INUTILISIMO
En los años ’70, la señora Maravel Morgan les reveló a las norteamericanas (y a todas las mujeres de mundo) el secreto de las cuatro A –aceptar, admirar, adaptarse, agradecer– para llevarse de maravillas con sus maridos, evitar enfriamientos de la pareja y esfumar toda amenaza de divorcio. El manual que publicó tiene un título elocuente: La felicidad total (Plaza y Janés, Barcelona, 1976). Y, según se nos asegura en la contratapa, regala “prácticas y orientaciones realistas basadas en múltiples experiencias de mujeres, que han compartido con la autora sus vicisitudes y experimentos”. Es de remarcar que la dichosa Maravel dedica la edición a “mi marido Charlie, mi mejor amigo y compañero de habitación”.
Si algo hay que reconocerle a nuestra docente del día es que va directamente al grano en un tema tan escabroso como lo es la importancia del sexo en los varones, “aparte de una necesidad, un consuelo”. Por ejemplo, cuando el hombre tiene preocupaciones laborales o de salud, tendríamos que darnos cuenta de “cuán desesperadamente necesita ser confortado y cuán maravillosamente lo conforta el sexo”. Lo bueno del caso es que “tú puede disipar sus frustraciones mientras empezáis a satisfaceros el uno al otro”. Y aquí viene el quid de este capítulo: “Si tú no lo haces, puede que lo haga otra”.
No se trata de un anuncio meramente alarmista: MM se basa en cientos de casos de mujeres que le escribieron movidas por esta inquietud acuciante, y sin reparar en que tenían la solución en sus manos: “Triste es decirlo, pero un alto número de angustiadas esposas se entera demasiado tarde de la existencia de ‘la otra mujer’. Muchas me han comentado: ‘No puedo creer que esto me esté sucediendo a mí, mi marido me ha dicho que lleva un año viéndose con una amante’”.
La señora Morgan nos tranquiliza: toda la culpa no es nuestra porque “aparte de las exigencias naturales masculinas, la radio, la TV, los periódicos derraman fantasías eróticas que los incitan. Mucho maridos se ven impelidos a tener una nueva vida sexual como a comprarse otro coche”. Y resulta que si una mujer reprime los apetitos de su señor, “dondequiera que vivas, habrá por ahí una gatita ardiente esperando para echarle la zarpa a tu hombre”. Y no es tanto porque ella, la gatita, tenga algo que no tenéis vosotras, sino porque sabe ofrecérselo: “Ríe alegremente de sus chistes, pestañea coquetamente, parece sexual y ávida”.
Las ejecutivas del hogar, como simpáticamente llama Maravel a las esposas y madres, tienen una salida lícita: “combatir el fuego con el fuego”. Luego la autora cita al doctor David Reuben, especialista que ha comprobado que la capacidad sexual del hombre se recicla en 48 horas. De lo que resulta que “el hambre sexual es tan torturante como el hambre de comida”. La deducción es simple y sensata: así como nos ingeniamos para presentar las hamburguesas de cien maneras diferentes para no aburrir a los comensales, encontremos la misma variedad para hacer el amor. Si hallamos cien recetas diversas para tener sexo, problema resuelto, porque “cuando un marido tiene mantequilla de la buena en el refrigerador, no saldrá a la calle en busca de margarina”.
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