minifaldas y lencería. Y también la confirmación de que una chica puede y debe cambiar de estilo sin hacer demasiada ostentación ni autoproclamarse icono de moda. La abogada pelirroja Miranda Priestley –la actriz Cinthia Nixon– deja de a ratos el desgano por la ropa que transmitía en tv y luce cual diva de un film de los años ’40. Con la moraleja de que al final ni las marcas ni la ropa ni el glamour hacen a la felicidad, ni al amor, el film tiene una de sus escenas más gratas en un placard tamaño apartamento de tres ambientes, iluminado cual una vidriera privada y con reminiscencias art déco habitado solo por un par de zapatos azules con strass y etiqueta Blahnik. Y recuerda a clásicos románticos como An affair to remember, protagonizados por Deborah Kerr y Cary Grant, en los años cincuenta.
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